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Las teorías de la desviación social y su consenso
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

La desviación ha sido siempre un tema fundamental para la sociología y, desde su nacimiento como disciplina, se constituye en una de sus más polémicas preocupaciones. Cada una de las principales corrientes sociológicas ha dado su interpretación sobre el cómo y el porqué de los persistentes incumplimientos de las normas sociales y ha indicado las rutas que considera pertinentes para el buen desarrollo de la sociedad. Hallamos así que los especialistas catalogan diferentes modelos que intentan definir las esencias sociológicas de la desviación.

Uno de ellos es el de tipo consensual, mediante el cual el funcionamiento de una sociedad se establece sobre la base de un consenso realizado por la mayoría de los individuos y en torno a ciertos valores e intereses comunes. Desde esos presupuestos morales, éticos, legales, culturales, etc., la sociedad se representa a sí misma como integrada y estable. Las estrategias de socialización se encargan de validar la pertinencia de ese entramado de valores comunes y llevan sobre sí la reducción de las

conductas desviadas. Emile Durkheim, artífice teórico de este modelo, consideraba al acto desviado como anomia social. Las bases teóricas de este modelo han gozado de perfecta inmanencia en no pocas de las corrientes del pensamiento contemporáneo, aun cuando no se les declare como fuentes nutricias.

Los teóricos de la patología social han considerado a la sociedad como un organismo en constante evolución, a cuyos cambios los ciudadanos deben ajustarse. La sociedad ha de proporcionar al individuo, no solo transformaciones progresivas, sino también metabolismos que deben ser correctamente incentivados. La resistencia al cambio o la imposibilidad de asimilarlo daban pie al comportamiento patológico, desviado. El asistencialismo social que ha penetrado en el pensamiento posterior del siglo XX, incluso en el interior de no pocos procesos revolucionarios, tiene sus bases epistemológicas en este modelo. Con él, según Charles Murray, la falta de incentivo social conduce a la pobreza ciudadana.

Para el modelo pluralista o de desorganización social, elaborado por Robert Ezra Park y sus colegas de la activa y laboriosa Escuela de Chicago de los años 20 del siglo pasado, el consenso se basa en el conjunto de reglas que permiten solucionar conflictos que aparecen en la organización social. Su perspectiva cambió la focalización en el individuo hacia sus condiciones económicas y sociales y abrió notablemente el campo metodológico de la investigación social. Al tipificar la desorganización en dos categorías, como condición y como proceso, apuntaban la diferencia entre el ritmo diferente de evolución de lo que se ha llamado cultura material e inmaterial. Considerar la cultura parte de la esencia de las desviaciones —o manifestaciones de desorganización— aportaba al tema una arista insoslayable, aunque su perspectiva se hallaba limitada por ciertos estamentos del culturalismo racionalista que la industrialización iba imponiendo.

El modelo estructural-funcionalista intentó vincular la dependencia del comportamiento delictivo con el trasfondo social en que se desenvuelven las personas. Cuando se atrofian los nexos entre las metas definidas socialmente y los medios que la organización social pone a disposición de los individuos, puede surgir la conducta desviada. Así, para Robert Merton, su creador, quien tomaba críticamente las teorías de Durkheim acerca de la anomia, un buen trazado de metas sería el objetivo concreto, y eficiente, de la sociedad. Su perfección se alcanzaría en la plena correspondencia entre el mérito individual y sus consecuencias sociales.

Para los llamados modelos conflictuales, la sociedad se desarrolla bajo la colisión constante de grupos que buscan intereses diversos. Estos sociólogos intentan conciliar, en su modelo teórico de desviación más o menos consensual, la inevitable teoría clasista con la tradición positivista que busca transformar elementos de la sociedad para poder conservarla.

La teoría del rotulado, cuya inmanencia se siente fuertemente aún en estos tiempos, considera que son los grupos sociales los que, al establecer las reglas de comportamiento, rotulan las desviaciones de aquellos individuos cuya actuación se encuentra fuera de ellas. Si estos individuos que se desvían del ideal de comportamiento del grupo que ha logrado imponer sus normativas son etiquetados con éxito, se considerarán de conducta desviada y serán llamados, por tanto, a rectificar, ya sea por la vía de la asistencia social y psicológica, ya por la aplicación de la legalidad.

La teoría crítica plantea, por su parte, que la comprensión de los problemas sociales es posible solo en el contexto del sistema de relaciones sociales en el cual ocurren. La economía, la política, las instituciones y las estructuras de poder constituyen el campo principal para su objeto de estudio. Se trata de una perspectiva más estructural que casuística, más enfocada al precepto marxista de cambiar el mundo desde la teoría antes que describirlo y estudiarlo. Surgida en los años 30 del siglo XX, con las obras de Adorno, Marcuse, Horkheimer y Benjamin, se reconstituyó en diferentes generaciones e, incluso, en modelos de perspectiva diversa a pesar de que todos parten de la crítica a las estructuras de poder en el contexto objetivo del sistema de relaciones sociales.

La inconformidad con el enfoque objetivista dominante en los años 70 del siglo XX dio pie al constructivismo, cuyos antecedentes directos se hallan en la teoría del rotulado, aunque el modelo de Berger y Luckmann es mucho más elaborado, abarcador y concreto que el de sus predecesores. Se centra en el proceso de conceptualización de los problemas y, sobre todo, en sus mecanismos de definición e interpretación por parte de ciertos grupos o sectores de poder que los construyen. La norma y sus desviaciones son entendidas como representaciones construidas para el ejercicio del control social. Tiene una persistente vigencia, a pesar de que también ha soportado fuertes y sistemáticas críticas.

Cada una de estas teorías depende, sin embargo, del propio consenso de normas que considera adecuados a su propio proyecto social, lo cual implica al tercer punto del objeto de estudio: el sistema de control que se construye y legitima en la propia práctica de las relaciones sociales. El punto de partida del sociólogo está mediado, entonces, por su propia concepción del mundo, por su modelo ejemplar de sociedad, y constituye en sí mismo un dispositivo auxiliar al ejercicio del control social, aun cuando sus objetivos de trabajo definidos se hallen en entender y cambiar la sociedad. De ahí que sea imprescindible comprender cada desviación en relación directa con su contexto histórico, con el tipo concreto de sociedad en que surge y —lo que con frecuencia discrimina la sociología y sobredimensiona la psicología— con el contexto situacional que le da origen. Hay, pues, niveles de manifestación de las desviaciones que el análisis sociológico debe transversalizar. Si ellos se aíslan, o se absolutizan, el estudio da vueltas sobre sí y coloca al sociólogo en un peligro inminente de autofagia teórica. De hecho, cada crítica sociológica al resto de las tendencias estudiadas contiene una alta dosis de construcción de normas cuyas desviaciones teóricas se acusarán en el precepto ajeno.

Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 23 de septiembre de 2014

http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idarticulo=17796&idcolumna=29

Autorizado por el autor

DOCUMENTAL "Desviación Social (UPCH) (Sociología)

 

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