Inmigración: memorias y biografías por Lic. María González Rouco |
En
esta monografía me refiero a algunas de las memorias y biografías que,
escritas por inmigrantes o sus descendientes, dan a conocer aspectos de
este fenómeno social en la Argentina, entre 1850 y 1950. De
la experiencia de la inmigración surgieron muchos libros. Algunos autores
eligieron la ficción para expresarse; otros, en cambio, prefirieron las
memorias y las biografías. En
el siglo XIX, los pioneros escribieron sus memorias. En el siglo XX, también
hubo inmigrantes deseosos de dejar por escrito su testimonio. Nos
referiremos a algunos de ellos. Syria
Poletti, nacida en el Véneto en 1922, afirmaba que, habiendo nacido y
habiéndose formado en Italia, era argentina, no sólo porque aquí gestó,
escribió y publicó sus libros, sino porque “uno, como escritor,
pertenece al área en cuyo idioma se expresa”.[1] La
escritora consideraba que su mejor cuento era “El tren de medianoche”,
publicado originariamente en 1964 en el volumen Línea de fuego, y
reproducido en una antología[2].
Daba las razones de esta elección: “Quizás porque es un fragmento de
vida real convertido en ficción: el episodio clave de mi existencia y el
punto de arranque de toda mi obra. En ese instante, momento en que mi
madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de América, nace el
drama y la rebeldía, pero también la revelación de la soledad y su
misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la
vida adulta, y al mismo tiempo, asomara la certeza de otro llamado. Al
irse, mi madre respondía a un llamado ineludible. Yo también, con el
tiempo, respondería a un llamado”.[3] Martina
Gusberti es la autora de El laúd y la guerra[4],
obra en la que evoca un viaje a Italia que realiza junto a su padre y su
marido, en 1982. No era esa la primera vez que el inmigrante regresaba a
su tierra; él dice: “¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares
en los que luché durante la primera guerra mundial, recorrerlos paso a
paso, ver cómo estará hoy...!”. La
hija, nacida como él en esa tierra, se pregunta acerca de la motivación
que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona “ese afán por
volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder
a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría entre las
canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el paisaje”. Este libro puede ser leído como una crónica real de tiempos bélicos, puede abordarse también como un relato de viaje, como una descripción de la vida actual en la llanura lombarda, como una historia de inmigrantes y una obra inspirada por el amor filial y la admiración. Es todo eso y es, fundamentalmente, la historia de un regreso que no atañe sólo al emigrante, sino también a su descendencia, que comprende así aún más lo ejemplar de una vida. María Esther Podestá es la autora de
Desde ya y sin interrupciones, obra en la que destaca que, de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de gringos durante la época
rosista: “La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice la actriz-, allí nacieron mi tío-abuelo Pedro, Juan José (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre”.[5] Gladys
Onega escribió Cuando el tiempo era otro. Una historia
de infancia en la pampa gringa[6] Su
historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en 1930, y
continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus primeros años
transcurren en el seno de una familia integrada por un gallego tan
esforzado y ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la
hija mayor, la lectura y la costura; y dos hermanos, que acaparan la
atención que la pequeña reclamará para sí. Junto a ellos encontramos
la familia de la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-,
los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre,
y los inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo. Los
días de la infancia son descriptos con nostalgia y visión crítica. Las
peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas
inmigrantes y nativas, el aprendizaje de las primeras letras, los
internados católicos para varones y mujeres, la tolerancia ante la
conducta infantil y los castigos que imponía cada uno de los
progenitores, son recordados en el marco que proporcionan a esta familia
los avatares de la vida en la Argentina y en Europa; la Guerra Civil en
España y el fraude político en Santa Fe son episodios evocados
detenidamente por esta narradora que tiene la emoción de lo vivido, y la
pluma de los escritores talentosos. Al
igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero
Fernández Moreno evocó sus años de infancia, una edad escindida, en
su caso particular, entre dos tierras, Argentina y España. En el prólogo
a sus memorias, que llevan por título La patria desconocida,
el escritor se refiere a la relación de las mismas con sus dos patrias, y
deslinda la incidencia que España y la Argentina tienen en ellas: “Son
páginas, pues, españolas por el recuerdo que las informa, argentinas por
la mano que las trazó. Por eso este libro cobra un sentido vernáculo,
americano. Y todo aquello en medio del suspirar por mi patria, por
curiosidad, por exotismo, por poesía naciente, y, lo que es lo cierto,
por indefinible amor hacia ella”.[8] En
esa obra, recuerda a sus padres, llegados de la península y afincados en
nuestro país, donde disfrutaron al principio de una holgada posición
económica. Describe la transformación que se operó en su padre, y
afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de
hospitales”. Cuenta asimismo la emigración de sus abuelos maternos Baldomero
Fernández, próspero emigrante, regresa a España junto con los suyos,
con intención de quedarse definitivamente. Poco habría de durar la estadía
en la tierra natal. Siete años más tarde, los Fernández Moreno se
encontraban de vuelta en Buenos Aires, confrontando la realidad con la
fantasía forjada por el niño. Fernando
de Querejazu
publicó en 1986 El pequeño obispo[9],
una novela “absolutamente autobiográfica, aunque parezca un disparate
lo que ocurre allí”. El
10 de febrero de 1926 llegó a América el hidroavión Plus Ultra,
piloteado por Ramón Franco, concretando así una proeza histórica. Ese
mismo día, en un pueblo de inmigrantes de la provincia de Córdoba, veía
la luz el protagonista de esta novela. Sus padre, de origen español, lo
llamaron Fernando en homenaje a la isla Fernando de Noronha, en la que se
produjo el aterrizaje. La
evocación del escritor, que se inicia en la fecha de arribo del hidroavión,
tiene como escenario el querido paisaje de Canals, provincia de Córdoba,
donde “se vivía bien, atrayendo a las poblaciones cercanas, en un gran
radio a la redonda, que buscaban los atractivos de este centro
vitalizador”. En esta localidad, fundada por un naviero valenciano, no
se conocían las desdichas; la naturaleza, pródiga, brindaba a los
hombres todo lo necesario para ser felices. Su tesón y fe en el futuro de
la nueva patria eran una fuerza vital y fecunda. Fernando, el pequeño que despierta a la conciencia, será el reflejo de dos mundos unidos en la sangre nueva. Raúl G. Fernández Otero escribió
Ausencias, presencias y sueños[10], autobiografía en la que evoca su infancia en un barrio porteño, allá por el 30. El rememorar sucesos de su vida personal lo obliga a describir la época en que transcurren y el modo de vida de esos tiempos que -en la pluma de Fernández Otero- parece mucho más humano que el agitado vivir del presente. Los padres y el hermano españoles,
los vecinos, los carnavales, las anécdotas que pueblan toda historia a lo
largo de una dilatada existencia, son la materia de la primera parte del
libro Entre
los inmigrantes que arribaron a nuestro país llegó Alberto
Gerchunoff, de origen ruso, nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883,
quien se estableció con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos,
después de que el padre fuera asesinado en Moisés Ville, Santa Fe. “En
aquellos años ya distantes –recuerda en su “Autobiografía”[11],
escrita en 1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de colonización
del Barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza
mesiánica del retorno al reino de Israel”. En
sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la usanza
de la nueva tierra: “como todos los mozos de la colonia, tenía yo
aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con
espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente
argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras”. En
la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de que el padre es
asesinado, manifiesta un profundo gusto por el folklore: “En Rajil fue
donde mi espíritu se llenó de leyendas comarcanas. La tradición del
lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los
guerreros locales llenaron mi alma a través de los relatos pintorescos y
rústicos de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que
abrieron mi corazón a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de
lo regional, de lo autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa, de
ese amor a lo criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi
inclinación mental. En aquella naturaleza incomparable, bajo aquel cielo
único, en el vasto sosiego de la campiña surcada de ríos, mi existencia
se ungió de fervor, que borró mis orígenes y me hizo argentino”. El
recuerdo de los sucedido al padre hace que se marchen también de Entre Ríos
y se establezcan en Buenos Aires, donde el joven desempeña diversos
oficios y estudia con ahínco en los pocos momentos libres. Quería
ingresar al Colegio Nacional Buenos Aires, pero el ambiente en el que vivía
no era el ideal para que prosperaran estas inquietudes. A fin de reunir el
dinero indispensable para inscribirse en el colegio y para los libros,
recurre a la venta ambulante y logra su objetivo. Esa instrucción
esforzada dio admirables frutos: Gerchunoff fue periodista, profesor de
literatura, conferenciante y escritor integrante de la generación del
900, la cual “significó una eclosión trascendente para las letras
argentinas”. [12] María
Arcuschín escribió De Ucrania a Basavilbaso[13]
obra en la que rinde homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América
en busca de un futuro mejor, al tiempo que narra su propia vida en el seno
de la colectividad judía entrerriana. Esta
colectividad, hábilmente retratada en su obra, tiene muchos rasgos en común
con otras colectividades que, desde lugares remotos del mundo, llegaron al
país impulsadas por el anhelo de una existencia digna, la que por
distintas razones no podían tener en sus tierras de origen. En este cúmulo
de inmigrantes, sin embargo, los extranjeros presentados por Arcuschín
son indudablemente singulares. La
escritora evoca la gesta de quienes cruzaron el mar y los ecos que tuvo en
los argentinos. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los
llevó a emigrar: los antepasados “”Fueron casa por casa, puerta por
puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de
partir hacia América en busca de libertad y de paz”. En
la obra se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito geográfico
en los personajes; la presencia de la autora en el texto; la religión y
la educación, el trabajo y las diversiones, como así también las
reiteradas agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y las
consecuencias que trajeron a la autora y su familia. Rosalía
de Flichmann escribió Rojos y blancos. Ucrania[14].
En esta obra en evoca su infancia, en la que la amargura era una realidad
cotidiana. Las persecuciones, la revolución, la guerra civil, las
violaciones y los asesinatos –a los que se suman las inundaciones y el
tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe enfrentarse a muy corta
edad: “Los blancos están en la ciudad, persiguen sin cesar a los judíos.
Matan a los hombres, se apoderan de las mujeres jóvenes y hasta de las niñas.
Estoy cansada de tanto horror. Y los cambios continúan. Hoy los blancos,
mañana los rojos. Como somos despreciables burgueses, estos invaden la
casa y nos reducen a dos habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”. Más
adelante manifestará una preferencia, en su desgracia: “Quiero que
vuelvan los rojos; cantan la ‘internacional’ y nos asustan, pero que
vengan pronto. Los blancos son peores, ignorantes, desalmados,
asesinos”. Afirma que ella y su familia eran perseguidos en su país de
origen por dos motivos: su condición de judíos y de burgueses. Si estas
dos causas motivaron la amenaza constante a la que estaban sometidos,
también significaron la posibilidad de radicarse en nuestra tierra, ya
que la madre se apoyó “en instituciones judías que ayudan a los
emigrantes fugitivos que salen de Rusia”, y el hecho de ser pudientes
les permitió una salvación que a otros estuvo negada. Agobiada
por la tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años.
Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con él. Por fin,
llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía “una larga vida en la
Argentina, una vida plena y feliz”. Maggie
Pool es la autora de Where the devil lost his poncho[15]
obra en la que evoca el medio siglo que transcurre a partir de su llegada
a la Argentina, “no bien terminada la guerra, como modesta secretaria de
un organismo británico, casi con lo puesto y con sólo doce libras
esterlinas, que era la máxima cantidad de dinero que se permitía sacar
de Inglaterra en aquel momento de crisis”. En
la nueva tierra, Pool “queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos
Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurant,
donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde hacía años” . “Nada
disminuye su amor por la segunda patria. Con los años se traslada a vivir
a Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la atrapó y
parece ser su punto de residencia definitiva en su larga vida iniciada
–aalá lejos y hace tiempo pero al revés que Hudson- en Irlanda y
Escocia. ‘Aquí está el paraíso’, resume sobre el final. Lo
transmite con la certidumbre de quien ha sabido ver mucho más allá de
las vicisitudes de la vida cotidiana”.[16] Otros
autores, en cambio, escribieron sobre personas cuyas vidas les parecía
interesante dar a conocer. No se trata ya de presentar sus propias
vivencias del fenómeno de la inmigración –aunque muchos de ellos
descienden de inmigrantes-, sino de evocar la azarosa existencia de
quienes llegaban a una tierra que les provocaba esperanza, pero también
desazón y temor. La
vida de su madre es el tema que Jorge
Fernández Díaz eligió para su libro. Mamá[17]
cuenta
la historia de una asturiana de quince años que, en 1947, viaja hacia América.
Aquí la esperan sus tíos, con los que vivirá haciendo las veces de hija
adoptiva y criada. Luego vendrá la discriminación en la escuela, el
honor de llevar la bandera a pesar de todo, el trabajo, el casamiento con
otro asturiano, los hijos, los nietos, y las reuniones con las amigas españolas
en un patio de comidas porteño. También llegará la tristeza de ver partir a una paisana de vuelta a
España, y comprobar que esa mujer -así como de joven sintió nostalgia
de la tierra que dejaba-, a los setenta y dos años, siente nostalgia de
la Argentina. La
narración, estructurada en capítulos con nombres de los personajes,
surge del reportaje que Jorge Fernández Díaz, director de la revista
Noticias, efectuó a su madre durante más de cincuenta horas; “Comencé
a garabatear frases e ideas sobre su azarosa biografía en un cuaderno
Rivadavia de tapa dura cuando me contó que hacía lagrimear a su
psiquiatra”, escribe el hijo. Ese
dolor de la inmigrante, y su fe en el futuro, que la hizo salir adelante
en un mundo en el que poco apoyo tenía, son homenajeados por Fernández Díaz
en una obra que nos hace sentir admiración por esta mujer que logró
tanto contando sólo con su tenacidad. Rubén
Benítez escribió Los dones del tiempo[18],
libro en el que narra la vida de Cecilia Caramallo, una anciana asturiana. En
esta novela, América aparece como el destino soñado, que desconcierta a
los extranjeros con su forma de entender la vida y las distancias. Para un
portugués, para una asturiana, las distancias son enormes; la cantidad de
ganado -tanta que debe dormir a la intemperie- resulta asombrosa. Son
realidades difíciles de aceptar para quienes vienen acostumbrados a lo
exiguo, a lo mínimo. De ahí la reacción de la protagonista cuando ve
que tiran comida; piensa qué hubieran hecho en su aldea con aquello que
derrochaban los argentinos. En
Bahía Blanca, en Pelicurá, se desarrolla la acción y esta circunstancia
la vuelve de especial interés para quienes habitan la ciudad y para
quienes, desde cualquier parte del mundo, quieran saber sobre la forma de
vida de los inmigrantes en ese punto de la Argentina. Benítez aporta
datos sobre la vida de portugueses, asturianos, escoceses, e ingleses en
la provincia de Buenos Aires a partir de fines del siglo pasado y hasta
nuestros días, en que la anciana, al volante, espanta a transeúntes y
automovilistas. En
1865, “Sebastián Hamilton, acompañado por su hermano Thomas, llega a
la Argentina, donde su padre había adquirido tierras y donde William, su
hermano mayor, ejercía la profesión de médico. Viajó de mala gana pero
finalmente quedó seducido por la amplitud de las tierras pampeanas y por
el estilo de vida de los gauchos, y obsesionado por la tierra que heredó”. La
autora de Don Sebastián es Susan
Wilkinson, nacida en Bombay y formada en Dublin, quien en 1970 se
estableció en Buenos Aires y conoció “la tierra que habían habitado
sus ancestros –su tatarabuelo llegó con sus cinco hermanos a la
Argentina en 1866, y fue entonces que la rama familiar quedó dividida,
algunos volvieron a la Irlanda originaria y otros quedaron para siempre
aquí, formando parte de la llanura extensa de La Pampa-.”.[19] Chuny
Anzorreguy escribió El ángel del capitán. Biografía
del capitán croata Miro Kovacic[20].
El biografiado, emigrado a la Argentina a mediados del siglo pasado, nació
en 1914. Kovacic evoca con
nostalgia su niñez en Zagreb y la educación que le dio su madre. Padeció
la guerra; ansiaba la paz. Un
amigo le sugiere dirigirse al Instituto Croata de Cirilo y Método. Allí,
se entera de que “Un país sudamericano había puesto a disposición del
Instituto diez mil visas para los croatas que las necesitaran. No a los
largos trámites. No a las profundas investigaciones. No al interminable
papelerío”. Cuanto más se informan, más se entusiasman. A
fines del 47, la familia integrada por el capitán, su esposa y la hija de
la mujer, llega a América. A pesar del optimismo, el primer tiempo “fue
difícil”. Se daban cuenta de que, sin saber castellano, no podrían
trabajar. Más tarde, la situación mejora, hasta que el croata llega a
tener su propia empresa. El
libro, minuciosa y profusamente documentado, nos permite conocer, a través
de una personalidad relevante, a un pueblo que brindó su aporte al
“crisol de razas” –o “mosaico de colectividades”?- que es hoy la
Argentina. Eduardo Bedrossian recuerda emocionado a su padre en Hayrig [21]. “Este relato –afirma Nélida Boulgourdjian- trasciende la historia personal de Hagop Bedrossian para adquirir una dimensión colectiva que involucra a todo un pueblo”.[22] Sobre
la primera parte de esta historia, afirmó María Isabel Clucellas:
“bajo una estructura de doble faz, Bedrossian hijo narra en primera
persona la odisea paterna. A partir de los primitivos años de paz y
bonanza que corresponden al siglo pasado, el autor ilustra a sus lectores
sobre la vida familiar en Geben, ‘un pedazo de la historia ancestral de
los armenios’. Las montañas, la aldea, las casas con paredes de piedra,
el calor de las reuniones en torno al hogar presididas por un
narrador ocurrente y sentencioso que contaba, educando, historias y
costumbres, reviven en páginas coloridas, amenas, donde anécdotas y
sucesos van tejiendo una urdimbre de sólidas y justificadas
nostalgias”.[23] Memorias
y biografías son testimonios de los que nos valemos cuando queremos
conocer la historia de la inmigración en nuestro país. En ellas,
encontramos la evocación de vidas llenas de coraje y nostalgia. Y la
conciencia del autor de pertenecer a una tierra, y haber elegido otra a la
que ama con la misma intensidad. [1]
Fornaciari, Dora. “Reportajes periodísticos a Syria
Poletti”, en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977. [2]
Varios autores: Mi mejor cuento. Buenos Aires, Orión,
1974. [3]
Fornaciari, Dora: op. cit. [4]
Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos
Aires, Vinciguerra, 1996. [5]
Podestá, María Esther: Desde ya y sin interrupciones.
Buenos Aires, Corregidor, 1985. [6]
Onega; Gladys: Cuando el
tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa..
Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999. [7] Duche,
Walter: “Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia”, en La
Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999. [8] Fernández
Moreno, Baldomero: La patria desconocida. [9]
Querejazu, Fernando:El pequeño
obispo. Buenos Aires, Lumen, 1986. [10]
Fernández
Otero, Raúl G.: Ausencias, presencias y sueños.
Buenos Aires, Ediciones Tu Llave, 2000. [11]
Gerchunoff, Alberto: “Autobiografía”,
en Feierstein, Ricardo (selecc. y prólogo): Alberto Gerchunoff, judío y
argentino. Buenos Aires, Milá 2001. [12]
Romano, Eduardo, en Historia
de la literatura argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980. [13]
Arcuschín, María: De
Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar, 1986. [14]Flichmann,
Rosalía de : Rojos y blancos. Ucrania. Buenos Aires, Per
Abbat, 1987. [15] Pool, Maggie: Where the devil lost his poncho. Edimburgo,
The Pentland Press, 1997. [16]Sopeña,
Germán: “Tierra lejana”, en La Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997. [17]
Fernández Díaz, Jorge: Mamá.
Buenos Aires, Sudamericana, 2002. [18]
Benítez, Rubén: Los dones
del tiempo. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1998. [19]
Wilkinson, Susan: Don Sebastián. Buenos Aires,
Javier Vergara Editor, 1996. [20]
Anzorreguy, Chuny: El ángel
del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic. Buenos
Aires, Corregidor, 1996. [21]
Bedrossian,
Hagop: Hayrig. Ediciones Akian. Buenos
Aires, 1991. [22]
Boulgourdjián-Toufeksián, Nélida:Los
armenios en Buenos Aires. Buenos Aires, Centro Armenio, 1977. [23] Clucellas, María Isabel: en La Prensa, 8 de septiembre de 1991. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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