Inmigración:
memorias y autobiografías argentinas Lic. María González Rouco |
Indice 1.
Daneses 2.
Escoceses 3.
Españoles 4.
Estadounidenses 5.
Galeses 6.
Holandeses 7.
Ingleses 8.
Irlandeses 9.
Italianos 10.
Polacos 11.
Rusos 12.
Suizos 13.
Ucranios 14.
Notas De
la experiencia de la inmigración surgieron muchos libros. Algunos autores
eligieron la ficción para expresarse; otros, en cambio, prefirieron las
memorias y las autobiografías.
¿Cuál
es la diferencia entre unas y otras? A criterio de Ricardo Clark, “no
tienen estos términos un límite preciso y se supone que la diferencia
podría estar en la calidad del relato. Así ‘memorias’ serian el
recuerdo de un momento en particular en la vida del personaje y
autobiografía un trabajo mas profundo, donde supuestamente
‘se cuenta todo’ ” (1).
En
este trabajo me refiero a algunas de las memorias y autobiografías que
dan a conocer aspectos de este fenómeno social en la Argentina, entre
1850 y 1950. Daneses En
1844, llegó a la Argentina el danés Juan
Fugl, pionero que se estableció en Tandil cuando los indios asolaban
la región. En sus Memorias,
“relató que después del sitio indígena de Tandil en el mes de
noviembre de 1855, ‘Al fin de cuentas, los soldados que llegaron no habían
resultado mucho mejor que los salvajes, pues en las casas abandonadas que
encontraron, robaron todo lo que pudieron y les fuera útil’ “.
Acerca
del juez de paz, manifiesta en esos escritos: ”En el fondo de su alma
sentía odio a los extranjeros y al creciente agro en la zona de Tandil,
tanto porque él, familiares y amigos tenían tierras y grandes estancias
lindantes, y se sentían molestos por las leyes que los obligaban a pagar
los daños causados por animales en las tierras sembradas, y ahora
protegidas. También porque repartía tierras entre criollos o nativos, en
general muy simples y sin ningún ánimo de mejorar, no a extranjeros que
aunque vivían pobres, con su trabajo y amistoso relacionamiento, pronto
formaban un capital y vivían holgadamente” (1). Escoceses Cuando
niña, María Rosa Oliver escuchaba a las institutrices
inmigrantes. A criterio de María Rosa Lojo, muestra susceptibilidad
“ante otros personajes que se consideraban superiores –étnica y
culturalmente- a los argentinos, aunque se encontraran muy por debajo de
ellos en la escala de la sociedad. No perdía una palabra de las charlas
que mantenía Lizzie, su niñera escocesa, con sus colegas british
que servían en casas de las afueras, a las que iban de visita y donde
tomaban el té de las cinco con scons
calientes y sándwiches de berro. Nunca faltaban, en aquellas sesiones,
las críticas a los, y sobre todo las natives:
mujeres descuidadas y haraganas, que malcriaban a sus hijos y no se
tomaban el trabajo de aprender a preparar un buen té a la inglesa” (2). Españoles
Andaluces
José
María Torres, nacido en Málaga en 1823, falleció en Entre Ríos
en 1895. En Juvenilia, Miguel
Cané lo evoca con
gratitud: “En cuanto a mí, creo haber contribuido no poco a hacerle la
vida amarga, y le pido humildemente perdón, porque sin su energía
perseverante, no habría concluido mis estudios, y sabe Dios si el ser inútil
que bajo mi nombre se agita en el mundo no hubiera sido algo peor”. Asturianos
Niní
Marshall, hija de asturianos, escribió sus memorias. Afirma Fernando
Noy: “Previsora, para disipar dudas sobre sus procesiones por los
laberintos de la memoria, ella nos legó, acicateada por su amigo y
representante Lino Patalano, la invalorable Autobiografía
donde emerge, con astucia de autora consumada y en una sesión de magia
interminable, tan verosímil y viva como siempre, quizás de un modo
inconciente desdiciendo aquella frase-consigna en uno de sus libretos
radiales: ‘Déjenos contarle algo, déale. Si no va a parecer una mujer
demasiado misteriosa, de esas que salen al cine y después les agarra la
mamesia al cerebro’. Y si era necesaria mucha ‘propicacia’ para
hacerlo, sospecho que sólo quiso recompensarnos con estas páginas a modo
de despedida” (3). Cántabros
Al
igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero
Fernández Moreno evocó sus años de infancia, una edad escindida, en
su caso particular, entre dos tierras, Argentina y España. En el prólogo
a sus memorias, que llevan por título La
patria desconocida, el escritor se refiere a la relación de las
mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que España y la
Argentina tienen en ellas: “Son páginas, pues, españolas por el
recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazó. Por eso
este libro cobra un sentido vernáculo, americano. Y todo aquello en medio
del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesía
naciente, y, lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia ella” (4).
En
esa obra, recuerda a sus padres, llegados de la península y afincados en
nuestro país, donde disfrutaron al principio de una holgada posición
económica. Describe la transformación que se operó en su padre, y
afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a rico y
conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y protector de
hospitales”. Cuenta asimismo la emigración de sus abuelos maternos
Baldomero
Fernández, próspero emigrante, regresa a España junto con los suyos,
con intención de quedarse definitivamente. Poco habría de durar la estadía
en la tierra natal. Siete años más tarde, los Fernández Moreno se
encontraban de vuelta en Buenos Aires, confrontando la realidad con la
fantasía forjada por el niño. Gallegos
En
Juvenilia, Miguel Cané
se refiere a inmigrantes de ese origen: “Recuerdo una revolución que
pretendimos hacer contra don José M. Torres, vicerrector entonces y de
quien más adelante hablaré, porque le debo mucho. La encabezábamos un
joven Adolfo Calle, de Mendoza, y yo. Al salir de la mesa lanzamos gritos
sediciosos contra la mala comida y la tiranía da Torres (!las escapadas
habían concluido!) y otros motivos de queja análogos. Torres me hizo
ordenar que me le presentara, y como el tribuno francés, a quien plagiaba
inconscientemente, contesté que sólo cedería a la fuerza de las
bayonetas. Un celador y dos robustos gallegos de la cocina se presentaron
a prenderme, pero hubieron de retirarse con pérdida, porque mis compañeros,
excitados, me cubrieron con sus cuerpos, haciendo descender sobre aquellos
infelices una espesa nube de trompadas. El celador, que, como Jerjes, había
presenciado el combate de lo alto de un banco, corrió a comunicar a
Torres, plagiando el a su vez a Lafayette en su respuesta al conde de
Artois, que aquello no era ni un motín vulgar, ni una sedición, sino
pura y simplemente una revolución” (5). En
sus Memorias, Lucio V.
Mansilla describe las condiciones en las que los gallegos realizaban
el viaje hacia América: “El italiano no había comenzado aún su éxodo
de inmigrante. De España, en general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo
sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de trabajadores,
aprensados como sardinas (...) En cierto sentido eran como cargamento de
esclavos” (6). Luis
Varela, octavo de catorce hijos, recuerda en De Galicia a Buenos Aires: “En aquella época las familias
gallegas eran casi todas así de numerosas, y como nuestros padres sólo
nos enseñaban a labrar las tierras y luego, de mayores, no alcanzaban las
tierras para todos, era habitual mandar a algunos para el convento, otros
para curas, uno se quedaba en la casa con los padres y los demás veníamos
para América. Muchas veces yo le reproché a mi padre por tener tantos
hijos, porque habiendo nacido en la casa de un gran labrador, nos dejó a
todos en la ruina. Y él me contestaba que si tuviera tres o cuatro, yo no
hubiera nacido y la mejor riqueza sería no tener que luchar con un truhán
como yo” (7). Gladys
Onega escribió Cuando
el tiempo era otro. Una historia de infancia en la pampa gringa (8).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe, donde nace en
1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que se mudan en 1939. Sus
primeros años transcurren en el seno de una familia integrada por un
gallego esforzado y ahorrativo, una criolla y tres hijos. Junto a ellos
encontramos la familia de la casa da
pena –los gallegos que quedaron en su tierra-, los parientes
gallegos que emigraron y los parientes criollos de la madre, y los
inmigrantes –en su mayoría italianos- que viven en el pueblo. En
“Mínima autobiografía de la exiliada hija”, María Rosa Lojo
se refiere a su vida como hija de un gallego y una madrileña exiliados en
la Argentina. Sobre su padre, exiliado gallego, escribe: “Dejaba
negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de
eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta
reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de playboy
coruñés, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres.
Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el
tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba
afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y sería,
casi, otra persona” (9). Mito
Sela
evoca, en Babilonia chica, a un inmigrante pintoresco: “Creo que
su nombre era Fermín o Félix o Fernández. O algo parecido. No queda ya
nadie que pueda proporcionarme la información. Era gallego, viudo, con
una hija fea y petisa como el padre, cuya función principal era servirle
mate mientras él cortaba el pelo a un cliente. Recuerdo al peluquero no sólo
porque era muy feo y su cara arrugada que daba miedo, sino por el hedor
del cigarro que siempre, siempre estaba en su boca y las bocanadas de humo
que despedía y yo recibía en plena cara. Mis recuerdos, la verdad sea
dicha, se basan más en el olfato que en la persona” (10). Vascos
Miguel
Canè relata que los estudiantes encontraban diversas distracciones en
la quinta de Colegiales; una de ellas, vinculada a unos inmigrantes. “En
la Chacarita estudiábamos poco, como era natural; podíamos leer novelas
libremente, dormir la siesta, salir en busca de camuatìs y sobre todo,
organizar con una estrategia científica, las expediciones contra los
‘vascos’ “. (...) Los ‘vascos’ eran nuestros vecinos hacia el
norte, precisamente en la dirección en que los dominios colegiales eran más
limitados. Separaba las jurisdicciones respectivas un ancho foso, siempre
lleno de agua, y de bordes cubiertos de una espesa planta baja y bravía.
Pasada la zanja, se extendía un alfalfar de una media cuadra de ancho,
pintorescamente manchado por dos o tres pequeñas parvas de pasto seco. Más
allá (...) en pasmosa abundancia, crecían las sandías, robustas,
enormes, (...) allí doraba el sol esos melones de origen exótico (...)
No tenían rivales en la comarca, y es de esperar que nuestra autoridad
sea reconocida en esa materia. Las excursiones a otras chacras nos habían
siempre producido desengaños, la nostalgia de la fruta de los ’vascos
nos perseguía a todo momento, y jamás vibró en oído humano en sentido
menos figurado, el famoso verso de Garcilaso de la Vega” (11). Carlos
Ibarguren describe, en La historia que he vivido, el Buenos Aires de su infancia, en la década
de 1880. En ese entonces, “en los barrios residenciales veíanse de mañana
a los lecheros, casi todos vascos, que llevaban en los costados de su
cabalgadura sus clásicos tarros de latón, o a los que arriando algunas
vacas con sus mamones, al son tintineante de un cencerro, ofrecían leche
recién ordeñada” (12). En
El merodeador enmascarado, Carlos
Gorostiza “nos habla de su infancia en el barrio de Palermo, junto a
sus padres vascos y un hermano mayor. No eran ricos pero disfrutaban de
una situación que les permitió en 1926 realizar un viaje por la tierra
de los ancestros” (13). Sin
mención de origen Raúl G. Fernández Otero escribió Ausencias, presencias y sueños (14), autobiografía en la que evoca su infancia en un barrio porteño, allá por el 30. El rememorar sucesos de su vida personal lo obliga a describir la época en que transcurren y el modo de vida de esos tiempos que -en la pluma de Fernández Otero- parece mucho más humano que el agitado vivir del presente. Los padres y el hermano españoles, los vecinos, los carnavales, las anécdotas que pueblan toda historia a lo largo de una dilatada existencia, son la materia de la primera parte del libro.
Estadounidenses Jennie
E. Howard nació
en Boston, Estados Unidos, en 1844 y falleció en Buenos Aires en 1933.
“Llegó al país en 1883, junto con las maestras contratadas por Clara
Armstrong para dirigir las Escuelas Normales de niñas a pedido de Julio
A. Roca. Tras organizar la Escuela Normal de Niñas de Corrientes, realizó
la misma tarea en la ciudad de Córdoba y en San Nicolás, provincia de
Buenos Aires, donde permaneció hasta 1903. En 1931, publicó un libro de
memorias en inglés, que en 1951 fue vertido al castellano con el título
de En otros años y climas distantes”
(15). Galeses Eluned Morgan nació en alta mar en 1869. “Hija de un colono galés,
organizador del primer grupo que llegó a la Patagonia en 1865, se crió
en el valle y fue enviada a Europa para completar sus estudios y dedicarse
a la enseñanza en Chubut. Creó escuelas para niñas en Trelew y Gaiman.
Posteriormente tuvo a su cargo el periódico Y
Drafod, fundado por su padre y aún existente. Comenzó a mostrar sus
aptitudes literarias en la composición de Eistedffod,
piezas literarias de la tradición galesa, a partir de 1891. Publicó
cuatro libros: Algas marinas, En
tierra y mar, Los hijos del sol y Hacia los
Andes, los tres primeros escritos en galés y el último en
castellano, escrito originalmente en galés. Falleció en 1938” (16).
Escribe
Ema Wolf, a partir de una investigación de Cristina Patriarca: “Una
figura relevante de la comunidad fue Eluned Morgan. La hija menor de Lewis
Jones llegó a cursar estudios en Londres y tuvo un lugar destacado en la
vida cultural de los galeses en la Patagonia. Fue maestra y redactora del
periódico I Dravod, ‘El
Mentor’. Las fotos viejas muestran a una muchacha rolliza, de facciones
apacibles, tocando el arpa en pose clásica. Muy anciana ya, de vuelta en
su tierra natal, escribió sus memorias. Con una prosa entusiasta pintó
su vida de adolescente en el Chubut y en particular un viaje que hizo
desde la costa al Valle Encantado de la cordillera para llevar telas, azúcar,
té, carne salada y herramientas a los setenta colonos que apenas un año
antes se habían instalado allí” (17). Holandeses “En
mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes holandeses
a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego
Zijlstra, quien en su libro, Cual
ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor hasta la
costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez kilómetros soplando
un viento de invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya
estábamos en la tercera semana de junio... Verano en el hemisferio Norte.
Pero invierno aquí... Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos
por fin tierra argentina. Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel
de Inmigrantes, un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que
otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo”
(18). Ingleses En
su Autobiografía, Jorge
Luis Borges recuerda
a su abuela inglesa: “Frances Haslam era una gran lectora. Cuando ya había
pasado los ochenta, la gente le decía, para ser amable con ella, que ya
no había escritores como Dickens y Thackeray. Mi abuela contestaba: ‘
Sin embargo, yo prefiero a Arnold Bennett, Galsworth y Wells’ ” (19). Irlandeses Maggie Pool es la autora de Where
the devil lost his poncho (20) obra en la que evoca el medio siglo que
transcurre a partir de su llegada a la Argentina, “no bien terminada la
guerra, como modesta secretaria de un organismo británico, casi con lo
puesto y con sólo doce libras esterlinas, que era la máxima cantidad de
dinero que se permitía sacar de Inglaterra en aquel momento de crisis”.
En
la nueva tierra, Pool “queda deslumbrada por la riqueza que ve en Buenos
Aires, por el tamaño de los bifes y los postres de un simple restaurant,
donde se come lo que ninguna familia inglesa veía desde hacía años” .
“Nada
disminuye su amor por la segunda patria. Con los años se traslada a vivir
a Bariloche y, por fin, al valle de El Bolsón. La Patagonia la atrapó y
parece ser su punto de residencia definitiva en su larga vida iniciada
–allá lejos y hace tiempo pero al revés que Hudson- en Irlanda y
Escocia. ‘Aquí está el paraíso’, resume sobre el final. Lo
transmite con la certidumbre de quien ha sabido ver mucho más allá de
las vicisitudes de la vida cotidiana” (21). Italianos Friulanos
Juan Faccioli, pionero friulano, fue uno de los “integrantes de
aquella primera migración que dejaron testimonios escritos”: “Según
Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban
destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que
estaban habitadas por aborígenes. Algunos huyeron del Hotel de
Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron
y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se
formaría al otro lado del arroyo El Rey” (22). Ligurinos
María Esther Podestá es la autora de
Desde ya y sin interrupciones, obra en la que destaca que, de los Podestá actores, el único que debe ser considerado argentino por derecho de suelo es su abuelo, Jerónimo Bartolomé. Los demás nacieron en Montevideo, adonde había marchado la pareja de inmigrantes ligurinos, atemorizada por el rumor de un degüello de gringos durante la época rosista: “La familia permaneció en Montevideo desde 1851 –dice la actriz-, allí nacieron mi tío-abuelo Pedro, Juan José (Pepe), Juan Vicente, Graciana, Antonio Domingo, y Cecilio Pablo, quien artísticamente suprimiría su primer nombre” (23). Lombardos
Martina Gusberti es la autora de El laúd y la guerra (24), obra en la que evoca un viaje a Italia
que realiza junto a su padre y su marido, en 1982. No era esa la primera
vez que el inmigrante regresaba a su tierra; él dice: “¡Qué bello
volver a Italia, visitar los lugares en los que luché durante la primera
guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estará hoy...!”.
La
hija, nacida como él en esa tierra, se pregunta acerca de la motivación
que impulsa con tanta fuerza al padre; se cuestiona “ese afán por
volver al pasado, no sé si para fijarlo en el hoy o sólo para retroceder
a él. Quizás, ganas de detener el tiempo que se le escurría entre las
canas; o de no morir, sin mimetizarse definitivamente con el paisaje”. En
Mendoza, Alcides Bianchi y sus amigos jugaban a la pelota: “En el
barrio teníamos dos ‘canchas’ para jugar a la pelota –recuerda-.
Una estaba ubicada al fondo de la quinta de papá, sobre la calle Civit y
la otra al lado de la carnicería de Don Molinuevo, a media cuadra de
casa, sobre la Cmte. Torres. Teníamos fijada una hora para hacer los
partidos en las tardes, cuando ya habíamos hecho los deberes de la
escuela. Allí nos juntábamos los chicos del barrio, de distintas edades,
formando los dos equipos y generalmente a los más pequeños nos tocaba
ser arqueros” (25). Polacos Felipe
Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en Moisés Ville,
provincia de Santa Fe, “Cuando llegaban las fiestas patrias, el pueblo
se vestía de gala, las ventanas lucían banderas azules y blancas y a la
plaza San Martín, en el centro del poblado, concurría toda la población
luciendo la escarapela y manifestando con orgullo su agradecimiento a la
nueva patria. Por ser uno de los más altos, y seguramente porque mamá me
almidonaba para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados superiores
las maestras me elegían abanderado, y escoltado por otros niños
caminando entre aplausos y cálidas sonrisas nos dirigíamos a la plaza.
Las autoridades y los directores de todas las instituciones pronunciaban
emotivos discursos. Se cerraba el acto con un esperado reparto de
golosinas entre los chicos. Con premura, nos despojábamos de los
guardapolvos y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la administración
de la J.C.A. para ver y participar de la fiesta popular que premiaba a los
ganadores, con ponchos, frazadas, camisas, camisetas o pantalones”
(26). Rusos
Marcos Alpersohn fue pionero en la colonia Mauricio, en la provincia
de Buenos Aires, y primer cronista de un asentamiento judío en la
Argentina. “Dejó escrito su interesante testimonio sobre la llegada al
país, en 1891”, en el que manifiesta:
“el vapor alemán Tioko me trajo a Buenos Aires de Hamburgo, junto con
otros trescientos inmigrantes, después de una travesía de treinta y dos
días. Aún antes de que el barco entrara en el puerto, al divisar desde
lejos la ciudad envuelta por palmeras, nos sentimos dominados por la alegría.
Las madres levantaban en alto a sus pequeñuelos, diciéndoles
jubilosamente: -Miren, chicos; ahí está el paraíso, la tierra bella y
verde que el bondadoso Barón de Hirsch ha comprado para vosotros” (27).
Días después advertirían que la realidad poco tenía que ver con sus
expectativas. En
sus memorias, el pampista Mauricio
Chajchir
relata que en 1891 “se abrió el comité del Barón de Hirsch. Fue una
salvación para los judíos y empezó el registro de las familias.
Aceptaban solamente familias con hijos varones. Los que no los tenían, se
daban maña. Hacían inscribir a un soltero como hijo y la cosa
marchaba”. Cuando llegaron fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes:
"No sé de dónde surgió la versión que los cocineros y el personal
eran judíos españoles y por consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por
primera vez durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una buena
cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue a investigar a la
cocina para ver si salaban la carne y se encontraron con una cabeza de
cerdo sobre la mesa. Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían
comido la noche anterior” (28). Entre
los inmigrantes que arribaron a nuestro país llegó Alberto
Gerchunoff, de origen ruso, nacido en Tulchin, Vinnitsa, en 1883,
quien se estableció con su familia en una colonia de Villaguay, Entre Ríos,
después de que el padre fuera asesinado en Moisés Ville, Santa Fe. “En
aquellos años ya distantes –recuerda en su “Autobiografía” (29),
escrita en 1914-, los judíos no emigraban, y la tentativa de colonización
del Barón Hirsch iluminaba a los israelitas de Tulchin, como la esperanza
mesiánica del retorno al reino de Israel”.
En
sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la usanza
de la nueva tierra: “como todos los mozos de la colonia, tenía yo
aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con
espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente
argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras”. Benedicto Caplán escribe: “El
gran cambio en las costumbres de los judíos ortodoxos se produjo cuando
la segunda generación en el país, o sea la de mi padre. Así como los de
la primera generación todos llevaban largas barbas, salvo algunos
elegantes que se las recortaban en punta, los de la segunda generación se
afeitaron casi sin excepción, cambiaron sus hábitos alimentarios,
adoptando los de los gauchos. La religión se siguió practicando en las
grandes fiestas. Aparecieron los primeros gauchos verdaderos: bombachas
anchas en lugar de pantalones, faja con tiradores y facón, asados, mate y
carreras cuadreras. En la generación tercera, o sea la mía, este tipo
humano pintoresco se multiplicó en todas las colonias” (30). En
Babilonia chica, escribe Mito Sela: “Crecí y me desarrollé
en un barrio fuera de la Capital, ya provincia, sólo cruzando la Av.
Gral. Paz. Este barrio –otro mundo- reunía en sus calles fábricas y
galpones de la industria textil, que funcionaban sin descanso 24 horas
diarias durante seis días a la semana. Junto a la industria se desarrolló
un proletariado textil, formado por italianos, españoles y judíos,
fervientes sindicalistas, que en su mayoría se identificaban con los
distintos matices de la izquierda hasta la llegada del peronismo” (31). Suizos
“El 26 de octubre del año 1855 –escribe Roberto Zehnder- abandonamos Basilea, adonde hemos llegado antes del mediodía en omnibus. (N. Del A. Probablemente sea algún tipo de diligencia que lo llevaba desde su pueblo de origen hasta una ciudad importante como lo es Basilea), y nos alojamos en una hostería de nombre "El Buey colorado". (...) La mitad de los pasajeros del "Lord Ranglan" fue trasladado en un barco a vapor chico a Santa Fé y alojados al norte de la ciudad; mientras la otra mitad abandonaba el puerto de Buenos Aires tres días antes de nosotros y llegaron al puerto de Santa Fé al mismo minuto para anclar. En el barco se encontraron Guillermo Hübeli, Ricardo Buffet, Buchard Griboldi, como viajeros del "Lord Reglan" (N. Del A.: Lord Raglan)” (32). |
Ucranios
María Arcuschín escribió De
Ucrania a Basavilbaso (33) obra en la que rinde homenaje a sus
antepasados y a quienes llegaron a América en busca de un futuro mejor,
al tiempo que narra su propia vida en el seno de la colectividad judía
entrerriana. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los llevó
a emigrar: los antepasados “”Fueron casa por casa, puerta por puerta
alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la urgencia de partir
hacia América en busca de libertad y de paz”. En la obra se observa la
incidencia del momento histórico y el ámbito geográfico en los
personajes; la presencia de la autora en el texto; la religión y la
educación, el trabajo y las diversiones, como así también las
reiteradas agresiones que sufrieron los judíos de esa provincia, y las
consecuencias que trajeron a la autora y su familia. Rosalía de Flichman escribió Rojos
y blancos. Ucrania (34). En esta obra en evoca su infancia, en la que
la amargura era una realidad cotidiana. Las persecuciones, la revolución,
la guerra civil, las violaciones y los asesinatos –a los que se suman
las inundaciones y el tifus- son el cuadro con el que Rosalía debe
enfrentarse a muy corta edad: “Los blancos están en la ciudad,
persiguen sin cesar a los judíos. Matan a los hombres, se apoderan de las
mujeres jóvenes y hasta de las niñas. Estoy cansada de tanto horror. Y
los cambios continúan. Hoy los blancos, mañana los rojos. Como somos
despreciables burgueses, estos invaden la casa y nos reducen a dos
habitaciones. El hambre se hace sentir, duele”. Agobiada por la
tristeza, la niña piensa en el padre, al que no ve desde hace años.
Después de muchos trámites, emigran para reencontrarse con él. Por fin,
llegan a Mendoza. Ha comenzado para Rosalía “una larga vida en la
Argentina, una vida plena y feliz”. En
su libro de memorias, titulado Ultima
carta de Moscú (35), Abrasha Rotemberg relata que,:después de
siete años, se reencontró con su padre, que trabajaba como “cuenténik”,
“clásica ocupación de los inmigrantes judíos, que consistía en la
venta callejera a crédito de todo tipo de prendas. ‘Yo descubrí muchos
años después que esa generación de inmigrantes pobres y analfabetos
resultó una de gigantes, que supo enfrentar una vida sumamente dura y difícil. No
había otra alternativa que sobrevivir y ellos lo hicieron’, dijo
Rotemberg” (36). ..... Las
memorias y autobiografías son testimonios de los que nos valemos cuando
queremos conocer la historia de la inmigración en nuestro país. En
ellas, encontramos la evocación de vidas llenas de coraje y nostalgia. Y
la conciencia del autor de pertenecer a una tierra, y haber elegido otra a
la que ama con la misma intensidad. Notas 2.
Lojo, María Rosa: “Cuando la plenitud nace de la carencia”, en La
Nación, Buenos Aires, 31 de agosto de 2003. 3.
Noy, Fernando: “A los ‘pieses’ de la Marshall”, en Clarín,
Buenos Aires, 24 de mayo de 2003. 4.
Fernández Moreno, Baldomero: La
patria desconocida. 5. Cané,
Miguel: Juvenilia. Buenos Aires,
CEAL, 1980. 6. Mansilla, Lucio V.:
Mis memorias 7. Varela, Luis: De
Galicia a Buenos Aires –Así es el cuento-. Buenos Aires, el autor,
1996. 8. Sela,
Mito: Babilonia chica. Buenos Aires, Milá, 2006. 112 pp.
(Imaginaria). 10. Lojo, María Rosa:
“Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ “, en Sitio Al Margen Revista Digital. Noviembre de 2002. 11. Cané,
Miguel: Juvenilia. Capítulo. Buenos Aires, CEAL, 1980. 12. Ibarguren,
Carlos: La historia que he vivido. Buenos Aires, Dictio, 1977. 14.
Fernández Otero, Raúl G.: Ausencias, presencias y sueños. Buenos Aires, Ediciones Tu
Llave, 2000. 15.
Sosa de Newton, Lily: Diccionario
Biográfico de Mujeres Argentinas. Buenos Aires, Plus Ultra, 1986. 16.
ibídem 17.
Wolf, Ema y Patriarca, Cristina: La
gran inmigración. Buenos Aires, Sudamericana, 1991. 18.
S/F: “Historia de pioneros”, en Clarín,
Buenos Aires, 2 de febrero de 2002. 19.
Borges, Jorge Luis: Autobiografía, citado en Hadis, Martín: LITERATOS
Y EXCÉNTRICOS Los ancestros ingleses de Jorge Luis Borges. Buenos
Aires, Sudamericana, 2006. 20.
Pool, Maggie: Where the devil lost
his poncho. Edimburgo, The Pentland Press, 1997. 21.
Sopeña, Germán: “Tierra lejana”, en La
Nación, Buenos Aires, 13 de julio de 1997. 22.
S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La
Nación Revista, 29 de julio de 2001. 23.
Podestá, María Esther: Desde ya y
sin interrupciones. Buenos Aires, Corregidor, 1985. 24.
Gusberti, Martina: El laúd y la
guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996. 25.
Bianchi, Alcides J.: Aquellos
tiempos... Buenos Aires, Marymar, 1989. 26.
Fistemberg Adler, Felipe: Moisés Ville Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires,
Milá, 2005. 112 pp. (Testimonios). 27.
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María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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