Agnes Heller, la vida cotidiana y los niveles (elevados) de conducta
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La amplia obra de Agnes Heller se ha ubicado en la tradición de la filosofía marxista-humanista, como una crítica de las disoluciones del pensamiento postmoderno.1 De ella se destaca su aporte al estudio de la vida cotidiana y a los engranajes entre la cotidianeidad y la sedimentación histórica. No es un tema vencido ni de curiosidad filosófica, o sociológica, sino una arista necesaria para diseccionar las estructuras que atan la cotidianeidad de las masas a la formación de patrones culturales.
El punto de vista de
Heller parte de focalizar los procesos de socialización
del individuo para evadir la trampa de asumir la
sociedad como un conjunto amorfo, de esquemáticas
variables de comportamiento. Sostiene, por ello, que la
vida cotidiana se forma a través de las apropiaciones
que el individuo hace de las herramientas de
socialización: el lenguaje, los usos y costumbres, los
instrumentos culturales. Estos tres ámbitos contienen
las normas de conducta que definen los modos de
asociación del individuo, tanto si se asume como uno más
del conjunto en que se relaciona, o sea, en calidad de
sujeto, como si pretende ganar para sí mismo las marcas
que lo caracterizan y lo singularizan en medio de los
grupos en los que se inserta. El plano de lo cotidiano se desarrolla entre pautas de comunicación básicas que marcan prácticas de intercambios que van a definir la convivencia. La espontaneidad, el pragmatismo, la economía de esfuerzo, la confianza, la generalización, la imitación, la satisfacción individual, y otras varias, caracterizan la persona y conforman el sujeto. Junto a esta esfera de proximidad vital se construye la vida no cotidiana, la sedimentación social del conocimiento, de los valores, de la historia. Las variables son múltiples y los estudios se agotan con frecuencia en las más sobresalientes, absolutizando sus causas o, como en el caso de Heller, posponiendo, por razones humanas comprensibles, los rangos de especificación de lo que anuncian sus preceptos básicos. La sociedad, mientras, sigue el curso de su cotidianeidad y recibe el impacto de los más capacitados para depredar su cultura. Es una construcción dialéctica donde se objetivan en términos históricos los nutrientes de vivir día a día.
Agnes Heller analiza,
además, los apalancamientos en la vida cotidiana que
sobredimensionan lo cotidiano sobre lo no cotidiano, lo
individual sobre la formación social como instancia
transformadora, y habla de la “alienación de la vida
cotidiana”. Se produce aquí una degradación cultural de
una sociedad donde los valores efímeros no solo no
regeneran el plano de lo no cotidiano, sino que impiden
que los individuos se enriquezcan de las esferas
superiores del conocimiento. Los instrumentos
mediáticos, que se han desarrollado a instancias que
ella misma no pudo investigar, ni imaginar acaso, se
apropian del tiempo social y aparecen como instancias de
apalancamiento de lo cotidiano, esto es, de alienación
de la vida diaria. Así, mientras existe una realidad
rica y compleja en el plano de lo no cotidiano, que se
define en el paradigma de la sociedad del conocimiento,
la alienación de lo cotidiano conlleva a escenarios
empobrecidos, escasamente conectados con la riqueza de
la objetivación histórica, que son, a la vez, los más
frágiles y vulnerables a la manipulación y la inducción
de pautas de comportamiento en el plano individual de la
vida diaria. En Agnes Heller hallamos una voluntad de desalienación que intenta saltar desde la teoría a la práctica, luego de haber bebido en la práctica social tanto como en las teorías diversas que refuta o que apoya. Lo que Heller llama “formas ideológicas más elevadas”, o sea, las ciencias, la filosofía, las artes, la ética, entre otras, son la meta a alcanzar por el individuo en su cotidianeidad. Advierte Heller que, al separar el comportamiento inmediato de lo cotidiano de las metas sociales de alta eticidad, como lo hace la ética de Kant, se llama a confusión. Ambas actitudes coexisten en la vida ciudadana y son parte de la dialéctica esencial del ser humano. De ahí que debamos atender a esta doble dirección de compartimentación de los motivos que mueven a la ciudadanía a aceptar de buena gana los productos garantes de su alienación cultural. Este es el punto más difícil de salvar, no solo en materia de estudios y razonamiento, sino además, y con mayor relevancia, en el comportamiento natural del mundo de lo cotidiano. ¿No tarareamos canciones baladíes solo por el hecho de escucharlas al paso de uno de esos sitios que las reproducen indiscriminadamente? ¿Nos admiramos siempre ante la obra de arte que nos llama a entendernos, a mejorarnos en medio del contexto que pretende alienarnos? Son evidentes las respuestas: a diario, es decir, en el desarrollo constante de la cotidianeidad, nuestra conducta contamina los niveles elevados con elementos resilientes de la alienación. Heller advierte, sin embargo, que no es posible establecer una “legalidad mecánica” con respecto a la valoración de este comportamiento. Es en esa actitud, a nuestro juicio, donde se insertan los banalizadores mecánicos que pretenden acuñar como legítimos y auténticos patrones que a su libre albedrío actúan como contenedores de la ética de la alienación. Caballos de Troya de la banalización alienadora, si se me permite la calificación un tanto tremendista. La polarización de esas posturas extremas y dogmáticas no es más que el culto al resultado confuso y, por consiguiente, al estatus natural de alienación cotidiana. A veces, es cierto, nos tientan los deseos de acudir al aparato de leyes que el capitalismo desarrollado ha insertado en sus normas cotidianas, donde se coarta la expresión humana a través de leyes que, sin educar, limitan y prohíben. Por miedo a la vulgaridad, a la agresión sicológica, manifestaciones auténticas como el piropo, o la gracia de la comunicación satírica inmediata, son convertidas en delito. No es este el camino de la emancipación y respeto entre individuos, ni, mucho menos, la posibilidad de acceder a esos niveles superiores de las relaciones sociales marcadas por la individualidad de cada cual. Es necesario acudir a un entramado social que modere las normas de comportamiento en un constante ir y venir de la conducta a la ley, de la conciencia colectiva al ejercicio pragmático de mejorar la vida individual. Y en la cultura están las bases de esa búsqueda, de ese accionar al que no debemos renunciar, aunque los tiempos sean duros y los recursos se fuguen para engrosar el patrimonio de ciertas minorías que controlan las inmensas riquezas del planeta y, con ella, los infinitos caudales de las mentes humanas. 1 En Sociología de la vida cotidiana, obra de 1970, resultado de una vasta investigación y de importantes ajustes de conceptos, Agnes Heller concentra y desarrolla las ideas que sintetizamos para estas reflexiones. Hemos consultado la edición de Península, Barcelona 1977, con traducción autorizada por la autora de José Franciso Yvars y Enric Pérez Nadal. |
Conferencia completa Ágnes Heller en la UNTREF: "Progreso y derechos humanos"Publicado el 13 dic. 2017 |
Publicado el 21 dic. 2013 |
Jorge Ángel Hernández
jorgeangelhdez@gmail.com
Publicado, originalmente, en Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu/ - 26 de marzo de 2018
http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idcolumna=29
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