Inmigrantes
en novelas argentinas Lic. María González Rouco |
La
llegada de los inmigrantes a suelo argentino significó una transformación
de gran importancia. El porteño se encontró conviviendo con extranjeros
de diversas nacionalidades y esa realidad se vio reflejada en la
literatura. Las novelas sobre la inmigración son una constante en la
literatura argentina, y han sido objeto de serios estudios. En
La inmigración en la literatura
argentina (1880-1910) (1), Gladys Onega se propone “analizar el
reflejo del fenómeno inmigratorio en la literatura”. En la década del
80, “frente a la masa cosmopolita que poblaba Buenos Aires, Miguel Cané
reaccionaba aconsejando a los de su clase cerrar el círculo y velar las
armas. El curso de estas transformaciones y su incorporación a la
literatura son los que este libro registra, a través de la narrativa y el
ensayo positivista (de Cambaceres a Martel y de Ramos Mejía a Bunge), de
la reacción nacionalista del Centenario (Rojas, González y Lugones) y de
la perspectiva más comprensiva de hombres que, como Sánchez, Payró y
Fray Mocho, no sentían la amenaza extranjera de un hipotético legado
nacional”. Años
más tarde, se publica Aspectos del
inmigrante en la narrativa argentina (2), de Hemilce Cárrega, otra
estudiosa de esta temática, quien sostiene que nuestra literatura “tal
vez como pocas, abunda en páginas pobladas por figuras representativas de
inmigrantes. Así como estos incorporaron rasgos peculiares en nuestra
sociedad, del mismo modo lograron estampar –sin saberlo ellos mismos- un
sello distintivo en los temas, motivos, tipos y caracteres presentes en
obras de muchos escritores nuestros. Una singular realidad de la vida vernácula
pública tiene, de esta manera, su versión en las letras, con mayores o
menores logros estético-literarios, según los casos, pero casi siempre
con una proyección documental interesante” . En
este trabajo reúno muchas de las novelas en las que aparecen inmigrantes.
Algunas
obras, como Hacer la Amèrica,
de Pedro Orgambide, reflejan a la inmigración de varios países; en otras
novelas, en cambio, la evocación se restringe a una nacionalidad, aunque
se hace referencia a otras comunidades. Notas 1.
Onega, Gladys: La inmigraciòn en la literatura argentina (1880-1910).
Santa Fe, Universidad del Litoral, 1965. 2.
Cárrega, Hemilce: Aspectos
del inmigrante en la narrativa argentina. Buenos Aires, El Francotirador,
1997. Alemanes
Jorge
Isaac escribió Una ciudad junto al
rìo (1), novela en la que señala: “Los
alemanes –que también suelen arribar en grupos familiares- ofrecen un
marcado contraste con aquellos. Hablan lo indispensable y se mueven con
marcada compostura. Nunca cantan. Las diferencias físicas, se advierten
con más claridad en las mujeres y en los niños, rubios y de cutis rosado
éstos cuya belleza despierta siempre admiración”. El
viajero de Agartha (2), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio
Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. Transcribo
un resumen de su argumento: “En 1943, cuando el curso de la Segunda
Guerra Mundial se vuelve contra Alemania, Hitler ordena a un oficial de su
confianza emprender una importante misión secreta. Deberá iniciar un
viaje solitario a través de Asia Central con el objetivo de descubrir, en
algún lugar oculto de la India o del Tibet, la mítica Agartha, Ciudad de
los Poderes. Irá con la falsa identidad de un arqueólogo británico
ejecutado por la Gestapo. Esta aventura a través de la geografía exótica
se va transformando en un viaje hacia el universo esotérico de las
mitologías paganas, en las que el nazismo fundamentó su ‘Teología de
la violencia’. Retomando el tema de Los
demonios ocultos, esta gran novela de Abel Posse es, en definitiva,
una metáfora reveladora del fracaso de la ideología nazi” (26). En
la nota que abre el volumen, Posse se refiere a los nazis y a la forma en
que surgió esta novela: “Conocí algunos nazis refugiados en la
Argentina de mis años de estudiante. Desde entonces se instaló en mí la
pregunta: ¿Qué convicción oculta, inexplicable, llevó a estos hombres
a optar por la muerte, el sacrificio sangriento y la autodestrucción
individual y nacional? ¿Qué fuerza secreta los hizo saltar del
previsible surco de la burguesía alemana y de su encomiable cultura? Sin
duda un dios tan sediento de sangre como el dios de los mexicas tuvo que
haberlos impulsado. Este texto nació en torno de aquella pregunta. El
tema, todavía hoy, ha sido escamoteado con entusiasmo por los autores
alemanes, pero está ligado a la esencia del autoritarismo y de la locura
de este siglo que expira. Es por lo tanto un tema universal, un tema
profundamente americano” (3). En
Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial
escribe, acerca del alemán Frisch: “Todos vieron alejarse al hombre
alto y rubio que durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires había
tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el bandoneón. Ni le
mareaba el barco, ni deslucían su aspecto las infames acrobacias del
traslado a la costa. Había plantado cara a las autoridades de inmigración,
y eludido la barraca en que los más aceptaban asilo provisional. Llevaba
sus bienes –prendas escasas, libros, y aún su rara caja de música-
atados a una improvisada carretilla: dos varas de madera nudosa
clavadas a un travesaño, que iban a dar a los lados del eje de una única
rueda” (4). En
Secretos de familia (5),
Graciela Cabal describe al vecino alemán: “Don Oscar, que es el padre
de mi novio, es alto y colorado. ‘Porque es alemán’, dice mi mamá.
Pero éste no es maldito como los alemanes de Punta Mogotes y los que
hacen la guerra: es alemán nomás, y arregla los barcos que se rompen”. En
1999 se publica Hotel Edén (6),
novela en la que Luis Gusmán escribe: “En el frente del edificio, el águila
imperial había dominado el valle hasta que a comienzos del 45 Argentina
declaró la guerra a Alemania. Seguramente todo el pueblo asistió a la
demolición del águila, símbolo de un poder que se extinguía en el
mundo. Posiblemente también ese mismo día destruyeron la antena de onda
corta que estaba en la torre y permitía que se comunicaran
clandestinamente con Alemania. (...) Observó el hueco que el águila había
dejado y después localizó la fecha borrosa de la fundación del Edén.
De inmediato vino a su mente el nombre de los primeros propietarios sobre
los que caía, desde tiempos remotos, una leyenda negra”. Notas 1.
Isaac, Jorge: Una ciudad
junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986. 2.
Posse, Abel: El viajero de
Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989. 3.
S/F: en Posse, Abel: El
viajero de Agartha. Buenos Aires, Emecé, 1989. 4.
Vázquez Rial, Horacio: Frontera
sur. Barcelona, Ediciones B, 1998. 5.
Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 280
pp. 6.
Gusmán, Luis: Hotel Eden. Buenos Aires, Norma, 1999. Arabes En
Barrio Gris, de Joaquín Gómez
Bas, una genovesa se enamora de un árabe, abandonando a su marido
napolitano: “La susodicha desapareció de su casa, del barrio y sus
contornos, embaucada por el meloso palabrerío de un ambulante vendedor de
puntillas, un árabe enamoradizo que alborotó el corazón y la sangre de
la genovesa con su prestancia de caudillo picaflor” (1). En
1988, durante la Feria del Libro, el doctor Renè Baròn entregò
personalmente a Jorge Isaac el premio que lleva su nombre, distinguiendo a
Una ciudad junto al rìo (2)
como la mejor novela editada durante los años 1986 y 1987. El jurado que
lo otorgò -designado por la Sociedad
Argentina de Escritores- estuvo integrado por Luis Ricardo Furlàn,
Raùl Larra y Juan Josè Manauta. La
novela fue presentada en la Uniòn Arabe por el profesor Elio C. Leyes
-”escritor y presidente de la Universidad Popular, autor de Voz
telùrica de Gerchunoff, editado por el Ateneo Judeo Argentino ‘19
de abril’ de Rosario”, quien “señalò que el libro bien podìa
llamarse ‘Los gauchos àrabes’, en justo parangòn –según dijo-con
la celebrada obra de Gerchunoff, en la cual no debe haber escritor que
haya profundizado tanto como èl” (3). El
Gobierno de Entre Rìos la declarò, por iniciativa del Consejo General de
Educaciòn, de lectura complementaria en las escuelas superiores de la
provincia, a partir del sèptimo grado, recomendando su utilizaciòn en la
enseñanza. La
obra està dedicada “a los inmigrantes àrabes –sirios y libaneses- y,
por natural extensiòn, a españoles, italianos, alemanes, judìos,
suizos, rusos, polacos, yugoslavos, y de cuanto otro origen y procedencia
màs, que se lanzaron un dìa por los riesgosos caminos del mar a la
aventura de ‘hacer la Amèrica’ “.Partiendo de su propia etnia, la
mirada de Isaac se vuelve abarcadora, hasta incluir a hombres de diversa
procedencia, cuya gesta
evoca. Notas 1.
Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris.
Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963. 2.
Issac, Jorge E.: Una ciudad
junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986. 3.
S/F en: González Rouco, María: “Jorge Isaac, novelista de la inmigración
árabe”, en La Capital,
Rosario, 24 de julio de 1988. Armenios
Eduardo
Bedrossian es el autor de una trilogìa acerca de La Cuestiòn Armenia,
integrada por la novela Hayrig Detrás
del silencio de un millón y medio de voces (1) –distinguida con la
Faja Nacional de Honor 1993, por la Asociación de Escritores Argentinos-,
el ensayo Hayrig II y la novela Memorias
para no olvidar (2). En
esta última novela, un inmigrante relata: “-Estábamos
en el barco. Sí... a los pocos días comencé a sentirme mal. No eran
solamente los mareos. Sentía sobre mí una carga aplastante que iba
creciendo. Mis compañeros creían que se debía a la alimentación y
hasta me daban parte de sus escasas raciones. Yo no tenía apetito. Es
sorprendente comprobar cómo las desventuras nos quitan hasta las ganas de
comer y qué corta es la distancia entre el bienestar y las miserias. Yo
escapaba mientras los míos quizás estaban muertos o muriendo, en el
momento que más se necesita la compañía de los seres queridos. Pues,
allí no estaba yo. Los muertos eran mejores que yo. Me di muchas
respuestas que no sirvieron para aliviarme. Nacía en mí un sentimiento
de culpa, pero la peor de todas, la más difícil de soportar: la culpa de
sobrevivir a una tragedia familiar. Los otros polizones también
escapaban, pero ninguno con mis cargas”. En
2004, a ochenta y nueve años del genocidio armenio, el autor dedica Morir
en Marash (3), su nueva novela, prologada por el Embajador Leandro
Despouy, “A los armenios de Marash. Al millón y medio de niños,
mujeres y hombres masacrados en el primer genocidio del siglo XX. A sus
descendientes, a sus familias. A la Nación Argentina y a todos los países
que los acogieron con generosidad. A cada hombre y a cada mujer que lucha
honestamente para sobrevivir en un mundo envilecido por los poderosos de
turno”. Notas 1.
Bedrossian, Eduardo: Hayrig
Detrás del silencio de un millón y medio de voces.
Buenos Aires, 1991. 2.
Bedrossian,
Eduardo:
Memorias para no olvidar.
Buenos Aires, 1998. 3.
Bedrossian, Eduardo: Morir
en Marras. Buenos
Aires, 2004. 448 pp. Belgas
Eugenio
Juan Zappietro escribió De aquì
hasta el alba (1), novela en la que narra lo acontecido a colonos,
soldados e indios durante la Conquista del Desierto, en el año 1879. Dos
europeos son presentados como figuras antitèticas, encarnaciones del bien
y del mal. Se trata de un cirujano belga y de un comerciante flamenco, los
cuales, como dos caras de una misma moneda, muestran que la vida de un ser
humano responde a los principios morales que lo orientan, y no a las
circunstancias en que se encuentra. En una misma situaciòn, el belga se
muestra probo una vez màs, mientras que el flamenco vuelve a evidenciar
su egoìsmo criminal. Leroy
“había asistido a un Napoleón y a varios príncipes de Europa en su clínica
de París. Había asimilado las enseñanzas de la escuela de Viena y
seguido las doctrinas de Semmelweiss, como el más aplicado cirujano de su
época. Pensó en Crimea, operando al paso de las cargas de las brigadas
inglesas. Habían sido buenos tiempos. Tiempos dignos necesariamente de un
final de escena más brillante que morir a manos de un muchacho indio, en
un continente todavía virgen. Siguió costosamente el hilo de sus
recuerdos y las mujeres que había amado comenzaron a reír, mostrando sus
dientes delgados, que se clavaban en su piel, en tanto un vals de Viena
nacía en un costado de su herida, la piedad de unas, el ardor de otras,
todo aquello mezclado en su viaje al norte de sí mismo, buscando huir,
como el cazador de la nada”. Debió
dejar Francia, pues durante una operaciòn matò intencionalmente a un
ministro asesino: “Decidiò matar a Desquerres cuando extirpò las tres
cuartas partes de su hìgado. (...) Cuando Francia descubriò el crimen,
Hubert Leroy estaba ya en Amèrica”. De Buenos Aires, donde se habìa
establecido, debe huir tambièn, ya que se ha conocido su pasado y eso
sirve para la extorsiòn. La opciòn era partir o morir, y èl escoge
marchar hacia el sur: “Bajo una lluvia incoherente, Leroy divisò el
carruaje, con un auriga inmòvil, al modo de una estatua. Tambièn
presintiò un arma en la pretina del pantalòn de su visitante. La situaciòn
no le encolerizò; lo poseyò una desagradable sensaciòn de frialdad,
como si estuviese presenciando la decapitaciòn de un extraño”. Gabriel
Báñez se refiere en Virgen (2),
novela finalista del Concurso Editorial Planeta 1997,.a
la inmigración de un belga y su hija, quienes llegan “a un país de
tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos
por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero
nunca de nacionalidad”. “La
Ensenada mìtica de los años cuarenta es el escenario de la historia de
amor entre un cura y una chica belga, judìa y milagrosa. Novela de la
Anunciaciòn y el Descenso y poderosa convergencia de fuerzas narrativas,
Virgen revela en un presente audaz –la escritura de las cartas que
intercambian el protagonista y su amada- una memoria negada que nos
avasalla y nos conmueve, vaticina el fin de los tiempos y devela el
estigma polìtico de un secreto y su traiciòn: el del hijo del mariscal
Tito de Yugoslavia y de Evita Broz.
Virgen, que es también ‘la parte más rota y verdadera del
lenguaje’, nos convierte en lectores plenos del tiempo tatuado sobre la
letra. Gabriel Báñez, el autor de El
curandero del cuarto oscuro, celebra en Virgen
secretas nupcias entre lo real y lo imaginario y, haciendo gala de enorme
poder evocativo y de una prosa a la vez precisa y mágica, produce una
novela maravillosa” (3). Notas 1.
Zappietro,
Eugenio Juan: De aquì hasta el alba.
Barcelona, Planeta, 1971. 2.
Bañez,
Gabriel:
Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998. 3.
S/F:
Bañez, Gabriel:
Virgen. Buenos Aires, Sudamericana, 1998. Bielorrusos
Manuela
Fingueret es la autora de Hija del
silencio (1), obra en la que la hija de una sobreviviente del
Holocausto recuerda, durante su prisión en la ESMA, el padecimiento de su
madre y de otros prisioneros en Terezín y Auschwitz, la llegada a la
Argentina de la madre y su vida en la nueva tierra. A
la madre y los abuelos de la joven argentina les advertían el peligro, en
Minsk, en 1941: “a Tínkele le asombra comprobar que gran parte de esos
jóvenes vestidos a la usanza gentil son los primeros en hablar de las
desgracias que sobrevendrán a los judíos si no huyen a tiempo hacia
Palestina o América. Los religiosos oran y esperan pasivos el destino que
Dios les depara. Esto la subleva porque sus padres oscilan entre ambos y
ella, naturalmente opuesta a la generalidad, intuye que los que están en
contacto con el mundo exterior pueden analizar mejor el futuro. Los padres
de Leie también creen que hay que emigrar, pero no les es fácil
movilizarse con una familia tan grande y sin dinero”. Notas 1.
Fingueret, Manuela: Hija
del silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. Checoslovacos
Complot,
de Perla Suez, es la historia de “Bruno Edels y ‘el inglés’ a
comienzos de siglo en la provincia de Entre Ríos. Edels es un judío que
escapó de Praga luego de que asesinaran a sus padres, y que –con el
tiempo y a fuerza de muchas privaciones- logró convertirse en un
hacendado poderoso, y casarse con una mujer más joven. Hacia los años
treinta, Edels comienza a recibir ofrecimientos de negocios oscuros por
parte del inglés, un personaje sin escrúpulos vinculado al trazado de
ferrocarriles, al contrabando de jóvenes norteñas con destino a los
burdeles de Buenos Aires y a la exportación de carnes en el marco del
pacto Roca-Runciman. El inglés se convierte además en amante de Elsa.
Pero es Mora, la hija del capataz de la hacienda, quién contará esta
historia” (1). Notas 1.
Suez, Perla: Complot, en Trilogía de Entre Ríos. Buenos
Aires, Editorial Norma, 2006. (Colección La otra orilla). S/F: “Complot, de Perla Suez”, en www.perlasuez.com.ar. |
Egipcios
En
su novela Un noviazgo, Bernardo
Verbitsky se refiere a la ocupación de un egipcio. El protagonista
“conoció asimismo a don Alí. Era un individuo de unos 40 años, de
cara oscura, nariz aguileña, con mejor humor de lo que dejaba suponer
cierta expresión torva de su cara. Sabía reír con ganas. Decían que
era egipcio, aunque las mujeres lo designaban entre sí como ‘el
Turco’. Venía de otro cabaret y se había propuesto traer con él a las
mujeres más lindas, y las fue hablando una a una, para lo cual le servía
su perfecto dominio de varios idiomas. Alternaba el inglés y un francés
al parecer correctos con un castellano aporteñado de indudable
naturalidad. ‘Vas a estar mejor que allá –decía persuasivamente-.
Dejáte de embromar, dáte una vuelta por acá. Veníte bien bañada, eso
sí. Y a portarse bien, que el nuevo empleo lo vale. Hay que andar
derechas, que si no les corto una teta’. ‘Don Alí es el mejor gerente
que hemos tenido’, decían todas convencidas” (1). Notas 1.
Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo.
Buenos Aires, Planeta, 1994. Escoceses
En
Fuegia, Eduardo Belgrano Rawson evoca el oficio de los escoceses en
Tierra del Fuego: “Cuando les resultó evidente que habían echado mano
a los mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla resolvieron
cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos. Para entonces ya nadie
soñaba con transformar a los lugareños en sus pastores perfectos. En
realidad, a los parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían
treinta kilómetros de un tirón, podían dormir al sereno en invierno y
resistían sin probar bocado como el más bruto de los galeses. Pero nada
aborrecían más en el mundo que el trabajo de ovejeros, de modo que los
criadores olvidaron por fin el asunto y junto con los padrillos importaron
pastores de Escocia, quienes trajeron hasta los perros” (1). Notas 1.
Belgrano
Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. Españoles
Andaluces
En
El juguete rabioso, de Roberto
Arlt, relata el protagonista: “Cuando tenía catorce años me inició en
los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero
andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de
fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle
Rivadavia entre Sud América y Bolivia” (1). Eugenio
Juan Zappietro narra, en De aquì
hasta el alba (2), la historia de un irlandés que llegó al desierto
en 1866, y el socio granadino que lo traicionó. La posta en la que vivían
los Bary había sido construida por O’Flaherty, quien “juraba que
Argentina era el país del futuro. No se equivocó por mucho en cuanto a
la tierra; se equivocó de hombres, pero una lanza araucana había
terminado con él para evitarle la amargura de comprobarlo”. Belén
Gache es la autora de Lunas eléctricas
para las noches sin luna (3). En esa obra, relata la protagonista:
“En 1890 mis abuelos llegaron a ese puerto, provenientes también de
Sevilla. Junto con ellos traían a sus dos jóvenes hijas, que se habían
pasado todo el viaje encerradas en sus camarotes vomitando. Venían a
Buenos Aires porque mi abuelo, que trabajaba en el Banco de España, había
sido transferido a esta sucursal del fin del mundo”. A
través de sus ojos, asombrados e intensos, vemos la Buenos Aires que se
prepara para los festejos del Centenario. Una Buenos Aires cosmopolita,
que evidencia un marcado rechazo hacia los extranjeros, quienes son vistos
como una fuerza nociva que es necesario devolver a su tierra de origen. La
visita de la Infanta exacerbará los sentimientos patrióticos de los
hispanos afincados en la Argentina, y los sentimientos xenófobos de
quienes se agrupan en la misteriosa Brigada del Nandú”. “Editorial
Losada publicó Mientras la luz se
va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de Elena, una
joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a principios del
siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido esposo. Pero es
también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el interminable
viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la herida de
haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con su única
hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre pero
sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en el
sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta adorada
de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina, repite
el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta novela
admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado de
mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o la
religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de conocimiento,
de libertad, de belleza y de justicia” (4). Notas 1.
Arlt, Roberto: El juguete rabioso.
Buenos Aires, CEAL, 1981. Prólogo de Jorge Lafforgue. Pág. 5. (Capítulo). 2.
Zappietro, Eugenio Juan: De aquì
hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971. 3.
Gache, Belén: Lunas eléctricas
para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 4.
S/F: “Novela
de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces,
www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. 216 pp. Aragoneses
Manuel
Gálvez presenta, en Nacha Regules,
a un aragonés encargado de un conventillo: “El encargado era un aragonés
testarudo, insolente y entrometido. Su pequeña cabeza desgonzábase sobre
un cogote interminable. El tronco, angosto en los hombros, ensanchábase
hasta las caderas, cuya anchura contrastaba ridículamente con la longitud
de las flacas piernas, movedizas y simiescas. La expresión adusta del
semblante y la nariz de perro, caricaturizábanle aún más. Reía
explosivamente, empalmando la agonía de una carcajada con el brusco
estallido de otra, lleno de gesticulaciones, agitándose íntegro, dando
al cuerpo la línea oblícua y caídos los brazos que temblequeaban
chocando contra los flancos y subían y bajaban sin ritmo, como émbolos
descompuestos. Gustaba hacerse el gracioso, hablando a lo andaluz” (1). Notas 1.
Gálvez,
Manuel: Nacha Regules. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo.
Buenos Aires, CEAL, 1970. Asturianos
En
Hermana y sombra, de Bernardo
Verbitsky, aparece una sirvienta asturiana. Narra el protagonista, un niño
hijo de rusos: “Otra clase de confidencias inició una tarde, al
referirse al reciente casamiento de Rosario quien seguía sirviendo allí
y compartía ahora con su marido la misma habitación que antes ocupaba
sola, pegada a la de él, que aplicaba el oído a la puerta que las
separaba. Creyó al principio que se divertiría con lo que imaginó sólo
podían ser cómicas parodiasde amor, pero lo que oía no lo hizo reír
precisamente sino que lo indujo a inevitables y manuales desahogos,
terminando por sentir miedo a la propia actuación de excitado testigo
invisible, que lo perturbaba intensamente, y aún más allá de su papel
de escucha pues ahora, le confesó, miraba con otros ojos las piernas
blancas como la leche de la asturiana” (1). En
Las libres del Sur, de María
Rosa Lojo, dice Victoria Ocampo, refiréndose a Fani, la empleada nacida
en Oviedo: “me trata como a una menor de edad. Pero como su tiranía es
útil, protesto un poco y la dejo hacer su voluntad. Igual que los pueblos
cómodos, como el nuestro” (2). Notas 1.
Verbitsky,
Bernardo: Hermana y Sombra.
Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977. 2.
Lojo,
María Rosa: Las libres del Sur Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Castellanos Rubén
Benítez escribió una novela sobre la inmigración española, además de
una biografía y algunos cuentos. En esa novela, La
pradera de los asfódelos (1), plantea la pregunta acerca de lo
trascendente: ¿Cuàl es la pradera de los asfòdelos? ¿Dònde podemos
encontrarla? Algo debe permanecer en este agitado mundo, en medio de tanto
caos. Quizàs lo trascendente sea la memoria y la misma sangre que,
evolucionada o involucionada, aparece de generaciòn en generaciòn, en
una aldeana española y en un universitario patagònico. La sangre es, en
definitiva, lo que une a seres que ya no tienen nada en comùn, pues el
progreso mal entendido los ha distanciado. Afirmó
el escritor bahiense: “Lo sentì como una necesidad. Tal vez por haber
pertenecido a un nùcleo de inmigrantes que desde la infancia me
transfirieron sus vivencias y sus nostalgias por la tierra lejana. El
tiempo, la muerte de casi todos ellos, incorporò a ese sentimiento
la idea de caducidad que convierte a cada ser humano en un
emigrante de la vida, de este escenario que tambièn ama. Creo que ambas
perspectivas se mezclan y fluyen como temas paralelos” (2). En
la obra, una madre exclama: “No, hermano. Prefiero que lo manden a
Marruecos antes de que escape a la Patagonia. De Marruecos regresan todos,
de la Patagonia no vuelve ninguno”. El
viajero de Agartha (3), de Abel Posse, fue distinguida con el Premio
Internacional de Novela Novedades y Diana 1988-1989 en México. El
protagonista de la novela es Walther Werner, graduado en lenguas
orientales y arqueología, teniente coronel de las fuerzas especiales
nazis, quien se define como “el mensaje de salvación arrojado al mar
enfurecido”. “Soy un SS –afirma-: mi primer mandato es matar o morir
matando esa sucia rémora hija de una cultura pestilente y sentimental: la
nostalgia, la roñosa humanidad y su engendro bastardo, el mentado
‘humanismo’ “. Es justamente esa postura ante la vida la que hace
que se desvincule del hijo que tuvo con una española, que apareció
muerta en Burgos “cuando entraron las fuerzas vencedoras de Franco”.
Recuerda el momento en el que, en Madrid, cortó el débil lazo que lo unía
al niño; entonces aparecen las referencias a la Argentina, país en el
que se cría el pequeño, lejos de su padre. En
Las libres del Sur, Una novela sobre
Victoria Ocampo (4), de María Rosa Lojo,. aparece un castellano. Uno
de los personajes ”no supo decirles nada nuevo, salvo pedirles que
esperasen al patrón, un gallego de Logroño que conocía probablemente a
todos los españoles de la zona”. Notas 1.
Benítez,
Rubén: La
pradera de los asfódelos.
Bahía
Blanca, Siringa, 1989. 2.
González
Rouco, María: “Rubén Benítez: el regreso a la entrañable tierra”,
en El Tiempo, Azul, 10 de
septiembre de 1989. 3.
Posse,
Abel: El viajero de Agartha.
Buenos Aires, Emecé, 1989. 4.
Lojo,
María Rosa: Las libres del Sur, Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. Catalanes En
la adolescencia, el protagonista de La gran aldea (1), de Lucio V. López, acude a la escuela de dos
maestros.
Uno de estos maestros era inmigrante: “Don Josef era oriundo de Cataluña
y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich, de haber
salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de
haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de
haber conocido a la reina de España, doña Cristina, de haberla visto
comer una olla podrida en un día de toros. Hacía sacrificio de
confesarse descendiente de don Gonzalo de Córdoba, pero no se prestaba a
pregonar mucho el parentesco, y lo repudiaba con majestad, porque no quería
que nadie sospechase que él aprobaba las rendiciones de cuentas de su
poco escrupuloso antepasado. Vivía crónicamente colérico, sin que esto
importe decir que no supiera interrumpir sus accesos para hablar con
fruición, de los tesoros de Potosí y de fortunas colosales como las de
los cuentos de hadas, porque el buen viejo tenía altamente desarrollada
la nota de la codicia”. María
Angélica Scotti evoca,
en Diario de ilusiones y naufragios
(2), la vida de una inmigrante española, desde que, en la infancia, deja
España con su madre; a ellas se unirá un italiano que la mujer conoce a
bordo. “El primer recuerdo que me aparece es el viaje”, dice la
protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6. “En
verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis propios ojos
–continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también porque hice
la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé oculta bajo las
faldas de mamita”, porque “apenas zarpamos de Barcelona, mamita notó
que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de manchuelas coloradas.
Ella ya había oído decir que a los enfermos los obligaban a bajar en el
primer puerto, y por eso resolvió esconderme” . En
Lunas eléctricas para las noches
sin luna, de Belén Gache (3), la protagonista se refiere a un
canillita de ese origen: “A unos metros, un grupo de muchachos se reúne
alrededor de una caja de zapatos. Son los canillitas. Llevan medias largas
y pantalones cortos y sus cabezas se encuentran cubiertas con boinas.
Cargando pesadas pilas de diarios, se encaraman a los tranvías en
movimiento de forma tan descuidada que, más de una vez, han provocado
accidentes. Ya varias veces he visto cómo los agentes de policía les
llaman la atención. Entre los muchachos, reconozco a Gregorio, un chico
de origen catalán, amigo de Mirko”. El
padre de Gregorio, imprentero, es anarquista: “Hoy por la tarde por fin
me decidí y fui a buscar el reloj de papá a la relojería. Estaba por
llegar al local de Copelius cuando vi que de ahí salía un policía.
Pocos segundos después, salían dos agentes más llevando a la rastra a
don Antonio, el padre de Gregorio, ataviado con su mameluco gris manchado
de tinta”. En
El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio “salió a
buscar a Julián Soto, el hombre que le había indicado el Catalán. Si,
tal como prometió, el Catalán había enviado un telegrama, los compañeros
tenían que estar aguardándolos” (4). Notas 1.
López,
Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 2.
Scotti
, María Angélica: Diario de
ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996. 3.
Gache, Belén: Lunas eléctricas
para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 4.
Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi
Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas).
Pág. 265. Gallegos En
la novela En la sangre (1), de
Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre “se detuvieron frente a
la Universidad en cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves
colgado de la cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de nariz
y cuadrado de cabeza”. En
La gran aldea, Lucio V. López
presenta gallegos trabajando junto a los criollos: “daban las cuatro y,
no bien había entrado el gallego cotidiano con las viandas, don Narciso
se engolfaba en los antros profundos de la trastienda”. Lucio V. López
menciona otro gallego relacionado con la tienda: “Caparrosa, el cadete
de Bringas, un galleguito ladino y vivaracho” (2). Escribe
Manuel Gálvez, en Nacha Regules:
“Monsalvat imaginó que sus palabras engendrarían entusiasmo y
agradecimiento. Pero no fue así. Unos torcieron el rostro, otros
cuchichearon. Una vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó
contra el abuso de querer echarles de la casa para después subir los
alquileres”. El gallego decía que “Si ellos se encontraban bien, ¿por
qué obligarles a aceptar lo que no pedían? ¿Qué vivían como los
cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que decía el
patrón: la higiene y el aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres
estaban tan conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita la falta
que les hacía. Además, si la vida de los pobres era dura, no correspondía
a los ricos pretender mejorarla. Y que no les dijeran que sus
ofrecimientos eran desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían
demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían por un lado, era
para reventarlos por otro. Podía, pues, el patrón marcharse con sus
rebajas de alquiler y la reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja,
no. ¡Ellos no se moverían de allí!” (3). En
un conventillo reúne a sus discípulos José Luna, personaje de Megafón,
novela de Leopoldo Marechal: “En la sala única del púgil se juntaban
sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje
pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en
adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que
mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos
eran Juan Souto, llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y
Antenor Funes, conocido por ‘el salteño’ “ (4). En
Hacer la
América (5), Pedro Orgambide evoca, entre
otros inmigrantes, a una familia gallega. Manuel
Londeiro junta trabajosamente el dinero para traer de Galicia a su
familia. En la fonda “pide pan y tocino. Después, una sopa con carne,
porotos y papas. Se promete ir al almacén de su primo, y firmar una
letra, un documento, lo que sea a cambio del dinero para los pasajes. Si
comes tanto no podrás ahorrar, dice su primo, si sólo piensas en comer,
si El pan de Manuel Londeiro no llega a la boca. Lo coloca en un pañuelo
y lo anuda. Ya tiene su cena”. Al
fin, reúne el dinero que posibilita tan ansiado encuentro. Su mujer,
Carmen, viajando con los hijos, piensa: “Es como si nunca hubiera tenido
una casa, Manuel. Como si nunca más pudiera pisar la tierra firme y Dios
nos condenara a vagar por el mundo en este barco. No pienses que estoy
loca, Manuel. A otras mujeres que viajan aquí les ocurre lo mismo. Extrañan
el olor de sus cocinas y el calor de sus camas. Una vieja me contó que
todas las noches soñaba con su corral y sus puercos; otra, con un jardín
de Andalucía. En América ¿tú sueñas con la casa, Manuel? Los hombres
se ríen de esos sueños, son cosas de hembras, dicen, haremos otras casas
allí, sembraremos el trigo, cuidaremos las viñas, vamos a trabajar en
los aserraderos, en los muelles... Es que los hombres son más parecidos
al mar, les gusta andar de un lado a otro. Algunos, sin embargo, se asoman
al océano como si trataran de ver o que dejaron. Una les ve las caras de
viudos de la tierra, caras de hombres como tú, Manuel, trabajadas por el
sol y el granizo, por los días de labranza ¿no se extraña la tierra,
Manuel? ¿el olor de la tierra?”. María
Rosa Lojo define a su novela, Canción perdida en Buenos Aires al oeste, como “la historia de
una familia narrada a través de siete personajes, de siete voces: la voz
central es la de Irene, que en sus treinta años rescata ese nudo de vidas
que conforma sus propios orígenes, como quien canta una canción. Una
canción perdida porque es la de la infancia y la adolescencia, la de la
vida tramada por el amor, la dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte,
los extravíos y las recuperaciones que constituyen el tiempo irrestañable
e incorruptible, como el agua fluyente, que la palabra, por un momento,
crea la ilusión de retener” (6). Después
de muchos años de exiliados, los padres de Irene sufrían el mismo
desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. En su hogar
del oeste,
“era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de
mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del
domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente,
como para sí: ‘Donde yo me he criado...’ Y ya no escuchábamos; lo
demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido,
desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que
papá se permitía decir” (7). Horacio
Vázquez-Rial es el autor de Frontera
Sur, novela en la que cuenta
la historia de un gallego y su hijo (8). En abril de 1998, anuncia
una noticia de la agencia Télam: “La novela de Horacio Vázquez Rial,
‘Frontera sur’, finalmente fue elegida –después de cantidad de
lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar vida a una
historia de inmigrantes. ‘La filmación se hará enteramente en la
Argentina; hay muchas locaciones en Luján, donde el 27 de este mes
empieza el rodaje, que durará ocho semanas’, confirmó el autor de
‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los actores contratados
figuran Federico Luppi, el alemán Peter Lomaier (conocido por su trabajo
en ‘El enigma de Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en
los papeles principales. ‘Pero habrá varias sorpresas más’, dice el
escritor, que prefiere no hacer adelantos. También dice que el guión de
‘Frontera...’ le pertenece: ‘Es una experiencia muy enriquecedora e
intensa. Y es curioso, porque el director tiene un respeto por la novela
mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada tres líneas, pero el
resultado me gusta. Y, aunque no participo en el proceso (de producción,
filmación, montaje, etc.), no iría nunca en plan Javier Marías quejándome
porque me cambiaron la novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y
vuelta. Yo despojé la novela. Gerardo la devolvió. Después hicimos un
trabajo de poda. En fin, agregamos cosas por indicación de los actores.
El cine, en ese sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un
trabajo en común’, dijo el escritor” (9). Graciela
Cabal, en
Secretos de familia (10),
recuerda su aprendizaje de muñeira: “A mi amiga Rodríguez tampoco la
dejan estudiar baile, pero ella igual sabe bailar la muñeira, porque la
muñeira se la enseñó la madre. (La madre de Rodríguez es de un lugar
donde todos saben bailar la muñeira desde que nacen, sin que nadie se la
enseñe). Me da mucha vergüenza, pero igual voy y le digo a la mamá de
Rodríguez si por favor, por favor, me enseña a mí a bailar la muñeira.
La mamá de Rodríguez dice que ella con mucho gusto me enseñaría, pero
hace tanto tiempo que no baila... ’Sea buena, mamita’, le dice Rodríguez
a la madre, y la arrastra al patio. Y entonces la madre empieza a cantar
bajito mmmmm mmmmm
mmmmm y a dar unos pasos. Y después se ve que se anima porque se
pone a cantar fuerte y se mueve rápido y hasta se saca las chancletas y
el delantal, y sigue, sigue, sigue. Y justo llega el papá del trabajo y
primero se asusta y pregunta qué es lo que está pasando en esa casa, y
después se ríe y se pone a bailar enfrente de la madre. Y yo ya no
aguanto y le digo a Rodríguez si quiere bailar, porque algo aprendí, de
mirar. Y todos bailamos, cantamos y nos reímos, hasta la mamá de Rodríguez,
que nunca se ríe. A la mamá de Rodríguez, cuando baila la muñeira ni
se le notan los bigotes”. En
Agua de nadie –novela
distinguida con el Premio “Dr. Alfredo A. Roggiano” de la
Municipalidad de Chivilcoy, 1993-, Mabel Pagano evoca a dos sastres
gallegos: “Porque era muy chico y recién se iniciaba en el oficio junto
a los gallegos López y García, propietarios de un gran taller, no tuvo
ocasión de conocer a don Hipólito, aunque quizás Yrigoyen no hubiera
gastado en un traje lo que él llegó a cobrar, decían que era tan raro
el Peludo... (...) La tarde anterior, los gallegos habían insistido
en su intento de llevarlo a Mar del Plata para la inauguración de
la tan soñada sucursal y nuevamente él rechazó la invitación, hablando
de compromisos impostergables, aunque sin aclarar sobre la naturaleza de
los mismos y tratando de que no se ofendieran, ya que era forzoso que lo
reconociera, él les debía mucho a los dos. Esa noche, cuando estaba a
punto de retirarse del taller, los patrones lo invitaron a comer en un
restaurante de Sarandí, donde había ido varias veces acompañándolos.
Quiso negarse diciendo que estaba muy cansado de la tarea de toda la
semana, cosa que era rigurosamente cierta, pero López insistió, vamos
hombre, nos comemos la paella y regresamos temprano, al mismo tiempo que
García lo palmeaba empujándolo hacia la puerta” (11). En
Latas de cerveza en el Río de la
Plata –novela de Jorge Stamadianos distinguida con el Premio Emecé
1994/95- aparece un padre gallego que oculta a su hijo, desertor en la
Guerra de las Malvinas. Relata el protagonista: “Aunque no podía verle
la cara al gallego porque me había quedado esperando en la planta baja, oía
su voz retumbando a través de la escalera y me imaginaba la vena saltándole
en la frente como una lombriz que no quiere subirse al anzuelo” (12). En
Virgen (13), novela de Gabriel Báñez
que resultó finalista en el premio Planeta, aparece un titiritero
gallego: “Sara lo había encontrado deambulando medio muerto de hambre a
los costados de la aduana, sin documentación y con unas pocas pesetas en
el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta días desde
su Pontevedra natal hasta Santos, donde desembarcó. En Brasil se había
dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de coco, pero por muy
poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo la fulminante certeza de que
su arte jamás se adaptaría al portugués. No por él, sino por sus títeres,
que extrañaban horrores el castellano y no se adaptaban a ese idioma
pegajoso y transpirado. Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable,
aunque en su juventud se había dedicado al deporte de los guantes sin
mayor fortuna, (...) Durante las representaciones se hacía llamar Maese Pérez,
y se valía de su arte para desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión
republicana con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores
obras las escribía él, y resultaban de una belleza conmovedora, lo mismo
que sus muñecos, enormes y con ojos siempre idénticos: de foca o de
mujer intensa y húmeda, tristísmos, los más hermosos del mundo”. Guillermo
Saccomanno
es el autor de El buen dolor
–novela distinguida con el Premio Nacional de Literatura en 2002-, obra
en la que escribe sobre su abuela gallega, la que le contaba cuentos de su
tierra: “Aunque
la abuela era madrugadora y de acostarse temprano, sufría de insomnio.
Por la noche ella y vos, acostados en su pieza, en la oscuridad,
escuchaban Radio Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra
predilecta de la abuela era La
Malquerida, interpretada por Lola Membrives. Ay,
esa madre, se desgarraba la Membrives en la oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas terminaba la obra, la abuela apagaba
la radio. Y como no podía dormir, te contaba un cuento” (14). En
La fuga, distinguida con el
Premio Emecé 1998/99, Eduardo Mignogna presenta a Adela y Angel Villalba,
una pareja de carboneros que tiene un sobrino en Mendoza: “En la esquina
de Coronel Díaz y la avenida Las Heras había un bar y al lado un corralón
y después una ferretería. El barrio se llamaba, o le decían, Tierra del
Fuego, y en el sitio donde estaba la ferretería había en 1928 una casa
de venta de carbón y leña atendida por un matrimonio mayor de españoles
petisitos y reservados, oriundos del pueblo gallego de Betanzos. El
comercio era angosto y con piso de tierra, y en el aire flotaba
eternamente un polvillo oscuro que emanaba de las bolsas de arpillera”
(15). La
fuga fue una coproducción de Argentina-España, estrenada en el año
2000, “dirigida por Eduardo Mignogna, con Ricardo Darín, Miguel Angel
Solá, Gerardo Romano, Patricio Contreras, Inés Estévez, Facundo Arana,
Arturo Maly, Norma Aleandro”. A
criterio de Juan Sasiain, “Es un lujo para el cine argentino contar con
un narrador de historias cargadas de emoción, poesía y delicadeza de la
talla de Mignogna. Su novela ganó el premio Emecé y su película ganará
sonrisas y lágrimas de los deseosos espectadores. La historia original
toma rasgos de sucesos verídicos acontecidos en nuestro país. ¿Puede
ser verdad todo esto? El autor, identificado con el buen versero que está
ávido de contar camelos, confiesa la verdad de todo gran mentiroso:
"No todo lo que les he contado es falso. Palabra de estafador."
Palabra de artista” (16). Ochoa,
uno de los personajes de Hotel Edén,
de Luis Gusmán, “recuerda entonces la iglesia de San Nicolás de Bari.
La historia de su familia materna está escrita en esa iglesia. Su
abuelos, inmigrantes, primos hermanos casados con primos hermanos,
provienen de Galicia. Ochoa dispone de poca información, y por lo tanto
ignora por qué terminaron viviendo en la calle Carlos Pellegrini. Su
abuelo administraba una casa, que nunca quedó claro si era de
inquilinato, a la que llamaba ‘las oficinas’ “ (17). Jorge
Torres Zavaleta, en La noche que me
quieras, presenta un vasco y un gallego. Este último es evocado como
un trabajador, en su clásica ocupación de dueño de bar, desconfiado
ante los pedidos de sus clientes sin dinero: “era como si todos nosotros
fuéramos miembros de una barra y los mayores solamente aquellos a los que
teníamos que engañar. Como el gallego que nos dará un whisky o un café
a cuenta, mirándonos de reojo por debajo de las cejas pobladas mientras
se ocupa de asuntos serios” (18). En
La logia del umbral, Ricardo
Feierstein recuerda a algunos de los gallegos que vivían en Villa
Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Cruzando la avenida Mosconi
estaba la farmacia (...) Luego el negocio de medias del gallego Alvarez,
cuya hija sería directora de televisión; (...) Después del bar, ya en
esta vereda, venía mi casa y, siguiendo el recorrido, el almacenero González
(gallego de ley), (...) Por las mañanas, en la escuela pública donde
todos concurríamos, conviví (...) con el galleguito Pérez” (19). La
casa de Myra (20), de Aurora Alonso de Rocha, fue distinguida en 2001
con el Segundo Premio para Autores Inéditos, en el “Concurso organizado
por la Fundación El Libro, en el marco de la 27ª Exposición Feria
Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al Lector’ ”. En
esa obra, protagonizada por una gallega tomada cautiva por los indígenas,
narra un personaje: “En unos meses se le puso la piel del color del
cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo de los ojos
y como no los tiene oscuros como las otras se ven como gemas
transparentes. En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y tiene
el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e intemperie. Igual que
las chinas va mexclada de cristiana y de india: le cuelgan unas ajorcas
pesadas, se ata las clinas con seda trenzada y las botas son las de media
caña, de pata de potro pero finísima, muy retobada (¡Que las quisiera
para mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un vestidito
de percal que ha de ser el que traía cuando la encontré en el puerto,
según recuerdo, así que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y
joyas como una princesa”. En
Los gallegos, una novela inédita,
Gloria Pampillo evoca la inmigración de sus mayores. El abuelo de Gloria
Pampillo era comerciante, y había elegido el mismo nombre para todos sus
negocios: “Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno de
los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un
toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su escudo de comerciante, como
tantos otros dibujaron una espiga en el almacén o en la panadería: La
flor de Galicia”. Gloria
Pampillo recuerda la voluntad de unión de los emigrantes gallegos: “Lo
que van a hacer ahora es lo mismo que hizo mi abuelo cuando llegó a la
Argentina en 1870. Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías
formen un ejército o una Sociedad de Socorros Mutuos, poco importa. Lo
que tienen en común es que lejos de la tierra, ‘da mía terra’, como
dijo una mujer en el seminario con un dolor que me volvió de barro el
corazón, van a buscarse entre ellos”. Guadalupe
Henestrosa ganó en 2002 el V Premio Clarín de novela, con Las
ingratas (21), novela en la que evoca la inmigración de cinco
hermanas españolas y la hija de una de ellas.
Seis gallegas, recién bajadas del barco, llegan a una pensión en la que
la mayor se empleará como cocinera. Allí las asalta la nostalgia: “Esa
noche entre esas paredes húmedas, escuchando las palabrotas que venían
desde el patio, las chicas extrañaron la casa de piedra en las montañas.
Por primera vez desde aquella madrugada cuando dejaron a su padre,
Vicente, solito junto al fogón, se sintieron lejos de todo, perdidas, a
merced de unas gentes desconocidas, con quién sabe qué costumbres. ¿Cómo
encontrar el alma en una tierra donde todas las cosas tenían otro
olor?”. Entrevistada
por Raquel Garzón, afirmó: “Desde hacía años venía pensando en el
tema del desarraigo. Me interesaba especialmente el caso de las mujeres jóvenes,
el testimonio personal, los sentimientos que se tejen en un apuesta vital
tan fuerte. En parte se vincula con la experiencia de mis propias abuelas,
ambas inmigrantes españolas. Una de ellas, Carmen Oliveros, cuyo nombre
usé como seudónimo para el Premio, llegó a los 19 años, sola, en el año
20. Hoy suena sencillo pero en esa época cruzar el mar implicaba casi
irse a otro planeta, no volver a ver a la familia, vivir a una carta por año,
en un contexto de gente prácticamente analfabeta. Y tener que cargar además
con la gran pregunta: irse para qué. Al sentarme a escribir, todo eso
estaba sobre la mesa. (...) María Cruz, mi otra abuela, llegó a la
Argentina con sus hermanas. Ese recuerdo fue el puntapié inicial.”
(22). En
Los jardines del Carmelo,
escribe Ana María Guerra: “El campo se subdividió; la casa y unas
parcelas quedaron en manos de los Ruiz, tres hermanos venidos de Galicia,
que aconsejados por Marga, establecieron un burdel. Las dificultades de
los primeros tiempos fueron incontables; los carros se empantanaban, los
jinetes entraban con barro hasta en las fajas, y apenas caían unas gotas
la gente se acobardaba, quedando el prostíbulo vacío. Finalmente, los
Ruiz decidieron deshacerse de él” (23). En
Amor migrante (24), Stella Maris
Latorre cuenta la historia de una gallega de dieciséis años que ve
partir a su amado hacia América, adonde dirige sus pasos agobiado por la
miseria y la guerra. Ella, sin decírselo, da a luz un hijo del emigrante,
al que crían en Galicia como si fuera un hermano de la adolescente. Pasan
muchos años. Cada uno de los integrantes de esa pareja rehace su vida,
pero ninguno puede volver a sentir el amor que sintiera tiempo atrás.
Luego de la muerte de su mujer y su hija, el indiano vuelve a la aldea a
buscar a su prometida de la juventud. Allí, se da cuenta de que tiene un
hijo, que ignora su verdadera identidad. Los sucesos que se desencadenan a
partir de ese momento, hacen que el indiano vuelva a Buenos Aires,
perdiendo definitivamente la posibilidad de formar una familia. En
esa obra, un empleado del Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le
dice: “-Ya te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de hambre.
Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas: ‘Este era el recibimiento
que le hacían los habitantes de ese país que prometía tanto, todos
apretaron los labios y endurecieron sus puños, todos... para no responder
a esa provocación; pero a todos también se les partió el corazón y
quisieron estar en Galicia aunque no encontraran el oro tan prometedor,
pero ya era tarde, ahora había que ser fuerte, apechugar ya estaban en el
tablao, había que zapatear”. En
2004 se editó Las libres del Sur,
Una novela sobre Victoria Ocampo (25), de María Rosa Lojo. En esa
obra, aparecen varios gallegos. Los principales son Carmen Brey Moure y su
hermano Francisco. Acerca de Carmen, escribe: “El casquito de fieltro
con un capullo de gasa, las mejillas redondas, el tailleur
liso y el talle bajo acentuaban su aspecto cándido de colegiala en
vacaciones. Un toque de rouge y
de polvo Arlette sobre la nariz no la cambiaron mucho. Se encontró
ligeramente similar (aunque más delgada, y más joven) a una poetisa de
moda: Alfonsina Storni”. Francisco era “un hombre robusto y curtido,
en quien Carmen fue reconociendo, a medida que se acortaba la distancia, y
como quien despeja las capas superficiales de un palimpsesto, los rasgos
de su hermano”. En
2005 apareció Finisterre, también
de María Rosa Lojo. Rosalind Kildaire Neira, nacida en Galicia, llega a
la Argentina en 1832. Ella recuerda: “Buenos Aires era entonces una
ciudad blanca y baja, quizá sólo atractiva desde la lejanía. Ilusionaba
los ojos a la distancia pero a medida que los barcos iban acercándose a
la entrada del río ancho y playo, donde resultaba imposible fondear, cedía
el encantamiento. (...) Las calles eran irregulares y sucias, pantanosas
de a trechos. Animales muertos y montones de desperdicios se acumulaban en
algunas esquinas” (26). En
El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, el Loco va a la pensión
en que vivía Vittorio. “La desconfianza de la dueña se esfumó cuando
el Loco le contó que era periodista de Crítica. Le convidó con
mate, bizcochitos de grasa, y contó con marcado acento gallego que el señor
Comencini no vivía más en esa pensión”. La gallega se entusiasma: “¡Ayudar
a la prensa! (...) anote mi nombre y apellido: María Dolores Pontevedra,
con ve corta. Pensión Pontevedra. ¿Va a venir un fotógrafo?” (27). Notas 1.
Cambaceres,
Eugenio: En la sangre. Buenos
Aires, Plus Ultra, 1968. 2.
López,
Lucio V.: La gran aldea. Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 3.
Gálvez,
Manuel: Nacha Regules. Citado en
Páez, Jorge: El conventillo.
Buenos Aires, CEAL, 1970. 4.
Marechal,
Leopoldo: Megafón. Citado en Páez,
Jorge: El conventillo. Buenos
Aires, CEAL, 1970. 5.
Orgambide,
Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984. Pág. 20. 6.
González
Rouco, María: “María
Rosa Lojo: la inmigración gallega”, en El Tiempo, Azul 17 de marzo de 1991. 7.
Lojo,
María Rosa: Canción perdida en
Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987. 8.
Vázquez-Rial,
Horacio: Frontera sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998. 9.
S/F: “ ‘Frontera sur’ llega a la pantalla grande”, en El
Tiempo, Azul, 12 de abril de 1998. 10.
Cabal,
Graciela Beatriz: Secretos de
familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 11.
Pagano,
Mabel: Agua de nadie. Buenos
Aires, Editorial Almagesto, 1995. 12.
Stamadianos,
Jorge: Latas de cerveza en el Río
de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. 229 pp. 13.
Bañez,
Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
Sudamericana, 1998. 14.
Saccomano,
Guillermo: El buen dolor. Buenos
Aires, Planeta, 1999. 15.
Mignogna,
Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
Emecé, 1999. 16.
Sasiain,
Juan: “La fuga”, en www.cineismo.com. 17.
Gusmán,
Luis: Hotel Edén. Buenos Aires,
Norma, 1999. 18.
Torres
Zavaleta, Jorge: La noche que me
quieras. Buenos Aires, Emecé, 2000. 19.
Feierstein,
Ricardo: La logia del umbral.
Buenos Aires, Galerna, 2001. 20.
Alonso
de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001. 21.
Henestrosa,
Guadalupe: Las ingratas. Novela Sentimental. Buenos Aires, Clarín-Alfaguara,
2002. 22.
Garzón,
Raquel: “Entrevista con María Guadalupe Henestrosa Bajo el signo del folletín”. (Foto: David Fernández), en Clarín,
Buenos Aires, 19
de noviembre de 2002. 23.
Guerra,
Ana María: Los jardines del Carmelo. Buenos Aires, Corregidor, 2003. 24.
Latorre,
Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
93 páginas. 25.
Lojo,
María Rosa: Las libres del Sur, Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 26.
Lojo,
María Rosa: Finisterre. Buenos
Aires, Sudamericana, 2005. 192 pp. (Narrativas) 27.
Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi
Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas).
Pág. 242. Valencianos
En
La canción de las ciudades, Matilde Sánchez evoca la inmigración
alicantina. En esa obra –afirma Juan José Becerra-, “Alicante es un
relato familiar de una familia anterior a la narradora, quien, excluida de
los pormenores del relato paterno (que siempre es un arcano), intenta
ajustarlos a su manera” (1). Una
hija de españoles acompaña a sus padres a visitar su tierra natal. Al
regresar, la joven señala: “Después de un tiempo de descanso en
Barcelona –mamá, siete días para pulir borradores, una semana de
caligrafía china-, todos nos volvimos. Ante sus vecinos, ellos ponderarn
la acelerada modernización de España. Pero yo sabía que su patria no
era ésa sino el piso de la avenida Callao, ese alto contrafrente que los
abstraía de todas las vicisitudes, suspendido en regiones del recuerdo.
España había dejado de pertenecerles. El origen ya era un lugar
desconocido” (2). Notas 1.
Becerra,
Juan José: “Mapa familiar”, en Clarín,
Buenos Aires, 16 de mayo de 1999. 2.
Sánchez,
Matilde: “Alicante, 84”, en La canción de las ciudades. Buenos Aires, Planeta, 1999. Vascos
Pedro
Antón, protagonista de una novela de Julián de Charras, añora cuanto
dejó: “Veía, allá lejos, como en una neblina, las escarpadas
pendientes de los Pirineos, las casetas ruinosas de los montañeses, las
miserables veladas, con pan negro y escaso y luz humeante de candil de
aceite; el padre, con su rostro anguloso y cetrino, en un rincón, con la
barba en la mano, mirando fijamente la pared, como pensando en algo
indefinido; la madre hilando, hilando en la penumbra, diestros los dedos,
aunque fatigada la vista... Y él, rapaz, sin raciocinio, raídas las
ropas, que remendaba la mano materna, al lado del fuego, hurgándose la
nariz, recordando las consejas del oso negro, de las brujas sabáticas,
del ahorcado...” (1). En
Secretos de familia (2),
Graciela Cabal evoca al vasco que les vendía la leche: “El que sí
viene con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para
delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con claveles y dos
agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que suena más fuerte que
cuando mi papá va al baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y
nunca hace chistes porque es extranjero. Mi mamá deja la lechera en la
puerta y el lechero, que viene con un tarro grande y un tarro chiquito,
pasa la leche de un tarro al otro y después a la lechera, sin derramar
una gota. Al rato viene mi mamá y derrama todo, porque a ella siempre le
tiemblan las manos, pobre mi mamá”. Jorge
Torres Zavaleta evoca, en La noche que me quieras, a los inmigrantes vascos (3). Notas 1.
Charras,
Julián de: “La historia de Pedro Antón”, en La
novela semanal, Año VII, N° 294, Buenos Aires, 2 de julio de 1923. 2.
Cabal,
Graciela Beatriz: Secretos de
familia. Buenos Aires, Debolsillo, 2003. 3.
Torres
Zavaleta, Jorge: La noche que me
quieras. Buenos Aires,
Planeta, 2000. Sin
mención de origen Narra
el protagonista de Divertidas
aventuras del nieto de Juan Moreira, de Roberto J. Payró: “Acabé
por acostumbrarme un tanto a la escuela. Iba a ella por divertirme, y mi
diversión mayor consistía en hacer rabiar al pobre maestro, don Lucas
Arba, un infeliz español, cojo y ridículo, que, gracias a mí, se sentó
centenares de veces sobre una punta de pluma o en medio de un lago de
pega-pega, y otras tantas recibió en el ojo o la nariz bolitas de pan o
de papel cuidadosamente masticadas. ¡Era de verle dar el salto o lanzar
el chillido provocados por la pluma, o levantarse con la silla pegada a
los fondillos, o llevar la mano al órgano acariciado por el húmedo
proyectil, mientras la cara se le ponía como un tomate! ¡Qué alboroto,
y cómo se desternillaba de risa la escuela entera! Mis tímidos condiscípulos,
sin imaginación, ni iniciativa, ni arrojo, como buenos campesinos, hijos
de campesinos, veían en mí un ente extraordinario, casi sobrenatural,
comprendiendo intuitivamente que para atreverse a tanto era preciso haber
nacido con privilegios excepcionales de carácter y de posición” (1). En
Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas
presenta a una española que vende leche en Sarandí: “El agua cubre ya
la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente esquinero
para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante que se yergue a más
de cinco metros sobre el nivel del camino ordinario. Representa una hazaña
ascender la escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su piso
de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto aferrándose a la
barandilla resquebrajada por el sol y las lluvias. (...) Doña Micaela
sube trabajosamente la escalera del puente acarreando un tarro de leche en
cada mano. Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo con
imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es grotesca como una vaca
que bailara sobre sus patas traseras” (2). Mario,
protagonista de Hermana y sombra,
de Bernardo Verbitsky, recuerda al español que les vendía leche:
“Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas impagas, pero la que realmente
nos preocupaba era la del lechero, un español bajito y menudo, a quien se
le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que hacía
con frecuencia. Vestía algo parecido a un chaleco oscuro, sin magas,
usaba faja, y un chambergo negro echado ligeramente hacia la nuca. Teóricamente,
le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba cada día pero
siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que
explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En los últimos
meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el suministro de
nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una
vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos el no
haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le
faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos
de mamá” (3). En
El infierno prometido, de Elsa Drucaroff, Vittorio “Siguiendo las
instrucciones de Beppo, el estibador del puerto de Buenos Aires, encontró
a Julián en El Marinero Negro, uno de los bodegones de la calle
Roca, frente al río. Era un hombre sombrío y corpulento de más de
treinta años, usaba boina azul y chaleco de cuero sobre la camisa. Estaba
sentado en el mostrador cuando se lo señalaron, Vittorio se abrió paso
hasta él entre los marineros. Julián lo escuchó con el ceño fruncido,
sin mover una ceja ni sacarse el cigarrillo de la boca”. El español
dice a Vittorio y Dina que es necesario que ella aprenda a tirar: “Si mi
mujer hubiera sabido usar un arma, ahora estaría viva aquí conmigo.
(...) me la mataron en Asturias los carabineros de Primo de Rivera. Habíamos
tomado las minas, yo estaba en la toma y ella estaba sola en casa. Yo tenía
un arma, ella no, y no tenía cómo defenderse. Lo hicieron a propósito,
fueron por ella porque era el modo de matarme a mí... Saben lo que
hacen... Bueno, basta pues, pasaron ya más de tres años y sin embargo
aquí estoy, ¿no?” (4). Notas 1.
Payró,
Roberto J.: Divertidas aventuras del
nieto de Juan Moreira. Prólogo y notas por Graciela Montes. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 2.
Gómez
Bas, Joaquín: Barrio Gris. Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963. 3.
Verbitsky,
Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977. 4. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido. Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas). Pág. 265. |
Varios Mempo
Giardinelli escribió Santo oficio
de la memoria, obra galardonada con el VIII Premio Internacional
"Rómulo Gallegos" en 1993. En
esa obra -a la que Carlos Fuentes se refiere como a una “saga migratoria
tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio,
racismo y xenofobia”-, habla de un oficio que desempeñaban algunos españoles.
En 1886, “Había muchos policías, allí. Casi todos asturianos,
gallegos. No sé por qué. También usaban bigote de manubrio y llevaban
pistolas al cinto, capote invernal, quepís duro y alzado y linterna en
mano. Cuando se hizo la noche, los policías se movían como luciérnagas
nerviosas” (1). En
Noticias secretas de América, Eduardo Belgrano Rawson evoca a los
inmigrantes gallegos: “Cantabas un himno más light,
como regía desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué
otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los insultos, como
explicó en su momento un operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de
sangre’ y todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la
presidencia, sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban
mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que desembarcaban todos
los días frente al Hotel de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión”
(2). En
La fuga
(3), film basado en la novela homónima de Eduardo Mignogna
distinguida con el Premio Emecé 1998/99, Camilo Vallejo, uno de los
anarquistas, habla con acento español y, al evadirse, es esperado por dos
hombres con boinas vascas que lo ocultan en un carro lechero. En el film
–al igual que en la novela- aparecen otros inmigrantes; entre ellos,
Aldo Mazzini, el catalán Escofet, el mozo andaluz. En
Lunas eléctricas para las noches
sin luna, escribe Belén Gache: “Bordeando el convento, la calle
Viamonte se extiende alternando fondas llenas de marineros con casas de
remates, regenteadas por catalanes, gallegos o andaluces que venden
objetos dorados por oro fino y piedras transparentes por diamantes” (4). Notas 1.
Giardinelli,
Mempo: Santo Oficio de la Memoria.
Buenos Aires, Seix Barral, 1991. 2.
Belgrano
Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América. Buenos Aires, Planeta, 1998. 3.
Mignogna,
Eduardo: La fuga. Buenos Aires,
Emecé, 1999. 4.
Gache,
Belén: Lunas eléctricas para las
noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. En
conjunto En
Una ciudad junto al río (1),
Jorge E. Isaac escribe, acerca
de los españoles: “llegan
solos o en parejas. De ellos, más bien habría que decir: siguen
llegando. Se muestran desenvueltos, casi altaneros como si –por razones
históricas- aún se sintieran un tanto dueños del país, del que en
verdad lo han sido. No son pocos los que traen dinero suficiente como para
establecerse en ésta u otras ciudades, villas o poblaciones con algún
negocio de comestibles –las más de las veces ‘por mayor’- que es
una de sus actividades preferidas. Si hay algo que en mí más llame la
atención es su manejo preciso del idioma. Se me antoja que, en ellos, lo
recibo en estado de real pureza, sin la contaminación que aquí ya está
sufriendo por la influencia de los italianos que parecieran confabularse
todos para deformarlo”. Notas: 1.
Isaac, Jorge: op. cit Estadounidenses
Eugenio
Juan Zappietro escribe en De aquì hasta el alba: “Un
hombre delgado y macilento que era ingeniero del ejèrcito, habìa llegado
para estudiar la posibilidad de trasladar el asiento de las tropas un poco
màs hacia el mar. Se habìa llamado Jewison y era un americano de Tejas,
muy golpeado por la enfermedad que habìa contraido al atravesar la
Florida. Jewison tenìa treinta y cinco años y un Colt Forntier a la
cintura; vestìa levitòn Prìncipe Alberto y fumaba cigarrillos muy
suaves, ambarinos, de Virginia”. Una noche, “quedò con los ojos
abiertos, mirando el techo de paja trenzada, inmòvil como una piedra. Habìa
muerto sonriendo, cara a un cielo extraño, tal vez muy semejante al de
las interminables noches de su Tejas natal” (1). En
1999 apareció Moira Sullivan
(2), de Juan José Delaney, cuya protagonista emigra desde los Estados
Unidos a la Argentina. La historia de esta mujer -que se inicia con su
nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar el anterior-
es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero permite también al
novelista explayarse acerca de las circunstancias en que esta historia se
desenvuelve. Al hablar de los primeros años de la anciana, nos ilustra
acerca de la vida en Estados Unidos, no sólo de los irlandeses, sino
también de emigrantes de otras nacionalidades que se dirigieron allí en
busca de la fuente laboral que significaban las minas carboníferas. La
cautiva que protagoniza La casa de
Myra, de Aurora Alonso de Rocha, es atendida por un médico
norteamericano: “Myra yacía sobre las mantas y los pelleros al modo de
la csa, envuelta en un lienzo blanco que después supe que lo humedecen de
cocciones balsámicas. No se le notaba delirio alguno. Me dijo que tenía
‘susto’. Saltaba del camastro presa de pesadillas y allí corrían
todos creyendo que ya comenzaban las visiones. A mí no me pareció que
tuviera mal la razón ni los miembros duros o la lengua trabada o los ojos
virados para atrás, todo lo que el Dr. Cross me había indicado como síntomas
desgraciados. El cacique se puso de uñas para arriba cuando mencioné al
doctor. Es doctor y es norteamericano pero lo que le molesta es que sea
mitrista y arrogante en el trato cuando en otro tiempo había sido Juez de
Paz. Es, además, un hombre grande, tanto como el cacique, que se inclina
a ser condescendiente sólo cuando mira al otro desde arriba (eso me
parece)” (3). Notas 1.
Zappietro, Eugenio Juan: op. cit. 2.
Delaney, Juan José: Moira
Sullivan. Buenos Aires, 1999. 3.
Alonso
de Rocha, Aurora: La casa de Myra. Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001. Franceses
Eugenio
Cambaceres, en la novela En la sangre, relata:
“Existía en la calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado
‘Café de los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte
era compuesta de hijos de familia, empleados públicos, dependientes de
comercio y estudiantes de la Universidad y de la Facultad de Medicina. Su
dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran bebedor de ajenjo, pelado
a la mal content e insigne
disputador de achaques en historia guerrera y de política, tenía,
leguleyo a medias él mismo, una predilección marcada por los últimos.
Iba, en su profundo amor a la ciencia representada para él por el gremio
estudiantil, hasta hacer crédito a sus miembros de la hora de la mesa y
del chinois en épocas adversas de pobreza” (1). En
Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial
describe la llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre:
“Adormilada por el traqueteo del carro y la monotonía del paisaje,
Berthe recordaba el agua espesa del río. Charles dormía, envuelto en una
manta no muy limpia, encima de la carga informe del vehículo”. El hijo
“era robusto, algo grueso, de piel muy blanca y pelo recio, y tenía una
voz clara y redonda. Seguramente, era menor de lo que parecía” (2). Carlos
Enrique Pellegrini, padre del Presidente de la Nación, nació en Saboya
en 1800; falleció en Buenos Aires en 1875. El
hijo, protagonista de La última
carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, manifiesta en esa
obra que su padre era “un inmigrante. Inteligente y culto, sí, pero
desprovisto de fortuna y de linaje, que llegó a esta tierra cuando el
esplendor rivadaviano convocó a una gran conscripción de inteligencias
para transformar el país. Crédulo de la estabilidad política que podría
tener la incipiente nación desembarcó pensando en grandes obras públicas:
puerto, alcantarillas, desagües y las demás ensoñaciones que un joven
ingeniero de talento puede alojar en su cabeza. Pero Rivadavia cayó y con
él los sueños de tecnificación y ornato; en realidad se convirtieron en
una larga siesta colonial, que mantendría al país al margen de las
calderas y el vapor. No trabajó como ingeniero y se debió ganar la vida
con la paleta de pintor. Todo el gran mundo porteño intentó quedarse
quieto delante de él para que perpetuara sus rasgos en un lienzo. El
profesional cedió paso al artista que con el trabajo del pincel pudo
fundar una familia, educarla con dignidad y por la aristocracia de su
inteligencia y cultura –sólo por ellas- vincularse igualitariamente con
las viejas familias del país” (3). Notas 1.
Cambaceres,
Eugenio: En la sangre. Buenos
Aires, Plus Ultra, 1968. 2.
Vázquez-Rial,
Horacio: Frontera Sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998. 3.
Pérez Izquierdo, Gastón: La
última carta de Pellegrini. Buenos Aires, Editorial Sudamericana,
1999. Galeses
En
Tama, novela de María Teresa
Andruetto, aparece una galesa. Timoteo, “cuando era todavía un
muchachito se enganchó en el ejército de Roca y se fue a servir al Sur a
cambio de unas leguas, aunque se pareciera más a las víctimas que a sus
compañeros de milicias. En una de esas andanzas robó, a los dueños de
un molino de trigo, una galesa de las primeras que vinieron a este país y
por temor al padre de la joven o por que ya estaba cansado de ir de un
sitio a otro, dejó las leguas ganadas con sangre ajena y regresó con
ella al Norte. La galesa se llamaba Clydwin Jones y era extraña como su
nombre. (... La extranjera se resistió los primeros tiempos, hasta que la
desidia terminó por ganarla y se dejó acariciar como una cosa, mientras
el deseo del hombre que no había elegido le resbalaba más y mas. Jamás
lograron vencerla ni la ternura, ni el dolor, ni la bronca que él puso
empeño en demostrar y ni siquiera reaccionó cuando Linares se hizo
asiduo visitante del prostíbulo donde una hembra desmesurada hacía
estragos” (1). En
Hay que matar (2), de Andrés
Rivera, “Milton Roberts, galés, tuvo unas pocas leguas de tierra en El
Sur del Sur, algunas ovejas, cuatro o cinco perros y dos o tres caballos,
y un hijo llamado Byron Roberts. Hasta que La Compañía hizo su oferta y
él dijo, impávido, no. Bill Farrell había escapado, hambriento, de
Irlanda, y era comisario de policía en El Sur del Sur. Tenía una mujer a
la que llamaban Rosario. Con Bill Farrell, Byron Roberts aprendió, entre
otras cosas, el oficio de matar. En El Sur del Sur sobran el petróleo y
la violencia. El poder es propiedad de unos pocos, pero la venganza -a
diferencia del sexo y del whisky- es una de las cosas que no se compran ni
se venden. Allí un hombre mata como Andrés Rivera escribe: en busca de
conocimiento y de justicia. En El Sur del Sur hubo un imperio. El imperio
no se disolvió: tiene otros nombres, más impersonales. Pero todavía
dicta la ley. Todavía mata” (3). Hacia
el sur se dirigen los galeses –escribe Andrés Rivera en Guido-:
“a los que eran menos ricos, a los que sabían trabajar y callar, y ser
ordenados, y recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les deparó
la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín del
mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y otro allá entre la
uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres recios y
venerables” (4). Notas 1.
Andruetto,
María Teresa: Tama. Córdoba,
Alción Editora, 2003. 2.
Rivera,
Andrés: Hay que matar. Buenos
Aires, Alfaguara, 2000. 120 páginas. (Biblioteca Andrés Rivera). 3.
S/F:
en www.alfaguara.com.ar 4.
Rivera,
Andrés: Guido, en Para
ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002. Griegos
En
su novela Un noviazgo, Bernardo
Verbitsky presenta a un griego con ocupaciones no muy claras: El Checato
“Tenía mandíbula muy ancha, y aunque su cara era flaca, ahondada
debajo de los pómulos, sus maxilares estaban recubiertos de fuertes músculos.
‘Un etrusco sonriente con anteojos’, pensaba. Y la verdad era que sus
anteojos de cristales sin virola, quedaban incluidos en su ancha risa que
le llegaba silenciosa. Los anteojos quedaban en medio de las arruguitas.
Era un efecto raro y más bien siniestro. (...) Trigo limpio, no es. Es un
vivo que ve bajo el agua. (...) Dicen que anda en veinte asuntos. Pero no
anda, corre detrás de los pesos, claro. Vende alhajas de fantasía.
Compra no sé qué. Además es amigo de don Alí y lo peor es que los dos
lo disimulan. Quién sabe en qué andarán. A lo mejor son socios” (1). Un
griego es el propietario del copetín al paso Acrópolis. Relata el hijo
–protagonista de Latas de cerveza
en el Río de la Plata, novela de Jorge Stamadianos que fue
distinguida con el Premio Emecé 1994/95-: “El Acrópolis está ubicado
sobre el andén de una estación de la zona norte del Gran Buenos Aires
que años atrás, en la década del 50, había conocido su época de
esplendor. El lugar había crecido rápidamente en esos años dando origen
a una calle principal donde se amontonaron todo tipo de comercios. (...)
Mi viejo había hecho pintar el Partenón sobre los vidrios como un símbolo
triunfal de su país, pero el paso del tiempo descascaró el dibujo,
metamorfoseando esa imagen idílica –pintada de dorado- en la actual del
monumento en ruinas” (2). Notas 1.
Verbitsky, Bernardo: Un noviazgo.
Buenos Aires, Planeta, 1994. 2.
Stamadianos,
Jorge: Latas de cerveza en el Río
de la Plata. Buenos Aires, Emecé, 1995. Holandeses
En
Países Bajos, de Federico Jeanmarie, se hace referencia a
inmigrantes de ese origen. Sobre esa obra, escribe Sylvia Saítta: “Recién
emigrado al país de sus ancestros, sin dinero y sin trabajo, Juan
Hilkema, un argentino descendiente de holandeses, conoce a la enigmática
y pelirroja Ruska, en un bar de La Haya. En ese casual encuentro, la mujer
le ofrece un trabajo: ser una especie de ‘conejillo de Indias’ en un
gabinete experimental de la Facultad de Medicina. Juan acepta; durante
cuarenta y cinco días estará encerrado, sometido a inyecciones y
controles médicos, sin otra relación con el afuera que las cartas de
Ruska que, cada cinco días, llegan a su gabinete” (1). Notas
1.
SS: “Relato de amor y vida”, en
La Nación, Buenos Aires,
28 de noviembre de 2004. Húngaros
José
Martín Weisz relata en ...mientras
los violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría (1), la historia
de un judío húngaro que debió dejar su tierra, y el viaje que él
realiza con su hijo, muchos años después: “Acompañado por su hijo y
con la ilusión de recuperar las tierras de su familia, regresa a un país
ahora muy diferente al de su infancia. En un viaje lleno de dificultades y
emociones, una Hungría devastada por los sucesivos invasores sólo tiene
un amargo reencuentro para ofrecerle. Sin embargo, inesperadamente, el
sabor de la satisfacción lo alcanza en algún lugar”. Notas 1.
Weisz,
José Martín: ...mientras los
violines tocaban csárdás. Un viaje a Hungría.
Buenos Aires, Milà, 2002. |
Ingleses “Con
El agua publicada póstumamente en 1968, culmina la importante
producción de Enrique Wernicke(1915-1968)” (1). En este libro, el
escritor evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su
descendencia: “Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían,
tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette.
Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además,
no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente
cuando se convive con gente bien educada... como él. O Julito. No se podía
decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin
eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener
sangre inglesa en las venas’ ” (2). En
Fuegia, de Eduardo Belgrano
Rawson, la viuda del
reverendo Dobson evoca los planes que hacìan sobre la emigraciòn,
alentados por noticias tendenciosas: “Despuès de pasar una tarde en la
Uniòn Misionera, volvìan a casa con su marido por un sendero de gramilla
perfumada. Llevaba seis meses de casada con Dobson. Hicieron un alto en el
parque y abrieron un paquete de bollos. Charlaron del futuro viaje a Sudamèrica.
Dobson dibujò la misiòn sobre el papel de los bollos. Habìa un grupo de
canaleses entonando sus himnos y un paquebote en el horizonte. Los
canaleses figuraban como ‘naturales amistosos’
en todas las publicaciones del Almirantazgo, de modo que agregò un
nativo haciendo cabriolas. Su mujer le suplicò que dibujara una huerta.
Dobson puso la huerta y metiò algunas ovejas. Estuvo tentado de añadir
el cementerio, pero desistiò a ùltimo momento. Ella estudiò bien el
dibujo y concluyò que nada faltaba. Tratò vanamente de hallarle algùn
parecido con su aldea de Sussex. Pero igual le propuso: ‘Pongàmosle
Abingdon’. Pensò emocionada: ‘El Señor es mi pastor’ “ (3). Carlos
Pellegrini, protagonista de la novela histórica escrita por Gastón Pérez
Izquierdo, recuerda a Bridges: “Un predicador inglés, Mr. Thomas
Bridges, había pasado una larga temporada en la Tierra del Fuego como
misionero de la Iglesia Anglicana y de paso criando lanares que había
introducido desde las Islas Malvinas. Estaba en Buenos Aires preparándose
para embarcar a Inglaterra –y disfrutar una temporada de sus buenos
negocios- de manera que no rehusó una invitación de la Sociedad
Literaria Inglesa para pronunciar una conferencia sobre su inquietante
experiencia” (4). El
inglés se titula una novela de Susana Cella (5). En 1892, Jimmy
–“nacido James Radburne”- llegó a la Patagonia, “huyendo de la
pobreza y los prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando
oficios para sobrevivir y métodos para huir de las policías argentina y
chilena”. Se dirigió a esa región pensándola
“como garantía de anonimato para pasados difíciles” (6). En
La casa de Myra (7), obra
distinguida con el Segundo Premio Xerox para autores inéditos, escribe
Aurora Alonso de Rocha: “Al cura que lo quiere adoctrinar el cacique le
recordó que uno de los ingleses que están enterrados en la parte de
disidentes era tenido por hombre santo aunque vivía con una reunión de
mujeres nunca bien contadas por los cambios que hubo, y muchas hijas y
sobrinas que complicaban la cuenta, pero que no eran menos de cuatro
esposas y una de ellas inválida. (Y ahí es donde se prueba cómo los
argumentos de los curas tienen anverso y reverso. Esa mujer que había
perdido una pierna por una infección siendo niña y que tuvieron que
amputarla, llevaba un artefacto de madera y metal que rechinaba al andar y
era horrible de verse para los que lo habían visto, y se decía tanto que
el pastor era un refinado monstruo que oía como música el sonar del
artificio aquel y se complacía en la desnudez mecánica, como que era un
santo porque la amaba y era capaz de cohabitar con tal aparato”. En
La noche que me quieras, Jorge
Torres Zavaleta evoca la intolerancia criolla ante los diferentes
paladares. De “los gringos y los ingleses” afirma el narrador que eran
“unos animales” porque arrimaban “hacia un costado del plato los
restos del dulce de leche” porque no les gustaba. Eso era vivido por el
hombre como una verdadera “falta de educación” (8). Notas 1.
S/F:
en Wernicke, Enrique: El agua. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo) 2.
Wernicke,
Enrique: El agua. Buenos Aires,
CEAL, 1980. (Capítulo). 3.
Belgrano
Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. 4.
Pérez
Izquierdo, Gastón: La última carta
de Pellegrini. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1999. 5.
Cella,
Susana: El inglés. 6.
Cristoff,
María Sonia: “Inglés en fuga”, en La
Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000. 7.
Alonso
de Rocha, Aurora: La casa de Myra.
Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001. 8.
Torres Zavaleta, Jorge: El día que
me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000. Irlandeses
Carlos
Marìa Ocantos es el autor de Quilito
(1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la
Bolsa”. En esa obra, él escribe que
Quilito “miraba a Mìster Robert y se encogìa de hombros con làstima.
No, no se verìa èl en ese espejo. Allì estaba desde la mañana casi
hasta la noche, la espalda encorvada, los dedos agarrotados sobre el
lapicero, sentado en el banco de patas largas, sin descanso, sin distracciòn,
esclavo del trabajo, prisionero del deber; y asì todos los dìas, todos
los dìas... hasta que la enfermedad le clavase en el lecho, la vejez le
baldara o le sorprendiera la muerte. Entretanto, habrìa pasado los
mejores años de su vida sin gozarlos, dejando para otros el fruto de lo
que èl sembrara...”. No
sòlo Mister Robert era probo; tambièn lo era su familia: el inglès
“no concurrìa a cafès ni a teatros; su distracciòn ùnica, suprema,
que saboreaba con el deleite de un goloso, era su familia: la mujer, un àngel;
el hijo, otro àngel, y el padre, viejo patriarca de Irlanda, màs catòlico
que el Papa y de una honradez a toda prueba; de esos caracteres que ya no
se estilan y que, temerosos, se esconden en el santuario del hogar, como
prenda pasada de moda, para no exponerse a la irrisiòn del pùblico”. En
De aquí hasta el alba
(2), Eugenio Juan Zappietro escribe sobre un irlandès que llegò
al desierto en 1866, y el socio granadino que lo traicionò. O’Flaherty
“juraba que Argentina era el paìs del futuro. No se equivocò por mucho
en cuanto a la tierra; se equivocò de hombres, pero una lanza araucana
habìa terminado con èl para evitarle la amargura de comprobarlo”. “Vivía
con una muchacha de Glasgow, que no tenía miedo a empuñar un mosquete y
lo había seguido muchas millas para tener una hacienda propia donde
pensaban criar ganado Hereford. La tierra no daba todavía para esas
aventuras y O’Flaherty puso un saladero en compañía de un granadino
llamado Ozores, que le robó el negocio y trató de hacer lo mismo con la
chica de Glasgow. Ella pudo huir y el granadino tuvo que matarla. El
irlandés la enterró con todo el rito de su Eire, con azaleas que
consiguió nunca se supo dónde, y se sentó a esperar la muerte”. En
Barcelona se edita Frontera Sur,
del hispano argentino Horacio Vázquez-Rial. En
esa novela, evocó la inmigración irlandesa. Una joven de esa
nacionalidad se presenta para un puesto de maestra: “Era una muchacha
rubia, con pecas, casi una niña. Se sentó ante el tribunal familiar en
el borde de una silla, con las manos juntas y las rodillas juntas, paseó
sus ojos claros por el fondo de los ojos que la observaban y sonrió”.
Se llama Mildred Llewellyn y habla castellano con dificultad. Dice la
joven: “Llego de Irlanda hace tres días y vengo aquí”. Su empleador
le enseña: “-Llegué –corrigió Roque, mostrando el pasado con el índice,
en un lugar situado detrás de su hombro derecho-. Y vine”. Durante
la entrevista se desmaya: “La natural palidez de Mildred se acentuó de
pronto. Roque vio nacer dos trazos morados sobre sus pómulos. (...) Ramón
echó a correr hacia el fondo, pero, apenas pasada la puerta, le detuvo el
ruido grave, como lejano, discreto de la caída del cuerpo de Mildred.
Roque, que la alzó del suelo, pensó que jamás había conocido ser tan
leve”. Es que –como explica en su trabajoso castellano- había comido
por última vez en el barco, ya que no había parado en el Hotel de
Inmigrantes (3). En
Secretos
de familia
(4), de Graciela Beatriz Cabal, relata la protagonista: “El Padre
Mulleady era pobre, era bueno, ayudaba a las personas y también a los
indios (no como el tío de Gran Mamá), y siempre estaba tan contento que
cantaba ‘Los ojazos de mi negra son como soles...’ Una sola vez en la
vida metió la pata el Padre Mulleady, pero fue sin querer: cuando la casó
a mi mamá con mi papá, dice mi mamá. Después de eso, se murió. Cuando
yo sea grande me voy a tomar un barco, me voy a bajar en Irlanda y voy a
empezar a caminar buscando la casa y la olla del puchero de la abuelita de
Gran Mamá y del Padre Mulleady. Y como a cada rato voy a repetir ‘Padre
Mulleady, Padre Mulleady, Padre Mulleady’, seguro que encuentro todo
perfecto”. En
1999 aparece la novela Moira
Sullivan (5) de Juan José Delaney. La historia de esta mujer -que se
inicia con su nacimiento en los primeros años del siglo XX o al finalizar
el anterior- es una historia en sí, desarrollada hábilmente, pero
permite también al novelista explayarse acerca de las circunstancias en
que esta historia se desenvuelve. "Lo
importante era el silencio escribe Delaney-. Todas las noches lo buscaba,
especialmente los domingos cuando las otras recibían visitas y ella más
sentía el acoso de la soledad. En rigor, a nadie tenía pese a haber
estado en la vida de muchos y a que, por esa acción secreta y persistente
del arte, continuaba gravitando sobre gentes extrañas y lejanas. El
silencio de ese anochecer dominical le permitiría entregarse serenamente
al ensueño en el que resucitarían vivencias y pensamientos provenientes
de zonas postergadas por su memoria, y también secretas conexiones que su
visión de la vida, del mundo y de los hombres concertaba con cierta
independencia” En
Los Jardines del Carmelo (6),
Ana María Guerra relata: “El garito hervía: chacareros irlandeses,
comerciantes de San Benito, parroquianos del Social y de Socorros Mutuos.
Se apostaba fuerte esa noche, y en consonancia el clima era tirante”. En
otros pasaje, la autora se refiere a “el irlandés Mac Loren, que tenía
en sus espaldas dos muertes, sin otro atenuante que el pequeño barril de
cerveza bebido sin respirar”. Notas 1.
Ocantos,
Carlos Marìa: Quilito. Madrid,
Hyspamèrica, 1984. 2.
Zappietro,
Eugenio Juan: De aquí hasta el
alba. Barcelona, Hyspamérica, 1971. 3.
Vázquez
Rial, Horacio: op. cit 4.
Cabal,
Graciela Beatriz: Secretos de
familia. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 5.
Delaney,
Juan José: Moira Sullivan.
Buenos Aires, Corregidor, 1999. 6.
Guerra,
Ana María: Los Jardines del Carmelo.
Buenos Aires, Corregidor, 2003. Italianos
Abruzzos Mempo
Giardinelli fue distinguido con el Premio Rómulo Gallegos en 1993, por
Santo Oficio de la Memoria (1), novela a la que Carlos Fuentes se refiere
como a una “saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante
para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia”. La
obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial, desde la
llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogénito,
a fines del siglo XIX, quienes emigran porque eran “muy pobres. Muy
pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto”. Relata
el hijo mayor, refiriéndose al padre: “Llegaron casados, ya. Conmigo.
El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría,
dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie.
Nunca. (...) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en
Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así,
es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso”. Otro personaje relata
que el hombre también pensaba en i
bambini: soñaba que en la nueva casa “habría rosas en los floreros
y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos,
porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a
pesar de todo, y él también”, pero murió antes de concretar su
proyecto. Entrevistado
por Mona Moncalvillo, Giardinelli habla sobre su novela. “Es una novela
histórica, sobre la inmigración, y a lo largo de varias generaciones
viene recorriendo los distintos cruces históricos, que son los cruces
dramáticos de nuestra historia: memoria versus olvido, vida-muerte,
noche-día, pacificación-violencia, intolerancia-democracia. Hay una
serie de dicotomías, es una cosa muy doble, una especie de gran
esquizofrenia que va recorriendo la historia argentina. Al mismo tiempo
hice una novela en la que quise meterme con un montón de temas que para mí
tenían que ver. Es una discusión sobre la literatura argentina, y también
quise hacerla ahí porque la literatura argentina acompaña y se
contrapone con la historia. Los epígonos literarios de la Argentina, son
en general gente que pertenece a élites que difícilmente llegan a ser
valores populares” (2). Notas 1.
Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix
Barral, 1991. 2.
Moncalvillo,
Mona: reportaje a Mempo Giardinelli, en Humor,
1991. Reproducido en www.literatura.org. Calabria
En
el Libro Tercero de Adán
Buenosayres, de Leopoldo Marechal, aparece Juan Sin Ropa, el que
derrotò a Santos Vega. Juan Sin Ropa –explica el folklorista Del Solar-
“es el gringo desnudo que vence a Santos Vega en una clase de lucha que
nuestro paisano ignoraba: la lucha por la vida”. En ese momento, “el
vistoso gaucho fue borràndose para dejar sitio a un hombretòn forzudo y
coloradote, de camisa y bombachas a cuadros, botas amarillas, facòn
ostentoso y un rebenque guarnecido de plata casi hasta la lonja. No sin
una efusiòn de simpatìa, los aventureros identificaron al punto la
imagen risueña de Cocoliche”. “Sono
venuto a l’Argentina per fare l’América –declaró el
aparecido-. E sono in América por
fare l’Argentina. -¡Ajá! –le gritó Del Solar-. ¡Así quería
verte! ¿No sos el gringo
bolichero que con hipotecas y trampas robó la tierra del paisanaje?
Cocoliche tendió y exhibió sus grandes manos encallecidas. –Io
laboro la terra –dijo-. Per me
si mangia il pane. Risas hostiles mezcladas a voces de aliento
festejaron el retrueque de Cocoliche. –En eso tiene razón el gringo –
admitió Pereda. -¡Es un bolichero! Insistía Del Solar-. ¡Sólo ha
venido a enriquecerse!”. “Y
aquí la figura de Cocoliche se transformó a su vez en la de un anciano
cuyas barbas patriarcales relucían como latón fino. Miraba como abriendo
grandes horizontes, vestía un poncho de vicuña y un chiripá sombrío; y
Adán Buenosayres, temblando como una hoja, reconoció la efigie auténtica
del abuelo Sebastiàn, el antepasado europeo de Adàn Buenosayres, quien
le dice a Del Solar: “Cien veces crucè la pampa en mi carreta, y cien
veces el rìo en mi ballenero de contrabandista. Arè la tierra virgen y
agrandè rebaños. Y no es mìa ni la tierra donde se pudren mis huesos”
(1). En
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sábato evoca la partida desde la
tierra de origen: “ ‘Addio
patre e matre,/ Addio sorelli e fratelli’ Palabras que algún
inmigrante-poeta habrá dicho al lado del viejo, en aquel momento en que
el barco se alejaba por las costas de Reggio o de Paola, y en el que
aquellos hombres y mujeres, con la vista puesta sobre las montañas de lo
que en un tiempo fue la Magna Grecia, miraban más que con los ojos del
cuerpo (débiles, precarios y finalmente incapaces) con los ojos del alma,
esos ojos que siguen viendo aquellas montañas y aquellos castaños, a
través de los mares y de los años” (2). Roberto
Raschella hace decir, en Diálogos en los patios rojos (3),
a uno de los personajes: “alguno me recuerda la efigie de los paisanos
que retornaban al país desde América... y nosotros éramos niños... y
no sabíamos si estaban animados o disperados... y cuál era la ambición
que los dominaba, hacia atrás, hacia delante... de sí mismos, de los
otros seres queridos... ¿Y qué traían debajo? Una turbia enfermedad
asemejante a la malaria, una galera vivida... Y recogían los dichos sobre
sus mujeres, y apenas querían oír... Por que no hay humano que soporte años
de abandono sin covar la venganza que te pone en igualdad.......... Todo
es el poder también, ¿comprendes? Es el poder si te hacen viajar y
estacionarte, sospechar y medir... Un día estás aquí en buena compañía...
al otro día te encuentras distante, isolado... y golpeas y te golpean,
envueltos todos en boca de tormentos... Y no es un hombre, no son hombres
que golpean, es una fuerza exterminada.......... Pero sientes un
progreso,, un bien... quieres subir, quieres abrazarte a los giros del
caso... Y si eres vencedor, persigues a los inútiles... a los melancólicos...
a los pícaros... a las levadoras... Persigues, persigues, como un
jacobino...”. En
1998, fue distinguido con el Segundo Premio Nacional de Novela, por Si
hubiéramos vivido aquí (4). Reporteado
por Pablo Ingberg, el escritor afirma: “Hasta pasados los treinta años,
me dediqué al cine y también a la política. En 1964 abandoné las dos
cosas. Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé
a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al
viaje va a ser la base de mi tercera novela”
(5). Notas 1.
Marechal,
Leopoldo: Adán Buenosayres.
Buenos Aires, Sudamericana, 1984. 2.
Sábato, Ernesto: Sobre héroes y
tumbas. Buenos Aires, Losada, 1966. 3.
Raschella, Roberto: Diálogos en los patios rojos. Buenos Aires,
Paradiso Ediciones, 1994. 202 pp. 4.
Raschella, Roberto: Si
hubiéramos vivido aquí...
Buenos Aires, Losada, 1998. 5.
Ingberg, Pablo: “El amor a los vencidos”, en La Nación, Buenos Aires,
14 de febrero de 1999. Campania Cambaceres,
en la novela En la sangre (1),
alude al italiano, padre del protagonista, con estas palabras: “Arrojado
a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus
dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo, el vestido, el alimento,
viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que
merodean de puerta en puerta en las basuras de las casas, llegò el
tachero a redondear una corta cantidad”. Un
napolitano, personaje de Barrio Gris, de Joaquín Gómez Bas, hace música: “Madruga
diariamente, como vendedor de periódicos que es. Al mediodía llega con
una amplia correa cruzada en bandolera. Almuerza; duerme la siesta, riega
después un pequeño jardín para despabilarse y practica en la guitarra
hasta el atardecer. Entonces se sienta a tocar en el umbral hasta la hora
de la cena. Y retorna al instrumento, una pieza tras otra, sin pausa”
(2). “Alguien
le hizo una broma al napolitano –escribe Dal Masetto, en La tierra incomparable-: le robó un zapato. El napolitano está
parado en cubierta con un pie descalzo. Anda así desde hace varios días
porque no tiene otro par. Habla en voz alta, acusa, está dolorido y
furioso. Los demás lo miran desde lejos, divertidos y expectantes. Por
fin el napolitano se quita el zapato que le queda, lo levanta sobre su
cabeza, lo muestra y después lo arroja al mar. En ese momento, venido
desde alguna parte, el otro zapato cruza el aire y cae a sus pies. El
napolitano lo levanta y lo tira también por encima de la borda.
‘Ahora’, grita, ‘tendré que desembarcar descalzo’ “ (3) Notas 1.
Cambaceres, Eugenio: En la sangre.
Buenos Aires, Plus Ultra, 1968. 2.
Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris.
Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1963. 3.
Dal Masetto, Antonio: La tierra
incomparable. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. Friuli En
Hermana y Sombra, de Bernardo
Verbitsky, dos inmigrantes presumiblemente rusos fundan una cartonería
que se llama “La Friulana”, en honor a la esposa de uno de ellos (1). En
el año 1961, Gente conmigo (2)
de Syria Poletti, fue distinguida con el Premio Internacional de
Novela convocado por la Editorial Losada. Al año siguiente, dicha obra
mereció el Segundo Premio Municipal de Buenos Aires y fue seleccionada
entre las diez mejores novelas sudamericanas por la editorial Alan
Williams de Nueva York. Fue traducida al inglés, alemán y ruso, y se
realizó una adaptación cinematográfica y otra televisiva. En
esa obra, un médico niega a la protagonista el permiso para emigrar, a
causa de una malformación en la espalda: “Entramos a un salón vasto y
desnudo. Era el lugar reservado a la revisión sanitaria. Junto a unas
mesas, los médicos revisaban a mujeres y chicos con ráoida indiferencia.
Pase usted, pase usted, adelante, otra, rápido. Y las mujeres esperaban
pacientemente, con la ropa a medio quitar y los críos berreando”.
Comienza entonces el peregrinar de la hermana mayor, que debió emigrar
sola, y no se resigna a que Nora quede en Italia, cuando ya están todos
en América. En
1965 Jorge Masciángioli adapta para cine Gente
conmigo, novela de Syria Poletti que obtuvo el Premio Municipal de
Buenos Aires en 1962.. “La película es dirigida por Jorge Darnell e
interpretada por Milagros de la Vega, Norma Aleandro, Alberto Argibay y
otros actores. Esta versión fílmica es elegida para el Festival
Internacional de Venecia por el Instituto Nacional de Cinematografía, y
obtiene una importante distinción en el Festival Cinematográfico
Internacional de Locarno (Suiza)” (3). En 1967, Syria Poletti adapta
para televisión su novela Gente
conmigo (4). En
1971 apareció Extraño oficio
(5), novela por la cual Poletti fue nominada para el Premio Nacional de
Literatura. Notas 1.
Verbitsky, Bernardo: Hermana y
Sombra. Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977. 2.
Poletti, Syria: Gente conmigo. Buenos
Aires, Losada, 1962 3.
S/F:
“Biobibliografía de Syria Poletti”, en Poletti, Syria: Taller
de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977. 4.
ibídem 5.
Poletti,
Syria: Extraño oficio. Buenos Aires, Losada, 1971 Liguria En
la casa de Quilito, protagonista que da título a la novela de Ocantos
(1), trabajaba una italiana: “Un apetitoso olor de guisado salía de la
cocina abierta, donde una genovesa cerril movía espátulas y zarandeaba
cacerolas, envuelto en el humo espeso del asado, que chirriaba sobre las
parrillas". Más adelante dirá de esta mujer que cantaba “un aire
de su país, con acompañamiento de platos y cacerolas”. Notas 1.
Ocantos, Carlos María: Quilito.
Madrid, Hyspamérica, 1984. Lombardía Atilio Betti escribió La
noche lombarda (1), libro en el que se narra el viaje del hijo de un
italiano a la tierra de sus mayores. “La
noche lombarda es el encuentro de un hombre con las fuentes
originarias y es, también, a través de la emoción y el lirismo, un
documento humano de hondo contenido” (2). A Italia viaja Atilio Betti en 1967; también
lo hace el protagonista de su novela, premiado por el Gobierno
de la península. El personaje vive su premio como una revancha:
“Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no
querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A
defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir
con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad
de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero
libre y triunfante”. Notas 1.
Betti, Atilio: La noche
lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984. 2.
S/F: en Betti, Atilio: La
noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984. Piamonte Antonio Dal Masetto es el autor de Oscuramente
fuerte es la vida (1), distinguida con el Primer Premio Municipal y el
Premio Club de los XIII. La protagonista dejó su tierra, para reunirse
con su marido: “Hasta último momento, yo seguía formulándome
preguntas que no encontraban respuesta. Teníamos lo que habíamos querido
siempre: la casa, el terreno, la posibilidad de trabajar. Habíamos
defendido esas cosas, las habíamos mantenido durante esos años difíciles.
Ahora, cuando aparentemente todo tendía a normalizarse, ¿por qué debíamos
dejarlas? Me costaba imaginar un futuro que no estuviese ligado a esas
paredes, esos árboles, esas montañas y esos ríos. Había algo en mí
que se resistía, que no entendía. Sentía como si una voluntad ajena me
hubiese tomado por sorpresa y me estuviese arrastrando a una aventura para
la cual no estaba preparada. (...) Llevaba en la mano una bolsita de tela
y la llené de tierra. Me acordé de mi abuelo abonando esa tierra, de mi
padre punteando, sembrando hortalizas. (...) Entré en la casa, abrí una
valija y guardé la bolsita con la tierra. Recorrí las habitaciones como
había recorrido el terreno. Con el brazo extendido rocé las paredes, las
puertas, las ventanas. Me senté en un rincón y me quedé ahí, sin
moverme, hasta que fue la hora de despertar a Elsa y Guido”. La tierra incomparable
(2), obra
en la que narra la visita de la emigrante a su pueblo, cuarenta años
después, fue distinguida
con el Premio Planeta Biblioteca del Sur 1994..
En una entrevista, aclara quién viajó: “En realidad, fui yo el que
regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del
oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue
tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me
obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a
un avión. Al terminar el libro se lo mandé, ella tenía entonces 80 años.
Después la llamé por teléfono y al preguntarle si lo había leído, me
respondió tan sólo: Sí, está
bien. Hoy tiene 86 años, es un personaje obcecado, sin violencia,
pero duro como un roble” (3) . En la Feria del Libro 2005 se presentó la
novela La sed (4), de Hernán Arias, galardonada con el Premio en
el Concurso de Novela Daniel Moyano.
A criterio de Carlos Gazzera, “La novela de Hernán Arias está
narrada desde la óptica de un niño del interior de la pampa gringa, casi
campero. Cinco capítulos-historias, independientes entre sí en lo que
respecta a la anécdota, pero todos conformando un mismo ambiente. Cada
uno de los capítulos está escuetamente marcado por una fecha que precisa
el tiempo histórico. Lacónica, esa fecha no tiene ninguna conexión con
lo que se cuenta: una salida a cazar perdices con el padre, el tío y el
abuelo, la tala del primer árbol para la leña de la casa, el encuentro
con el primo que viene de la gran ciudad y la novia de su tío, una tarde
de sábado en las cuadreras del pueblo más cercano, un asado en familia.
En fin, episodios cotidianos, sin trascendencia para cualquier adulto,
pero que resultan vitales para ese niño que lee en los intersticios de
esa vida cotidiana, gris, la gramática de una vida que deberá aprender a
sobrellevar. La sutileza del lenguaje es notable. Hernán Arias, se diría,
intenta abolir el adjetivo. Una descarnada economía busca dotar a ese niño
y a los personajes que lo rodean del lenguaje que mejor les cabe. El
ejemplo más logrado es el cocoliche de la abuela piamontesa. Tres, cuatro
líneas, nada más, para que esa abuela se convierta en la enigmática
figura del dolor trágico que se ciñe sobre la familia. La enfermedad que
postra a la abuela organiza las metáforas del dolor en esa familia. No
hacen falta lágrimas, palabras de queja. Nada. La economía textual se
reduce a marcar los gestos, los diálogos. El dolor –como todo otro
sentimiento–se dice por elipsis” (5). Notas 1.
Dal Masetto, Antonio: Oscuramente
fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003. 2.
Dal Masetto, Antonio: La tierra incomparable. Buenos
Aires, Sudamericana 2003. 3.
Roca, Agustina (texto), Digilio, Rubén (fotos): “Antonio Dal
Masetto Historia de vida”, en La
Naciòn Revista, 12 de julio de 1998. 4.
Arias, Hernán: La sed. 5.
Gazzera,
Carlos: “Rostros grises en la pampa gringa”
en La Voz del Interior, Córdoba, 19 de mayo de 2005. Sicilia
La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico
Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón
negro; “lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre
para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la
nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un
chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a
dormir la mona ‘Su la vía sento macanudo’, gemía mientras era
arrastrado” (1). Notas 1.
Báñez, Gabriel: Virgen.
Barcelona, Sudamericana, 1998. Toscana
Sabemos
que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás
su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de
esta situación gira la existencia del protagonista de El
mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a
regresar a su país de origen. Gambaro escribió la novela (1) remitiéndose
a sus vivencias: “La historia familiar relatada en El
mar que nos trajo transcurre alternativamente en Argentina e Italia.
Comienza en el año 1889 y concluye poco después de la Segunda Guerra
Mundial, en la época del peronismo. En la Argentina e Italia pasaron en
ese lapso muchas cosas. Pero la historia de ambos países sólo es un
fondo para la novela, aunque a veces determine muertes, expulsiones y
alejamientos. Sólo recurrí a material de investigación histórica para
corroborar algunas fechas, algunos datos como los que se referían, por
ejemplo, a las condiciones sociales y laborales a fines del siglo XIX y
principios del XX. En otro orden, me fue muy útil un libro hoy agotado de
Edmundo D’Amicis que me prestó Leopoldo Brizuela. D’Amicis había
viajado a Buenos Aires precisamente en 1889, fecha en la que por
coincidencia comienza la novela, y lo había hecho en primera clase, pero,
observador sagaz, proporciona en su libro En
el océano. Viaje a la Argentina, enriquecedores aportes sobre la vida
y la navegación de los inmigrantes que viajaban en tercera. En lo que
respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se
mencionan: la isla de Elba, un pueblo de la Calabria, Bonifati, y otro
innombrado que fue Pizzo, la cuna de mi abuelo materno, también en
Calabria. Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el
relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años,
conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al
pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a
‘la playa de arena y piedras romas’ ” (2). En la novela, Agostino “Cada atardecer,
salvo que el tiempo lo impidiera, salía en barca bajo patrón en jornadas
que, según la pesca, concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se
trabajaba mucho y se ganaba poco. (...) Ellos estarían condenados al
mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la venta a precios viles y
el ocio destinado al arreglo de las redes”. En Los
jardines del Carmelo, escribe Ana María Guerra: “En
Los jardines del Carmelo, novela
de
Ana María Guerra, Ferrario,
un artista florentino que vuelve a su tierra, “embriagado,
gritaba a los cuatro vientos:
Questo é un paese bruto, molto bruto, tutti sono indio, baguale,
sporcachone” (3). Notas 1.
Gambaro, Griselda: El mar que
nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001. 2.
Gambaro, Griselda: “Crónica de una familia”, en Clarín,
Buenos Aires, 25 de febrero de 2001. 3.
Guerra, Ana María:
Los jardines del Carmelo. Buenos
Aires, Corregidor, 2003. Sin
mención de origen En Matanzas se afincó el gringo Sardetti, a
quien Juan Moreira, protagonista que da nombre a la obra de Eduardo Gutiérrez,
mata por haber negado la deuda que tenía con el gaucho:
“Concluyamos que es tarde –dijo levantándose de pronto-. Amigo
Sardetti, vengo a que me pague los diez mil pesos o a cumplir mi palabra
empeñada. El pulpero vaciló, miró con espanto a Moreira, y dirigiendo
una mirada de suprema súplica al paisano que había tratado de disuadir a
aquel terrible acreedor, respondió de una manera humilde y quejumbrosa:
-Yo no tengo plata, amigo Moreira; espérese unos días, y le juro por
Dios que le he de pagar hasta el último peso. -No espero más –contestó
el paisano con suprema altivez-; vengan los diez mil pesos o te abro diez
bocas en el cuerpo, para que por ellas puedas contar que Juan Moreira
cumple lo que promete, aunque lo lleve el diablo. Y con la mano segura
desnudó su daga, que brilló con un fulgor siniestro” (1). En Irresponsable, su novela de 1889,
escribe M. T. Podestá: "A lo lejos empezó a divisar una caravana de
hombres, mujeres y niños, que parecían acudir a alguna feria. Era una
larga fila de inmigrantes que cruzaban la plaza marchando detrás de sus
equipajes que ellos mismos ayudaban a transportar. Jóvenes en su mayor
parte, fuertes, vigorosos, con esa robustez peculiar de los hijos de las
montañas. Vestían sus mejores trajes: los hombres, sus chaquetillas
lustrosas, con botones de metal, colgadas del hombro derecho, y dejando
ver su camisa blanca, amplia, de hilo crudo, sujeta al cuello con un pañuelo
de seda multicolor; sombrero de fieltro, en cuya cinta habían colocado
algunos una pluma; el brazo izquierdo desnudo, musculoso, férreo, caras
plácidas, de hombres sanos, contentos, sanguíneos; hablaban fuerte en su
dialecto especial, echando tal vez sus cuentas sobre la probabilidad de
una próxima fortuna. Algunos llevaban en sus brazos criaturas rollizas,
rubias, con la plasticidad exuberante de la buena pasta con que estaban
amasados; otros iban encorvados, cargando sobre sus espaldas cuadradas sus
baúles y sus valijas, jadeantes, colorados, dejando caer gruesas gotas de
sudor sobre la arena caliente y brillante del suelo. Las mujeres, con sus
trajes de aldeanas, de colores vivos, con sus caderas anchas, redondeadas,
sobre las que apoyaban negligentemente su mano” (2). Antonio
Argerich (3), en ¿Inocentes o
culpables?, publicada por primera vez en 1884, fundamenta
su aversiòn en supuestos provenientes de las ciencias mèdicas, refutados
oportunamente por un sacerdote. Esgrimiendo razones de ìndole cientìfica,
a todas luces discutibles, Argerich se opone a la llegada de los
extranjeros, reflejando la posiciòn de muchos argentinos de la època.
“¿Inocentes o culpables? es
una de las pocas obras que registran abiertamente aquel sentimiento, tan
comùn en los habitantes de esa Argentina que se veìa invadida por otras
razas y otras costumbres. Por eso su testimonio es valioso” (4). En esa obra, al nacer el primer hijo de los
inmigrantes italianos, Argerich habla de la influencia que “la raza, el
medio y el momento” ejercerían en él, tal como afirmaba Hipólito
Taine. Le resta toda capacidad de decisión, pues “todo estaba
preestablecido. Todo lo habían ordenado voluntades y cerebros
anteriores”. Escribe Ocantos, en Quilito,
sobre un “italianito vendedor de diarios” y sobre Rocchio, un corredor
de Bolsa, “un hombrazo con muchas barbas, italiano con sus ribetes de
criollo”. Este hombre es descripto por Ocantos con rasgos animales:
“un italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era
un rugido; (...) Trabajador, eso sí, como una mula de carga, y ahorrativo
como una hormiga; Rocchio no perdía un minuto de su día comercial, ni
gastaba un centavo más de su cuenta del mes” (5). En Libro extraño, obra de 1894, escribe Francisco A. Sicardi, un
inmigrante añora su tierra. Relata el hijo: “muchas veces, cuando volvía
de noche de su trabajo y yo estaba al lado de la vela de sebo, leyendo la
cartilla, él me contaba las cosas de su tierra, un pueblito todo blanco,
al lado de la playa, donde los pescadores cantaban con las piernas
desnudas hasta la rodilla, sacando en hileras paso a paso la red, que traía
agua verde y pescados; y a mí me enseñaba las cantinelas que tenían
como rumores y estruendos de borrascas y bofetadas del mar contra los
barcos perdidos y solitarios...” (6). En “La casa endiablada” (7), de Eduardo
L. Holmberg, aparecen italianos de humilde condición, carreros y
verduleros, holgazanes y supersticiosos. Antonio
Páges Larraya considera que “ ‘La casa endiablada’ tiene para
nosotros tres motivos de interés: es su primera obra de imaginación a la
que traslada nuestra realidad ciudadana; es la primera novela policial
escrita en el país, y finalmente, es la primera en la literatura
universal en que se descubre un delito por el sistema dactiloscópico”
(8). El gringo
(9) que protagoniza la novela de Fausto Burgos, se enorgullece de su
sangre: “yo soy gringo, gringo puro, más gringo que todos lo gringo que
hanno formato la colonia italiana en San Rafael”, dirá. Para la familia
del protagonista, en cambio, ser inmigrante es una vergüenza que se debe
ocultar: ‘Usted no es un gringo –afirma el yerno que vive a expensas
del italiano-; usted ya puede llamarse criollo; ya tiene títulos para
ello’ “. Burgos reitera a lo largo de la novela la acusación que los
nativos hacen a los extranjeros: “’¿No son ustedes los que nos vienen
a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones inmigrantes miran
con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero
chino’, ‘é una bestia’”. Alamos
talados (10) fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de
Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el
Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. La clase alta,
representada fundamentalmente por los abuelos, se mostraba bondadosa con
los criollos y los inmigrantes, en general, aunque había excepciones. Don
Ramón Osuna sentía un “desprecio soberano por los gringos, como él
llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a
toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar
era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras”
. La diferencia entre terratenientes e inmigrantes es señalada
por uno de los personajes: “Doña Pancha aún no podía comprender cómo
abuela había recibido, ‘con aire de visita’, a uno de esos gringos
bodegueros, decía ella recalcando la palabra con retintín. Ella no podía
entenderlo y menos disculparlo. Entre tener una viña y tener bodega para
hacer vino había un abismo infranqueable. Eran dos castas distintas, y la
Pancha se había constituido guardián insobornable de esa separación”. Los criollos, que se agrupan bajo la protección
de la señora y sus descendientes, ven como algo degradante el trabajo en
la viña, pues nacieron para domar potros y para hacer tareas que exijan
valor y destreza: “ ‘Los criollos no somos muy guapos pa’ estos
menesteres, eso di’ andar cortando racimitos son cosas pa’ los gringos
y las mujeres –había dicho Eulogio-. Ahora, lidiar con toros, jinetear
potros, trenzar tientos de cuero crudo, marcar animales, ésas son cosas
di’ hombre’ y hasta si se trataba de dar una manito para cargar las
canecas, entonces se ajustaban el cinto y la faja, acomodaban el cuchillo
en la cintura, ‘y no le hacían asco a juerciar un poco’ ” . En el Segundo Libro de Adán
Buenosayres (11), de Leopoldo Marechal, los personajes se trenzan en
un debate acerca de las responsabilidades de criollos y de gringos. Samuel
Tesler, filòsofo villacrespense, exclama: “Estoy harto de oìr pavadas
criollistas (...). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según
ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los
chacareros italianos. ¡Y ahora les da por calumniar a esa pobre gente del
suburbio, complicàndola en una triste literatura de compadritos y
milongueros!”. En un conventillo reúne a sus discípulos
José Luna, personaje de Marechal en Megafón: “En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar
el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue
un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José
Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre
las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto,
llamado ‘el gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor Funes,
conocido por ‘el salteño’ “ (12). Syria Poletti narra en Gente
conmigo lo sucedido a una pareja italiana: “El llegó primero;
trabajó duro y construyó la casa. Entonces se casaron por poder y ella
tomó el barco. Un barco hacia América, hacia él, hacia el nuevo hogar.
Durante la travesía la contagió el tracoma y no pudo desembarcar. Las
prescripciones sanitarias no lo permitieron. Y él tampoco pudo subir a la
nave. Debió conformarse con agitar el pañuelo desde el muelle cuando el
buque zarpó de regreso a Italia”. La narradora sabe bien por qué
sucedió eso a la infortunada pareja de emigrantes: “Ella había contraído
el tracoma por viajar junto a algún enfermo clandestino. Un enfermo a
quien alguien –un médico o un traductor- habría posibilitado el
embarco eludiendo o alterando un diagnóstico” (13). En Hacer
la América, de Pedro Orgambide, aparecen varios italianos. Los más
importantes son Enzo Bertotti, Giovanni Valetta y Gina Spaventa (14). Carolina de Grinbaum narra en La
isla se expande, la forma en la que una niña aprende otra lengua. En
un conventillo recalaron una mujer italiana y sus dos hijas, apenadas aún
por una desgracia familiar: “Tenemos instalada en una habitación próxima
a la gentil señora que llega al caserón un día, a acomodar su viudez ya
las dos hijas casi adolescentes a un nuevo ambiente, lejos de sus
tristezas que permanecían adheridas al duelo paternal. Llenaban las jóvenes
sus horas y lúgubres espacios, con cantos entonados en la dulce lengua de
su lugar de origen: ‘la alta Italia’. La más grata variedad de
composiciones que hasta entonces había tenido Mariana la oportunidad de
conocer, vibraban a diario, todas ellas deleitaban sus oídos. No disponía
siquiera de un modesto aparato de radio, cuya adquisición en esos
momentos en especial, resultaba inaccesible a su padre. En un acompañamiento
desafinado pero voluntarioso, hizo Mariana un aprendizaje veloz de las
letras y las melodías con las que pudo acceder al conocimiento de un
nuevo idioma, canto y música, al mismo tiempo. De esa manera lo entendía
cuando intervenía con su voz, haciendo coro" (15). Salvador Petrella, personaje de Frontera
sur (16), de Horacio Vázquez-Rial, muere de fiebre amarilla en el
barco. Su cuerpo fue cremado en el horno del lazareto de la Isla Martín
García. La novia que lo esperaba “pone el brazo izquierdo sobre la
mesa, la mano abierta, la palma arriba, y con la derecha se da un
hachazo...”. Esa fue la espantosa forma en que se suicidó. María Angélica Scotti evoca, en Diario
de ilusiones y naufragios (17), la vida de una inmigrante española,
desde que, en la infancia, deja España con su madre; a ellas se unirá un
italiano que la mujer conoce a bordo. “Padrazo chapurreaba bastante el
español; lo venía practicando desde antes de embarcarse en Génova”,
dice la protagonista de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6. Andrés Rivera es el autor de Guido
(18), protagonizada por un italiano a quien se le aplica la Ley de
Residencia. Reflexiona
el inmigrante: “Estoy aquí, en un camarote o calabozo, de dos por dos y
medio, tirado en una roñosa cucheta, vestido, el cigarrillo en la mano,
roja la brasa del cigarrillo, y sobre mí, encendida, una lámpara que ellos rodearon con tiras de metal. Idiotas, creen que trasladan a
suicidas. Sé quién soy. Soy
un tipo que llegó, joven, y tan tierno que, ahora, hoy, no me reconozco
en esa estampa de víctima de algún estrago arrasador de la Naturaleza
que pisa las maderas y piedras del puerto de Buenos Aires”.” Rivera conoció a Guido: “Alrededor de esa
mesa se sentaban los responsables sindicales del Partido Comunista
argentino, el más incondicionalmente estalinista de América del Sur.
Entre ellos estaban Guido Fioravanti, Secretario General de la FONC
(Federación Nacional de Obreros de la Construcción), y mi padre. Guido
Fioravanti era bajo y flaco. Músculo puro. Una cara pequeña, de piel,
huesos y una barba rubia de dos días. Ojos verdes y furiosos. Manos
encaladas. Guido Fioravanti bajaba del andamio para atender, hasta las
primeras horas de la madrugada, sus tareas gremiales. Y yo, un chico de
diez años o algo así, asistía, mudo, a esas citas vehementes, y después,
cuando ingresaron a mi recuerdo, épicas. Mi madre, silenciosa. Repartía
sándwiches de milanesa y vasos de vino. Aquellos hombres duros y sanos
siempre tenían hambre” (19). En
conjunto Relata el narrador, en Una ciudad junto al
río, de Jorge Isaac: “Los italianos –que forman la corriente numérica
más importante en este tiempo- lo hacen en grupos compuestos por una o
muchas familias que cantan, ríen o gritan tanto como pueden, volcando su
entusiasmo contagioso y vital. Son los barulleros por excelencia. Y parece
que el puerto, luego que ellos pasan, necesitase cuanto menos un par de días
para reponerse de tanto ruido y retornar a su estado de serena quietud”
(20). Notas 1.
Gutiérrez,
Eduardo: Juan Moreira. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 2. Podestá, M. T.: Irresponsable. Buenos Aires,
Editorial Minerva, 1924. 3. Argerich, Antonio: ¿Inocentes
o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984. 4. S/F:
en Argerich, Antonio: ¿Inocentes
o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984. 5.
Ocantos,
Carlos M.: op.cit. 6.
Sicardi,
Francisco A.: Libro extraño.
Buenos Aires, Imprenta Europea, 1894. 7.
Holmberg,
Eduardo L.: “La casa endiablada”, en Cuentos
fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. Prólogo de Antonio
Pagés Larraya. 8.
Pagés
Larraya, Antonio: “Prólogo”, en Cuentos
fantásticos. Buenos Aires, Hachette, 1957. 9. Burgos, Fausto: El gringo.
Buenos Aires, Tor, 1935. 10. Arias, Abelardo: Alamos
talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990. 11.Marechal,
Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970. 12. Marechal, Leopoldo: Megafón.
Citado en Páez, Jorge: El
conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970. 13. Poletti, Syria: Gente conmigo.
Buenos Aires, Losada, 1962. 14. Orgambide, Pedro: Hacer la América.
Buenos Aires, Bruguera, 1984. 15. Grinbaum, Carolina: La isla
se expande. Buenos Aires, ig, 1992. 16. Vázquez-Rial, Horacio: Frontera
Sur. Barcelona, Ediciones B, 1998. 17.
Scotti , María Angélica: Diario
de ilusiones y naufragios. Buenos Aires, Emecé, 1996. 18.
Rivera, Andrés: Guido,
en Para ellos, el Paraíso.
Buenos Aires, Alfaguara, 2002. 19. Rivera, Andrés: “El hombre que nadie pudo comprar”, en La Nación, Buenos Aires, 3 de marzo de 2002. 20. Isaac, Jorge: op. cit. |
Japoneses
En Flores
de un solo día (1), Anna Kazumi Stahl evoca a una inmigrante que
llega a la Argentina: “Se paralizó un instante antes de lanzarse al
mundo externo: desde chica sufría tanto miedo a la calle. Se debía a
que, japonesa de origen y nacida en 1937, había visto la Segunda Guerra
Mundial hacer su tremenda carrera y terminar en derrota antes de cumplir
los nueve años de edad. Peores eran sus circunstancias, porque a causa de
una enfermedad infantil había quedado sin habla, con daños en el centro
del habla del cerebro, y no podía entender las explicaciones que le daban
la empleada doméstica y el coronel mismo, su padre”. Acerca de la escritora y su obra, expresa
Martín Kohan: “la riqueza narrativa y la intensidad de los climas que
logra la novela responden a la manera en que todo eso se potencia con los
enigmas de un viaje inexplicado, con el dramatismo ajustado de una
historia que proviene de la Segunda Guerra Mundial, con la sutil manera en
que se deja ver el pasado en el presente, con la complejidad sin
rebuscamientos de un personaje como Hanako (y su expresividad sin
palabras) o como Aimée (oscilando entre su deseo de saber y su deseo de
no saber qué es lo que se aloja exactamente en el pasado de su historia
familiar)” (2). Con Gaijin.
La aventura de emigrar a la Argentina (3), Maximiliano Matayoshi ganó
el Premio Primera Novela UNAM-Alfaguara, otorgado por el Jurado integrado
por Mario Bellatin, Sandra Lorenzano, Jorge F. Hernández, Mónica Mansour
y Alberto Vital. En esa
obra, relata un adolescente, poco antes de dejar Okinawa: “Quiero que
vayamos todos juntos, dije. Mamá me miró y me tomó de las manos. No
podemos ir todos, no tenemos el dinero, además Yumie es chica para viajar
y yo debo quedarme a cuidarla. Irás solo. Si tu papá estuviera sería
diferente, dijo”. Entrevistado por Flavia Costa, él señaló:
“—La novela combina dos realidades. Es la historia de mi padre en los
itinerarios —Hong Kong, Singapur, Ciudad del Cabo, Buenos Aires,
Mendoza—, pero los personajes y sus relaciones son escenas de mi vida.
Siempre escribo a partir de experiencias reales. (...) Los personajes
pueden ser inventados, porque son siempre aspectos del propio escritor,
pero si uno quiere escribir algo intenso, hay que respirar el clima, el
ambiente donde ocurrió la historia” (4). Tardío es el funeral de una japonesa. Oshiro
Tana, personaje de Virgen, de Gabriel Báñez, “se hizo célebre
en una tarde cuando la policía descubrió que convivía con el cadáver
de su legítima esposa desde hacía por lo menos dos años. Era tanto el
amor del japonés por su mujer que a la hora de su muerte la vació, la
limpió con acaroína y formol y la rellenó con estopa para conservarla a
su lado. El bonsai conyugal pareció funcionar mejor que el matrimonio
mismo, pues durante esos dos años Oshiro Tana no sólo continuó
compartiendo el progreso de las flores junto a su esposa sino que además
empezó a prepararle sus platos favoritos y a festejarle los aniversarios.
El día en que lo descubrieron ella estaba tomando el café con leche en
la cama, y parecía tan verídica y lozana en su desayuno que apenas si
sospecharon cuando vieron que no mojaba la medialuna. Lo que más le
impresionó al padre Bernardo fue la dulzura tranquila de la mujer; tanto,
que no supo si rezarle un responso o concederle la extremaunción” (5). Notas 1. Kazumi Stahl, Anna:
Flores de un solo día.
Buenos
Aires, Seix Barral, 2002. 336 pp. 3.
Matayoshi,
Maximiliano: Gaijin. La aventura de emigrar a la Argentina.
Buenos Aires, Alfaguara, 2002. 4.
Costa,
Flavia: "GAIJIN. De nombre extranjero Un relato de viaje, de
migración y recuerdo”, en Clarín,
21 de junio de 2003. 5.
Báñez,
Gabriel: op. cit. Polacos
En El agua, Enrique
Wernicke evoca el menosprecio que un personaje evidencia por su
descendencia: “Era una casa para vivir bien. Ahora que las chicas crecían,
tal vez hubiese venido bien otro baño o, por lo menos, un toilette.
Pero don Julio pensaba que las chicas algún día se iban a casar y además,
no olvidaba, él también tendría que morir. Un baño es suficiente
cuando se convive con gente bien educada... como él. O Julito. No se podía
decir lo mismo de las nietas, hijas de una hija de un judío polaco, sin
eso imperceptible, casi diríamos inexplicable, que se llama ‘tener
sangre inglesa en las venas’. (...) El viejo, esta noche, duerme solo.
Julio está en el Norte. Bertita, su nuera, y las dos nietas, han ido al
centro. Se quedarán ‘donde vive la polaca’ (nunca osó decirlo en voz
alta don Julio). Y lo dejarán tranquilo” (1). En La isla se expande, Carolina de Grinbaum presenta a una familia
judeo-polaca: “No puedo dejar extraviados en el ingrato olvido al
matrimonio judeo-polaco y su hija, gnomos que poblaban uno de los cuartos
intermedios dentro de esa casa de sorpresas. La mujer, aun en su
corpulencia y aparente acritud, era modesta hasta lo invisible, tan
hacendosa y esforzada que lindaba con lo increíble. El hombre, como
corresponde a su naturaleza de duende, siempre oculto. Enfermo y resignado
trataba de cubrir con su propio y esmirriado cuerpo el panorama tétrico
de los frecuentes accesos, escupitajos y demás síntomas evidentes del
mal que lo volcaría inexorablemente al fin. Marianita sentía cariño y
respeto, en especial hacia esa esposa y madre, geniecillo movido por el
amor. En un afán constante por tratar de alimentar y alegrar a la
familia, la señora Matilde –ése era su nombre- pasaba largas horas
dentro de la cocina, manipulando ollas y sartenes de las que finalmente
extraía los mejores manjares elaborados a la manera europea. Al suponer
que para obtener esos excelentes resultados frotaba las cazuelas como lo
hiciera el legendario Aladino con su lámpara maravillosa, no dejaba de
observarla. Gracias a Matilde adquirió buen gusto y habilidad para la
cocina” (2). El libro de los recuerdos, de Ana María Shua, “es la novela de
una familia argentina, con sus abuelos inmigrantes, hijos comerciantes y
nietos atorrantes. Una sucesión de afectos y de envidias, de nacimientos
y de penas, de matrimonios públicos y de amores prohibidos. Sin grandes
escándalos, sin secretos horrendos ni crímenes brutales: con la cuota de
humor, de fracaso y ternura que corresponde al país que, vaya uno a saber
por qué, eligieron nuestros abuelos o sus padres para sufrir y gozar”
(3). Es el patriarca de esta familia el abuelo
que, en la juventud, debió empezar a llamarse Gedalia Rimetka, dejando de
lado su nombre verdadero. En Polonia, donde comía papas todos los días,
esperó escondido que falleciera algún paisano más o menos parecido para
heredar su identidad, y poder así emigrar:
“Murió Gedalia Rimetka, medianamente joven, de bigotes. Con su
documento fue el abuelo al consulado de América, la verdadera, la del
Norte, y le dijeron que no. No lo bastante joven murió Gedalia, no lo
bastante joven como para pasar por el abuelo. En Polonia siempre hacía frío,
siempre había nieve. Cuando se derretía la nieve, había mucho barro. El
barro también era frío. El barro de Tomachevo cruzó el abuelo, que quería
cruzar el mar. Y llegó al consulado de esta pobre América. Allí, le habían
dicho, no se fijan mucho, no entienden nada, les da lo mismo. Allí también
es América, aunque no tanto. Lo que vale es salir de Europa, lo que vale
es cruzar el mar. Desde una América ya será posible llegar a la otra. Y
no se fijaron, o no les importó, o no entendían nada, y el abuelo pudo
ponerse en camino para cruzar el mar” (4). Un
personaje de Mestizo, novela de
Ricardo Feierstein, relata por qué emigraron sus padres: “Moishe Búrej
realmente no quería venir a la Argentina, pero ¿qué iba a hacer? Se
fueron los hijos mayores y después me fui yo, luego Carlos con mi
hermana. ¿Quién quedaba? Nadie, salvo Jacobo, que vino con ellos, en
1936. Cuando viajaron ya había guerra civil en España, salieron justo,
justo. En Polonia quedaron otros parientes, tíos y primos: nunca más
supimos algo de ellos. La zona de Lemberg fue muy castigada durante la
Segunda Guerra, los alemanes entraron allí. Me contaron después que han
hecho un verdadero desastre de mi pueblo. Fue una masacre en el centro, la
zona de la feria, donde vivían las famlias judías. A los ucranianos no
les hicieron nada, porque estaban con ellos. Pero de los nuestros no quedó
ninguno vivo. Por suerte, nosotros nos fuimos antes. Dijimos ‘no va más
acá, el futuro está muerto’. Y nos fuimos” (5). Liliana Díaz Mindurry es la autora de Pequeña
música nocturna, novela distinguida con el Premio Emecé en 1998. En
esa obra, ella se refiere a las ocupaciones de una inmigrante, “una
rubia gorda y polaca que ha dormido en la calle, que ha sido sirvienta en
el colegio de la Santísima Trinidad. Y también prostituta los fines de
semana por entretenimiento, por higiene, como dice con su acento extraño”
(6). Gabriel Báñez relata que la Zwi Migdal era
una organización de trata de blancas que tenía en Ensenada el centro de
sus operaciones. Casi todas las pupilas “venían de Varsovia, engañadas
por un correo que les prometía casamiento y fortuna en la nueva tierra y
con el cual refrendaban un contrato que avalaban los padres de las jóvenes.
En cuanto pisaban puerto, debían enfrentarse sin embargo con la letra
chica del contrato: la prostitución o el remate” (7). Juan Jorge Nudel presenta, en Pensión
“La Rosales”,
la historia de una inmigrante que “llegó de Polonia y viajó a Rosario.
Contratadas como artistas, pronto descubrieron de qué arte se trataba y
siguieron el camino como les fue trazado”. Ella le dice a su hija, que
se avergüenza del trabajo de la madre: “-No me mires con esa cara,
escucháme, vinimos con contrato de trabajo para salir de Polonia; era
probable que debimos asegurarnos mejor, pero no lo hicimos. Una vez aquí,
hubo que defenderse”. La hija, a su vez, evoca: “Se escucharon rumores
de la guerra en Europa, de la persecución a los judíos y mi mamá
pensaba en su familia. Nunca supe nada de ellos. Mi mamá sólo sabía lo
que recordaba hasta el día anterior a subir al barco. Subió sola y bajó
acompañada por otras contratadas. Nadie fue a despedirla y nadie fue a
recibirla” (8). El polaco Sovotnik, personaje creado por María
Rosa Lojo en Las libres del Sur,
dice: “Nunca fui un gran señor ruso, pero sí el heredero de un buen
comerciante polaco. ¿Por qué cree que ahora soy portero? Ya salí de
Varsovia con la mitad de mi herencia gastada, y me acabaron de desplumar
en París. Por eso estoy aquí, limpiando casas y vigilando puertas, ya
que ni estudio ni oficio tengo. Menos mal que no me falta alguna facilidad
para los idiomas” (9). En El infierno prometido (10), de Elsa
Drucaroff, Dina anuncia a su madre que no se casará aún, pues seguirá
estudiando. Su padre la apoya en esa decisión, y costea los estudios de
la joven. La madre, furiosa, la amenaza: “¡Vos vas a terminar en Buenos
Aires!”. Poco después, el vaticinio materno comienza a cumplirse: Dina
es violada por un compañero de estudios. Este hecho trae la vergüenza a
la familia, y el desprecio de quienes los conocen. Es entonces cuando
aparece un hombre que llega desde la Argentina, buscando novia para
casarse. El habla con el padre de una joven judía
polaca. “Señor Hamer, yo soy un hombre práctico –dijo sonriendo-.
Busco una buena judía trabajadora que pueda manejar mi casa y criar a mis
hijos. Buenos Aires es una gran ciudad, con costumbres diferentes. No es fácil
encontrar chicas bien preparadas para el matrimonio en una ciudad grande.
Y en el caso de su hija, precisamente por lo que ella vivió, sé que va a
valorar lo que voy a darle, y me lo va a retribuir como merezco. Porque va
a ser muy difícl que encuentre a otro que pueda y esté dispuesto a dar
lo que yo estoy ofreciendo” . Notas 1.
Wernicke,
Enrique: El agua. Buenos Aires,
CEAL, 1982. 2.
Grinbaum,
Carolina de: La isla se expande.
Buenos Aires, ig, 1992. 3.
Shua,
Ana María: El Libro de los
Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. (contratapa). 4.
Shua,
Ana María: El Libro de los
Recuerdos. Buenos Aires, Sudamericana, 1994. 5.
Feierstein,
Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994. 6.
Díaz
Mindurry, Liliana: Pequeña música
nocturna. Buenos Aires, Emecé, 1998. 7.
Báñez,
Gabriel: op. cit. 8.
Nudel,
Juan Jorge: Pensión “La
Rosales”. Buenos Aires, Editorial Milá, 2002. 9.
Lojo,
María Rosa: Las libres del Sur Una
novela sobre Victoria Ocampo. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 10. Drucaroff, Elsa: El infierno prometido Una prostituta de la Zwi Migdal. Buenos Aires, Sudamericana, 2006. 336 pp. (Narrativas históricas) Portugueses Carlos Marìa Ocantos es el autor de Quilito
(1), una de las tres obras màs representativas del “Ciclo de la
Bolsa” (las otras dos son La Bolsa,
de Juliàn Martel, y Horas de fiebre,
de Segundo Villafañe). El
usurero Raimundo de Melo Portas e Azevedo era portugués.
De los italianos de Ocantos puede decirse que no tenían muchas luces, ni
una educación refinada, en cambio el lusitano era para el autor una
persona ruin. Lo define como
“el ángel protector de empleados impagos y pensionistas atrasados, el
agente de funeraria de toda quiebra, el cuervo voraz de toda desgracia, el
pastor de los hijos de familia descarriados”. Vemos que utiliza también
en esta oportunidad la comparación con animales, como
lo hiciera con los italianos, pero
el sentido es bien distinto. A pesar de sus condiciones para vivir
indignamente, el portuguès no es el peor en esta historia; alguien lo
supera, y es, paradòjicamente, un criollo, para demostrar que Ocantos no
es prejuicioso: “entre don Raimundo y èl, igualmente criminales y
condenados a la misma pena por la opiniòn pùblica, habìa una capitalìsima
diferencia: la que existe entre el ladròn y el ratero, no porque el
portuguès se contentara con pequeños robos al por menor, que era un pez
de primera magnitud, sino porque ante las hazañas de don Bernardino, quedàbase
en mantillas”. En
De aquí hasta el alba, Eugenio Juan Zappietro presenta a un
portuguès que se ofrece como voluntario para defender el fuerte 36 del Ejèrcito
Nacional Argentino. Lucharìan doscientos bomberos de lanza contra veintidòs
idiotas”, en una contienda que tendrìa como hèroes al capitàn Càrdenas,
a Paula Bary y a un indio converso. Era Martins, el portuguès, “a quien
las bajamares habìan hecho recalar allì, como ùltimo puerto”, un
hombre “delgado, macilento, comido por la malaria”, que tenìa un
poderoso motivo para luchar: “-Me mataron una china en Italò –dijo-.
Me dije que iba a arrancarle las tripas a cien puercos de èsos. Todavìa
no cumplì”. Seguramente, le llegò el fin antes de poder concretar su
propósito (2). “En la cubierta del barco –escribe Alicia
Dujovne Ortiz, en El árbol de la gitana-, los judíos rezaban hamacándose hacia
delante y hacia atrás. El movimiento del mar les cuadruplicaba el
balanceo. Una hierática madre portuguesa derramaba sus senos sobre dos
criaturas ya mayores, que mamaban sin pausa. De a ratos, los tres
interrumpían la tarea para vomitar sobre un talit que alguna vez fue
blanco, abandonado por su dueño que, por lo menos, vomitaba de boca al
mar” (3). Notas 1.
Ocantos, Carlos Marìa: op.cit. 2.
Zappietro, Eugenio Juan: De
aquì hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971
3.
Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol
de la gitana. Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp. Rusos
Mario,
el protagonista de Hermana y Sombra
(1), de Bernardo Verbitsky, es hijo de inmigrantes rusos. El se refiere a
la pobreza que los agobiaba: “Dejamos en Bahía Blanca varias cuentas
impagas, pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, (...).
Teóricamente, le pagábamos mensualmente los cinco litros que nos dejaba
cada día pero siempre fue tolerante para el cobro, aceptando los
pretextos con que explicábamos nuestra condición de deudores morosos. En
los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que él suspendiera el
suministro de nuestro principal alimento. Nuestra convicción, reafirmada
más de una vez por mamá, era que a ese pequeño español bondadoso debíamos
el no haber muerto de hambre, sobre todo nuestra hermanita a quien no le
faltaron nunca varias mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos
de mamá”. A criterio de Pedro Orgambide, Verbitsky
“es, de manera bien explícita, el novelista del alud inmigratorio de la
Argentina, de los inmigrantes y de sus hijos, porque en estos prevalece
todavía, por imperio de la sangre, la vital intimidad de los padres”
” (2) Acerca de una de sus novelas, afirma Pedro
Orgambide: “La presencia de una tipología judía es más notoria en la
novela Hacer la América (1984)
donde aparece David Burtfishtz y Raquel, su mujer y su hija Liuba; la
imagen patriarcal de su suegro, Israel Mitzer, las figuras de la picaresca
judía como la señorita Yurkovsky o el actor Iehuda Midlin o el señor
Katz, profesor de teatro. La vida de los inmigrantes judíos en una
colonia judía o en la ciudad, revivió en mí una ‘memoria olvidada’
y fui muy feliz al poder escribirla” (3). En Donde
sopla la nostalgia (4), novela de Mauricio Goldberg, Max Gurovitz, su
esposa Fany y su hijo David emigran de Polonia –donde habían emigrado
anteriormente- porque “Otra vez los gritos de ‘yid’ atronaban la
calle. El viaje había sido inútil. Se culpó por haberla dejado sola
mientras él iba al mercado. Aún tenía el uniforme ruso de inválido, si
no ya estaría hecho pedazos. Para ellos la guerra había terminado pero
no su odio por los judíos”. Señala Reiner Kornberger: “Tanto el
protagonista de Donde sopla la nostalgia como también su autor, Mauricio Goldberg,
adelantan su aliá para prestarle servicios a una Israel agredida por los
países árabes en junio de 1967. Los 114 párrafos de la novela narran
alternativamente las vivencias del protagonista Mario en Israel desde su
llegada hasta su retorno a Buenos Aires (capítulos pares) y la historia
de sus padres en Polonia/Rusia antes de la Segunda Guerra Mundial hasta su
emigración a la Argentina (capítulos impares)” (5). En Aventuras de Edmund Ziller, Orgambide presenta –ademàs de muchos
inmigrantes de diferentes nacionalidades- a un narrador nieto de un ruso,
quien afirma: “descubro que Ziller se parece de una manera cruel a mi
propio abuelo, al pobre
abuelo loco, al chiflado que vivìa en un triste y oscuro cuartito cercano
a la terraza, donde, a los cinco años yo lo vi sin comprender la
tempestad y el desgarramiento del exilio (...) oculto por la enfermedad y
la locura del mundo que arrastra a los hombres lejos de su tierra, y que
un dìa los devuelve, crèame, como las olas de la `playa” (6). Hay rusos en el Chaco, como los Kramenenko,
personajes de Mempo Giardinelli en Santo
Oficio de la Memoria” (7). En El
árbol de la gitana, de Alicia Dujovne Ortiz (8), los Dujovne “Se
vistieron de negro riguroso, él con un hongo redondito en la cabeza, ella
con un pañuelo y, de inmediato, se encontraron extraños. Parecían
vestidos con ropa ajena. La crispación del hombro o la cadera hacía
chingar la falda o la chaqueta. Se las habían puesto miles de veces, pero
lo que ahora las hacía diferentes era la actitud de los cuerpos con el
adiós adentro: nadie se para del mismo modo cuando parte para siempre. Al
marcharse perdían su familia y su país pero también su nombre. Nadie más
los llamaría Dujovne con el matiz exacto de la e, esa e tan ambigua, de
origen tártaro, que se desliza entre la e y la y, mientras la lengua,
casi pegada al paladar, deja pasar el aire. Lo sabían tan bien, que ya
apartaban de sus rostros, como espantándose una mosca, la tentativa de
explicar cómo se pronunciaba el apellido, admitiendo de entrada que
Dujovnie se volviera Dujovne, con una e castellana sosa y desabrida como
matse sin té. (...) No se iban solos a la Argentina Sara y Samuel. La
caravana rumbo al Sur era nutrida, vibrante y esperanzada. Muchos otros
Dujovnes con sus perdidas letras finales viajaban para afincarse en aquel
sitio del mapa de forma nadadora, pero trunca, sin brazos ni piernas:
Entre Ríos”. Ricardo Feierstein es el autor de La
logia del umbral (9), novela sobre la inmigración judía a lo largo
de cien años. En ella cuenta el proyecto de cuatro generaciones de una
familia, que se propone llegar a caballo desde Moisesville, provincia de
Santa Fe, mediante postas de dos jinetes por vez, con una caja de madera
de cerezo que contiene tierra de la primera colonia judìa en la Argentina
y ‘una mezuzà, estuche de hueso con un trozo de papel escrito con
letras hebreas’, hasta la Plaza de Mayo, donde la enterraràn bajo la
Piràmide. Cuando el miembro màs joven de este grupo
està por concretar la iniciativa de su familia y de èl mismo, al pasar
frente a la AMIA, una terrible explosiòn lo “revolea por el aire. Todo
se vuelve negro –rememora-, el rugido ensordecedor parece indicar que,
con la oscuridad de un eclipse gigante, ha llegado el fin del mundo. En
ese instante, cien años de vida familiar y comunitaria se atropellan para
desfilar ante los ojos desorbitados de mi conciencia en fuga”. Entre los personajes se encuentran los
fundadores de Moisésville. No acompañó la suerte a los pioneros. Cuando
fueron al campo, pasaron “Días y días sin masticar. Los niños
enfermaban...”. Se refiere el escritor a la colonia santafesina a la que
se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no tenían alimento
ni dónde guarecerse: “Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni
elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en
representación del propietario, para entregar esas tierras tan
laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París,
que actuaba en nombre del terrateniente”. En La
pasión de un visionario Theodor Herzl
(10),
Miryam E. Gover de Nasatsky se refiere a los colonos del Barón Hirsch. El
Barón dialoga con Theodor Herzl acerca de la conveniencia de sacar a los
judíos de los lugares en los que se los oprime, pero, mientras Hirsch está
orgulloso de su obra, para Herzl, no es más que beneficencia. Además
–opina Herzl-, el Barón logra salvar a unos cuantos judíos, no a
todos, objetivo que se lograría si existiera un Estado. Perla Suez es la autora de la Trilogía de
Entre Ríos (11): “Las tres nouvelles reunidas en este libro -Letargo,
El arresto y Complot- comparten un territorio: aquel ubicado
en una zona de la provincia de Entre Ríos, y que es al mismo tiempo el
que se halla entre los ríos de la memoria. Esos espacios son a la vez la
excusa y el fin de estas tres narraciones excepcionales” (12). El libro
ha sido traducido al inglés por Rhonda Dhal Buchanan; actualmente se
traduce al italiano, francés y al alemán. En El Arresto, “El canto
del cosaco, el ciclo de maduración del arroz, la palabra sólida del
padre signan la vida de Lucien Finz durante sus primeros años y para
siempre. Cuando la ciudad sea su nuevo ámbito, los recuerdos como voces
traerán las palabras con que se nombra el miedo a la plaga de la lagarta
militar, el peligro de las isocas, el arrozal anegado, la paciencia del
calor del verano, los graznidos de las tijeretas. El viaje de Villa Clara
a Buenos Aires no es más que un tramo que completa o simplemente continúa
el recorrido más extenso y moroso de una familia de inmigrantes judío
rusos que busca convertirse en habitante del suelo que pisan sus pies. Por
ello, se arraigan al trabajo de la tierra primero y, cuando las lluvias
continuas arruinan el sueño, el hijo reanuda el camino hacia las
ilusiones que augura la capital. Pero el año 1919 dicta también su
propio ritmo y la ciudad es una quimera convulsionada por el cruce
violento de las ideas políticas” (13). Acerca de Letargo se ha escrito:
“Lete es uno de los ríos del infierno, cuyas aguas hacían olvidar el
pasado. Lete es también el nombre de una mujer que pierde a uno de sus
hijos y se sumerge en los días de solados para siempre. Queda una niña:
Déborah. ¿Con qué voz puede explicar ese letargo que se dibuja en el
nombre de su madre como un destino irrevocable? ¿Cómo se narra la
enfermedad cuando aún no hay par¡labras infantiles que la nombren?. Para
reconstruir lo que se ha roto en la memoria, ella deberá vagar entre sus
voces, desdoblarse en niña y en mujer, en sombra y niebla. A través del
recuerdo y de la tierra, Déborah marcha hacia un pueblo de Entre Ríos,
donde moran el dolor de un padre taciturno y la bobe que aplasta con su
mirada. Nada explica lo que una niña no debe oír, lo que una niña debe
callar. Ni siquiera el iddish de la bobe, el silencio del padre”. Un
viaje al lugar donde la muerte sigue sucediendo como una acción
impuntual, constante. El desafío de volver a esa casa donde la soledad
crece cada vez que el viento deja de azotar las ventanas; la necesidad de
ir a buscar a la niña que fue, cuyo rostro se esfuma en la bruma plomiza
del pasado” (14). Deborah, la protagonista, recuerda “las
historias que le contaba su bobe,
recolecciones que llevan al lector una gran distancia en el espacio y el
tiempo, a la ciudad de Odessa a fines del siglo diecinueve. En aquel
entonces, la familia de su abuela huyó de los pogroms del Zar Nicolás
II, buscando refugio en Lyon, Francia antes de emigrar a la Argentina,
donde se establecieron en una de las colonias agrícolas de Entre Ríos,
como miles de otros judíos refugiados, incluso los antepasados de la
autora” (15). Con esta novela, Perla Suez fue Finalista del
Premio Mundial de Literatura Rómulo Gallegos en 2001. Notas 2.
S/F:
en “Bernardo Verbitsky Nagasaki mon amour”, en Abanico de la
Biblioteca Nacional, Mayo de 2005, www.abanico.edu.ar. 3.
Orgambide,
Pedro: “La literatura en tiempos de intolerancia. Identidad y
narración”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando
la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas.
Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 4.
Goldberg,
Mauricio: Donde sopla la nostalgia. Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1985. 5.
Kornberger,
Reiner: “Construir y reconstruirse: la experiencia kibutziana en la
literatura judeoargentina”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen
A. (comp.): Recreando la cultura
judeoargentina/2 Literatura y
artes plásticas Tomo 2. Buenos Aires, AMIA/ Editorial Milá,
2004. 6.
Orgambide,
Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos
Aires, Editorial Abril, 1984. 7.
Giardinelli,
Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991. 8.
Dujovne
Oriz, Alicia: El árbol de la gitana. Buenos
Aires, Alfaguara, 1997. 9.
Feierstein,
Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001. 10.
Gover
de Nasatsky, Miryam E.: La pasión
de un visionario Theodor Herzl. Buenos Aires, Milá, 2004. 163 pp.
(Imaginaria). 11.
Suez,
Perla: Trilogía de Entre Ríos. Buenos Aires, Editorial Norma,
2006. (La otra orilla) 12.
S/F:
en www.perlasuez.com.ar 13.
ibídem 14.
ibídem 15. Buchanan, Rhonda Dahl: “La madriguera de la memoria en ‘Letargo’ de Perla Suez”, en Feierstein, Ricardo y Sadow, Stephen A. (comp.): Recreando la cultura judeoargentina / 2 Literatura y artes plásticas. Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. |
Turcos
Hay turcos en La Bolsa, de Julián
Martel.:
“El corazón de las corrientes humanas que circulaban por las calles
centrales como circula la sangre en las venas, era la Bolsa de Comercio. A
lo largo de la cuadra de la Bolsa y en la línea que la lluvia dejaba en
seco, se veían esos parásitos de nuestra riqueza que la inmigración
trae a nuestras playas desde las comarcas más remotas. Turcos mugrientos
con sus feces rojos y sus babuchas astrosas, sus caras impávidas y sus
cargamentos de vistosas baratijas; vendedores de oleografías groseramente
coloreadas; charlatanes ambulantes que se habían visto obligados a
desarmar sus escaparates portátiles pero que no por eso dejaban de
endilgar sus discursos estrambóticos a los holgazanes y bobalicones que
soportaban pacientemente la lluvia con tal de oír hacer la apología de
la maravillosa tinta simpática o la de la pasta para pegar cristales;
mendigos que estiraban sus manos mutiladas o mostraban las fístulas
repugnantes de sus piernas sin movimiento, para excitar la pública
conmiseración; bohemias idiotas, hermosísimas algunas, andrajosas todas,
todas rotosas y desgreñadas, llevando muchas de ellas en brazos niños lívidos,
helados, moribundos, aletargados por la acción de narcóticos
criminalmente suministrados, y a cuya vista nacía la duda de quíén sería
más repugnante y monstruosa; si la madre embrutecida que a tales medios
recurría para obtener una limosna del que pasaba, o la autoridad que
miraba indiferente, por inepcia o descuido, aquel cuadro de la miseria más
horrible, de esa miseria que recurre al crimen para remediarse” (1). Alamos talados
(2), de Abelardo Arias, fue distinguida en 1942 con el Primer Premio de
Literatura de Mendoza, el Primer Premio Municipal de Buenos Aires y el
Primer Premio de la Comisión Nacional de Cultura. En esa novela, cuando
las penurias económicas obligan a la anciana señora a talar los álamos,
allí está un inmigrante, posibilitando que el lector saque conclusiones
sobre la personal postura del autor: “Con el pie en el estribo de su
auto rojo, el turco hacía anotaciones en una libreta. Uno, tras otro, caían
los álamos de mi adolescencia”. Marcela
Grosso y Marta Baldoni sostienen que “La presencia invasora del
inmigrante aparece metaforizada por el coche rojo del turco, que recorre
el texto en varios capítulos”. Acerca del propietario del vehículo
comentan: “Claras son las connotaciones demoníacas que despliega este
personaje (...) Las aspiraciones comerciales del turco, que exceden a las
del agricultor contratado, lo convierten en una amenaza, un peligro para
el sistema. La compra de la vid y de la madera es sustituida por la idea
de usurpación, de estafa: el turco no compra sino que ‘se leva’. Caída,
atropello, usurpación, tala, profanación, son los efectos del ingreso
del inmigrante en el sistema, que es quebrado sin posibilidades de
restauración” (3). En Hermana
y Sombra (4), de
Bernardo Verbitsky, se alude a un turco. El protagonista vive en un
conventillo, en Flores, donde también vive un empleado del turco: “La
primera habitación era la de la encargada, Doña Antonia, y en su bien
arreglado ambiente vivían ella y su viejo marido Don José, su hija mayor
Rosita, el segundo Nicola, que acababa de hacer la conscripción y que,
como pudimos comprobarlo, cumplía cada mañana con dignidad su oficio de
quinielero, al servicio de un capitalista, el turco Emilio que tenía
varios de esos agentes, a comisión. Era una actividad que la policía
perseguía pero se desarrollaba públicamente sin dificultades. (...) (En
el barrio llamaban turco a todo inmigrante venido del Medio Oriente)”. En La
pradera de los asfódelos, Rubén Benítez evoca una Navidad de las de
antes: “En Navidad la gente parecía distinta. No como ahora. Todos
estaban alegres, salían a la calle y saludaban contentos. Había que
pararse en todas las puertas. Hasta los turcos que vivían en la esquina
festejaban la Navidad. Don José, el que hizo el aparador, abría una
sidra... ‘No es como la de Asturias, pero tampoco está mal’ decía
siempre después de probarla” (5). En
1998, la novela Virgen, de
Gabriel Báñez, resultó finalista del Premio Planeta. En ella evoca la
confusión reinante, en la década del 30, en lo que respecta a las
nacionalidades de los inmigrantes. La protagonista: “Durante esos
primeros tiempos lo único que no logró explicar fue su propia
nacionalidad. No era francesa, era belga, pero resultaba inútil aclarar
semejante diferencia cuando las erres se le estiraban hasta la gangosidad,
y cuando los ucranianos, judíos, rumanos, lituanos y polacos eran rusos o
los sirios y loslibaneses resultaban turcos. Había llegado a un país de
tanos y gallegos y de rusos y turcos, y todo lo que no entrara en el dos
por cuatro de esa conclusión elemental era una rareza de apellido pero
nunca de nacionalidad” (6). En Tama, otra novela de Andruetto, cuenta la narradora: “Durante los
años que vivió con la galesa, mi abuelo estuvo vendiendo baratijas, tal
como les había visto hacer con mayor suerte a los turcos que andaban por
el Norte” (7). Notas 1. Martel,
Juliàn: La
Bolsa. Buenos Aires, Kraft, 1956.. 2. Arias,
Abelardo: Alamos talados.
Buenos Aires, Sudamericana, 1990. 3. Grosso,
Marcela y Baldoni, Marta: “Guía de trabajo para el profesor”, adjunta
a Arias, Abelardo: Alamos
talados.
Buenos Aires, Sudamericana, 1990. 4.
Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos Aires, Editorial
Planeta Argentina, 1977.
5.
Benítez,
Rubén: La pradera de los asfódelos.
Bahía Blanca, Siringa, 1989.
6.
Báñez,
Gabriel: Virgen.
Buenos Aires, Sudamericana, 1998.
7.
Andruetto,
María Teresa: Tama.
Córdoba,
Alción Editora, 2003.
Varios
Lucio
Vicente López dedica La gran aldea
(1) a Miguel Canè, su “amigo y camarada”. En esta obra aparecen
inmigrantes, vistos desde la perspectiva de un escritor que añora un
pasado que no volverà.
Lòpez compara a los
tenderos de antaño con los del presente: “¡Y què mozos! ¡Què
vendedores los de las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los tenderos
franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los mèritos sociales
de aquella juventud dorada, hija de la tierra, ùltimo vàstago del
aristocràtico comercio al menudeo de la colonia”.
Recuerda a uno de los tenderos criollos:
“Entre los prìncipes del mostrador porteño, el màs cèlebre, sin
disputa, era don Narciso Bringas: gran tendero, gran patriota, nacido en
el barrio de San Telmo, pero adoptado por la calle del Perù como el rey
del mostrador. No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo el
barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de madapolàn y de
volverla a doblar como don Narciso; y si la piràmide misma le hubiera
querido disputar su amor a Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa
disputado ese derecho”. Describe
la estrategia del tendero para dirigirse a su clientela: “Don Narciso
subìa o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la parroquiana: dominaba
toda la escala; poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto de la època
y daba el do de pecho con una
dama para dar el sì con una
cocinera”. “Los
tratamientos variaban para èl segùn las horas y las personas. Por la mañana
se permitìa tutear sin pudor a la parda o china criolla que volvìa del
mercado y entraba en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la
trataba llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si èl
distinguìa que era vasca, francesa, italiana, extranjera, en fin,
iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el ‘se lo doy por lo que me
cuesta’, por el tratamiento de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado
entre 7 y 8 de la mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn de
francès que èl sabìa balbucir, era irresistible. Durante el dìa, los
tratamientos variaban entre hija e hijita, entre tù y usted, entre
madamita y madama, segùn la edad dela gringa, como èl la llamaba cuando
la compradora no caìa en sus redes”. A
criterio de Delfín Garasa, “Una de las más cumplidas descripciones de
un heterogéneo desembarco es la que ofrece Luis Pascarella en su
novela-alegato documental, El
conventillo. Llega el Christoforo
Colombo y primero bajan los hombres de negocio con su apoplética
cerviz, con el paso resuelto de los acostumbrados a dar órdenes y ser
obedecidos, los turistas ingleses con sus máquinas fotográficas y
algunas señoras un tanto perplejas por no ver en el muelle indios con
plumas y taparrabos. Por ese entonces, el viaje a Europa empezaba a
otorgar prestigio social, y los argentinos que regresan cambian opiniones
en alta voz sobre los modelos de París, el mobiliario inglés o la sinfonía
escuchada en la Opera de Viena. Y, finalmente, aparecen los inmigrantes,
tan fustigados en los azares de las proclamas políticas, un ‘enorme
hormiguero’ que había viajado en el mayor hacinamiento. Rostros
curtidos, exhaustos, azorados. En todos se presiente la pregunta: ¿Qué
les deparará esta nueva tierra? De pronto, una mirada se ilumina o un
brazo se agita en alto porque se ha reconocido a alguien en la muchedumbre
que espera. Van bajando los hebreos de desgreñadas barbas y gastados
levitones, los ‘turcos’ con sus espaldas combadas, los nórdicos
enjutos, los napolitanos pequeños y retorcidos como raíces, los
andaluces gárrulos, los gallegos pacientes, los holandeses esponjosos,
los genoveses de músculo recio e insaciable voracidad. Una mujer besa la
tierra que los acoge y tras su actitud ritual se adivina un pasado de
penurias y recelos. Y agrega Pascarella: ‘La gran ciudad de calles
dirigidas hacia el Oeste recibe en su seno aquella semilla que purificada
en un ambiente de libertad (...) se reproducirá en su inmensidad
desierta” (2).
En la Bolsa de Comercio, Julián Martel
encuentra “Promiscuidad de tipos y promiscuidad de idiomas. Aquí los
sonidos ásperos como escupitajos del alemán, mezclándose impíamente a
las dulces notas de la lengua italiana; allí los acentos viriles del inglés
haciendo dúo con los chisporroteos maliciosos de la terminología
criolla; del otro lado las monerías y suavidades del francés,
respondiendo al ceceo susurrante de la rancia pronunciación española”
(3).
En Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes escribe acerca de ”la
desvergüenza del gringo Culasso que había vendido por veinte pesos a su
hija de doce años al viejo Salomovich, dueño del prostíbulo” (4). En Adán
Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres personajes discuten acerca de
la nacionalidad de unos rufianes. Un personaje afirma: “¡Esos caften
son marselleses! (...) y juró que los había visto a montones en las
casas del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes mediterráneos y sus
pesadas cadenas de oro”. Otro personaje sostiene que son polacos, y un
tercero, que son rumanos. Doña Venus emite un “fallo inapelable”,
cuando dice “De todo hay, como en botica” (5).
Eugenio Juan Zappietro es el autor de la
novela De aquì hasta el alba (6),
en la que aparecen personajes de distinta nacionalidad: un belga, un
flamenco, un irlandés, un andaluz, un portugués, un estadounidense.
En La
noche lombarda, Atilio Betti recrea, al acostarse en su camarote del
barco que lo lleva a Italia, el duro trance que sufrió el padre del
protagonista, junto con otros pasajeros: “Un chorro de agua, un
manguerazo brutal, le dio en la cara. Lo vi trastabillar, mojado. Lo vi
llorar de indignación y afirmarse en los zapatos claveteados, agarrándose
fuertemente del tirador negro, sobre el torso sin saco, para no caer bajo
el golpe del agua. (...) En tropel, árabes y turcos aparecían y
desaparecían alrededor de mi padre. Corrían, gritando, aullando, perros
mojados, perros azotados a manguerazos, a refugiarse bajo mi cama mientras
que papá, rascándose con furia las axilas, gritaba o gemía, o gritaba y
gemía al mismo tiempo: ¡Piojosos! ¡Piojosos!” (7).
Pedro Orgambide escribió
la
trilogía integrada por El arrabal del mundo, Hacer la
América y Pura memoria
(1984-1985). En Hacer
la América (8)
evoca a los inmigrantes que llegaban a nuestro puerto, alentados por la
consigna que da tìtulo a la obra. Españoles, italianos, judìos,
griegos, son los protagonistas de este relato que muestra la faceta màs
cruda del fenòmeno social que conmoviò al paìs al iniciarse el siglo
XX. La novela narra
sucesos acaecidos en las postrimerías del siglo XIX y en los primeros años
de la centuria siguiente. “¿Qué
es lo que uno cuenta cuando está contando? –se pregunta Orgambide-
Seguramente, algo más que una historia, una anécdota, un hecho, una
realidad imaginada en algún momento de nuestra vida. Lo que uno cuenta,
casi siempre tiene que ver con nuestra ‘novela Familiar’, con nuestro
origen, con nuestra identidad, al Fin” (9).
En Una
ciudad junto al rìo (10) Jorge Isaac evoca el momento en que los
extranjeros arriban a la nueva tierra: “Los inmigrantes, aunque vengan
en el mismo barco, llegan y descienden aquí de manera diferente según
sea su origen que nosotros, con sólo mirarlos y hasta a veces sin oírlos,
hemos aprendido a determinar con riesgo escaso de equivocarnos”.
Seguidamente, describe el desembarco de italianos, alemanes, españoles,
judíos y árabes, señalando las peculiares características de cada
grupo.
Magdalena Kramenenko, uno de los personajes
de Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, se interesa por los platos de diferentes
colectividades y, cuando los cocina, es digna de elogios: "Todas
cosas judías, deliciosas, bien condimentadas. Arenque ahumado, y unos
blintzes, madre mía, para chuparse los dedos. Y no solamente judías
porque también hacía unas paellas que te dejaban de cama. Y no te cuento
las mermeladas que preparaba: de rosa mosqueta, de grosellas, de granadas,
de higos. O las ravioladas con salsa a la bolognesa o la Príncipe di Nápoli, mamma mía. También hacía unos guisos
carreros que le enseñó tu papá, muy delicados, porque tenían las dosis
exactas de hierbas, especias exótica, pizcas de esto y de lo otro, todo
hecho con amor, el morfi con amor es otra cosa” (11).
Un personaje de Frontera
sur dice que a Sarmiento le parecía mal que se abrieran escuelas
italianas, o alemanas, o inglesas”. Otro interviene: “”Era lógico
que le pareciera mal. (...) No estaba loco. (...) Un Estado. Quería un
Estado, con mayúscula. Y eso se hace con la escuela pública. Esto no
puede ser eternamente un centón mal cosido. La gente que llegue tiene que
adaptarse, recomponerse, mezclarse para formar una raza argentina”. En la
Semana Trágica de 1919 –cuenta uno de los personajes en la misma obra-
“se desató la caza del ruso. Asi lo llamó la prensa. Eso del ruso...
es un término muy amplio, que alude al judío, el polaco, el húngaro, al
que se supone comerciante, o bolchevique, o terrorista, no importa lo
incongruentes que parezcan estos términos... (...) los jóvenes que poco
después serían organizados en la Liga Patriótica, armados, tomaron al
asalto el barrio de Once, el barrio judío, identificándose con un
brazalete celeste y blanco, apedreando tiendas y deteniendo a cuanto peatón
con barba se les pusiera a tiro” (12). María
Angélica Scotti evoca, en Diario de ilusiones y naufragios (13), la vida de una inmigrante
española, desde que viaja con su madre catalana y la pareja de la mujer,
un italiano que conoce a bordo.
“El primer recuerdo que me aparece es el viaje”, dice la protagonista
de la novela que mereció el premio Emecé 1995/6,
el Primer Premio Municipal de Buenos Aires "Eduardo Mallea" l999
y Segundo Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación. .
“En verdad, es más lo que me contaron que lo que vi con mis
propios ojos –continúa. No sólo porque era muy pequeña sino también
porque hice la travesía encerrada en un camarote muy especial: viajé
oculta bajo las faldas de mamita”, porque “apenas zarpamos de
Barcelona, mamita notó que yo tenía el cuerpo y las mejillas repletos de
manchuelas coloradas. Ella ya había oído decir que a los enfermos los
obligaban a bajar en el primer puerto, y por eso resolvió esconderme”.
En La
última carta de Pellegrini, de Gastón Pérez Izquierdo, escribe el
protagonista: “La afluencia de inmigrantes seguía transformando la
fisonomía física y social de la metrópoli con sus gritos, sus palabras
mal pronunciadas, sus risas y sus nostalgias por la tierra dejada. En ese
fragor positivista algunas pequeñas señales cada tanto advertían que éramos
de carne y hueso y no estábamos en el Paraíso Terrenal. Las condiciones
deficientes de alojamiento de los inmensos contingentes de extranjeros que
desembarcaban pronto causaron una alarma general: un brote de cólera
amenazaba con expandirse como epidemia y salirse de control. Para una
ciudad que todavía guardaba en su memoria colectiva los horrores de la
fiebre amarilla la noticia cayó como el anuncio de la llegada de los
cuatro jinetes. El Presidente convocó de urgencia al gabinete y concurrí
a la reunión para proponer medidas intrépidas, como las que se
recordaban de los tiempos de la epidemia maldita” (14).
En Moira
Sullivan (15), de Juan José Delaney, la protagonista escribe una
carta fechada en 1932, en la que expresa: “Debo decir que pese a que los
hijos de Erín se jactan de haberse integrado con el resto de la población,
la verdad no es exactamente así. Tienen sus propios colegios, sus propios
templos y clubes, y quien comete la osadía de casarse con un “nap” (¿napolitano
y por extensión italiano?) o con un “gushing” (derivado,
probablemente, del verbo inglés to gush, que significa hablar con
excesivo entusiasmo y que es un neologismo para aludir a los gallegos y
también por extensión a los españoles), se aíslan o son lenta pero
inexorablemente segregados. En verdad esto ocurre con casi todas las
comunidades extranjeras que se han radicado acá: árabes, armenios,
ucranios y, muy especialmente, judíos. Para no hablar de los británicos
que a su injustificado desdén agregan cierto cinismo ancestral”.
María Esther de Miguel evoca, en Un
dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80
ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de “una tanda de
hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia,
según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros
interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los
inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos.
Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los
pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo
sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los
habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ ” (16).
Tínkele, bielorrusa sobreviviente de
Auschwitz, es uno de los personajes de Hija
del silencio, de Manuela Fngueret. A ella “Se le mezclan las
historias con la suya. La llegada a Buenos Aires, el primer día de
trabajo en la fábrica de camisetas a unas cuadras de la casa de sus
primos. Allí emplean también a otras mujeres inmigrantes como ella:
italianas, españolas o polacas, con las que casi no intercambian palabra
en agotadoras jornadas de trabajo. Una Babel de rostros e idiomas” (17).
En La
logia del umbral, de Ricardo Feierstein, narra uno de los personajes,
que vivía en Villa Pueyrredón, a mediados del siglo pasado: “Por las
mañanas, en la escuela pública donde todos concurríamos, conviví con
el inglés Stanley y el italiano Badaracco, protagonistas de una pelea
memorable donde vi correr sangre por primera vez; con el galleguito Pérez
y un francés medio raro que se hacía dibujos en las manos con hojitas de
afeitar” .
Otro personaje afirma: “Incluso, antes de
la guerra, vinieron judíos de Alemania, Holanda y Polonia. Esto era Sión
para ellos, la tierra de la libertad, de la leche y la miel, donde
pudieron salvar sus vidas y tratar de rehacerlas. Más polacos y lituanos
llegaron después, en los años ‘40” (18).
En Lunas
eléctricas para las noches sin luna, escribe Belén Gache: “Al
igual que Mirko y mis padres, han llegado a estas tierras personas
provenientes de Hong Kong, de Túnez, de Madeira, de Angola y del Orinoco.
Si uno juntara los nombres de todas ellas, seguro se formaría, a su vez,
un océano, un gran océano de nombres” (19).
“Editorial Losada publicó Mientras
la luz se va, novela de Noemí Cohen (216 pp). Esta es la historia de
Elena, una joven sefardí que viaja desde Alepo a la Argentina, a
principios del siglo XX, para encontrarse con su futuro y desconocido
esposo. Pero es también la parábola de Setti, a quien Elena conoce en el
interminable viaje hacia América y que se ha embarcado para restañar la
herida de haber sido repudiada por su marido y haber perdido contacto con
su única hija. Y es, además, la peripecia de Amparo, una andaluza alegre
pero sumida en la desgracia de un novio muerto por amor a la anarquía en
el sur argentino. Y es, entre otras, la historia de Elenita, la nieta
adorada de Elena que, víctima de la última dictadura militar argentina,
repite el camino de exilio de su abuela. Noemí Cohen ha creado, con esta
novela admirable, un delicado tapiz donde se traman los destinos de un puñado
de mujeres de ayer y de hoy. Las separan la edad, la lengua, la cultura o
la religión, pero las une sutilmente una similar voluntad de
conocimiento, de libertad, de belleza y de justicia” (20). Notas 2. Garasa, Delfín Leocadio: La
otra Buenos Aires. Paseos literarios por barrios y calles de la ciudad.
Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1987. 3. Martel, Julián: La Bolsa.
Buenos Aires, Huemul, 1979. Prólogo de Diana Guerrero. 4. Güiraldes,
Ricardo: Don Segundo Sombra. Buenos Aires, CEAL, 1979. 216 pp. (Capítulo). 5. Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires,
Sudamericana. 6. Zappietro, Eugenio
Juan: De aquí hasta el alba. Barcelona, Hyspamèrica, 1971 7. Betti,
Atilio: La
noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1984. 8. Orgambide, Pedro: Hacer la América. Bruguera, 1984 10. Isaac, Jorge E.: Una ciudad junto al río. Buenos Aires, Marymar, 1986. 11. Giardinelli, Mempo: op. cit. 12. Vazquéz-Rial,
Horacio: op. cit. 13. Scotti Buenos
Aires, Emecé, 1996. 14. Perez Izquierdo, Gastón: La última carta de Pellegrini. Buenos
Aires, Sudamericana, 1999. 15. Delaney, Juan José: Moira
Sullivan. Buenos Aires, Corregidor, 1999. 16. Miguel, María Esther de: Un
dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999. 17. Fingueret, Manuela: Hija del
silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. 18. Feierstein, Ricardo: La logia
del umbral. Buenos Aires, Galerna, 2001. 19. Gache, Belén: Lunas eléctricas
para las noches sin luna. Buenos Aires, Sudamericana, 2004. 20. S/F: “Novela de Noemí Cohen en Losada”, en Raíces, www.revista-raíces.com. Noviembre de 2005. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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