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Desviación y norma, ¿a cuál privilegiamos? |
¿Está llamado el ser humano a controlar a sus semejantes toda vez que establezca los vínculos sociales necesarios para la sobrevivencia? La historia de la civilización revela una trayectoria de abundantes luchas por ejercer el dominio en nombre de las buenas conductas. En el relato «Los advertidos», Alejo Carpentier interpreta las diversas versiones mitológicas del diluvio universal como una necesidad humana de desarrollar la guerra y expandir el poderío sobre el otro. En el sentido primario de la narración, se advierte cierto grado de coincidencia con las teorías del conflicto, que presuponen la lucha constante por el dominio de determinados grupos sociales sobre otros, en un orden social basado en la manipulación y el control de los grupos dominantes, con la perspectiva rápida y desordenada del cambio social a medida que los grupos subordinados vencen a los grupos dominantes. Sin embargo, la conclusión cíclica introduce elementos de reinterpretación de las teorías del consenso, según las cuales ciertas normas y valores comunes son fundamentales para la sociedad y el orden social se basa en un acuerdo tácito de comportamiento común, lo que conduce a que el cambio en la sociedad se produzca lenta y ordenadamente. |
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¿Puede, no obstante, el ser humano hallar el modo de convivir en armonía de forma tal que los intereses de unos no se conviertan en interferencia a los intereses de otros? El devenir histórico demuestra que las sociedades armónicas han sido representaciones utópicas en cuyo interior actúan mecanismos de control endogámico de rígida custodia. Grupos e individuos definen, como consecuencia del proceso de comunicación social, el entramado de normas y de límites para el comportamiento de quienes los acompañan en su ámbito de convivencia. ¿Debe el individuo rebelarse contra las normas que regulan su conducta, e imponer su albedrío de acuerdo con su inmediato entramado de necesidades? Hay numerosos ejemplos de individualidades glorificadas por la historia de la civilización gracias a una actitud abiertamente desviada de las reglas de control y opresión que dominaban su ámbito social. La abolición de la esclavitud registra como símbolo la conducta rebelde de Espartaco antes que la actitud desviada del esclavo común que subvertía cotidianamente el orden imperial. Sin el desarrollo de una conciencia social que legitime entre las clases oprimidas las desviaciones de los esclavos, no hubiera sido posible ninguna de las rebeliones. No pocas actitudes de desafío individual han dado lugar, más tarde, a pautas de comportamiento e, incluso, a costumbres que han conseguido instaurarse como tradiciones o, más allá, como instrumentos de dominación. Hay, pues, cierta empatía entre la desviación de la conducta y la identificación del liderazgo. ¿Cierra esto el ciclo del comportamiento humano y establece un ritmo de alternancia entre el control de los grupos sociales y las desviaciones que, en su interior, pueden surgir? ¿O induce a proyectar un equilibrio tenso entre los lineamientos de las superestructuras de las formaciones económico-sociales y las prácticas que van asumiendo las fuerzas productivas? Las sucesivas teorías que se ocupan de la conducta individual y colectiva parecen conducirnos a una búsqueda de equilibro alternativo entre los desafíos de la desviación y la necesaria concordia del control social. Pero el asunto no es tan simple como para establecer una sintaxis de alternancia binaria entre un tipo y otro de conducta ni, tampoco, entre los propios cánones de aceptación del juicio. Tanto los grupos como las instituciones creadas para garantizar su propia protección necesitan de elementales normas de control que les permitan subsistir, y, paradójicamente, de intempestivas confrontaciones que pongan a prueba su estabilidad para garantizar su desarrollo. La preocupación por controlar las conductas de desviación social se halla presente en todas las formaciones sociales, mucho antes del surgimiento de la sociología y de sus disciplinas específicas. Baste señalar que el más común conflicto que recorre la mitología —tanto la de los pueblos más atrasados tecnológica y militarmente, como la de otros de sociedades más insertas en el transcurso evolutivo del proceso civilizatorio— es el que enfrenta al héroe —o al antihéroe— con la norma del clan, del grupo, etc. Por demás, los textos antiguos más respetados, sacralizados y hasta adorados, presentan una fuerte y preponderante carga normativa, con privilegios de todo tipo para quienes se ajustan al paquete estructural que regula la conducta o con el reconocimiento del héroe que instaura un nuevo orden. De ahí que, con el desarrollo de la ciencia, se cree una rama de la sociología que se encargue del estudio del consenso sobre las normas sociales, así como de los actos y comportamientos que se desvían del estatuto normativo de la sociedad, y, además, del sistema de control social construido para evitar que tales desviaciones atrofien la armonía relativa de la ciudadanía. Las normas de comportamiento social son, por supuesto, una construcción cuyos estatutos se conforman a partir del avance de las relaciones entre los diversos grupos. Puede que se establezcan de modo abrupto o arbitrario, impositivo incluso, pero una vez que se ajustan al comportamiento de la comunidad que las asume como inherentes a su propia cultura, se representan en la conciencia colectiva como suprasociales; se pierden sus orígenes y, con frecuencia, son instrumento muy útil de legitimación del control que se ejerce sobre la sociedad. La polémica en torno al derecho al aborto, por ejemplo, refleja hasta qué punto la construcción de un patrón de conservación e incremento demográfico se traslapa al consenso ciudadano como un estamento moral y, simbólicamente, como un acto antinatural o un desafío a la divina providencia. Ambas opciones establecen un gesto de control impositivo sobre la voluntad individual. Sin embargo, ni siquiera el acto mismo de embarazarse es “natural” en el más lato sentido de la palabra, pues en él intervienen decisiones humanas que permiten al ciclo biológico de la fecundación su efectividad. En ocasiones, el reclamo del derecho al aborto se asume como un desafío a la institucionalidad religiosa antes que como un derecho natural y humano. Los intereses de esta desviación buscan reacondicionar la norma hasta el punto de convertirla a ella misma en desvío imperdonable. Así, la relación entre desviación y norma depende siempre del equilibrio que pueda mantenerse en las propias bases del comportamiento social, para lo cual es imprescindible desarrollar mecanismos de conocimiento científico que estudien, interpreten, concluyan y cuestionen acerca de hasta qué punto estos dos elementos son extremos de un discurso dialéctico. De ahí que la sociología estudie la desviación con una perspectiva un tanto diferente a la que aplica a los sistemas sociales, o sea, que mientras llama a atender la desviación como problema concreto, reconociendo sus efectos negativos y su esencia traumática, se enorgullece de incomodar —como lo afirma Bourdeau—, e incluso subvertir, el orden social donde la propia ciencia se va a desarrollar. Es, pues, un tema complejo que requiere de alcances de profunda transversalización, con independencia de la escuela y de los objetivos concretos de control social que la promuevan. Y aunque cierta fobia teórica lo circunde, el tema no se resuelve si no es llamando a su más consciente profundización. Ello, sin conformarse con el simple maniqueísmo de revelar las construcciones ideológicamente intencionadas que marcan a las ciencias sociales, o —como tanto se hace en esta hora— con desmontar los patrones de juicio que blindan al poder como legítimo. De una u otra forma, estas prácticas epistemológicas han marcado hasta hoy las más disímiles, y hasta encontradas, teorías. |
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com
Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 05 de septiembre de 2014
http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idarticulo=17737&idcolumna=29
Autorizado por el autor
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