Comentarios bibliográficos |
MORIR EN MARASH,
por Eduardo
Bedrossian |
MORIR
EN MARASH, por Eduardo Bedrossian. Buenos Aires, Edición del
autor, 2004. 448 pp. A
ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica su obra “A
los armenios de Marash. Al millón y medio de niños, mujeres y hombres
masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus descendientes, a sus
familias. A la Nación Argentina y a todos los países que los acogieron
con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha honestamente para
sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de turno”. “La
llamada ‘guerra de Marash’ – señala Bedrossian, en el Prefacio- es
más una expresión evocativa que una realidad bélica. Es otra estación
del calvario de los pueblos sometidos al yugo otomano. Entre 1820 y 1890
fueron asesinados más de 90.000 armenios, griegos y búlgaros;
trescientos mil armenios son aniquilados entre 1894 y 1896. También los
árabes y asirios tuvieron sus mártires. La ‘guerra de Marash’ no fue
una guerra. Si una parte queda diezmada y la otra carece prácticamente de
bajas, la palabra guerra pierde
su contenido y es lícito reemplazarla por otra más realista: matanza.
De eso trata este libro. De un pueblo acorralado, de cara a la muerte, que
ha sufrido el despotismo de los sultanes, luego el genocidio a manos de
los ‘Jóvenes Turcos’, y finalmente hasta 1923 la culminación con
Mustafá Kemal, cuando casi no quedan armenios por esas tierras”. En
el Prólogo a la obra, el embajador Leandro Despouy, Relator Especial de
Derechos Humanos y Discapacidad en las Naciones Unidas, escribe: “Marash
tiene especial significación para el autor: es el pueblo natal de su
madre. Su padre fue arrojado a una fosa común dándoselo por muerto. Los
Bedrossian, como sobrevivientes del horror, llegaron a la Argentina donde
su hijo Eduardo nació y creció con el recuerdo de la tragedia que ellos
habían dejado atrás. La escritura de este compatriota le da sentido al
sufrimiento de su progenie. En los umbrales del siglo XXI y frente a
nuevos delitos de lesa humanidad, el presente trabajo es de lectura
indispensable para preservar la memoria, involucrarse con la historia y
censurar sin reservas todo acto que violente la condición humana”. La
historia se inicia en el pueblo armenio, el martes 30 de septiembre de
1919, cuando Elmast (abuela del autor) despierta a su esposo Shadarev,
pues ha tenido lo que ella considera un sueño premonitorio, y lo insta a
salir del lugar. El hombre sostiene que los temores de la mujer son
infundados, pues han pasado ya los malos tiempos, y nada hace presagiar
que vuelvan los años de las torturas y las muertes, del dolor y el
llanto. No obstante, la duda se ha instalado en su ánimo. La
mujer no se equivocaba. Una vez más, los armenios son víctimas de los crímenes
más feroces, del sadismo más terrible. Bedrossian da testimonio de esta
crueldad, pero destaca que no fue un ataque del islam hacia el
cristianismo, y afirma que, así como muchos turcos fueron sanguinarios,
otros sufrieron la destitución de sus cargos por oponerse a cumplir órdenes.
Exalta, asimismo, el heroísmo de los misioneros, quienes pusieron en
riesgo sus vidas para parlamentar con los turcos. “Los
hechos relatados son auténticos –manifiesta-, los actores deben
resignarse al guión no elegido, son arrastrados irresistiblemente a la
insospechada tragedia común que los envuelve. Vienen a nuestro encuentro
con el temible lenguaje de la verdad. La acción transcurre a través de
los ojos y la piel de sus protagonistas. Sus nombres son reales. Carecen
de maquillaje, visten con la ropa del hombre de la calle. Llegan a nuestro
encuentro sin libretos aprendidos de memoria, con sus defectos y virtudes,
grandezas y miserias. En pocas ocasiones, la titularidad de los
acontecimientos pertenece a otro hermano de infortunio. Cuando suben al
escenario cada uno se convierte en un personaje. No son las criaturas del
autor, en realidad es el autor la criatura que ellos han dado a luz tras
penosos dolores de parto. Sólo pretenden que se escuche su voz y se
respeten sus silencios”. Hay
escenas de gran dramatismo, como aquella en la que describe el éxodo
hacia Adaná, con un frío intenso. A poco de empezar a caminar, los pies
se congelan; la ropa, empapada, impide la marcha. Los más débiles se
quedan a la vera del camino; sus familiares no pueden hacer más que
santiguarse. A muchos, ni siquiera pueden cerrarles los ojos, pues tienen
los párpados congelados: “El camino a Adaná se va convirtiendo en un
sendero señalizado por cadáveres en posiciones desordenadas, como
estatuas caídas. Acostados. Sentados, apoyados contra un árbol, se trata
de una última colaboración hacia los rezagados, para que no pierdan el
camino. No existen vías como las de un tren. Desde lejos se los podrá
confundir con las ramas secas de un viejo árbol. Algunos están sentados
juntos con las bocas abiertas como si hablaran en voz baja, en un lenguaje
secreto, para que no escuchen los que siguen. Hay cuerpos abrazados,
parecen estar unidos en oración, con copos de nieve en la barba de los
hombres o en el cabello de las mujeres, como un pegajoso maná caído del
cielo. Si fuera por ese vestido de nieve se diría que están descansando.
Un extraño no sospechará si se trata de una huída o de una escena
familiar. Nadie se atreve a quitarles el abrigo ya innecesario que forma
un conjunto inseparable con cada cuerpo, como fantasmas decorados de
blanco por la nieve y de violeta por el frío”. Los
incendios de templos llenos de refugiados, las violaciones a adolescentes
y mujeres, a menudo delante de la propia familia, son denunciadas por este
estudioso que se propuso “no olvidar”, como lo dice el título de una
de sus novelas. Los
Bedrossian y los Boulgourdjian son sólo algunos de los muchos armenios
que evoca el autor, y que encontraron paz en estas tierras. De esas
familias, acosadas por el dolor, la miseria y la impunidad, han salido
hijos que estudiaron, que hicieron brillantes carreras, y demostraron a
sus padres que, después de todo, la vida tenía sentido. Al
igual que en obras anteriores, las costumbres, las comidas, los relatos y
los refranes son reflejados en esta obra que nos ilustra detalladamente
acerca de la vida cotidiana de una comunidad en la paz, y también en la
guerra. Eduardo
Bedrossian es Doctor en Medicina y Licenciado en Desarrollo Educativo. Ha
escrito anteriormente Pilato
(novela, 1968), Hayrig Detrás del silencio de un millón y medio de voces, (novela, 1991),
Hayrig II (ensayo, 1995), Memorias
para no olvidar (novela, 1998), Después
de Hora (Narrativa, 2000). A la seriedad con que se ha documentado, se
le suma un diestro manejo del idioma; ambos nos hacen admirar el talento
de este escritor, que tanto hace por difundir la historia de los suyos. Completan el volumen la bibliografía consultada, el apéndice –que incluye información sumamente actualizada- y el plano de época de la ciudad de Marash, preparado por el arquitecto Alejandro Bedrossian. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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