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José Martí y el ademán de lo simbólico. Punto dos
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

La configuración de un análisis de fondo a la relación entre el concepto y las normas del estilo martiano debe hacerse en el mismo terreno de su frase, exacta y breve: «Amar: he aquí la crítica».

Sucede que el cambio de posición en la frase, el empleo de un verbo y la pausa, amplia y marcada, ocultan la función de lo sustantivo: la crítica.

La idea principal, perfectamente explicada ya por Condillac, está en lo sustantivo. El Amar es el cómo, en un viaje constante e ininterrumpido del epíteto al adverbio; el Amar es lo accesorio que, al desplazarse, al usurpar el lugar al sustantivo, forma la metáfora. Por eso, empeñarse en construir otra metáfora a partir de la ilusión óptica que traza el ademán de la frase martiana, conduce a extremos descontextualizadores. Pero, si continuamos con el juicio de derechos entre ideas principales y secundarias, veremos que la expresión he aquí padece de indolente olvido más que de una redisposición discriminatoria.

¿Es un gesto baldío; o acaso un derroche de sonoridad, o, tal vez, un impulso de autosuficiencia? ¿Se trata realmente de un recurso apostólico? ¿Puede ser un instante de terror al vacío desesperadamente cubierto con un lugar común?

Una vez más, respondo negativamente.

La expresión, en primer lugar, constituye una lexía, esto es: una unidad de lectura indivisible. A partir de esta comprensión, será preciso advertir que

  1. se trata de una expresión lexicalizada por el lenguaje poético;

  2. es deíctica;

  3. se proyecta hacia un uso oratorio.

En un segundo nivel clasificatorio, podemos atender a la situación de discurso, en la que

  1. el enunciado está absolutamente dominado por el locutor;

  2. se trata de una deixis anafórica;

  3. el alocutario, no focalizado, sobrepasa la norma de un auditorio contable.

Y, en un tercer nivel, nos enfrentaríamos a su desplazamiento sintagmático en el discurso, para lo que, continuando con el orden de relaciones,

  1. es un predicado que media entre un sujeto y otro predicado;

  2. su carácter deíctico, en su función de puente, sacrifica su condición de predicado;

  3. sostiene el desplazamiento del orden del discurso para intercambiar las nociones de principalidad y secundaridad.

Para conducirnos de mejor manera en la relación paradigmática, reproduzco estos aspectos en un cuadro capaz de trazar la otra linealidad:

 

I. Lexía

II. Situación de DISCURSO

III. Sintagmática

a)

expresión lexicalizada por el lenguaje poético

enunciado dominado por el locutor

predicado que media entre otro predicado y un sujeto

b)

es deíctica

se trata de una deixis anafórica

su carácter deíctico sacrifica su condición de predicado

c)

se proyecta hacia un uso oratorio

el alocutario, no focalizado, sobrepasa la norma de un auditorio contable

sostiene el desplazamiento del orden del discurso para intercambiar las nociones de principalidad y secundaridad

Según Roman Jakobson[1], la relación sintagmática se establece en una metonimia, mientras que la paradigmática lo hace en una metáfora, oposición que puede ser trazada perfectamente en la doble exposición anterior.

Además veamos, en la frase de Martí, cómo se comportaría una cadena de las relaciones sintagmáticas de acuerdo con el árbol de derivación de Hjemslev[2]:

A i Amar: he aquí la crítica

B i Amar: iii C i he aquí la crítica

D i Amar: iii E i he aquí iii F i la crítica

G i Amar: iii H i he iii I i aquí iii J i la iii K i crítica 

En una combinatoria de once elementos, el sujeto (crítica) aparece justamente en el onceno lugar. Es necesario, para llegar a él, trepar —al decir de Lezama Lima— diez estacionamientos puramente lingüísticos, puramente sintagmáticos. Ascender diez eslabones para, sólo al final, encontrarnos con que lo sustantivo impulsa la significación hacia un punto de laboriosidad contiguo al trabajo de desentrañar el cómo de la crítica. El árbol de derivación dibuja el viaje constante al momento simbólico:

De la frase (A) pasamos al verbo (B). De ahí, a un próximo eslabón (C) y, de él, de nuevo al verbo (Amar: D), para duplicar las nuevas estancias (E y F) antes de retomar (G) por última vez y duplicar la duplicación (H, I, J, K). El cómo, sin embargo, asciende sin combinatorias de semejanza; él es, siempre, único, reproducible solamente en la derivación simbólica.

Este resultado nos impulsa hacia la propia consecuencia aprehensiva de la frase martiana; esto es, hacia una condición de signo. Sintagmáticamente, una expresión que el lenguaje poético lexicaliza, deícticamente, se proyecta en un empleo oratorio. La parte, lo singular, se desplaza simbólicamente y connota la posesión, por el hablante, de la poesía del predicador. Así es como la hermenéutica lo ha conducido a lo apostólico: por una metonimia, que lo desplaza hacia la dimensión simbólica del signo. Paradigmáticamente, esa expresión lexicalizada es doblemente traspuesta: primero, como enunciado que el locutor domina absolutamente, y después, como un predicado cuya función es la de mediar entre otro predicado y un sujeto. El todo es singularizado una y otra vez; lo singular traspuesto hacia lo singular, para convertirse en una entidad irremediablemente abstracta, una reedición constante de la conceptualización: una metáfora.

Así, cierta crítica —de gramática rosa— lo convierte en un dominador de esquemas de la condescendencia. Paradójicamente, los adoradores de la interpretación sublime de la idea, los acólitos de la metaforización, se atienen a una metonimia —según Jakobson, contigua al realismo— para conseguir su simbolismo. Mientras, los prácticos, los críticos inmediatos y realistas, echan mano a la metáfora para sus recetas. Esto, repetido sea de paso, afianza la unidad del signo, justo gracias a su doble desplazamiento (conceptual y simbólico), pues es en él donde se realiza el contraste que le impide alejarse definitivamente hacia una dimensión única.

Y ya que ese elemento, el más relegado de la frase, nos ha obligado a incorporar todo el discurso a la función semiótica, sería interesante comprender las relaciones discursivas entre los predicados para redondear el porqué del intercambio.

/ Amar: / / he aquí / / la crítica /

No será necesario repetir las funciones discursivas, de ahí que pase directamente a las trasformaciones. En primer lugar, Amar: realiza una transformación de modo, mientras que he aquí produce una trasformación de subjetivación.

El amor es una necesidad para la crítica, es la forma en que debe ser concebida, la posibilidad potencial de su mejor ejecución. La lexía deíctica atribuye a la crítica, como comprobación, el aserto en que se abre la frase; esto es, la transformación de modo, sin que ella admita modificación alguna. El paralelo entre crítica y amar se mantiene inalterable; sin embargo, esta inalterabilidad sugiere una nueva paradoja: el elemento privilegiado del discurso establece una transformación discursiva simple, mientras que el elemento más relegado ejecuta una transformación compleja.

¿No es ello un apunte para un reordenamiento de la frase que no sea el del orden de aparición de las lexías? ¿No ofrece la posibilidad de desontologizar el concepto? ¿No es también el camino hacia una multiplicación en sí misma que no destruya ni la relación ni la autonomía de los conjuntos?

Ese puente, suministrado por el léxico poético común, puede asemejarse lo mismo al sujeto que al otro predicado, si atendemos a que uno y otro gozan de una significación convencional irrebatible gracias, justamente, a su grado de invisibilidad.

Notas:

[1] - Roman Jakobson: «Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia» (2ª parte de su Fundamentos del lenguaje) en Lingüística 4, Ed. Pueblo y Educación, 1974, pp. 131-159.

[2] - V. Manfred Bierwisch: «El estructuralismo: historia, problemas, métodos», en Lingüística 4, ed. cit., pp. 49-101.

Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com

Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 09 de febrero de 2012

http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idarticulo=14119&idcolumna=29

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