Manuel
Bandeira: una estética vital |
Manuel Bandeira fue una de las voces más originales de la moderna literatura brasileña, a la que aportó su visón escéptica y, al mismo tiempo, esperanzada. Nacido en 1886 en Recife, Pernambuco, desde muy joven se vio agobiado por la tisis, que en esos tiempos era sumamente peligrosa. Por esta razón –comenta María Julieta Drummond de Andrade- fue internado en el sanatorio de Clavadel, localidad suiza. No obstante su mal, vivió una larga vida, plena de acontecimientos en los que su inteligencia y su iniciativa desempeñaron un papel preponderante. Amigo de escritores de renombre, como Guimaraes Rosa, llevó una existencia activa, dedicada a la creación, la docencia en la Universidad de Brasil y la labor en la Academia de Letras de su país. Entre sus numerosas obras recordamos Libertinagem, A cinza das horas y 50 poemas escolhidos pelo autor, publicados –estos últimos- por el Ministerio de Educación y Cultura de Río de Janeiro en 1935. Afirma Rodolfo Alonso: “Decididamente volcado a percibir y transcribir
por pura fluidez, sin proponérselo- las vivencias y los modismos, la
sangre y el lenguaje de la vida brasileña, su poesía (como la de todo el
mejor modernismo) supo evadir los riesgos de un chauvinismo superficial
para hacer manar también lo que tenía en común con las vertientes más
valederas de la mejor poesía universal contemporánea”. La existencia no siempre es alegre; muchas veces puede connotar la idea de un encierro del que sólo nos liberará la muerte. Esto es lo que sucede con el cacto; en su soledad y contención recordaba a Laocoonte, evocaba el nordeste con su seco paisaje. Un día, un vendaval lo arranca de cuajo; es entonces cuando la planta, sin proponérselo, libera todas sus potencialidades. En ese momento -dice Bandeira- “era bello, áspero, intratable”. En otro de sus poemas –traducido, al igual que los mencionados, por
Rodolfo Alonso- propone a su amada vivir en el nordeste. El afán de vivir
plenamente encuentra una localización particular: el nordeste, con sus
matorrales y sus palmeras. Allí, como en su ciudad, también hace mucho
calor, pero hay brisa. El poeta ha simbolizado en esta brisa su concepción
del arte: hay dolor en todas partes, como hace calor en todas las
regiones, pero podemos encontrar algo que nos ayude a sobrellevarlos. Por
eso, dice a su mujer: “Vamos a vivir de brisa, Anarina”. La alusión
–creemos- es clara. Su nueva concepción estética, profundamente vitalista, será la del “poeta sórdido”, aquel que presenta en su poesía la marca sucia de la vida, vinculándonos a ella por medio del arte; en lugar de negar las circunstancias, propone una actitud de apertura, dispuesta a recibir cuanto pueden darnos de placentero. El poeta sórdido será entonces sencillamente el que enfoque la realidad con una imparcialidad absoluta; aquello que Bandeira llama “sórdido” no lo es, es simplemente lo que nos tocó en suerte. |
María
González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista
La voz del interior, Córdoba, 1987
Gentileza
de María González Rouco
Libros, trabajos, artículos periodísticos, cuentos y poemas
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