El tercer nivel de análisis de los
fenómenos culturales es el taxonómico y se ocupa de describir los
componentes internos de las unidades estructurales. Describir no se
limita a procesar relatorías del acontecimiento, sino a indagar en los
mecanismos específicos que le permiten manifestarse como suceso cultural
dentro del sistema de las relaciones sociales que lo engloba, aunque no
lo determine. Se trata de un ejercicio metodológico consciente de
disección de estructuras y de desconstrucción de sus componentes
internos.
Es fundamental dejar sentado que este nivel actúa como auxiliar
metodológico de gran importancia en el análisis de la cultura y que no
es, aun así, el fin de los estudios semióticos, sino su zona de mayor
grado de clasificación y especialización en cuanto a las estrategias
reveladas por los niveles anteriores. Lamentablemente, se le ha puesto
en ejercicio como fin, aludiendo a la necesaria estrechez del objeto de
investigación e intentando camuflar el reduccionismo analítico, o
contentándose con el paisaje estructural que los sucesos investigados
revelan. Los numerosos aportes del estructuralismo constituyen, para
este nivel de análisis, la fuente principal de su estrategia de
búsqueda, si bien es cierto que sus limitaciones pueden convertirlo en
callejón sin salida o, lo que sería peor, en descripción vacía.
La premisa estructuralista de que en determinado estadio de la
estructura se halla, siquiera de manera implícita y aproximada, la
directiva futura en que ella podrá manifestarse, no debe ser tomada como
un aserto predictivo, sino como un evento específico de revelación de
ciertas estructuras que, aun así, apenas serían cimientos para el
sistema cultural que vendrá a sustituirlas. Esta percepción de
inmanencia sistémica, que el estructuralismo llevó a extremos
metafísicos, peligra sobre el nivel taxonómico, pues ella es parte de
las conclusiones que se obtuvieron a partir de disecciones fundamentales
para la investigación y el análisis cultural. De igual modo, los
determinismos que marcaron las más elementales, o vulgares, tendencias
que seguían al marxismo, supeditando a las relaciones clasistas, o al
estatuto económico, el sentido último y primario de las obras
artísticas, y de los de los fenómenos que desde la cultura se
manifestaban, demostraron muy pronto sus limitaciones. Ambos son sin
embargo importantes para este nivel, por cuanto parten de elementos
vitales para la disección, la clasificación y el ejercicio
deconstructivo.
El nivel taxonómico recoge entonces el espectro de especialización del
nivel metadiscursivo, para llevarlo a un proceso de interdependencia que
permita probar tanto el carácter inagotable de sus procedimientos como
la operatividad de los presupuestos desde los niveles más universales
hasta las especificidades más estrictas. La taxonomía de los sistemas
culturales, generalmente, proyecta un proceso agotador, imposible de
abarcar en una sola empresa, a menos que se disponga de la colaboración
de un equipo de trabajo muy compenetrado con la metodología. De ahí que
los estudios ubicados solo en el interior mismo del nivel, en
apariencia, nos dicen poco, o tal vez nada. No obstante, los más
importantes y completos sistemas de pensamiento hasta hoy conocidos, se
han levantado sobre la base de esos muchos estudios de suma
especialización a los que, de un plumazo mucho más declamatorio que
real, se le negaron sus aportes. Y así como a los estructuralistas se
les ha acusado, despectivamente, de diseccionar cadáveres, a los que han
practicado la anatomía del análisis, y de la crítica, se les ha tachado
de molestar la obra con su método de indagación y hasta de despojarla de
su inmanente sublimidad en la expresión.
Se trata de un prejuicio que doblemente se expresa, pues tanto la
patología como la anatomía son disciplinas científicas imprescindibles
para la sociedad y, al discriminarlas para el ámbito de la cultura, se
revelan limitaciones de visión y, sobre todo, una insalvable metafísica
en el método de comprensión. Y ello se ha hecho, también y
paradójicamente, desde ciertas tendencias del materialismo dialéctico,
que debe ser un componente esencial para el análisis cultural en
general.
En su proyección, este nivel es paradigmático, aunque le es posible
expresarse solo a partir de las construcciones sintagmáticas que son el
resultado de las investigaciones científicas. Es, en efecto, agotador y
desagradecido, puesto que existe en virtud de conceder a las ciencias
más generales del conocimiento una base de datos que, utilizadas con
buen tino dialéctico, puede aportar soluciones a diversos problemas que
el análisis plantea. La semiótica, al surgir como un desprendimiento
especializado de la lingüística —otro desprendimiento especializado— no
solo corre el riesgo, sino que tiene urgencia de adentrarse en la
taxonomía, para no regresar a la universalización portando únicamente
ideas muy generales.
Ahora bien, así como el uso del átomo —y de su propia descomposición—
contribuyó a una formación del concepto de universo, la determinación de
las unidades mínimas de significación debe integrarse a la operatividad
del concepto de cultura. Corresponde a este nivel, entonces, poner en
juego los procedimientos de desconstrucción, tanto de los acercamientos
empíricos en los cuales se condensaba el sentido en la inmediatez
perceptiva y la urgencia de un objeto de análisis del nivel aprehensivo,
como de los discursos que forman el lenguaje total de la cultura y,
asimismo, los discursos y metadiscursos que brotan en los lenguajes
específicos de los diversos sistemas culturales. Cada investigador tiene
la posibilidad, forzosa por demás, de atenerse a un número limitado de
procedimientos taxonómicos y deconstructivos. Ellos contienen, en sus
numerosas series de ejercicios probatorios y demostrativos, las bases
científicas que sedimentan el rigor metodológico de la elección
semiótica.
Es cierto que muchos intentos perecen en el vicio de la deconstrucción y
en la excesiva esquematización, pues los resultados que muestran se
centran, elementalmente, en descripciones de esta índole. Así también, y
en el extremo opuesto, ha ocurrido con los folcloristas que se han
viciado, conformándose, con descripciones narrativas de acontecimientos
y sucesos, sin aportar valoraciones que trasciendan los niveles
primarios de sentido. En este caso, el funcionalismo ha actuado, en
principio, como revelador de puntos esenciales, sobre todo respecto a
las funciones de determinados ritos y manifestaciones en lo popular;
aunque también ha suministrado las limitaciones de interpretación lógica
y ha generado barreras que no permiten avanzar en el reconocimiento de
la expresión popular, folclórica, como un evento semejante, en valores y
estrategias creativas, al que se da en el arte o la literatura. Unos y
otros —folcloristas e investigadores en extremo subyugados por la pura
descripción—, han dejado el fruto de sus búsquedas, útil a todo
especialista capaz de desarrollar la agudeza necesaria para obtener
nuevas cosechas de esa fuente de semillas. Tanto las recopilaciones del
folclor, de tradiciones populares, y hasta de expresiones habitualmente
ubicadas en el arte o la literatura, como las series descriptivas que
experimentan con los sistemas significantes de esas manifestaciones, se
presentan como valiosos aportes que acortan el agotador tiempo de la
investigación. Así es posible entregar resultados parciales que, en
cambio, completan determinado evento estructural del fenómeno en sí.
Es natural que se muestre al lector, especializado o no, un resumen, un
espectro sintético de los resultados ofrecidos por el nivel taxonómico,
del mismo modo en que todas las disciplinas científicas lo hacen. Y es
recomendable experimentar al menos con una primera línea modal que
ejemplifique los procedimientos investigativos, pues se trata de un
método muy efectivo para poner a prueba cualquier sustentación teórica.
Con frecuencia, el ataque a este tipo de investigador, más allá de los
prejuicios, padece de confundir la ciencia con un grado extremo de
especialización sincrónica, es decir, reducirla apenas a uno de los
niveles del método. Si determinado tipo de estudio resulta demasiado
monótono, por su unidireccionalidad teórica y, desde luego, por
conformarse solo con este nivel del método, lo aconsejable es hallar una
senda diacrónica en las imprescindibles inmersiones sincrónicas que
fundamenten el estudio. Así, entre la necesidad de correspondencia y el
equilibrio expositivo, aparecen los estudios más socorridos y
esclarecedores, aunque no es un secreto para nadie a estas alturas, que
ellos mismos se han nutrido de descubrimientos parciales, en muchas
oportunidades desorganizadamente expuestos y, las más de las veces, ni
siquiera citados y reconocidos por los eminentes teóricos.
Este nivel taxonómico es, por naturaleza, constructor de modelos. Sus
transformaciones resultantes suelen conducir a nuevas modelizaciones por
cuanto la generalidad de sus descubrimientos no son más que elementos
dentro del conjunto de los conocimientos generales. Y en él se fragua, a
su vez, el momento trascendental de la operatividad de toda teoría: la
determinación de los comportamientos y las reacciones posibles de los
modelos en situaciones hipotéticas, a las que puede llegarse, dicho sea
de paso, no gracias a una ficción divina, sino mediante los propios
elementos que componen esos modelos en su interrelación dialéctica.
En este tercer nivel se hace preciso activar la noción de estructura
profunda, esencial desde la teoría de Claude Lévi-Strauss. «Cuanto más
nítida es la estructura manifiesta —asegura él mismo— tanto más difícil
se vuelve aprehender la estructura profunda, a causa de los modelos
conscientes deformados que se interponen como obstáculos entre el
observador y su objeto.» Los cortes sincrónicos que suelen
operarse en el nivel metadiscursivo, jerarquizan el análisis de las
estructuras superficiales o manifiestas, mientras que, en el nivel
taxonómico, la vuelta a los estudios sincrónicos, tras la recuperación
diacrónica inicial, jerarquiza los modelos de estructuras profundas. No
quiero decir, de ningún modo, que cualquiera de los cuatro niveles del
método sea perfectamente independiente; en realidad, son efectivos solo
si se complementan. Por lo vasto que se presenta en toda su dimensión
este nivel, se hace imprescindible jerarquizar —nunca absolutizar— los
elementos que serán sometidos al análisis. Como hemos repetido, el
método es, en última instancia, electivo.
Los aportes de este nivel del método de comprensión semiótica de la
cultura, han sido minimizados por posiciones investigativas que, sin
embargo, también han recogido su savia en sus efectivamente turbulentas
aguas. Y, si bien es cierto que para el lector común resulta exagerado
siquiera una primera serie de sus demostraciones, para el especialista,
y para todo aquel que aspire a ubicar su pensamiento en un nivel de
análisis de mínima profundidad, es, en verdad, insoslayable.
Notas:
Claude Lévi-Strauss: Mitológicas I.
Lo crudo y lo cocido, Fondo de Cultura Económica, México, 1972.
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