Inmigrantes
en cuentos infantiles y juveniles argentinos
María González Rouco |
Muchos
inmigrantes protagonizan cuentos argentinos, o aparecen en esos textos
como personajes secundarios. Menciono aquí algunos de estos inmigrantes,
presentados en cuentos infantiles y juveniles. Elena
Guimil es la autora de “Mi búho” (1), uno de los seis relatos del
Premio La Nación 1999 de Cuento
Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la oportunidad en que su
padre, “un gallego fornido” le trajo un pichón. Acerca del texto
premiado, afirma Guimil: “Este cuento nació en un momento muy especial
de mi vida, donde los recuerdos de la niñez se hacen vívidos, provocados
por un hecho sutil: encontrarme de frente con los grandes ojos amarillos
de un pichón de lechucita, parado en un alambre de un camino de tierra
rumbo a un campo”. Carlitos
Gardel protagoniza una historia de Graciela Beatriz Cabal, quien relata
que el pequeño ”se había ido por esas calles de Dios, colgado del
pescante de algún carro lechero. Cuando aparecía de vuelta en el
conventillo, la madre lo corría por el patio, con la chancleta en lo
alto, las peinetas a medio salir y los pelos tapándole los ojos. -¿Dónde
anduviste metido, desgraciado?- parece que quería decirle. Pero como
estaba muy enojada se lo decía en francés (idioma rarísimo pero que era
el de ella). Y entonces los vecinos, que habían sacado las sillitas a la
puerta de las piezas para observar todo con detalle (sin intervenir porque
una madre es una madre), se quedaban en ayunas” (2). Cuentan
en la Patagonia (3), de Nelvy Bustamante, reúne siete relatos en los
que se honra al indígena y en los que se homenajea la gesta de los
galeses que cruzaron el mar para asentarse en Chubut. "Rachel”
evoca las penurias de los galeses en sus primeros tiempos en la nueva
tierra. Cuando todo parece perdido, una idea de la mujer hace que la
situación se revierta. “El trueque”, narrado a partir del cuento
“Kaliats”, de Huberto Cuevas Acevedo habla acerca de la bonhomía del
indio que cambia su caballo por un reloj y, al ser sospechado de robar el
animal, lo busca hasta restituírselo al dueño. “Una nota para el Hen
Wlad” se titula este cuento basado en un relato que forma parte de las
memorias de John Daniel Evans; en él se denuncia la crueldad de algunos
hombres blancos para con los indígenas, y el inmenso dolor de un galés
que encuentra prisionero a su amigo tehuelche: “John se arrimó a su
amigo. Le dio el pan y los alimentos que tenía, y apretando sus manos
cuarteadas a través del alambre, se despidió prometiéndole que volvería
a buscarlo”. Cuando el galés vuelve, el indio ha fallecido.
“Malacara” relata la historia del caballo que salvó al galés Evans,
caballo que vuelve como fantasma para salvar a un descendiente del hombre.
En
Palermo, en las primeras décadas del siglo XX, vive Fernando Da Salerno,
protagonista de un cuento de Fernando Sorrentino, con su madre. En la
calle Costa Rica -relata el narrador-, “en un cuartucho de un
conventillo grisáceo, nos arrinconábamos mi madre y yo. Mi madre,
llamada doña Ferdinanda, y siempre vestida de negro, pertenecía, simultáneamente,
a tres categorías (no incompatibles), a saber: a) santa viejecita; b)
viuda; c) napolitana. A pesar de lo Rica que era la Costa de nuestra
calle, vivíamos en la peor de las pobrezas y no teníamos ni dónde
caernos muertos” (4). Fernando
Da Salerno se casa con una descendiente de libaneses. Relata el narrador:
“En aquella época los árabes –o, al menos, los libaneses de doña
Ibrahima- tenían la costumbre de que los recién casados se retirasen
temprano de la fiesta para tener su primera cena en su nueva casa” (5). Del
Piamonte vino la abuela de María Teresa Andruetto, quien contaba a sus
nietas los relatos que la escritora reunió en Benjamino
(6). Dedica este libro, en el que reescribe dos cuentos tradicionales,
“a la nonna Felicitas”. Sobre ella expresa: “Mi abuela Felicitas, la
mamà de mi mamà, fue colchonera, en el tiempo en que los colchones eran
de lana, se apelmazaban y debìan desarmarse y rehacerse cada tanto. De
ella recuerdo casi todo, porque la tuve hasta que fui grande: su casa de
Arroyo Cabral, donde nacì, el piso fresco de ladrillos de esa casa, las màquinas
de tisar lana, sus amigas hablando en una lengua desconocida para mì, sus
comidas deliciosas (¡el dulce de leche azucarado!), su cara gordita, las
mejillas coloradas, el pelo blanco que prendìa con horquillas en un
rodete... Horquillas, rodetes, colchones apelmazados, màquinas de tizar
lana... nombres de cosas que ya no existen”. Comenta
el origen de los dos cuentos incluidos en el libro –“Benjamino” y
“Zapatero pequeñito”-: “Ella habìa nacido en un pequeño pueblo
del Piamonte, al norte de Italia, y de esa regiòn vinieron hasta mì las
aventuras de Gioaninn ca boija
(Juancito, el que se las ingenia) y Ciavtin cit (el zapatero pequeñito) que nos contaba, tal vez para
mostrarnos que, por màs pequeño que uno sea, puede, con algo de astucia
y un poco de suerte, engañar a los lobos y a los ogros” . Ema
Wolf afirma que no sólo venían personas en los barcos. Venían también
extraños personajes como el Mamucca, un duende que llegó desde Sicilia:
“Con toda seguridad llegó acá en un barco. Lo habrá traído algún
inmigrante en su bolsillo, en la bocamanga de los pantalones o en el
pliegue del sombrero. Lo habrá traído sin querer, sin darse cuenta.
Porque uno puede mudarse de continente llevando hasta un ropero, pero a
nadie se le ocurriría cargar a propósito con algo tan fastidioso como el
Mamucca” (7). El
pequeño protagonista de “Historia con tango y misterio”, de Oche
Califa, pregunta por qué sus abuelos emigraron de Rusia. El padre le
contesta: “Por el ejército del zar. Cada vez que aparecían por la
aldea donde vivía era para llevarse a los jóvenes a pelear en alguna
guerra en la otra punta del país” (8). Había
inmigrantes entre los personajes de “No hagan olas”, de Elsa
Bornemann: “En aquel conventillo de Buenos Aires, cercano al puerto y
donde vivían hace muchos años, los inquilinos argentinos tenían la
costumbre de poner apodos a los extranjeros que –también- alquilaban
alguna pieza allí. No eran nada originales los motes, y errados la mayoría
de las veces, ya que –para inventarlos- se basaban en el supuesto país
o región de procedencia de cada uno. Tan supuesto que –así, por
ejemplo- don José era llamado ‘el Ruso’, aunque hubiera nacido en
Ucrania... A Sabadell, Berenguer y sus esposas les decían ‘los
gallegos’, si bien habían llegado de Barcelona sin siquiera pisar
Galicia... Apodaban ‘los turcos’ al matrimonio de sirilibaneses;
‘los tanos’, a la pareja de jóvenes italianos de Piamonte que jamás
habían conocido Nápoles e –invariablemente- ‘el Chino’, a
cualquier japonés que diera en fijar allí su transitorio domicilio. Sin
embargo, podríamos deducir un poco más de conocimientos geográficos, de
información y hasta cierto trabajo imaginativo por parte de aquellos
pensionistas argentinos, de acuerdo con los sobrenombres que les habían
adjudicado a la dueña de la casona y a su hijo. Ambos eran griegos. Por
lo tanto ‘la Homera’ y ‘el Homerito’, en clara alusión al autor
de La Ilíada y La Odisea, el genial Homero. Por supuesto, a
todas las criaturas que habitaban esa construcción tipo ‘chorizo’
(cuartos en hilera, cocina y bañitos ídem, abiertos a ambos lados de un
patio), los `rebautizaban’ con los mismos motes que sus padres, sólo
que en diminutivo” (9). Notas
1.
Guimil, Elena: “Mi búho”, en El
desafío. Buenos Aires, Sudamericana, 2000. 2.
Cabal, Graciela Beatriz y Contarbio, Delia: Carlitos
Gardel. Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1991. 3.
Bustamante, Nelvy: Cuentan
en la Patagonia.
Ilustraciones: Lucas Nine. Buenos Aires, Sudamericana, 2005. 64 pp.
(Cuentamérica). 4.
Sorrentino, Fernando: “Hombre de recursos”, en La
venganza del muerto y otros cuentos con astucias. Ilustr. Jorge
Sanzol. Buenos Aires, Alfaguara, 2003. 5.
ibídem 6.
Andruetto, María Teresa: Benjamino.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002. 7.
Wolf, Ema: “El mamucca” en
Clarín, Buenos Aires, 22 de marzo de 1998. 8.
Califa, Oche: “Historia con tango y misterio”, en Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana, 2002. 9. Bornemann, Elsa: No hagan olas (Segundo pavotario ilustrado. 12 cuentos). Ilustraciones: O´Kif. Buenos Aires, Alfaguara, 1998. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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