Iuri Lotman considera que
el sistema de la cultura representa los mecanismos del
intelecto colectivo, que serían tres a su entender:
1º. conservar la
información
2º. recuperar la memoria
3º. desarrollar la posibilidad de crear nuevos textos.
Por tanto, el texto se
desarrolla dentro de un isomorfismo funcional que
comprende a la conciencia individual, a sí mismo, y a la
cultura.
O sea, que aquel que es capaz de producir un texto lo
hace dentro de un marco codificado por los elementos
culturales que le son afines e inmediatos y en
dependencia de su propia capacidad individual para
conservar la información, desarrollar la memoria y
obtener finalmente el producto que se busca. Para Lotman,
el texto nuevo es aquel que no se puede crear mediante
algoritmos automáticos, es decir, un texto lo menos
predecible posible, en el que las redundancias no hagan
obvio el resultado.
La creación en las ciencias sociales dispone, por su
parte, y como metodología habitual, el resumen de
planteamiento de la tesis a desarrollar desde el inicio,
lo cual adelanta el resultado y, en bastante medida, las
conclusiones. Eso explica por qué la mayoría de las
personas que buscan información sobre determinado tema,
y no mecanismos de experimentación científica y de
razonamiento, se conforman con la consulta de la
introducción y las conclusiones de las obras. ¿Se oponen
por ello los textos de ciencias sociales a los de
producción artística, o literaria?
La respuesta más obvia es que son evidentes las
oposiciones y que, sin dudas, las contradicciones no les
permiten la menor comparación. La evolución de la
Academia ha acentuado esta idea, luego de que el
romanticismo sentara las bases para que toda poética se
viera como opuesta a cualquier razonamiento, descripción
o indagación científica acerca de la sociedad y de sus
individuos. Hoy día se olvida que la Historia
natural, de Tito Livio, desarrolla en un lenguaje
poético un tema complejo de filosofía, de acuerdo con el
canon de percepción estética de la época. La separación
de la expresión del pensamiento razonado, y confrontado
con parte del resto del pensamiento universal, de los
rigores literarios, es, desde luego, un logro de la
evolución humana. Pero es a la vez un retroceso el hecho
de que, al privilegiar el razonamiento científico, se
obvie el canon de escritura en sus fundamentales
elementos. O a la inversa, pues es también una herencia
de estos días la idea de desechar las interpretaciones
de carácter científico, o analítico, para entregarse
solo al flujo de las emociones.
Lotman advierte, sin embargo, que a través de la
historia de la humanidad, el aumento de canales de
información, que en perspectiva teórica debiera
incrementar la redundancia, en la práctica, la ha hecho
disminuir. Pero el incremento de esa información no es,
como lo advierte él mismo, total y absoluto, sino que
depende de los niveles de selectividad del intelecto
colectivo y, para ser coherentes con su teoría, de las
tres funciones básicas que lo estructuran. La renovación
de las escuelas poéticas conlleva, entonces, a la
cancelación de determinadas reglas semánticas y a la
creación de “nuevas y suplementarias reservas de
libertad que, por un lado, comportan una disminución de
la información y, por el otro, un aumento de ésta.”
Para el valor del texto artístico, Lotman considera
necesario un mecanismo evidente de disminución de la
redundancia; por tanto, una función fundamental del
productor de textos consiste en desarrollar habilidades
para disminuir las redundancias y, al mismo tiempo,
conservar la información y la memoria. De ahí que para
comprender la historia recomiende “estudiar el arte,
porque cuando aumentan las alternativas y, por tanto,
las posibilidades de elección, aumenta así mismo la
información intrínseca que obstaculiza el incremento de
la redundancia.” Y que considere además las paradojas
como las situaciones más significativas para el
desarrollo histórico, que son las menos previsibles.
La máquina semiótica del proceso histórico contiene,
según Lotman, “muchas contradicciones internas y
mecanismos diversos que se oponen entre sí.” De acuerdo
con sus conclusiones, hay una relación estrecha entre la
masa de creación de textos y la situación comercial que
esos mismos textos facilitan.
A nuestro juicio, no es posible verla en una sola
dirección y, menos aún, en la que sitúa al texto como
punto de partida de esa comercialización, aunque esta se
establezca, como en la segunda mitad del siglo XX,
potenciada por el canon académico global. No obstante,
es un error suponer, como pudiera sugerirlo la
exposición, que los textos producen la demanda. Más
lógico sería a la inversa, es decir, que la demanda
genera producción de texto. Sin embargo, esta visión en
direcciones binarias, tan cara al método de Lotman,
excluye procesos importantes del mecanismo de relación
social que condiciona las situaciones que llevan a la
colectividad a buscar soluciones al conjunto de
problemas que obstruye su evolución y desarrollo. De ahí
las dudas que crea en el auditorio, sobre todo aquellas
que plantea Umberto Eco, acerca de las transformaciones
en la historia si no nacen las personas responsables de
los inventos e innovaciones en el ámbito del texto, la
literatura y el arte mismo.
Las ciencias sociales
tienen, por su parte, el encargo de estudiar, investigar
y comprender las circunstancias que permiten a esas
funciones que estructuran el sistema cultural. Sus
fuentes han de basarse, en efecto, en conservar la
información más abundante posible y en rescatar la
memoria cultural, que es un conglomerado de
contradicciones dialécticas y no un manojo de asertos
doctrinales.
Lotman resuelve esta contradicción creando el concepto
de semiosfera, al hacer un paralelo entre la biosfera
como aquello que vive sobre la tierra y el del espectro
de los significados posibles que gravitan sobre los
procesos concretos de significación.
Lotman concluye que la esfera intelectual crea el
intelecto —del mismo modo en que la burocracia crea las
condiciones para su propia reproducción en la sociedad—,
por ello “el intelecto no se halla al principio de la
creación sino al final”. Con esto, recupera la idea
Jakobsoniana de la interpretación crítica y ensayística
como un estadio superior en el concurso intelectual de
la sociedad. Y concede, de alguna manera, que la
relación directa e imprescindible con la naturaleza del
hombre primitivo lo hacía carente de nuestro intelecto.
Ello es, desde luego, contradictorio con sus propias
ideas de las funciones del sistema cultural, por cuanto
ese hombre primitivo contaba con la información que
brindaba la experiencia práctica de la naturaleza y el
ejercicio concreto de reconocer sus fenómenos. De ahí
que en los mitos se halle constantemente la asimilación
zoomórfica en la constitución humana, la licantropía,
las facultades naturales de determinados seres humanos a
partir de condiciones adquiridas por hibridación animal,
como sobrevolar terrenos, el salto a varios metros, la
carrera veloz, la vista a largas distancias, etc.; todas
ellas propias de determinadas especies y, no obstante,
nunca condensadas en una sola.
Al concentrarse solo en el aspecto semiótico, o sea, en
aquel que, según él mismo, “tiene relación con los
distintos tipos de información”, Lotman demuestra, sin
proponérselo, hasta qué punto la relación entre las
ciencias sociales y los significados y sentidos que la
cultura impone tanto al individuo como al sujeto
colectivo, deben tenerse en cuenta a la hora de valorar
cualquier fenómeno semiótico, sobre todo el tan
importante para la historia de la humanidad como la
producción de textos.
El texto nuevo, y artístico, no es exclusivo de la
literatura y el arte, aunque en ellos se concentren los
tópicos más imprescindibles de sus características. El
conocimiento científico, y el flujo de la conciencia
bajo las normas de razonamiento, que se muestra sobre
todo en la investigación y la ensayística, son parte
también de la construcción de un texto que rescate con
el mejor provecho las funciones que estructuran el
sistema de la cultura en que debe entrar a comunicarse
y, sobre todo, a expresar significados concretos que
tienen como punto de partida un pensamiento abstracto.
Es, en efecto, una paradoja informacional que no ocupa
un lugar destacado en el concurso de las ciencias
sociales. Su inmanencia en la producción de textos
nuevos en el marco de las disciplinas científicas
reclama acercamientos que, en lugar de aislarlas, y
omitir por esa vía los puntos de incidencia de las
contradicciones internas, y de la dinámica entre
fenómenos diversos, implique la estructura de la
construcción textual en el objetivo del decir
científico.
Así, será más difícil que
se pretenda ostentar la consulta de una obra cuando solo
se ha pasado superficialmente por su introducción, su
índice y sus conclusiones. Y lo más importante: será más
placentera e intelectualmente productiva la lectura de
los textos en las ciencias sociales.
Notas
1. Iuri Lotman: “Sobre las
paradojas de la redundancia: el lenguaje artístico y la
historia”, en Entretextos, URL:
http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre4/paradojas.htm .
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