Inmigrantes
en cuentos argentinos
Lic. María González Rouco |
En
muchos de los cuentos escritos en la Argentina por inmigrantes, sus
descendientes u otros escritores, se alude a la tierra de origen, la
inmigración, los inmigrantes que llegaron entre 1850 y 1950 y su
descendencia. Estos son algunos de esos textos. Alemanes
Eduardo
L. Holmberg evoca en “La pipa de Hoffmann” a un judío alemán: “Era
de mediana estatura, proporcionalmente delgado, cara oval, ojos negros,
pestañas largas, y vestía siempre traje del mismo color de sus ojos y de
su cabello, negro también. Al verle era difícil no reconocer en él un
representante de la raza hebrea” (1). Narra
Jorge Luis Borges en “El sur”: “El hombre que desembarcó en Buenos
Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de una iglesia
evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de
una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente
argentino” (2). En
“La tos” Ezequiel Martínez Estrada presenta a Rauch, un descendiente
de alemanes, quien recibe la visita de “un señor corpulento, rubio”,
un “empresario de reducciones orgánicas”. “Rauch se extrañó de la
corrección con que se expresaba en castellano ese hombre evidentemente
extranjero, de su raza” (3). Juan
José Hernández relata, en “El inocente”, que ha desaparecido un
gato. “(...) Poco tiempo después Julia y yo lo descubrimos muerto en la
quinta del alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían prohibido
subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a menudo desafiábamos
el peligro para robar naranjas. Nunca saltábamos la tapia; hacerlo
hubiera sido correr la misma suerte del gato” (4). Magdalena
Ruiz Guiñazú evoca, en “El sortilegio”, la relación entre una
pareja de alemanes y la novia del hijo:
“Digamos que aquellos germanos, los Sachs, mostraron sólo una educada
indiferencia. ¿Qué podía importarles aquella criolla rioplatense,
exuberante, alegre y pobre, que ni siquiera sabía hablar el alemán? Sin
embargo, guardaron las apariencias con formalidad. Se cumplirían las
reglas y sus amistades sólo percibirían que aquella no era la nuera
esperada, pero que la vida es tal como es y que las personas inteligentes
saben adaptarse a cualquier circunstancia” (5). En
“El hombre frío”, Horacio Vázquez-Rial presenta a un descendiente de
alemanes: “Ese rubiecito flaco, que seguramente vivía en el barrio,
aunque nadie sabía exactamente dónde, daba para todo: para una madre
represiva, posesiva, castradora, que no le permitía tener una novia como
todo el mundo, o para un padre violento, de tradición prusiana”. En
“Tablero desierto”, de Héctor Alvarez Castillo, un alemán contrae
enlace en la nueva tierra. Relata el protagonista: “La historia familiar
que alcancé a conocer es sencilla. Si soy sincero debo confesar que a
ella la vi más de un par de veces. Mi amigo descendía de alemanes. Su
padre llegó a Buenos Aires durante el segundo gobierno de Irigoyen en un
barco que lo trajo de África, de un continente que no era su país, a
otro más alejado aún del mundo en el que se había criado. Provenía de
una ciudad cercana a Berlín. En ella había logrado un título de
ingeniero que lo conectó dentro de la comunidad germana ya instalada en
el Río de la Plata y, en una de las reuniones a las que con frecuencia
era invitado, la esposa del hombre con quien comenzara a trabajar le
presentó a Eloisa. Una joven delgada que vio a su primer hombre en esa
velada con el pudor y la ambición en tornadizo vaivén” (6). Notas 1.
Holmberg, Eduardo L.: ”La pipa de Hoffmann”, en Holmberg,
Eduardo L.: Cuentos fantásticos.
Buenos Aires, Hachette, 1957. 2.
Borges, Jorge Luis: “El sur”, en Ficciones.
Buenos Aires, Sur, 1944. 3.
Martínez Estrada, Ezequiel: “La tos”, en Arlt, Roberto,
Borges, J.L. y otros: El cuento
argentino. 1930-1959***. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol.
83). 4.
Hernández, Juan José: “El inocente”, en Hernández, Juan José:
“La señorita Estrella” y otros cuentos antología. Selección
por el autor. Prólogo por Daniel Moyano. Buenos Aires, CEAL, 1982. (Capítulo,
vol. 134). 5.
Ruiz Guiñazú,
Magdalena: “El sortilegio”, en La
Nación, 20 de diciembre de 1998. 6.
Alvarez Castillo, Héctor: “Tablero desierto”, del libro de
cuentos inédito "En la noche". Armenios
En
su novela Memorias para no olvidar,
Eduardo Bedrossian incluyó “la historia de la pollera”, que comienza
así: “-Una tarde llegó una clienta –volvió a contarles en su idioma
armenio, como si fuera la primera vez. –Quería comprar una pollera. Me
hizo sacar todos los modelos de pollera. Ninguna le gustaba. A veces era
el talle; otras, el color. Cuando superamos estas dificultades, surgió
otra: el precio. Al final, se fue sin comprar” (1). Notas 1.
Bedrossian, Eduardo: Memorias para
no olvidar. Buenos Aires, 1998. Belgas
En
varios cuentos de Horacio Quiroga aparecen inmigrantes. Uno de estos
cuentos es “Van-Houten”, que toma su tìtulo del apellido del
protagonista, un “belga, flamenco de origen”, al que “se le llamaba
alguna vez Lo-que-queda-de-Van-Houten, en razòn de que le faltaba un ojo,
una oreja, y tres dedos de la mano derecha. Tenìa la cuenca entera de su
ojo vacìo quemada en azul por la pòlvora. En el resto era un hombre bajo
y muy robusto, con barba roja e hirsuta” (1). Notas 1.
Quiroga,
Horacio: “Van Houten”, en Los
desterrados- El regreso de Anaconda. Buenos Aires, Losada, 1997. Checoslovacos
Abelardo
Castillo evoca, en “El candelabro de plata”, a Franta, un pordiosero
checoslovaco. Recuerda el narrador. “El viejo, cohibido al principio, de
pronto empezó a hablar. Tenía un acento raro, dulce. Se llamaba Franta,
y creo no haberme sorprendido al darme cuenta de que no era un hombre
vulgar: hablaba con soltura, casi con corrección. Acaso yo le había
preguntado algo, o acaso, rota la frialdad del primer momento (para esa
hora ya estábamos bastante borrachos), la confesión surgió por sí
misma” (1). En
“La
golem”, Horacio Vázquez-Rial relata que “en
la Patagonia, cerca del mar”, vivían Raquel Grein y su padre: “Alrededor
de mil novecientos diez, Raquel Grein había puesto ahí su propia casa de
putas, junto a un poblado transitoriamente próspero cuyo nombre es
preferible olvidar, tan helado como la miserable aldea judía del este de
Chequia en la que ella había visto su primera luz, una luz espesa y
perturbadora, de lámpara de aceite, que en nada se parecía a la del
sol”. Notas 1.
A.
Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El
cuento argentino 1959-1970. Selección, prólogo y notas por el
Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz..
Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág. 48. (Capítulo). Daneses Víctor
Juan Guillot, en “Un hombre”, evoca a un danés, el protagonista. El
teniente Juan Christiansen de la jerarquía revolucionaria “era un mocetón
musculoso, alto y deslabazado, con ojos azules de fulgor triste, y largos
bigotes rubios, de guías caedizas. Parece que era un dinamarqués
establecido muchos años en Punta Arenas. De allí, quién sabe por qué,
ganó la Patagonia, donde cuidara ovejas. Un día apareció en
Resistencia, grandote, callado y pensativo. El comandante allende lo había
visto imponerse a tres forajidos norteamericanos que ‘banqueaban’ en
una jugada de monte inglés, armados de grandes revólveres y temidos
hasta por la policía del territorio. Como entonces organizaba una
expedición de acuerdo con los colorados, lo dio de alta con grado de
teniente. Le entregó unas libras esterlinas y le prohibió el whisky,
porque el dinamarqués, acriollado y todo, bebía como un guerrero de los
tiempos de Odín. A un hombre así no se le dice que miente sin
consecuencias” (1). Notas 1.
Guillot, Víctor Juan: “Un
hombre”, en El cuento argentino
1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Escoceses
En
“Un hombre”, Víctor Juan Guillot evoca al escocés Mc Dougall, “un
antiguo administrador de yerbales, del que se contaban en voz baja muchas
cosas” (1). En
“Revelación”, Augusto Mario Delfino presenta a una institutriz hija
de escoceses: “Miss Eveline, la institutriz –una joven de Quilmes,
hija de escoceses- les recomendó mientras los peinaba: ‘No olviden que
en sociedad es preciso tener mucho tacto’. Angélica sabe que tacto es
un sentido, como olfato y vista, y Ricardito ha comprendido que tacto es
callar cuando las personas mayores hablan, comer la gelatina aunque no le
agrade” (2). Notas 1.
Guillot,
Víctor Juan: “Un hombre”, en Historias
sin importancia. Incluido
en R. J. Payró, J. C. Dávalos,
R. Mariani y otros: El cuento
argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Pág.
105-109. (Capítulo, vol. 60). 2.
Delfino,
Augusto Mario: “Revelación”, en Cuentos
de Nochebuena.. Reproducido en Stang, Margarita R. de: América
habla. Buenos Aires, Gram Editora, 1975. Pág. 194. Españoles
Andaluces Francisco
Montes es el autor de Leyendas y
Aventuras de Alpujarreños. En “El desafío” (1) relata que un
andaluz de dieciséis años ganó la competencia de doma que se realizaba
para las fiestas patrias: “El domador con carita de extranjero, flaco,
velludo y colorado, de ojos azules era el mismo que desde las Alpujarras
había llegado con dos años de edad en la búsqueda de insondables
destinos”. En
un cuento de Marta Lynch, “Chola, la hija del sastre, de la misma edad
de Rosa, entró como si estuviera en su casa, con la pollera de volados de
española en una mano y unas castañuelas alquiladas en la otra” (2). Carmela,
personaje de un cuento de María del Carmen García, era “una gitana
como toda gitana, morena y habladora, activa y vigorosa, que criaba a sus
siete hijos como si no le costara esfuerzo. La ropa siempre limpia y
ordenada, la pieza pulcra donde no faltaba un altarcito para la Virgen del
Rocío y una guitarra que a veces su Rafael sonaba con melancólicos
rasguidos andaluces” (3). Pierre
Cottereau es el autor de “La abuela Augusta”, cuento en el que evoca
un episodio de la ancianidad de un inmigrante andaluz. En los recuerdos
del hombre, “Las mesetas se extienden hacia un horizonte claro, lejano;
desde muy lejos llega el perfume de las manzanas en flor y los almendros
son ramos blancos por doquier. Más allá, las praderas que bordean la ría
están salpicadas de florecillas, desborda la primavera sobre toda Andalucía”
(4). 1.
Montes; Francisco: “El
desafío”, en Leyendas y Aventuras
de Alpujarreños, en Unisex.
Buenos Aires, Bruguera. 163 pp. 2.
Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los
cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág. 129. 3.
García, María del Carmen: “Ojos gitanos”, en Cuentos
de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En
colaboración con Fanny Fasola Castaño. 4.
Cottereau, Pierre: “La abuela Augusta”, en El
Tiempo, Azul, 12 de octubre de 1997. Asturianos En
“Carroza y reina”, cuento que da título al libro de Isidoro Blaisten
premiado en el Concurso Literario de la Fundación Fortabat, aparece el
asturiano Alvarez, mozo del café y bar El Aeroplano: “Los parroquianos
empujan para llegar hasta las mesas del privilegio y arrastran al mozo,
Alvarez el asturiano, el de los enormes pies, que se escurre entre los
cuerpos con la bandeja en alto cargada de choppes, express y especiales de
matambre que son la especialidad de la casa” (1). María
del Carmen García presenta, en “Ojos gitanos” (2), a unos asturianos:
“Algún tiempo atrás habían llegado a Buenos Aires como otros tantos
inmigrantes, esperanzados en un futuro sin miseria ni guerras. (...) Se
habían conocido de niños en la aldea de Asturias en la que nacieron y se
encontraron en Buenos Aires gracias a los oficios del padrino Manuel y
como era de suponer se casaron en un septiembre lluvioso de 1910”. Es
asturiano un personaje de uno de los relatos de Hilel Resnizky: “En 1870
su abuelo, José Molinas, era el propietario de grandes estancias, de
casas de comercio, e incluso de buqyes y astilleros en la Patagonia. En
1870 apareció un judío ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y
casó a su hijo Marcos con la hija de Molinas (...) -El viejo José
Molinas era testarudo y, para decirte la verdad, tacaño. Por muchos años
alejó de sí a su yerno judío, enfrentándose con el rencor de su hija.
Al final se rindió y lo hizo socio. Molinas & Grun. ‘San Jacobo’.
Así llamó Marcos Grun a la estancia que compró en Santa Cruz, en
recuerdo de su padre” (3). Notas 1.
Blaisten, Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 2.
García, María del Carmen: “Ojos gitanos”, en Cuentos
de criollos y de gringos. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. En
colaboración con Fanny Fasola Castaño. 3.
Resnizky, Hilel: Puentes de papel.
Buenos Aires, Milá, 2004. Baleares
En
“La niña de Ibiza” (1), Jorge Alberto Reale refleja la emigración y
la nostalgia de una familia oriunda de esa localidad: “Esta historia
comenzó un poco antes de la Guerra Civil Española del Año 36, en la
baleárica isla de Ibiza, que es cuando los Ramallets decidieron abandonar
su terruño y emigrar a Sud América. Fue así que un día del mes de
febrero del año siguiente recalaron en Buenos Aires. No conocían a
nadie. Estaban solos. Debían comenzar de nuevo. Primero se alojaron en el
Hotel de Inmigrantes, después en otros albergues aún menos confortables
hasta que Don Diego, el padre, consiguió un empleo remunerado y una
casa”. Notas 1.
Reale,
Jorge Alberto: “La niña de Ibiza”, en el
grillo, N° 42, Noviembre-Diciembre 2005. Castellanos
En
“Fuera de juego”, cuento de Horacio Vaccari, el hijo de un italiano
zapatero habla a su padre muerto: “Cuando conocí a Julia, tardé meses
en explicarle cómo era mi familia y dónde vivía yo. A ella nada pareció
importarle. Me presentó a los suyos. Su padre era dueño de una confitería
del centro, un local deslumbrante de luces. Hablaba un español rotundo,
aprendido en su pueblo castellano. Me apabullaba su seguridad. Lo sentí
tan superior, que no supe explicarle cómo era usted” (1). Notas 1.
Vaccari, Horacio: “Fuera de juego”, en Cuentos
elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 pp. Catalanes
H.
Bustos Domecq es el seudónimo con el que firmaban Jorge Luis Borges y
Adolfo Bioy Casares algunas obras escritas en conjunto. En uno de estos
textos, que se titula “Las noches de Goliadkin”, un personaje expresa:
“-Comparto su aversión a la radio. Como siempre me decía Margarita
-Margarita Xirgu, usted sabe- los artistas, los que llevamos las tablas en
la sangre, necesitamos el calor del público. El micrófono es frío,
contra natura. Yo mismo, ante ese artefacto indeseable, he sentido que
perdía la comunión con mi público” (1). En
“Las señoritas de la noche”, Marta Lynch presenta un almacenero catalán:
“(...) El almacenero arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en
los gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de anarquista;
los vecinos oían ahora incomprensibles vocablos catalanes y su recia
decisión de no dejar al cura aquel que hiciera un marica de su hijo. La
cabra, esa piojosa de almacén, su mujer que seguía siendo linda todavía
pasó a un segundo plano” (2). Patricio
Pron es el autor de “La espera”. El protagonista “era porteño. Había
nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de
lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían
transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna
parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires. Juan Vera era el primer
argentino” (3). Notas 1.
Bustos Domecq, H. (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares): “Las noches
de Goliadkin”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El
cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera.
Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo). 2.
Lynch, Marta: “Las señoritas de la noche”, en Los
cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. 3.
Pron. Patricio: “La espera”, en De
manos abiertas... Cuentos por adolescentes. Buenos Aires, Tu Llave,
1992. Gallegos
Relata
el narrador, en “El convite de Barrientos”, texto de Santiago Estrada
de 1889: “Pero todo lo que llevo referido habría sido tortas y pan
pintado, si el portero de mi alojamiento, desconociéndome la voz y tomándola
entre sueños por la de un pariente que acababa de morir en El Ferrol, no
se hubiera negado a abrirme la puerta, conjurándome a que, ánima en
pena, volviera al sitio de donde había salido, en la seguridad de que en
cuanto amaneciera daría de limosna a un pobre los cuartos que me adeudaba
al embarcarse para América” (1). En
“Departamento para familias” (2), cuento incluido en el volumen Pasos
del gran bailarín, el sevillano Guillermo Guerrero Estrella alude a
Inés, una criada gallega. Un matrimonio sostiene este diálogo: “-¡Te
digo que yo no miento! (...)-Bien. Soy capaz de perder el empleo, para
esperar a que Inés venga del almacén. Y como la gallega te desmienta, ya
verás o que es bueno... Ahí está Inés. ¡Inés! -Señor... -¿Dónde
encontró usted esta mañana las zapatillas? -En el cuarto de baño, señor.
-¿Has visto, maldita perra, cómo no mentía?”. Enrique
Méndez Calzada incluye, entre los personajes de su “Cuento de
Navidad”, a un ordenanza inmigrante. “A las dos y media de la tarde,
el compañero Rabufetti, jefe de Corresponsales, el ordenanza Lavandeira,
a quien por primera vez veía despojado de su uniforme, imponente de
pasamanería áurea, y el que esto escribe, Roque J. Santillán, ítem más
nuestros equipajes respectivos y un maletín de mano que Rabufetti no
dejaba un momento, salíamos del edificio del Banco por la puerta de
Bartolomé Mitre” (3). En
“La Casa Cerrada 1807”, de Manuel Mujica Láinez, el protagonista
escribe una carta a un sacerdote, en la que manifiesta: “La
circunstancia de haber nacido en Orense, aunque mis padres me trajeron a
Buenos Aires cuando empezaba a caminar, hizo que después de la primera
invasión inglesa me incorporara al Tercio de Galicia. Intervine con esas
fuerzas en acontecimientos que ahora, tantos años después, su osadía
torna mitológicos” (4). En
“Verde y negro”, cuento incluido en Unidad de lugar, Juan José Saer escribe: “Eran como la una y
media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a
la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las
manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y
silbando bajito bajo los árboles. Era sábado y al otro día no
laburaba” (5). En
“El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor
Tizón presenta un cura gallego: “El cura comienza a pasearse
despaciosamente por el salón. Está pensativo, cabizbajo y dice por ahí
(sólo el Capataz y el Turco pueden escucharlo, los otros no están en
este momento) aludiendo quizás a su pobreza: -Me ha tocado una parroquia
estéril como una mula. Y poblada de locos” (6). En
“El Antonio”, cuento incluido en La
manifestación, Jorge Asís escribe: “Cómo no recordarlo, cómo
olvidar los picados en las calles, y de la gallega neurótica que no daba
la pelota cuando caía en su casa, o la devolvía cortada, y los piedrazos
que caían de noche en su techo de chapa” (7). A
un personaje de Marta Lynch, “una rabia sorda, tan feroz como sus
oscuros orígenes de india y de gallego la espantó de la prefabricada
donde José dormía su mona cotidiana” (8). Elsa
Gervasi de Pérez es la autora de “Carta a Galicia” (9), texto que
mereció una Mención en el Certamen que el Rotary Club de Ramos Mejía
organizó en el año 1994. Así dice la carta: “Nos acompañó la soerte
a la Paca y a mí y a nuestra rapaza la Paquita. He tenido la entelegencia
de saber sumar como me enseñó el maestro del pueblo. Gracias a usté
pai. Aprendí bien los Toremas de Pitagorras y por eso en cuanto llejamos,
hicimos un paseo por la Avinida de Maio que es muy bunita y nos recoerda a
Madris, compramos un billete de lotiría”. Escribì
mi cuento “Volver a Galicia”, basàndome en una anécdota familiar.
Acerca de esta mujer, digo: “Hasta que no lograra pisar esa tierra, nada
tendría valor para ella, porque le faltaba su punto de partida, el origen
que la había llevado a ser quien era” (10). En
“Un cielo para el gallego” (11), evoco los últimos días de mi abuelo
materno. El
cuento fue distinguido con una Mención Especial en el Concurso de
Literatura convocado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de
la Capital Federal, en noviembre de 1999. Integraron el Jurado María Angélica
Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer y Jorge Masciángioli. Antonio
González, nacido en Lugo en marzo de 1890, protagoniza “El regreso del
indiano” (12), cuento en el que inventé para mi abuelo paterno una vida
más feliz que la que realmente tuvo. Este cuento fue distinguido con una
Mención del Jurado en el Concurso de Literatura convocado por el Consejo
Profesional de Ciencias Económicas de la Capital Federal, en noviembre de
1999. Integraron el Jurado María Angélica Bosco, Eduardo Gudiño Kieffer
y Jorge Masciángioli. El
protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del
conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja
de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos
alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían
probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (13). En
“Los amigos”, escribe Natalia Kohen, acerca de su personaje José
Manolo Pérez Ortigueiras: “También Pepe consiguió su media naranja,
pero no por medio de la agencia, que le parecía onerosa. Se había
propuesto no gastar una sola peseta (como diría su padre) en este trámite,
ni al contado, ni en cuotas. Recordó la época en que de adolescente había
sido repartidor de ‘Al pan crocante’. En una de las casas adonde
llevaba diariamente pan y facturas, trabajaba Amparito, una galleguita
recién llegada –de un lugar de Galicia que nadie pudo encontrar jamás
en el mapa- donde ella había sido la reina de las romerías” (14). En
“Doña Conce”, Jorge Dietsch relata los últimos momentos de una
gallega: “Doña Concepción tenía 98 años y ése día era el día de
su muerte. (...) La respiración se hizo pausada, se detuvo el temblor que
sacudía su cuerpo y se le encendieron los ojos. Era evidente que esperaba
algo importante. De pronto pidió por sus zapatos, e incorporándose en la
cama, comenzó a bailar.” (15). En
“El residente”, de Teresa C. Freda, aparece una gallega, “pobre y
santa enfermera, medio bruta pero buenaza” (16). En
“La aventura olvidada de Sandokan”, María Rosa Lojo escribe acerca de
la relación entre Sandokan y una inmigrante gallega, en Buenos Aires:
“Ninguno, tampoco, sentía ni hacía sentir de tal manera el dolor de la
patria distante. En nada se asemejaban las intrincadas selvas de Borneo,
el húmedo árbol del pan y el gigantesco sicomoro, a las sobrias castiñeiras
y los ásperos pinares de los montes gallegos. (...) Pero la nostalgia por
lo amado y lo perdido era la misma” (17). “El
Orensano” protagoniza “Se abrió el cielo”, de Jorge Alberto Reale.
El inmigrante “No persigue ninfas deseosas, ni asusta a novios celosos.
Traquetea llevando su amoladora y su flauta, esperando que alguien lo
llame. No es Pan enseñando a Olimpos el misterio del Policálamo, y
tampoco tiene la belleza del Fauno de Praxiteles, pero es de Orense el
pueblo de la chispa y los dulces arpegios” (18). En
“El sueño de Dyusepo” -cuento de Luis León distinguido con el Primer
Premio en el Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía,
convocado por la AMIA-, se hace referencia a un inmigrante gallego que tenía
un horno en el fondo de su casa: “Había cuatro grandes salas a las que
se llegaba a través de un largo pasillo, generosamente ancho, que le
hubiera permitido entrar desde la calle con su carro cargado. Tenía un
inmenso fondo de piso de baldosas coloridas, sombreadas por una enorme
parra y un horno de panadero. Un antiguo horno de ladrillos, lleno de
pequeñas puertas de hierro ya oxidadas, donde un gallego muerto al llegar
el siglo, hacía pan para vender” (19). Notas 1.
Estrada, Santiago: “El convite de Barrientos”, en Varios autores: 20
relatos argentinos. 1838-1887. Selección y prólogo de Antonio Pagés
Larraya. Ilustración en colores de Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba,
1969. 2.
Guerrero Estrella, Guillermo: “Departamento para familias”, en R. J.
Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros:
El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de Eduardo
Romano, notas de Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 3.
Méndez Calzada, Enrique: “Cuento de Navidad”, en R. J. Payró, J. C.
Dávalos, R. Mariani y otros: El cuento argentino 1900-1930 antología. Sel. y pról. de
Eduardo Romano, notas de Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo). 4.
Mujica Láinez, Manuel: “La casa cerrada 1807”, en Misteriosa
Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977. Séptima Edición.
(Colección Piragua). Pp. 184-5. 5.
Saer, Juan José: “Verde y negro”, en J. J. Hernández, H. Tizón,
Isidoro Blaisten y otros: El cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo
y notas del Seminario Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo). 6.
Tizón, Héctor: ““El mundo, una vieja caja de música que tiene que
cantar”, en J. J. Hernández, H. Tizón, Isidoro Blaisten y otros:
El cuento argentino 1959-1970** antología. Selección, prólogo y
notas del Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo). 7.
Asís, Jorge:
“El Antonio”, en A. Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros:
El cuento argentino 1959-1970* antología. Selección., prólogo y
notas del Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo). 8.
Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los
cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967. Pág. 129. 9.
Gervasi de Pérez, Elsa: “Carta a Galicia”, en Rotary Club de Ramos Mejía.
Comité
de Cultura.
Buenos Aires, 1994. 10.
González Rouco, María: “Volver a Galicia”, en El
Tiempo, Azul, 27 de diciembre de 1998. 11.
González Rouco, María: “Un cielo para el gallego”, en Josefina en el retrato. Buenos Aires, el grillo, 1998. 12.
González Rouco, María: “El regreso del indiano”, en El Tiempo, Azul, 16 de enero de 2005. 13.
Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso
Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis. 14.
Kohen, Natalia: “Los amigos”, en Todas
las máscaras. Buenos Aires, Temas, 1997. 15.
Dietsch, Jorge: “Doña Conce o la despedida”, en El
Tiempo, Azul, 14 de marzo de 1999. 16.
Freda, Teresa C.: “El residente”, en El
Tiempo, Azul, 26 de junio de 2002. 17.
Lojo, María Rosa: “La aventura olvidada de Sandokan”. Publicado en la
revista SIBILA, 12, Revista de Arte, Música y Literatura, Sevilla, Abril
2003, pp. 43-47. 18.
Reale, Jorge Alberto: “Se abrió el cielo”, en el
grillo, N° 36, Noviembre-Diciembre 2003. 19.
León, Luis: “El sueño de Dyusepo”, en León, Luis et
al.: Rostros de una identidad. Relatos premiados del Concurso
Internacional de Cuentos de Temática Judía. Buenos Aires, Editorial
Milá, 2004. 96 pp. Madrileños
En
“Invocaciones a la dama del espejo”, de María Rosa Lojo, un personaje
escribe sobre su madre: “Erase una vez una reina, venida de un lejano país
a otro caído en el extremo del mundo, casi allí donde empiezan los
grandes hielos. Era orgullosa y nostálgica, y la devoraba el temor
secreto de haber perdido su rostro verdadero. Para eso se miraba todos los
días en el gran espejo de su cuarto regio, para reconocerse. En realidad
–desdichada reina-, ella nunca supo cuál era ese rostro suyo buscado y
preservado y lo que con tanto afán perseguía, lo quiso en vano” (1).
Notas 1.
Lojo, María Rosa: “Invocaciones a la dama del espejo”, en el
grillo, N° 41, Julio-Agosto de 2005. Vascos
En
“La pesquisa” (1), de Paul Groussac, aparece una sirvienta vasca. La
mujer es descripta por el empleado de correo: “joven aún, vestida como
sirvienta y de aspecto extranjero, había retirado una carta, exhibiendo
un pasaporte español a su mismo nombre”. En
“El Hombrecito” (2), escribe Benito Lynch: “A fuerza de transpirado
y jadeante, Bustingorri casi no habla, y recuerda, por su aspecto, a un
gran buey cansino y sudoroso volviendo del trabajo”. En
“Hotel Comercio”, Bernardo Kordon presenta un comerciante vasco: “Un
agente de policía cuidaba la puerta del Hotel Comercio. Los curiosos
pujaban por entrar. Acosaron a preguntas al viajante. Divisó un rostro
conocido: era Efraín Gutiérrez, el dueño de ‘El Vasquito’. Fueron
andando juntos y cambiaron ideas sobre esa enfermiza y feroz voluntad de
quitarse la vida. Ambos le tenían miedo y terror a la muerte, y se
pusieron de acuerdo en que matarse era una cobardía” (3). En
“Los trotadores”, de Elías Carpena, dice uno de los personajes: “-¡Mire,
patrón: de los troteadores que ahí, en la Coronel Roca, corrieron el
domingo, ni los que corrieron antes, le hacen ninguna mella... : ni
siquiera el del vasco Estévez, que ganó sobrándose por el tiro largo,
ni el de la cochería Tarulla, que ganó con el oscuro a la paleta! ¡Usted
tiene el oro y lo confunde con el cobre!” (4). Es
vasco un personaje de “Mundo, mundo” (5), de Cristina Siscar. En
“La fotografía”, Celia Matilde Caballero relata que un vasco logra
ingresar a la foto en la que estaban su esposa y sus hijos (6). En
la provincia de Buenos Aires se afinca el protagonista de un cuento de
Arturo M. García: “Don Javier Echegaray y Tarragona, oriundo de San
Sebastián en el país vasco y como su nación, fuerte de temperamento, férrea
voluntad, constante en el trabajo y perseverante en sus ideas había
llegado a la Argentina a los doce años con unas ansias inconmensurables
de hacerse la América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que crecía
no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas” (7). Arturo
M. García relata, en “Ella eligió así”, lo sucedido a Raquel Amanda
Olascoaga, hija de vascos tomada cautiva por Biguá, con quien pidió
contraer matrimonio cristiano, rehusando volver a la sociedad. Cuando la
llevaron los indios, ella era una “mujer de treinta años de edad, dama
de recio temple y extraordinaria hermosura, hija única de un matrimonio
de origen vasco, que después de haber habitado muchos años en el Río de
la Plata, donde cosecharon una ingente fortuna a través de negocios de
importación de bebidas espirituosas, traídas de Europa, se volvieron a
su país natal, dejando a su hija ya madura, al frente de sus casas en
Buenos Aires y Montevideo” (8). Notas 1.
Groussac, Paul: “La pesquisa”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi
y otros: El cuento policial.
Selecc. de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981.
(Capítulo). 2.
Lynch, Benito: “El hombrecito”, en Lynch, Benito: Cuentos. Selección, prólogo y notas por Ana Bruzzone. Buenos
Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 70). 3.
Kordon, Bernardo: “Hotel Comercio”, en
R. Arlt, J. L. Borges y otros: El
cuento argentino 1930-1959*** antología. Selección y prólogo de
Eduardo Romano, notas de
Marta Bustos.
Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo). 4.
Carpena, Elías: “Los trotadores”, en Carpena, Elías: Los
trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pág. 155. 5.
Siscar, Cristina: “Mundo, mundo”, en Reescrito
en la bruma. Buenos Aires, Per Abbat, 1987. 6.
Caballero, Celia Matilde: “La fotografía”, en Fantasía
y amor. Buenos Aires, Ediciones Arlequín de San Telmo, 1998. 7.
García, Arturo: “El cóctel”, en el
grillo N° 22. Buenos Aires, 1999. 8.
García, Arturo M.: “Ella eligió así”, en el
grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte El tema es la libertad,
N° 18, 2004. Sin
mención de origen En
“La pesquisa” (1), de Paul Groussac, aparece un español que había
logrado un buen pasar: “La señora de C., viuda de un comerciante español,
después de liquidar la sucesión había colocado en diferentes bancos el
importe de su modesta fortuna, para retirarse a aquella casita-quinta de
su propiedad”. Ante
la posibilidad de que su hija se case con un cristiano, dice a la joven el
protagonista de “Mate amargo”, de Samuel Glusberg: “-Es imposible.
No se van a entender. En la primera pelea –y son inevitables las
primeras peleas- él a manera de insulto, te llamará judía, y tú le
gritarás cabeza de goi. Y puede
que hasta se burle de cómo tu padre dice ‘noive’... él, que ha oído
decir siempre al suyo: ‘Madriz’ “ (2). En
“El hombre de la radio a transistores”, cuento incluido en El
yugo y la marcha, Andrés Rivera relata que al restorán Aguila
llegó El Español: “A las ocho menos cuarto de la noche de ese
martes se levantaron las persianas del restorán; se prendieron las luces;
llameó, pálida, la pantalla del televisor. A la ocho y media llegó El
Español. Era fuerte y alto, la nuca rapada en una cabeza pequeña; los
ojos verdes, estrechos, jóvenes. La piel del rostro, quemada por el sol,
tenía un color rojizo, vestía overall y saco, camisa de algodón,
oscura, boina y borceguíes” (3). En
su cuento “Seguir viviendo”, Ana María Torres evoca a las modistas
españolas: “Josefina se hacía los vestidos con una modista. Yo, en
cambio, con una que venía a coser a casa. Siempre eran españolas y
siempre dificilísimas de conseguir, se las recomendaba pero no mucho,
pues de recomendación en recomendación aumentaban su clientela y cuando
uno las necesitaba no las conseguía. Los diálogos interminables entre
mamá y la modista, los reproches, las promesas de venir, las demoras...
hasta que por fin aparecía” (4). En
“Historia de José Montilla”, Fernando Sorrentino da vida a un tendero
inmigrante: “Don José Montilla vivía en la calle Bonpland, bastante
cerca de casa. Mi padre tenía cierta amistad tenue con él, amistad que
no iba mucho más allá del saludo y de alguna breve conversación. Pero
quiero decir que don José Montilla y mi padre sentían un mutuo afecto
silencioso. Gracias a esta relación, yo puedo ahora contar la historia de
don José Montilla” (5). Para
conjurar la nostalgia, algunos inmigrantes traen de su tierra algo que les
resulta especialmente querido: un retrato, un mantón, fotos... O el olivo
que la española plantó en el fondo de su casa, en el cuento “Don
Paulino”, de Marita Minellono (6). En
“El encuentro”, de Jonatan Gastón Nakache, encontramos un mozo español.
(7). El
protagonista de “La foto”, de Alicia Pombar de Tourón, es un
descendiente de hispanos: “Se llamaba Juan Carlos, era argentino, porteño,
y había nacido en Versalles (...) Era nieto de inmigrantes españoles,
agricultores por parte paterna, que buscaron alejar a sus hijos mayores de
la guerra, y dejaron sus campos soñando volver. Su padre, uno de los
menores, no compartía ese sueño” (8). Notas 1.
Groussac, Paul: “La pesquisa”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi
y otros: El cuento policial.
Selección, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981.
(Capítulo). 2.
Glusberg, Samuel (“Enrique Espinoza”): “Mate amargo”, en La
levita gris. Cuentos judíos de
ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL. 3.
Rivera, Andrés: “El hombre de la radio a transistores”, en A.
Castillo, D. Sáenz, H. Conti y otros: El
cuento argentino 1959-1970* antología. Selección, prólogo y notas
del Seminario de Crítica Literaria Raúl Scalabrini Ortiz. Buenos Aires,
CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 107). 4.
Torres, Ana María: “Seguir viviendo”, en Seguir
viviendo. Buenos Aires, Marymar, 1984. 152 pp. 5.
Sorrentino, Fernando: “Historia de José Montilla”, en www.badosa.com. 6.
Minellono, Marita: “Don Paulino”, en Reunión.
Buenos Aires, Corregidor. 7.
Nakache, Jonatan Gastón: “El encuentro”, en Escritura
Joven III Concurso Literario para Jóvenes “Clara Kliksberg”.
Buenos Aires, Milá. 8. Pombar de Tourón, Alicia: “La foto”, en el grillo, Suplemento: Gabinete de Letras y Arte El tema es la libertad, N° 18, 2004. |
Franceses
“La
escalinata de mármol (1852)” es uno de los cuentos de Misteriosa
Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez. Lo protagoniza Monsieur
Benoit, de quien se dice que era en realidad Luis XVII. En sus postreros
instantes, el francés recuerda su vida: “¡Cuánto dibujó! ¡Cuántos
planos nacieron bajo sus dedos hábiles! Desde que llegó a la Argentina,
en 1818, no cesó de dibujar. Dibujó flores y animales extraños para el
naturalista Bonpland; dibujó bellas fachadas para el Departamento Topográfico:
edificios neoclásicos con frontones y columnatas, proyectos de canales,
de muelles, de puentes, un mundo fantástico surgió de su pluma finísima,
en la trabazón aérea de las cúpulas, de las torres, de los arcos.
Antes, en Francia, había sido marino. Sirvió en las cañoneras del
Emperador y en las goletas del Rey. Antes estuvo en muchas partes, en las
Antillas, en Oriente, en Inglaterra, en Calais... Antes... antes había
una terrible enfermedad, dolores agudos, una neblina que le sofocaba...
Por más que se afanara en despejar las sombras que envolvían a su
infancia, nada conseguía ver. Sin duda aquella enfermedad esfumó su
memoria. Lo único que como un solitario peñón emergía en mitad del
lago negro, era la escalinata de mármol” (1). En
“Trampa”, escribe Elías Carpena: “Don Julio Sosa era patrón de una
tropa de carretas y trabajaba con los hornos y con las quintas de los
franceses”. Alberto Oscar Blasi, autor de las notas, explica: “En la
Loma Verde de Morón, las quintas de melones y espárragos, y los montes
de duraznos, pertenecían a familias francesas” (2). En
“El piola”, Adolfo Pérez Zelaschi presenta a un individuo que se
quiere hacer pasar por francés: “Monsieur
Gastón, un traficante de dinero extranjero a quien acudían sus compañeros
del Banco, y él mismo, para algunas especulaciones menores, tipo de
confianza, honesto delincuente del mercado negro que jamás había vendido
un dólar o un marco falsos” (3). El
ingeniero Ebelot es el protagonista de “El francés de la zanja”,
cuento de María del Carmen García: “El ingeniero Alfredo Ebelot
llegaba con su andar de trancos largos, sombrero de fieltro cubriendo su
rubia y rizada cabellera, botas altas y un poncho pampa cubriendo el
hombro izquierdo. El francés se sumaba con frecuencia a beber unas
ginebras y a oír y narrar los avatares de un día más en ese confín del
mundo en América” (4). En
“Unico testigo”, Jorge Alberto Reale se refiere a una inmigrante:
“Manón, Griseta, La Francesita, eran los nombres de la misma mujer. Su
aspecto absurdo, de melena recortada y la cruz de su boca bien roja,
acompañaban la soledad de aquel lugar. Aquel lugar era el rincón del Bar
103” (5). Notas 2.
Carpena, Elías: “Trampa”, en Carpena, Elías: Los
trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. 3.
Pérez Zelaschi, Adolfo: “El piola”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez
Zelaschi y otros: El cuento policial.
Selección, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL, 1981.
(Capítulo). 4.
García, María del Carmen: Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny
Fasola Castaño. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra, 1996. 5.
Reale, Jorge Alberto: “Unico testigo”, en el
grillo, Buenos Aires, N° 37, Mayo-Junio de 2004. Griegos
La
protagonista de “La rapiña”, de Marta Lynch, se refiere a los
Stavros, una familia griega: “El mismo apellido desconcertaba de
entrada. Como si vinieran de lejos con un confuso prestigio de Medio
Oriente acerca del cual no había obligación de estar bien enterado o con
un franco y honesto aire de inmigrante en primera generación, exudando
inteligencia para abrirse paso y un límpido chusmaje que a fuerza de ser
admitido dejaba de estorbar” (1). “Michel
Moljo: El epigrafista” (2) se titula el cuento en el que Isaías Leo
Kremer evoca a este hombre que, “en 1950, dolorido por la devastación
de toda la comunidad judía de Grecia, se embarcó hacia Buenos Aires para
hacerse cargo de la conducción del templo SHALOM”. “De prisa Michel
Moljo –escribe Kremer-, trata de descifrar rápido esas antiguas
inscripciones, que ya vendrán los
marmoleros para llevarse las placas y no habrá otra oportunidad para
hacerlo. Tu reacción fue instantánea, cuando el alcalde de Salónica
decidió tomar una parte del antiguo cementerio judío por “razones
urbanísticas”; te apuraste a rescatar ese testimonio que arranca de épocas
tan antiguas y que nutrieron con sus nombres a tantas familias de hidalgos
españoles“. Notas 2.
Kremer, Isaías Leo: “Michel Moljo: El epigrafista”, en SEFARaires,
N° 18, Octubre de 2003. Húngaros
Relata
la protagonista de “Usurpación”, de Beatriz Guido: “Recuerdo a un
acróbata húngaro que se encerraba en su cuarto de pensión, mientras yo
me excitaba con sus contorsiones, y su silenciosa acompañante filipina
limpiaba los cordones de la muerte, las víboras amaestradas” (1). Escribe
Marta Lynch: “A Rosa le gustaba el Carnaval. Había en la fiesta, una
alegría y un misterio que le hacían tanto bien como disfrazarse de
aldeana húngara o de mascota, con muchas rosas de paño distribuidas en
el pelo y en el ruedo del vestido y una gran cofia almidonada que hacía
resaltar su áspera piel oscura” (2). Notas 2.
Lynch, Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los
cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967, p. 129. Ingleses
En
“Nelly”, de Eduardo L. Holmberg, uno de los personajes es inglés:
“El señor Phantomton era rubio y delgado, usaba bigote caído, y en sus
ojos vagaba una niebla de misteriosa sugestión. Vestía correctamente,
como todos los ingleses acomodados, y conversaba con la franqueza de un
hombre que dice lo que piensa, lo cual no suele ser agradable para los que
no piensan lo que dicen” (1). En
“Un sepelio atmosfèrico (Crònica de 1891)”, Juan Carlos Dàvalos
relata el destino que un astrònomo inglès radicado en Salta, eligiò
para sus restos: “A toque de clarines, la ceremonia dio comienzo a las
3, hora en que el globo, totalmente hinchado, cernìase por encima de la
muchedumbre apeñuscada. Debajo del globo, sobre una mesa, notàbase un
bulto largo, especie de tùmulo cubierto por un amplio trapo negro: ahì
estaba el cadáver de Mr. Stop” (2). Un
británico protagoniza “Mister Meaney”, de Juan Carlos Dávalos: “
‘El gringo Meaney’ fue en el Colegio Nacional de Salta una de las últimas
víctimas de nuestra incultura, en una época en que la buena crianza de
mucha gente bien nacida estaba lejos de alcanzar el excelente nivel medio
que observamos hoy” (3). Un
inglés protagoniza el relato que un personaje narra en el cuento “Al
rescoldo”, de Ricardo Güiraldes: “-Est’ era un inglés –comenzó
el relator-, moso grande y juerte, metido ya en más de una peyejería, y
que había criao fama de hombre aveso para salir de un apuro. (...) El
inglés, poco amigo de alcagüeterías, prometió cayarse y dejarlo al
infelis yorando su amargura. Esto pasó hase muchos años, y dicen que al
inglés, como premio a su güena alma, nunca le salió más redondo un
negocio” (4). Uno
de los cuentos reunidos en Carroza
y reina -libro de
Isidoro Blaisten premiado en el Concurso Literario de la Fundación
Fortabat-,
es “Lotz no contesta”. En ese cuento, el narrador, Pecheny, recuerda a
Míster Donovan. Pecheny y Lotz “Desde el veinticuatro que usaban el
Longines. Desde el veintidós que estaban juntos en el ferrocarril. En el
veinticuatro los ascendieron a los dos. Míster Donovan los hizo llamar y
él en persona les entregó el Longines. Cuando entraron al despacho, Míster
Donovan tenía ya los dos Longines encima del escritorio. Los felicitó y
los mandó en comisión especial” (5). Pedro
Orgambide describe, en “La señorita Wilson”, a una inmigrante
inglesa, acerca de la que manifiesta uno de los personajes: “Yo he visto
a la señorita Wilson en la terraza, escuchando una sinfonía de Mozart
que se empinaba por las paredes grises y subía hasta los cables tendidos
y las antenas de televisión y las nubes de un atardecer en Buenos Aires.
Y me pareció que la señorita Wilson sonreía” (6). El
protagonista de “Huella digital”, de Marta Celina Linardi, “Recordó
los años transcurridos en el White School. Su educación había sido un
privilegio. Y aquel comedor con enormes arañas y las mesas de roble
pulcramente cubiertas con manteles almidonados. Las sillas eran muy
pesadas para sus cuerpos de niños pero había que aprender a correrlas
sin hacer ruido. Y las aulas. Y los jardines. ‘Eres afortunado’ decía
mamá. Ella siempre me trajo regalos. Los mejores. Claro que no era fácil
tolerar los fines de semana allí adentro. Por suerte Miss Focker me
entretenía leyendo cuentos en inglés” (7). En
“Pleamar”, Oscar González evoca al capitán Griffith George, quien,
tras naufragar en 1883, se radicó en la estancia “Los Yngleses”, en
el Partido de General Lavalle (8). A
Amy Stirling –que “había sido inglesa, linda y joven”- se refiere
el narrador, en un texto de María Esther de Miguel: “Como no hay males
completos tuvo su porción de dicha: murió una tía y la dejó heredera.
Amy Stirling, buscando defender su sueño hecho polvo, cerró la casa de
Liverpool y dispersó sus días por el ancho mundo. Su meta fueron las
ciudades con puertos: en ellos recorría muelles y cafetines, días y
noches, los ojos bien abiertos y la foto del marinerito en la mano” (9). En
“La noche de la cruz de plata” -uno
de los cuentos por los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio
Fortabat en 1987-, la guerra, que parecía tan
lejana, tan europea, llegó a la Argentina. Tan argentino se siente el
hijo de Miss Lucy que, cuando se declara la guerra de las Malvinas, se
alista para combatir a los ingleses. Muere en el combate, luchando contra
los soldados de la nación de sus padres. Miss Lucy, al enterarse de la
muerte del joven, “pensó que de lejos, sin advertirlo, sus compatriotas
la habían mutilado” (10). Don
Domingo, personaje creado por Fanny Fasola Castaño para su cuento “Y el
paisano va”, recuerda su infancia: “Los niños tenían una mesa
aparte, alrededor de la cual podían mezclarse en sus juegos. Y él se veía
corriendo atrás de sus primas, algunas criollas y otras gringas. Sí,
porque su madre era una de esas inglesas que habían llegado con su
familia buscando mejores horizontes, huyendo de conflictos religiosos e
intentando afianzarse en la campiña que tanto les agradaba” (11). Con
“La tarde que oscureció de tristeza”, Julio Enrique Juárez obtuvo el
Primer Premio Categoría Narrativa 2004 en el Concurso Literario
Identidad, en la Ciudad de Azul, Provincia de Buenos Aires. En ese texto
se alude al mal proceder de un inglés: “Don Carlos Azcona, el hombre
entrañable y admirado por la sociedad azuleña, se había quitado la
vida. En una nublada tarde de verano de 1987 cuando aquel benemérito
empresario pujante y exitoso, se dejó vencer por la ira y sacando de un
cajón del escritorio el lustroso 38 Smith & Wesson que siempre lo
acompañaba, gatilló tres veces” (12). Notas 2.
Dávalos, Juan Carlos: “Un sepelio atmosférico (Crónica de 1891)”,
en Los buscadores de oro.
Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La
muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 96 a
101. (Capítulo, vol. 66). 3.
Dávalos, Juan Carlos: “Mister Meaney”, en Los
buscadores de oro. Incluido en Dávalos, Juan Carlos: La
muerte de Sarapura Antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Págs. 102 a
106. (Capítulo, vol. 66). 4.
Güiraldes, Ricardo; “Al rescoldo”, en R.
J. Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El
cuento argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por
Eduardo Romano; notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo,
vol. 60). 5.
Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp. 6.
Orgambide, Pedro: “La señorita Wilson”, en La
buena gente. Buenos Aires, Sudamericana. Incluido en A. Castillo, D. Sáenz,
H. Conti y otros: El cuento
argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo,
vol. 107). 7.
Linardi,
Marta Celina: “Huella digital”, en Varios autores: Nosotros el Sur.
Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp. 8.
González, Oscar: “Pleamar”, en El
Tiempo, Azul, 1° de diciembre de 1996. 9.
Miguel, María Esther de: “Amy Stirling”, en el
grillo, Buenos Aires, Marzo-Abril de 2003, Año 12, N° 34. 10.
Torres Zavaleta, Jorge: “La noche de la cruz de plata”, en El
palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1987. 11.
Fasola Castaño, Fanny:
“Y el paisano va”, en “Cuentos de criollos”, en Cuentos
de criollos y de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración
con María del Carmen García. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. 12.
Juárez, Julio Enrique: “La tarde que oscureció de tristeza”, en El
Tiempo, Azul, 28 de noviembre de 2004. Irlandeses William
Bulfin, escritor irlandés que llegó a la Argentina en 1880 y fue
director de The Southern Cross,
es el autor de Tales of the pampas.
Alejandro Clancy, el traductor de la obra, afirmó: “Cuentos de la Pampa –escritos por Bulfin a partir de 1880- narra cómo
era la vida de los irlandeses y de los argentinos en el campo, cerca de
los fortines. Los irlandeses –que sobre todo eran ovejeros- llegaban acá
sin un centavo y empezaban haciendo las tareas manuales que no querían
hacer los gauchos” (1). En
el cuento “Los afanes”, Adolfo Bioy Casares alude a las irlandesas:
"Milena tenía el pelo castaño –lo llevaba muy corto-, la piel
morena, los ojos grandes y verdes (menospreciaba los ojos azules de las Irish-porteñas), las manos cubiertas de mataduras. Era alta y
fuerte” (2). Juan
José Delaney es el autor de Tréboles
del Sur (3), quince textos que transcurren a lo largo de más de un
siglo. En “Destinos (1929)”, escribe una inmigrante irlandesa: “No
te enojes porque no haya escrito antes. Me fue imposible hacerlo debido a
la angina tabacal que me arrancó la promesa de no fumar más. Aciertas al
suponer que no soy feliz. La vida es algo difícil por acá y confieso que
estoy dudando de si mi arrojo de hace diez años valió la pena”. Notas 2.
Bioy Casares, Adolfo: “Los afanes”, en Mi
mejor cuento. Buenos Aires, Orión, 1973. 3.
Delaney, Juan José: “Destinos (1929)”, en Tréboles
del sur. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994. Italianos
Abruzzos
Doménico,
un campesino italiano herido durante una huelga en Buenos Aires, en 1919,
siente nostalgia de su país. El personaje creado por María del Carmen
García “Se quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus
padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas, descoloridas, que
cobijaban en una cocina y en una sola habitación a una numerosa familia
de doce almas” (1). Notas 1. García,
María del Carmen: “Dóménico, el campesino obrero”, en “Cuentos de
gringos”, en Cuentos de criollos y
de gringos, Breves historias con Historia, en colaboración con Fanny
Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. Friuli
Una
madre deja en Italia a sus hijas, y viaja a la Argentina llevando al hijo,
en el cuento “El tren de medianoche” de Syria Poletti: “Era un
atardecer iluminado al rojo cuando mi madre se acercó al tren excitada y
hermosa como todas las mujeres cuando van a reunirse con el marido y le
llevan un hijo varón. Atrincherada en mi espeso mutismo, no quise
besarla. Y ella, para aliviar su culpa, quiso creer que no la quería.
–Todavía no comprende...-justificó su cobardía” (1). Notas 1. Poletti,
Syria: “El tren de medianoche”, en Mi
mejor cuento. Buenos Aires, Orión, 1974. Lacio
En
“La conquista de Buenos Aires”, de Enrique Loncán, Cicerón vuelve a
la vida en el siglo XX y emprende, “para los idus de marzo de 1932
(d.C.)”, un viaje del que se arrepentirá amargamente. El latino escucha
que “más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica
de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los
destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares
los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna...” (1). Notas 1. Loncán,
Enrique: “La conquista de Buenos Aires”, en Cuentos
y esquicios. Buenos Aires Lombardía
Un
personaje de “El día de las grandes ganancias”, de Alberto
Gerchunoff, es italiano. El dueño de la “Tienda de las cuatro
estaciones” es descripto así por el narrador adolescente: “Lombardo
de fuertes piernas, espaldas enormes y cara redonda como un plato, en la
que brillaban dos ojos grises, rientes y móviles, hallábase siempre
instalado en el fondo del negocio, colgando de los labios la curva pipa de
barro. Hombre de cuarenta años, obeso y jovial como un párroco de aldea,
no concebía entre las paredes de la tienda el malhumor que amargaba mis
planes” (1). En
“Santana”, de Roberto Mariani, una lombarda sufre un percance:
“Después de aquel temporal en que un aletazo de viento tumbó al suelo
a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y derramándole
el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo, decidieron
cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de recio viento
o dura lluvia, rebeldes a la obstinada reclamación del negro Apolinario,
encargado del conventillo” (2). Notas 1. Gerchunoff,
Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos
de ayer.
Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919. Págs.
227/8. 2. Mariani,
Roberto: “Santana”. Citado
por Páez, Jorge en El conventillo.
Buenos Aires, CEAL, 1970. Piamonte
“La
loca y el relato del crimen” es el cuento de Ricardo Piglia en el que el
autor presenta a la amante de Bairoleto, hijo de piamonteses. “No hubo
nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan Bautista
Bairoleto, el jinete. (...) La vieja entró mirando la luz y se movió por
la tarima con un leve balanceo, como si caminara atada. (...) –Yo he
visto todo he visto como si me viera el cuerpo todo por dentro los
ganglios las entrañas el corazón que pertenece que perteneció y va a
pertenecer a Juan Bautista Bairoleto el jinete” (1). Notas 1.
Piglia,
Ricardo: “La loca y el relato del crimen”, en H. Bustos Domecq, A. Pérez
Zelaschi y otros: El cuento
policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 104). Sin
mención de origen
Giusseppe
el zapatero protagoniza un tango de Guillermo del Ciancio. En un cuento de
Horacio Vaccari, el hijo médico escribe una carta a Giuseppe. Le dice:
“Hoy me duele decir todo esto, pero necesito torturarme con la verdad,
con mi triste verdad y he de asumirla hasta el fin. Cumplí con la
voluntad que usted me impuso desde la cuna. Estudié Medicina, fui uno más
en el montón, aunque sacaba buenas notas. Tenía que hacerme perdonar mi
origen, si bien mis compañeros me respetaban porque era callado y
estudioso” (1). En
“El salón dorado 1904” (2), de Manuel Mujica Láinez, la dueña de
una mansión en decadencia se entera de que muchas de las habitaciones se
han transformado en locales. Uno de ellos es ocupado por un sastre
presumiblemente italiano: “El ama de llaves la detiene delante de la
puerta que da al comedor. En su panel central hay clavado un cartel:
‘Bruno Digiorgio, sastre’. Entran allí. Los cortes de género se
apilan sobre un mostrador; los maniquíes rodean a la estufa, encima de la
cual permanece, como un testigo irónico, el lienzo pintado de la
‘Carrera de Atalanta’ que imita un gobelino”. Guillermo
House evoca, en “El mangrullo”, la agonía de un hijo de inmigrantes,
y el heroísmo del camarada sanjuanino que intenta protegerlo: “El
conscripto Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es
regular tirador, pero flojazo
para las penurias. (...) Como Colombo no puede moverse, él le introduce
en la boca su dedo meñique húmedo de rocío. Pero el sol no tarda en
disipar este engaño, y desde temprano se deja sentir” (3). Humberto
Costantini escribe acerca de un gringo; en su “Historia de una
amistad”: “a mí me gustaba cuando don Aldo me hablaba de sus cosas.
Cuando vine a América, ¿sabe?, me soñaba tener una casa y una familia.
Muchos hijos, sabe. Así como usted. O más todavía. Ocho, diez. Una mesa
larga, larga, y todos allí a la noche comiendo con buen apetito. En mi
ciudad había un sastre que tenía doce. Todos carabineros. ¿Se imagina?
Con estos sombreros grandes..., me decía“ (4). En
el cuento “Niebla”, escribe José Luis Pérez: “Era el patio de
ladrillos de un inquilinato, pulido por los pasos de fatigados
inmigrantes, con enrejados verdes de varillas de maderas entrecruzadas,
grandes macetas rojas y amarillas de formas acampanadas llenas de plantas,
un gran piletón en el centro, el parral cubriéndolo todo y en una silla
baja, sentado, con una chaqueta en su falda y una aguja en su mano,
cosiendo con destreza y chupando su pipa, estaba él. Un aroma de uva
madura y tabaco fuerte llenaba el espacio, de una vieja radio salía la
voz de Beniamino Gigli, cantando “Wien, Wien, nur du allein’ ” (5). Un
amor imposible causa la emigración de un italiano, en un cuento de José
Luis Cassini: “El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería,
el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La
hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha
dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le
vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó” (6). En
“La confesión” (7), Víctor Casafús relata un extraño suceso en el
que intervino un italiano: “Antes de irme, se me ocurrió pasar por la
Sacristía para averiguar el nombre del Santo que tanto bien me había
hecho. Para mi sorpresa me dijeron: -No. Con motivo de la pintura se
quitaron todos los Santos. Al único que puede encontrar por ahí es a Don
Giuseppe, el pintor”. La
historia secreta de un italiano es el tema de “El último patio” (8),
de Haydee Massa, que se inicia con estas palabras: “Resolví ir a Jujuy
porque en una de las últimas cartas tío Antonio rogaba que lo visitase.
Era el hermano menor de mi padre y a éste le hubiese gustado que
satisficiera su deseo. Ambos vinieron muy jóvenes desde Italia para
establecerse en la Argentina. Después de convivir varios años en Buenos
Aires, la afición por la arqueología incitó a tío Antonio a promover
investigaciones en los yacimientos indígenas del país. Con el paso del
tiempo quedóse definitivamente a vivir en Jujuy”. En
“Desarraigo”, cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que
piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente,
evocando una historia familiar vinculada con la guerra: “Recordó que
una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde,
blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas
con el delantal; que una a una iban llegando sus tías tratando de frenar
el llanto que brotaba sin pedir permiso” (9). Notas 1.
Vaccari, Horacio: “Final de juego”, en Cuentos
elegidos. Buenos Aires, Troquel, 1978. 138 págs. 2.
Mujica Láinez, Manuel: “El salón dorado 1904”, en Misteriosa
Buenos Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977. 3.
House, Guillermo: “El mangrullo”, en L. Gudiño Kramer, J.P. Sáenz y
otros:: El cuento argentino
1930-1959* antología. Selecc. prólogo y notas de Eduardo Romano.
Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83.(Capítulo, vol. 77). 4.
Costantini, Humberto: “Historia de una amistad” (fragmento), en www.abanico.edu.ar. 5.
Pérez, Jose Luis: “Niebla”, en Varios autores: Nosotros el Sur.
Selección de Nené D’Inzeo. Buenos Aires, Tu Llave, 1992. 124 pp. 6.
Cassini José L.: “El mar en los ojos”,
en Rotary Club de Ramos Mejía
Comité de Cultura. Buenos Aires, 1994. 7.
Casafús, Víctor: “La confesión”, en La esquina literaria.
Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996. 8.
Massa, Haydee: “El último patio”, en La esquina literaria.
Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 1996. 9.
De Benedictis, Ana María: “El desarraigo”, en El
Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002. Japoneses
Anna
Kazumi Stahl es la autora de “Sueño tanguero de un japonés” (1),
cuento que comienza así: “Toshiuri Matsushiro arribó a Buenos Aires en
1947 a bordo de un enorme barco vacío. Había viajado –a buen precio-
en las apagadas cámaras frigoríficas de la Estrella Austral que proveía
al mayor país exportador de carne vacuna en todo el mundo. Cuando bajó,
se puso a caminar por la ciudad. Era una figura pequeña y enflaquecida
entre tantas personas corpulentas y bien nutridas que poblaban las
calles”. Notas |
Polacos
En
“Permiso, maestro”, Isidoro Blaisten presenta a “La Colorada”,
“una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera” (1). En
“Carroza y reina”, escribe: “Ya se ven las guirnaldas en la laca
restallante, las guardas, las cenefas y las volutas de color de fuego, las
letras en alegre novecientos en la madera calada, y los lises, las rosas,
los tréboles, las fustas con diamantes, los escudos argentinos, las
amapolas de cinco pétalos, las guitarras encintadas, los facones con
chispitas y el bandoneón desplegado que el maestro filetero León Untroib
ha pintado en las cuatro barandas de la carroza, en seis días desde el
alba al crepúsculo” (2). Los
inmigrantes padecen las secuelas de la guerra. En un cuento de Sebastián
Jorgi, un hombre dice a su mujer: “A la semana de vivir juntos, mamá
Freda se largaba a llorar todas las noches en la habitación contigua. Vos
me explicaste que estuvo en el Ghetto de Varsovia y no quiere dormir sola
porque tiene mucho miedo de sólo pensar que los nazis la llevarán a la
casona del fondo del campo” (3). Weronicka,
la protagonista de un cuento de Natalia Kohen, manifiesta: “vinimos a la
tierra elegida por nosotros, a la Argentina, donde rehice mi vida y tuve a
mi hija. A pesar de eso, a veces añoro mi tierra natal. En Polonia,
cuando tenía dieciocho años, soñaba con ser médica. Aquí soy
masajista, hice masajes a todos los que me llamaban, a las gentes más
dispares. Ahora, gracias a Dios me doy el lujo de poder elegir...” (4). En
“Gratitud” (5) -cuento
de Leonel Giacometto distinguido con la Tercera Mención en el Concurso
Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA-, la
narradora recuerda a su abuela inmigrante: “Abuela había nacido en
Polonia, y muy joven llegó, en barco, a la Argentina, más precisamente a
la ciudad de Rosario. Era lo único, en mis tardes de siete años, que sabía
sobre la vida de abuela, que se llamaba Hanna, y no Anna, así, como decía
madre que se escribía, con dos enes”. Notas 1. Blaisten,
Isidoro: “Permiso, maestro”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp. 2. Blaisten,
Isidoro: “Carroza y reina”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp. 3. Jorgi,
Sebastiàn Antonio: “Tardes del Lorraine”, en Tardes
del Lorraine. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996. 4. Kohen,
Natalia: “Weronicka, la masajista polaca”, en Todas las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997. 5. Giacometto,
Leonel: “Gratitud”, en León, Luis et
al.: Rostros de una identidad.
Relatos premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía.
Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp. Portugueses Carlos
Molina Massey, en uno de sus cuentos, evoca a un comerciante portugués
establecido en la provincia de Buenos Aires. Es el 25 de Mayo. En Mercedes
se aprestan a conmemorar la fecha patria. “En la plaza, embanderada, había
música y cueterío. Desfile de escolares. Aglomeración de curiosos. Por
las calles jinetes gauchos paseaban el lujo de sus fogosos caballos. Don
Contreras realizaba su programa anual desde el almacén de don Quintino,
el portugués, situado en la esquina crucera de la plaza. Allí tenía
concentrada su gente” (1). En
“La caza del yacaré”, escribe Elías Carpena: “de pronto se oyeron
unos gritos que surgían de la maraña del monte. Era el portugués Jaime.
Entró en la senda con los mismos gritos y se nos allegó. Lo descubrimos
transfigurado: en él se dibujaba el espanto. Se puso en los más
descontorsionados aspavientos; con el habla trabada e hipando” (2). Notas 1.
Molina Massey, Carlos: “La muerte del pingo”, en El
cuento argentino 1930-1959 antología. Buenos Aires, CEAL, 1981. 2.
Carpena, Elías: “La caza del yacaré”, en Los
trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973 Rusos
“La
siesta” (1) se titula uno de los cuentos que Alberto Gerchunoff incluyó
en Los gauchos judíos. Así comienza: “Sábado, día del santo
reposo, día bendecido por los escritos rabínicos y saludado en las
oraciones de Yehuda Halevi, el poeta. La colonia duerme en una tibia
modorra. Blancas las paredes y amarillos los techos de paja, las casuchas
lucen al sol, sol benigno de la primavera campestre. Del cielo, lavado por
la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de la tierra se
elevan rumores apacibles”. Alberto
Gerchunoff dejó, en el cuento “El día de las grandes ganancias”,
testimonio de su época de vendedor ambulante, durante la adolescencia.
“Necesitaba poco para abandonar el comercio a que me dedicaba. Era yo
entonces alumno del colegio nacional. Había dado examen de primer año,
encontrándome imposibilitado para continuar los cursos. Me faltaba el
dinero para la matrícula, carecía de libros, del traje de cierta
apariencia, a fin de que los camaradas de aula no se burlasen demasiado de
mi aspecto gringo” (2). En
“Mate amargo”, escribe Samuel Glusberg: “Las alpargatas criollas y
el mate amargo fueron los primeros síntomas de adaptación del tío
Petacovsky. Pero la prueba definitiva, la evidenció dos meses más tarde,
concurriendo al entierro del general Mitre. Aquella imponente manifestación
de duelo popular, lo conmovió hasta las lágrimas, y durante muchos años
la recordó como la expresión más alta de una multitud acongojada por la
muerte de un patriarca”. Glusberg
evoca en ese cuento, a propósito de la circuncisión del hijo del
inmigrante llegado a la Argentina en 1905, un hecho luctuoso: “Sabido es
que: de cien judíos que llegan a juntar algunos miles de pesos, noventa y
nueve gustan instalarse como verdaderos ricos. De ahí que el tío
Petacovsky, que no era de la excepción, amueblara regiamente su casa,
comprara piano a la pequeña Elisa, y con motivo del nacimiento de un hijo
argentino, celebrara la circuncisión en una digna fiesta a la manera clásica.
Era justo. Desde el asesinato del primogénito, en Rusia, el tío
Petacovsky esperaba tamaño acontecimiento. Igual que Jane Guitel, él había
soñado siempre un hijo varón que a su muerte dijera en su recuerdo esa
oración del huérfano judío, que el mismo Heine recordaba en su tumba de
lana: Nadie ha de cantarme misa,/ Nadie ‘cádish’ me dirá,/ Sin
cantos y sin plegarias/ Mi aniversario fatal...” (3). En
“Las noches de Goliadkin”, H. Bustos Domecq –seudónimo de Jorge
Luis Borges y Adolfo Bioy Casares- evoca el exilio argentino de una
princesa rusa. Goliadkin relata su historia: “Veinte años lo separaban
de esa noche de pasión, de robo y de fuga; en el interín, la ola roja
había expulsado del Imperio de los Zares a la gran dama despojada y al
caballerizo infidente” (4). En
“El baile”, Jorgi relata: “Había sido Mariuska, hija de una
princesa rusa con veleidades de artista plástica, la que lo inició en
pormenores del arte. Con tal de conquistarla al fin, le siguió el tren.
Después de haberla conocido –recién finalizada la Segunda Guerra
Mundial- en un bailongo de la Boca, simuló interesarse por la pintura”
(5). El
bisabuelo de Zahira Juana Ketzelman llegó a Azul con su familia, pero,
molesto por la actitud de los lugareños para con sus hijas casaderas, se
fue de esa localidad (6). Notas 2.
Gerchunoff, Alberto: “El día de las grandes ganancias”, en Cuentos
de ayer.
Buenos Aires, Ediciones Selectas Amèrica, Tomo I, Nº 8, 1919. 3.
Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La
levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL. 4.
Bustos Domecq, H.: “Las noches de Goliadkin”, en H. H.
Bustos Domecq, A. Pérez Zelaschi y otros: El
cuento policial. Selección de Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera. Buenos
Aires, CEAL, 1981. (Capítulo, vol. 104). 5.
Jorgi, Sebastián: “El baile”, en Fuga
y vigilia. Buenos Aires, Ediciones del Valle, 1996. 6.
Ketzelman, Zahira Juana: en el grillo Ucranios
Natalia
Kohen evoca, en “El gran sueño” (4), la festividad de Pesaj. Relata
la narradora, refiriéndose a su abuela llegada desde Ucrania: “Me pide
que la ayude ‘aunque sea un poquito’: estamos en Pesaj
(1) y me transformo en su
ayudante de cocina. Colaboro con el guefilte
fish (2), con los farfalaj (3) para la goldene
iuj (4), y con los kneidlaj (5).
Con qué fruición hundo mis manitas en la harina de matze
(6) húmeda, para moldear los
bocadillos. Qué trabajo me da pronunciar esas palabras en idisch, la
abuela me ayuda, y también a percibir los aromas apetitosos con que se va
saturando nuestro entorno”. (1)
conmemoración de la salida triunfal del pueblo judío de su cautiverio en
Egipto / (2)
pescado relleno / (3) masa cortada en trocitos para acompañar sopas y guisos /
(4)
caldo de gallina / (5) bocadillos de
harina de matze / (6) pan ácimo. Notas 1.
Kohen,
Natalia: “El gran sueño”, en Todas
las máscaras. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 1997. Sirios En
“El camello ciego”, relata Francisco Montes: “Los sirios sueñan
siempre con la dorada esperanza de América. Y Rachid no era diferente.
Esas esperanzas, los sueños de riqueza y unas libras en oro que Ibrahin
colocó en su bolsillo, lo decidieron. Y días, después, en Lataquia
tomaba un buque atiborrado de mugrientos emigrantes con su carga de sueños”
(1). Notas Suizos Víctor
Juan Guillot, en “Un hombre”, evoca a “Morand, el suizo Morand,
tirador infalible, que arrojaba al aire una caja de fósforos y
la incendiaba de un tiro de revólver; de él sabíase que más de
una vez hiciera blanco sobre cosa seria que una caja de fósforos” (1). Notas 1.
Guillot,
Víctor Juan: “Un hombre”, en El
cuento argentino 1900-1930 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. Turcos En
la “Cantata para los hijos de Gracimiano”, escribe Daniel Moyano:
“Yo conocí a Gracimiana cuando ella todavía era una niña. (...)Los
obrajeros y los turcos más ricos de la zona querían casarse con ella. Su
desgracia fue Gracimiano. Todavía iba a la escuela cuando lo conoció.
Gracimiana envejeció a los treinta años, gastada por él y por los
hijos. Después la perdimos de vista, pero quien tuvo la suerte de conocer
a Anita, su hija, podía ver otra vez a Gracimiana con las mejillas
paspadas por el aire” (1). En
“El mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, Héctor
Tizón describe al “Turco”: “Con la negra barba cortada a golpes de
tijera, el pelo sucio, abundante y revuelto de tal manera que pueda
encajar dentro del pasamontaña y mantenerse allí por días y noches y días
y sobre todo con su andar cauteloso, asentando con seguridad la planta de
los pies evoca sin lugar a dudas largas travesías de camelleros en los
arenales de Yemen, o en las faldas de Sinaí, o quién sabe dónde” (2). Escribe
Marta Lynch, en “Entierro de carnaval”: “Pasó una murga en traje de
raso negro y amarillo que llevaba un cartelón ‘Los pesados de San
Justo’ y un conjunto de chicas de la fábrica, disfrazadas de hawaianas.
Pasó el carro del lechero adornado como para las fiestas patrias con una
familia entera que cantaba cumbias y estribillos de Perón y pasó también
el turco de la carnicería con un traje nuevo” (3). El
protagonista de “Rubishimón Benyojai”, cuento de Luis León, recuerda
los relatos de su abuela sefaradí: “- Rubí Shimón Ben Iojai, mos
acompaña akí y en la kái, Alfridico. Cuando lo bushkaron para matarlo,
fuyieron él y su isho a la muntanyia. Era un cuento como cualquier otro.
A la abuela Masaltó le agradaba narrarnos trozos bíblicos, que de vez en
cuando mechaba con un poco de cábala y fábulas de Esopo. Yo la escuchaba
con admiración, y habitualmente, haciendo dibujos sobre cartón, yo
levantaba cada tanto mi cabeza, para controlar que no callara, y volvía a
bajarla en silencio, para zambullirme en
el dibujo, sin saber en realidad si debía entender todo lo que
ella me contaba, o simplemente disfrutar del misterio de escucharla”
(4). En
el cuento de Luis León, “Izmir, Vísperas de Pésaj”, judíos de Esmirna preparan su viaje
hacia la “Aryintina, como Ierushalám,
tierra prometida de leche y miel...” (5). En
“Chacarita, Vísperas de Pésaj”, otro sefaradí proveniente de
Esmirna recuerda con disgusto su paso por el hotel de inmigrantes:
“Cuarenta días en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el
desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná
de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su madre que
nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco, en su
cerebro, poco a poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro día
se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas,
donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda” (6). Dyusepo
–protagonista de “El sueño de Dyusepo”,
cuento de Luis León distinguido con el Primer Premio en el Concurso
Internacional de Cuentos de Temática Judía, convocado por la AMIA-
”reconocía su dicha al llegar al Río de la Plata. Dios había sido
hartamente piadoso con él, aquel día en que Nissim Janná esperó largas
horas en el puerto hasta que el enorme cuerpo de metal llegó a la dársena
y con su mujer y sus dos pequeñas hijas, subieron al carro que los llevaría
a esa pieza de 25 de Mayo y Viamonte” (7). Un
inmigrante, personaje de un cuento de José Mantel, relata su historia:
“-Apenas tenía quince años cuando vine de Izmir con mi padre viudo. No
tuvo suerte, y al tiempo decidió probar en otro lado, dejándome con una
prima suya. No lo vi nunca más, no sé nada de él, ni siquiera si está
vivo o muerto. La prima estaba casada con un mal hombre, que cuando se hacía
‘preto candil’ le daba ‘jaftonás’.
Un día quiso pegarme a mí, y le partí la cabeza con un banco que había
en la cocina. Salí de la casa, sabiendo que no podría volver más”
(8). En
dos cuentos de Carolina de Grinbaum aparece el turco comerciante. En “La
inocencia de los culpables”, escribe: “Nadie faltó al convite, desde
el boticario, el Juez de Paz, el turco del almacén, el cura párroco, el
comisario y algunos vecinos de vieja data. La cosa daba para gran
jolgorio”. En “Un amarillo hiriente”, leemos: “Estaban sólo ellos
y el pudor en la rústica cortina comprada al turco, única escenografía
florida, entre esa aridez” (9). Notas 1.
Moyano, Daniel: “Cantata para
los hijos de Gracimiano”, en Hernández, J.J., Tizón, H., Blaisten, I.
y otros: El cuento argentino
1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. 2.
Tizón, Héctor: “El
mundo, una vieja caja de música que tiene que cantar”, en Hernández,
J.J., Tizón, H., Blaisten, I. y otros: El
cuento argentino 1959-1970 antología. Buenos Aires, CEAL, 1980. 3.
Lynch,
Marta: “Entierro de Carnaval”, en Los
cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL, 1967, pp. 132-3. 4.
León,
Luis: “Rubishimón Benyojai”, en SEFARaires,
Nº 4, 2002. Buenos Aires. (sefaraires@fibertel.com.ar). 5.
León,
Luis: “Izmir. Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES. 6.
León, Luis: “Chacarita.
Vísperas de Pésaj”, en SEFARAIRES. 7.
León, Luis: “El sueño de
Dyusepo”, en León, Luis et al.:
Rostros de una identidad. Relatos
premiados del Concurso Internacional de Cuentos de Temática Judía.
Buenos Aires, Editorial Milá, 2004. 96 pp. 8.
Mantel, José: “La
historia de Yaquito Péres (3) La confesión de Yusef”, en SEFARaires, N° 13, Mayo de 2003.. 9. Grinbaum, Carolina de: La inocencia de los culpables. Buenos Aires, e.g, 2003. |
Ucranios
En
“Lotz no contesta” (1), el narrador, Pecheny, tiene el apellido de
algunos inmigrantes llegados de Ucrania. Notas 1.
Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp. Sin
mención de origen
En
“Doña Rita Material”, relato de Juan Bautista Alberdi, una mujer se
queja de la imparcialidad de un juez: “Mi primo, el alcalde de este
barrio, con quien nos hemos criado juntos, uña y carne con Donato, mi
marido, que todos los días viene a casa, y muchas veces se queda a comer,
a quien no hace tres días le mandé un pastel de choclos, ha tenido alma
de sentenciar en contra nuestra, en una demanda que tenemos contra un gringo,
¡y contra un gringo, vea Ud!, por unos espejos que nos vendió muy
caros, y se los quisimos devolver a los seis días” (1). En
“El pozo” (2), de Benito Lynch, relata el narrador: “Si ‘El
Gringo’ estaba en ‘La Fortuna’ a pesar de las múltiples ocupaciones
que le reclamaban desde la capital: remar, nadar, levantar pesas, arrojar
la bala ‘y hasta’ prepararse para dar alguna materia de ingeniería en
los complementarios de febrero; era simplemente por hacer una obra de
caridad...”. En
“Lotz no contesta”, cuento de Isidoro Blaisten que integra Carroza
y reina, volumen distinguido con el Premio Fortabat, aparece una alusión
a los gringos: “Pecheny (...) dio vuelta varias veces el sobre del
papel, lo abrió, leyó todo lo que decía: Papel
de fumar – 75 hojas. El Surubí . Marca registrada. Tírese suavemente
de la hoja. Selecta SAIC – Goya. Corrientes Papel engomado. Lotz se
reía: ¿Cuándo piensa comprar los cigarrillos hechos, Pecheny? Ya ni los
gringos de las colonias” (3). En
“Papá”, Susana Goldemberg relata una despedida: “Argentina. El
nombre raro. Otro país. Del otro lado del mar. Papá trató de
explicarme: -Es un país grande, rico, generoso. Allí respetan a todos
los hombres del mundo que quieran trabajar sus tierras. No importa en qué
templo o en qué idioma le hablen a Dios. Enseguida papá me alzó en sus
brazos. Con torpes manos, recorrió mi cara: los rulos sobre la frente,
las cejas, el dibujo de mi nariz, la línea de los labios. Y pellizcó mi
mentón, como siempre lo hacía cuando me daba el beso de las buenas
noches” (4). En
“Esperanza”, escribe Santiago Korovsky: “Un 27 de Abril partió de
su casa. En el viaje, la mitad de los días se los pasó en la borda, con
la cara verde, el estómago revuelto, mirando cómo lo poco que había
comido caía al mar. Cuando se sentía mejor lo obligaban a entrar de
nuevo a una bodega, sin ventanas, donde había unas cuatrocientas personas
más. Ahí era peor, el movimiento del barco se sufría más, y el aire no
circulaba bien” (5). En
su cuento “El cardenal”, Márgara Averbach escribe: “Yo siempre habìa
querido un cardenal. En ese entonces, habìa muchos en los àrboles de la
casa de las tìas, como flores rojas màs ràpidas que las otras. Y el
abuelo, -que había nacido en una ciudad de Europa y después se había
visto obligado a convertirse en gaucho judío, una conjunción
inimaginable para él, supongo- me habìa prometido cazar uno para mì ese
verano” (6). De
otro agricultor judío, “Aarón”, y su esposa, dice María Inés
Krimer: “Aarón cerró la Biblia y se puso de pie para apagar la
hornalla de la cocina. Dio unos golpecitos al mate para asentar la yerba y
empezó a cebar. Vivía en un campito con su mujer, Clara. Nadie pudo
explicar por qué terminaron ahí, perdidos en el medio de la pampa,
cuando parientes y amigos se habían dirigido a las colonias de Santa Fe,
Entre Rios y Chaco” (7). Hilel
Resnizky dedica Peregrinación entre
patrias a la memoria de sus padres y su hermano, “como homenaje a la
judería argentina, que supo unir valores”. El volumen consta de tres
partes, cada una de las cuales muestra “características distintas que
van de un realismo sentimental a un surrealismo –o metarrealismo- de
mirada alerta”. La primera, “Argentino y Judío a mucha honra pretende
presentar esbozos, aunque sean aislados, de la epopeya de la colonización
judía en la Argentina”. Aparecen entonces los gauchos judíos, los
conservadores y radicales, la discriminación, el tesón, la victoria y la
desazón que caracterizaron a toda una época (8). Notas 1.
Alberdi, Juan Bautista: “Doña Rita Material”, en Varios autores: 20
relatos argentinos 1838-1887. Selección y prólogo de Antonio Pagés
Larraya. Ilustración en colores de Horacio Butler. Buenos Aires, Eudeba,
1961. 2.
Lynch, Benito: “El pozo”, en Lynch, Benito: Cuentos.
Selección, prólogo y notas por Ana Bruzzone. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(Capítulo, vol. 70). 3.
Blaisten, Isidoro: “Lotz no contesta”, en Carroza
y reina. Buenos Aires, Emecé, 1986. 219 pp. 4.
Goldemberg, Susana: en Cuentos de la
bobe. Buenos Aires, Sudamericana. 5.
Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en El Jardín de la Esquina / ÆQUALIS
/ 6.
Averbach, Màrgara: “El cardenal”, en Aquì
donde estoy parada. Còrdoba, Alciòn, 2002. 7.
Krimer, Marìa Inès: en El Tiempo, Azul, 9 de febrero de 1997. 8.
Resnizky,
Hilel: Peregrinación entre patrias. Buenos Aires, Milá, 2001. Varios En
“Santana”, uno de los Cuentos de
la oficina, Roberto Mariani se refiere a los habitantes de un
conventillo: “Una de estas antiquísimas mansiones actualmente agoniza
en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820
algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a
satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy
conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas
nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia.
Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un
griego relojero” (1). En
“Una patada”, escribe Samuel Glusberg, bajo el seudónimo de Enrique
Espinoza: “es necesario estar al tanto de las crueles trabas impuestas
en Rusia y Polonia por los secuaces zaristas, para impedir a los jóvenes
judíos llegar a las profesiones liberales; y conocer los sacrificios
heroicos de aquellos estudiantes de toda la vida, para explicarse el valor
que una madre judía concede a su diploma universitario” (2). En
“Trampa” (3), escribe Elías Carpena: “El niño Prudencio Suárez
mantenía con Aquiles una amistad más entrañable que la fraternal. (...)
Hacían juntos los deberes y estudiaban en la casa de Aquiles. Los afligían
las mismas cosas y recibían por igual el contento. En las siestas de
verano salían unidos a las quintas; a la del francés le quitaban los
melones y sandías a las del vasco”. Víctor
Juan Guillot, en “Un hombre”,
evoca a inmigrantes de varias nacionalidades. Un danés es el
protagonista: “Como hombre, el teniente Christiansen era verdaderamente
un hombre. Eso no lo había dicho el capitán Romero, y el capitán
Romero, en Chile, se batiera con tres oficiales en tres días seguidos,
matando a uno, hiriendo a otro y recibiendo del tercero ese sablazo que le
alcanzaba de la sien izquierda al ángulo de la boca; ni el escocés Mac
Dougall, un antiguo administrador de yerbales, del que se contaban en voz
baja muchas cosas; ni, finalmente, Morand, el suizo Morand, tirador
infalible, que arrojaba al aire una caja de fósforos y la incendiaba de
un tiro de revólver” (4). El
protagonista de “Unisex”, de Francisco Montes expresa: “Yo, Tufic
Farjat Gurruchaga (hijo de libanés y catalana) funcionario municipal de
la noble San Luis de la Punta de los Dos Venados, mercedino de nacimiento,
categoría 22 en el escalafón municipal, con tres años de filosofía
(que no me sirven para nada) y tres de francés en la Alianza Francesa
(que de algo me sirven ahora), tomé la excursión a Europa con mi mujer y
dos parientes, antes de jubilarme y quedar anclado por secula
seculorun” (5). En
uno de sus relatos, narra Hilel Resnizky: “En 1870 su abuelo, José
Molinas, era el propietario de grandes estancias, de casas de comercio, e
incluso de buques y astilleros en la Patagonia. En 1870 apareció un judío
ruso, Jacobo Alter Grun, quien se convirtió y casó a su hijo Marcos con
la hija de Molinas” (6). El
protagonista de “Esperanza”, de Santiago Korovsky, “Con la gente del
conventillo se había ido encariñando, había cinco polacos, una pareja
de gallegos, una pareja de judíos con un hijo, tres italianos y dos
alemanes. Era gente humilde, cariñosa, generosa y solidaria. Algunos habían
probado suerte como él, pero, también, habían perdido” (7). Notas 1.
Mariani, Roberto: “Santana”. Citado por Páez, Jorge en El
conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970. 2.
Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Una patada”, en La
levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL. 3.
Carpena, Elías: “Trampa”, en Carpena, Elías: Los
trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pág. 121. 4.
Guillot, Víctor Juan: “Un hombre”, en R. J. Payró, J. C. Dávalos,
R. Mariani y otros: El cuento
argentino 1900-1930 antología. Selección y prólogo por Eduardo
Romano; notas por Alberto Ascione. Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo,
vol. 60). 5.
Montes, Francisco: “Unisex”, en Unisex.
Buenos Aires, Bruguera. 6.
Resnizky, Hilel: Puentes de
papel. Buenos Aires, Milá, 2004. 7.
Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en “Bienvenidos al Concurso
Literario 1997”, El Jardín de la Esquina / Aequalis. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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