En
este trabajo me refiero al proyecto de creación del Museo de la
Inmigración, en el Antiguo Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero,
y presento testimonios tomados de libros, diarios y otras fuentes,
a fin de demostrar la reiterada presencia de la institución en la
literatura argentina (desde 1880 hasta nuestros días), en el
periodismo, en el recuerdo de quienes se hospedaron allí, en
biografías, televisión, fotografía y plástica. |
En su ensayo Cómo
fue la Argentina 1516-1972, el historiador Exequiel César Ortega
sostiene que “La inmigración jugó importante papel ya a
mediados de esta etapa del ’80 al ’30. En ciudad y campaña,
en oficios diversos que abarcaron la agricultura y la naciente
industria; e incluso se dieron lugares como ejemplos de cuánto
podía una colonización bien planeada...”. Comenta qué sucedió
con los inmigrantes llegados a nuestra tierra: “El medio nuestro
los asimiló bien pronto y sus descendientes inmediatos se
sintieron integrantes ‘de la tierra’. A menudo ascendieron de
Status, integraron profesiones, comercio e industria; impulsaron
los nuevos partidos políticos mayoritarios”.
El gobierno de
esa época “En lo social favorecería cada vez más la inmigración,
sobre todo la europea en general, perdidas bastante las esperanzas
de la anglosajona y francesa en particular. Inmigración que
cubriese las necesidades crecientes de mano de obra ciudadana y
sobre todo rural, mediante la colonización y la ocupación de
dependencia o el arrendamiento y la mediería”.
A criterio de
Ortega, el régimen se caracterizaba por complementos que
radicaban en los aspectos culturales; se refiere a la
“Universalidad y amplitud de conocimientos y contenidos de
cultura generales, universales; huida de la religiosidad excesiva;
aspectos prácticos y utilitarios; enseñanza difundida de tipo
enciclopedista-informativa, apta para todos, incluso sin chocar a
los diferentes credos y formas de la inmigración”.
Hubo “paz, pan
y trabajo” para quienes llegaron a la Argentina: “se dio una
limitada o encauzada movilidad social, con grupos mayoritarios en
condiciones de locación de servicios, incluyéndose la gran
inmigración y descendientes inmediatos, salvo una minoría de
entre ellos, que proporcionó estratos de clase media comercial,
profesional y propietaria”.
En cuanto a la
composición de la sociedad, señala: “La mayoría empero
pertenecía a los grandes estratos derivados de niveles humildes
‘criollos’ (a los que pronto habrán de sumarse los
provenientes de inmigraciones interiores provincianas), o
derivados de inmigración creciente, de poco antes, los ‘hijos
de gringos’, con ocupaciones manuales en su casi totalidad,
salvo las excepciones ya aludidas de comerciantes, estancieros y
profesionales, ‘hijos de gringos con plata’” .
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Muchos
extranjeros, al llegar a nuestro país, se alojaron en los Hoteles
de Inmigrantes. Estos fueron varios, a lo largo del tiempo: En
Buenos Aires, los provisorios -el de la calle Corrientes, el de
Cerrito, los de Palermo, Caballito y San Fernando, el de la
Rotonda y el de la Boca- y el definitivo, en Puerto Madero; en el
interior, el de Tucumán y los entrerrianos de Villa Domínguez y
Basavilbaso, entre otros.. Para saber sobre ellos contamos,
fundamentalmente, con dos libros, el de Jorge Ochoa de Eguileor y
Edmundo Valdés, Donde durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de
Inmigrantes de la Ciudad de Buenos Aires y el de Graciela
Swiderski y Jorge Luis Farjat, Los antiguos Hoteles de Inmigrantes. |
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En
1878, “La aglomeración de gente presentaba un cuadro
poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355),
denunciaba el mal estado del hospedaje a los extranjeros.
A un pedido de aclaración del ministro Laspiur, el
Comisario de Inmigración informó que: ‘el Asilo de
Inmigrantes está muy distante de ser lo corresponde al
objeto que se destina. V:E: lo ha reconocido así y mandó
levantar planos y presupuestos de la obra que debe
construirse en el terreno que al efecto fue cedido por la
Municipalidad en el bajo del Retiro...’ y agrega que
nunca habían tenido enfermedades infecto-contagiosas, y
que en un nuevo edificio, del fondo, se destinaba a los
enfermos que eran visitados dos veces por día por el médico.
Luego informa el señor Dillon: ‘Los inmigrantes
permanecen poco tiempo en el Asilo y cuando llegan se envían
al Río que está inmediato, lavan la ropa y se asean.
Cuando no están en esa operación, la pasan en la Plaza,
de manera que sólo en los días de lluvia se siente algún
inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero
basta uno o dos días buenos para que todo esté seco,
pues el aire y la luz penetran por todas partes”
A veces, los Hoteles no daban abasto. Otros
establecimientos cubrían la demanda: “En las postrimerías
del siglo pasado y comienzos del actual, la gran afluencia
de inmigrantes, principalmente europeos, incrementó la
necesidad de ofrecer alojamiento y comida a estas
personas, ya que no todas lograban alojarse en el Hotel de
Inmigrantes, frente al puerto de Buenos Aires. Comenzada
la primera guerra mundial, en 1914, disminuyó bruscamente
esta onda inmigratoria, motivo por el cual decayó la
actividad de hoteles y fondas que habían proliferado
durante años anteriores”.
Notas
Ortega, Exequiel César: Cómo fue la Argentina
(1516-1972). Buenos Aires, Plus Ultra, 1972.
Ochoa de Eguileor, Jorge y Valdés, Edmundo: Donde
durmieron nuestros abuelos. Los Hoteles de Inmigrantes de
la Ciudad de Buenos Aires. Centro Internacional para la
Conservación del Patrimonio Argentino.
Swiderski, Graciela y Farjat, Jorge Luis: Los antiguos
Hoteles de Inmigrantes Arte y Memoria Audiovisual, 2001.
Cracogna, Manuel I.: La Colonia Nacional Presidente
Avellaneda y su tiempo, 1° parte.
Trossero, Aldo: “Orígenes de Sanatorio Plaza”, en
www.sanatorioplaza.com.ar . Rosario, 3 de noviembre de
2002.
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Refiriéndose
al Hotel de Puerto Madero, Laura S. Casanovas afirmó hace
unos años que “se dio el nombre de Hotel de Inmigrantes
al complejo edilicio que debía contribuir a un mejor
control administrativo por parte del Estado, a otorgar
asistencia social al inmigrante y a operar como ícono
propagandístico en los folletos que se distribuían en el
Viejo Continente”. “El proyecto –agrega Casanovas-
comprendía una serie de construcciones o pabellones
dispuestos alrededor de una plaza central. A lo largo de
la costa, el desembarcadero; sobre el frente, la dirección
y oficinas de trabajo; a continuación, los lavaderos, y
cerrando el perímetro, el edificio de los dormitorios y
el comedor. Fue este último el que por sus diferencias
con el resto, tanto por el diseño como por el volumen,
adquirió con el tiempo el nombre del conjunto: Hotel de
Inmigrantes, como se lo denomina en la actualidad”.
La autora nos hablaba de un día en este establecimiento,
cuya construcción finalizó en 1912: “La rutina
estructuraba la vida del hotel. Las celadoras despertaban
temprano en la mañana a los inmigrantes. Luego del
desayuno, las mujeres lavaban la ropa en los lavaderos y
cuidaban a los niños, mientras los hombres tramitaban su
colocación en las oficinas de trabajo. El servicio de
comedor se ordenaba en dos turnos de hasta mil personas
cada uno. Los niños recibían a las tres de la tarde la
merienda y a partir de las siete quedaban abiertos los
dormitorios. Además, se enseñaba el uso de maquinarias
agrícolas para los hombres, de labores domésticas para
las mujeres”.
En El diario íntimo de un país, Hugo E. Ratier se
refiere a la institución, que albergaba y contenía a los
recién llegados: “Para un campesino europeo –dice- el
desembarco en esta Babel del Plata podía resultar traumático.
La emigración significó un paso más en el irreversible
camino de la urbanización, que se inicia en el puerto de
salida. Allí establecen los primitivos lazos de
solidaridad entre aquellos que van a emprender la aventura
transatlántica. Como en el tiempo de los esclavos negros,
haber llegado en el mismo barco creaba vínculos. Ya en
tierra, el Estado argentino ofrecía alojamiento en el
Hotel de Inmigrantes, salvo a aquellos que venían
contratados por empresas. Luego vendría la inserción en
el trabajo”.
Los que no tenían conocidos en la nueva tierra, sufrían
“las penurias del desembarco en Buenos Aires, Hotel de
Inmigrantes y frustrada espera de un destino”.
Días
después, desde allí unos se trasladarían a un
conventillo; otros, a una vivienda más digna, y muchos
viajarían hacia las colonias. Miles regresarían a sus
tierras, decepcionados; dos tercios de los inmigrantes
“se vieron obligados a volver a la miseria de su país
de origen, después de amontonarse en el Hotel de
Inmigrantes”.
Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el Hotel, sólo
si observaban el reglamento de la institución. El mismo
figuraba en el Manual del emigrante italiano, y establecía,
por ejemplo que “Después de cada comida, a la hora
indicada por el reglamento, se deberán limpiar los
utensilios que se le hayan entregado antes, sin lo cual no
podrá ausentarse del Hotel. Por turnos, como se indicará,
tendrán que limpiar las instalaciones y ocuparse del
transporte de víveres. La parte destinada a los hombres
está separada de la de las mujeres; al igual que en el
barco, está prohibida la promiscuidad. Con todo, se
respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus
niños. Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno,
está prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se
sienta mal debe avisar a la dirección del
establecimiento.
Está permitido salir a determinadas horas, pero quien no
haya regresado en el horario previamente fijado no podrá
pasar la noche en el Hotel”.
La historiadora Nélida Boulgourdjian-Toufeksian afirma
que “El Hotel de Inmigrantes no estaba abierto a los
pueblos asiáticos. Sin embargo, en la Lista de Pasajeros
de 1923 se detectó que los armenios fueron interrogados
acerca de su interés en ingresar en él y que un escaso número
aceptó. Más allá de ser o no admitidos, la existencia
de redes formales e informales facilitó la ubicación de
los inmigrantes y limitó el ingreso en el Hotel de
Inmigrantes” . No obstante, los adolescentes
argentinos de sangre armenia escuchan de sus abuelos
extranjeros “historias de conquistas y de luchas por
preservar la cultura de todo un pueblo. Y de barcos
llegados al puerto de Buenos Aires repletos de polacos,
griegos, árabes y armenios que se hospedaban, muchos de
ellos, en el Hotel de Inmigrantes”.
Casanovas nos daba una buena noticia: “Afortunadamente,
el proyecto de transformarlo en museo está en marcha.
(...) El proyecto, que reviste una enorme trascendencia
cultural, no es nuevo”. Recuerda cómo surgió la idea:
“Todo comenzó en 1983, cuando a instancias de las
colectividades de inmigrantes de nuestro país, el
Ministerio del Interior emitió una resolución por la
cual encomendó a la Dirección Nacional de Migraciones
realizar un estudio de factibilidad de creación de un
museo, que reviviera las circunstancias del hecho histórico
de la inmigración en la Argentina. Dos años después,
una segunda resolución creó, en el ámbito de la Dirección
Nacional de Migraciones, un área responsable del Museo,
Archivo y Biblioteca de la Inmigración. En 1990, mediante
un decreto, se declaró Monumento Histórico Nacional al
edificio del ex Hotel de Inmigrantes y el año último
(1997) el Ministerio del Interior desarrolló el programa
Complejo Museo del Inmigrante, con dependencia funcional
de la Dirección de Migraciones. Serán sede del museo el
hotel y las dos plazoletas aledañas. Los edificios
restantes continuarán funcionando como dependencias de la
Dirección Nacional de Migraciones”. Ese programa
está dirigido por el ya mencionado profesor Jorge Ochoa
de Eguileor y la arquitecta Graciela Seró Mantero.
Hubo quien se manifestó en oposición a esta iniciativa.
Escribió Horacio Di Stéfano en 1999: “Parado hoy entre
silencios añosos y trozos de postales de la Buenos Aires
poco recordada, el maravilloso cuerpo del Hotel de
Inmigrantes parece no inmutarse por el paso del tiempo,
aunque su interior, vacío y abandonado, conserve ecos
imperceptibles y leyendas que mezclan esperanzas,
fantasmas, muertes y angustia. Da vértigo mirar su
fachada desgastada, rodeada por la sosegada paz de los
espacios verdes que lo separan de las inmediaciones de la
estación Retiro, e imaginar que albergaba un mundo de
personas pululando ruidosamente, donde hoy hay olores
viejos. Sus inmutables paredes vieron reemplazar el blanco
de color original por un amarillo que lastima los
recuerdos de sus horas, pero no es esto únicamente lo que
se ve frente a la imponente figura de sus pabellones, y su
historia tampoco estuvo a salvo de los maltratos a los que
nos han acostumbrado desde siempre. De sólo pensar que el
proyecto de hacerlo Museo, tal cual se ha planteado por
las autoridades de la Dirección Nacional de Migraciones,
lo acerca más al Shopping o a una pintada de labios y
resaltado de pestañas, da ganas de dejarlo ahí, quieto,
con sus secretos enquistados en la ignorancia”.
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En
septiembre de 2000, el Hotel fue abierto al público, pues
allí se realizó una edición de la prestigiosa muestra
Casa FOA. La misma se llevó a cabo “en dos edificios
que forman parte del Patrimonio Arquitectónico de nuestra
Ciudad. (...) Tratándose en ambos casos de edificios que
son Monumentos Históricos todos los trabajos a ejecutar
fueron analizados y evaluados por la Comisión Nacional de
Museos y de Monumentos y Lugares Históricos. (...)El
proyecto de casa FOA tiene el carácter de ambientación y
decoración homenaje tendiendo a resaltar y restaurar los
elementos arquitectónicos propios del edificio. Por eso
se mantuvieron y repusieron los pisos calcáreos
originales y azulejos con sus zócalos y listeles
moldurados. Además se colocaron vidrios en toda la caja
de la escalera. En cuanto a los colores de las paredes se
efectuaron cateos para poder recuperar los tonos
originales”. |
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Se
colaboraba así con un objetivo valioso: “Con esta
iniciativa de Casa FOA en el Hotel se hará realidad un
sueño por todos esperado: ‘El Museo del
Inmigrante’” ; mientras tanto, ofrecían un
anticipo de lo que se vería poco después.
En octubre de 2001 se inauguró la primera etapa del
proyecto. “Dice el profesor Jorge Ochoa, coordinador del
museo: ‘Recuperar este edificio es recuperar nuestra
memoria. Casi no hay persona en la Argentina cuyos cuatro
abuelos sean argentinos’ ”. Los nietos de quienes
vivieron en este hotel sus primeros días americanos
pudimos conocer, al fin, las paredes entre las que se
hablaba de tantos sueños e ilusiones.
Casi dos años más tarde, Andrew Graham Yooll alerta
acerca del estado de la situación: “No necesitamos, por
ejemplo, otro Museo de la Inmigración, que ocupa
espectaculares instalaciones sin aparente recurso a la
imaginación, dado que lo expuesto se reduce a un par de
bailes y unas pocas fotos. En un país de inmigrantes, ese
proyecto debería ser un vasto emprendimiento”.
Notas
Casanovas, Laura S.: “Una historia de inmigrantes”,
en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de noviembre de
1998.
Ratier, Hugo: El diario íntimo de una nación. Buenos
Aires, La Nación, 1999.
Vernaz, Celia: La Colonia San José. Santa Fe, Colmegna,
1992.
Larva: “Xenofobia. Denuncien al abuelo”
Armus, Diego: Manual del emigrante italiano. Buenos
Aires, CEAL, 1980.
Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: “Los armenios en
Buenos Aires” La reconstrucción de la identidad
(1900-1950). Buenos Aires, Centro Armenio, 1997.
A.A.: “Viaje de egresados con sabor a solidaridad”,
en La Nación, Buenos Aires, 22 de agosto de 2002.
Casanovas, Laura S.: op. cit.
Di Stéfano, Horacio: “El Hotel de Inmigrantes:
albergue para la nostalgia...”, en TANGOSHOW El lugar
del Tango en Internet, www.tangoshow.com, 1999.
Gacetilla de Prensa de Casa FOA. Buenos Aires, 2000.
ibídem
Entrevista en La Voz del Interior on line, Córdoba, 24
de julio de 2002.
Graham Yooll, Andrew: “Patrimonio para preservar”,
en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de julio de 2003.
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Otras
fuentes se suman para evocar a los Hoteles. Por ejemplo,
la carta que envía al periódico El Obrero, en 1891, José
Wanza, un inmigrante establecido a su pesar en Tucumán,
quien expresa: “En B. Ayres no he hallado ocupación y
en el Hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los
empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos.
Nos amenazaron de echarnos a la calle si no aceptábamos
su oferta de ir como jornaleros para el trabajo en
plantaciones a Tucumán. Prometían que se nos daría
habitación, manutención y $20 al mes de salario. Ellos
se empeñaron en hacernos creer que $20 equivalen a 100
francos, y cuando yo les dije que eso no era cierto, que
$20 no valían más hoy en día que apenas 25 francos, me
insultaron, me decían Gringo de m... y otras
abominaciones por el estilo, y que si no me callara me
iban hacer llevar preso por la policía”. En el Hotel de
Inmigrantes tucumano no le va mucho mejor: “Al fin
llegamos al hotel y pudimos tirarnos sobre el suelo. Nos
dieron pan por toda comida. A nadie permitían salir de la
puerta de calle. Estábamos presos y bien presos”.
En el Hotel se hospedó el español en el que Quino se
inspiraría para crear dos de sus personajes. Escribe
Andrea Rodríguez: “El auténtico Manolo había llegado
de España en la década del 20, solo, sin parientes ni
conocidos en la Argentina. En Soria, su pueblo natal de
Castilla, era pastor de ovejas. La primera noche en Buenos
Aires se alojó en el Hotel de Inmigrantes y al día
siguiente salió a buscar trabajo: lo encontró como
ayudante en una panadería. Cinco años después tenía su
propio negocio, un despacho de pan. Como repartidor conoció
a Mercedes, la empleada doméstica gallega de una de las
tantas casas adonde llevaba su mercadería en canasta,
como Manolito. Se casaron. Tuvieron varios despachos, cada
uno más grande que el anterior, hasta que por fin
pudieron comprar una panadería. Ya eran dueños de una
importante —la Panadería y Confitería Delgado, en
Defensa y Cochabamba, que antes había sido de la familia
Canale, los de las galletitas— cuando Quino los conoció”.
A la Patagonia, “en una travesía marcada por olas de
veinte metros”, viajó el asturiano Nicanor Fernández
Montes, luego de un tiempo en el Hotel de Inmigrantes.
Un diario de la ciudad de Buenos Aires denuncia el
malestar de los recién llegados: “según el diario La
Razón del 5 de abril de 1929, desde un tiempo atrás los
inmigrantes no se podían bañar por el mal estado de las
cañerías y, como si esto fuera poco, los colchones y
frazadas se encontraban en mal estado”.
Sin embargo, en un mensaje al diario La Prensa, José
Arias expresó sus vivencias en el hotel de Puerto Madero,
al que llegó en el 30: “Quiero dejar aquí constancia
del trato y de la atención que las autoridades tenían
con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes;
para dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han
pasado sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece,
pero nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de
Inmigrantes. Y como si esto fuera poco las autoridades de
inmigración le sacaban el pasaje a destino y se lo
pagaban, y hasta lo acompañaban hasta las estaciones, por
lo menos en mi caso”.
Días después, Marta B. de Pellegrini envía al matutino
una carta motivada por el mensaje de Arias. En ella
escribe: “Llegar a un lugar donde todo era desconocido,
la tierra, el idioma, la gente, predisponía en nosotros a
aumentar la incertidumbre, hasta que fuimos llevados al
Hotel de Inmigrantes. Era una especie de oasis, donde nos
agruparon según la nacionalidad y, ya con el ánimo
calmado, empezamos a mirar la realidad de esta suerte de
tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos semanas en
las que el hoy llamado ‘viejo hotel’ sirvió de nexo
entre lo trágico y conocido, que había quedado atrás, y
lo nuevo y desconocido que teníamos por delante. No creo
que haya en el mundo otro refugio semejante para recibir y
albergar a los inmigrantes”.
En el Hotel estuvo Jacobo Rendler, judío polaco, quien
recuerda: “Al salir del Hotel de Inmigrantes, el bulto
con mis cosas estaba en el depósito. Las personas de la
Asociación de ayuda a los inmigrantes me habían anotado
en un papel en castellano la dirección y el apellido de
la familia que buscaba. Era una especie de volante donde
estaba impreso que era un inmigrante recién llegado y se
pedía a la gente que lo leyera me ayudara a llegar a esa
dirección, que era en la calle Jean Jaurés de la ciudad
de Buenos Aires. Me indicaron tomar el tranvía número 2
y que le mostrase el papel que llevaba al motorman para
que me indicara dónde bajar. (...) Al volver al Hotel,
Meltzer me estaba esperando. Me contó que había vuelto
una de las personas de la Asociación de ayuda, que a él
le habían conseguido en la casa de un relojero, a otros
los habían ubicado con carpinteros o sastres, cada uno
según su profesión y que a todos los iban a ir a buscar
al día siguiente”.
En el Museo de la Inmigración, sito en el ex Hotel de
Inmigrantes de Buenos Aires, se relata en un panel la
historia del matrimonio Mosquera López-Álvarez Marante,
emigrados desde Orense.
En otro panel, en ese mismo museo, se relata la historia
del pontevedrés Martínez Padín.
En el comedor, un panel reproducía las palabras del
polaco Pablo Nowak. Este hombre, llegado a la
Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se
hacían al mediodía y agradece las que califica como sus
primeras buenas comidas en toda la vida. En otro panel se
destaca aquello que escribió Teresa Joan en el libro de
visitas: “Llegué a esta costa con 11 años, en el buque
Madre Cabrini y fui hospedada aquí con mis paisanos.
Recuerdo el olor a pan de trigo”.
Relatado por el profesor Ochoa, conocemos el testimonio de
una húngara: “Es curioso algún recuerdo de una
muchacha, hoy día una señora ya de edad que vino a los
trece años con sus padres y contaba que en el desayuno se
le servían unos enormes tazones de café con leche o mate
cocido con leche –cosa que ellos no conocían, el sabor
a la yerba mate- y se servían en regaderas –ése era el
concepto de ella. Se refería a esas enormes cafeteras que
tienen mango de costado con un pico largo, por supuesto
sin la regadera, pero el pico estaba y para la mentalidad
de la chica se servía con regaderas. (...) Ella estaba
muy enojada cuando llegó porque no había visto las
palmeras y cocoteros que imaginaba en el Puerto de Buenos
Aires –era la visión europea de América- y después,
como había estado en muy buena posición y habían
quebrado en Hungría tuvieron que venirse acá sin nada,
pero les quedaba el recuerdo de la vida de buen pasar y
pensó que ella venía a un hotel de tres o cuatro
estrellas actuales y se encontró con que venía a este
hotel de cantidad de personas, grandes dormitorios para
todos –los hombres de un lado, las mujeres y los niños
de otro- y sintió desagrado, desagrado que dice que se le
fue cuando empezaron a comer. Dice que nunca habían
comido –ni aún en su posición buena primaria en Hungría-
como habían comido en el Hotel de Inmigrantes”.
En alguna época comieron allí, asimismo, quienes no tenían
empleo, ya que “Yrigoyen dispuso que en el Hotel de
Inmigrantes se diera de comer a los desocupados con los
fondos destinados al gasto de etiqueta presidencial
(alrededor de unos 2.400 pesos mensuales)”.
Aurora Fiorentini, italiana establecida en Bariloche, se
refiere al nacimiento de su hermano, en el Hotel, y a la
difusión que el mismo tuvo en la prensa de ese entonces:
“Ni bien llegué a la Argentina, junto a mis padres, en
1947, tuvimos que quedarnos más de un mes en el hotel de
inmigrantes, cerca del puerto de Buenos Aires. Mi padre,
profesor italiano en el exterior, enviado por el Gobierno
italiano, tenía que presentarse en la Dante Alighieri de
Santa Fe para asumir su dirección y mi madre también,
como maestra. Mi madre estaba embarazada de 8 meses y a
nuestra llegada resultó claro que el bebé no tenía
intenciones de esperar demasiado para nacer. Trámites,
mudanzas, trabajo no formaban parte de sus planes y por lo
tanto ellos tuvieron que esperar a que naciera antes de
retomar sus obligaciones. Mi hermano, de nombre Américo,
nació 15 días después de nuestra llegada y mi madre
salió en los diarios porque, como siempre, la prensa está
a la caza de noticias algo extrañas. Puesto que en la
Argentina está en vigor la ley de la sangre para lo que
se refiere a la ciudadanía, los periodistas anunciaron
que una inmigrante italiana, apenas llegada, había donado
un hijo a su patria de adopción. Es de notar que el
sensacionalismo no es un invento actual” .
Nació allí también la madre del narrador, en un texto
de David Viñas: “La boca de mi madre, sus labios de
sandía, su brazo estirado, con un manchón en la axila,
mi Esther, mi rusa nacida en el Hotel de Inmigrantes (...)
mi durazno de Odesa”.
En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el Hotel
de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián
Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de
los dormitorios, “antes que una reconstrucción histórica,
prefirió hacer un homenaje a todos aquellos que vinieron
con el coraje de iniciar una nueva vida” . Para
ello, contaron con la colaboración de algunos de los
inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran
sus historias en sendas grabaciones. Son estos hombres y
mujeres los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket, Américo
de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; Ana
Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes, y el español
José Pereira Barros.
Dora Schwarsztein es la Directora del Programa de Historia
Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. En su tesis doctoral,
titulada Entre Franco y Perón, presenta el
testimonio de una española que llegó al Hotel. Dice la
mujer: “Nos metieron en el Hotel de Inmigrantes. Salas
muy limpias, pero, claro, una tristeza enorme. Nos
agolpamos todas las mujeres españolas por un lado. Yo
recuerdo las señoras más mayores que había, todas
estaban tristes. Allí por primera vez vi un mate”
El doctor Nicolás Rapoport narra sus recuerdos de la época
en la que, siendo estudiante de medicina, colaboraba en la
atención de los recién llegados en el hospital del
Hotel. El relata: “Los que cursábamos medicina, a
diario comprobábamos la angustia de los infelices,
ignorantes del idioma, no entendiendo las preguntas que
les dirigían los médicos en sus habituales
interrogatorios. Los ojos tristes de los cuitados, las
miradas despavoridas de los enfermos, nos sumían en íntima
congoja y conmiseración. Todos los días los cuatro o
cinco estudiantes judíos que asistíamos a los hospitales
servíamos de intérpretes para llenar las historias clínicas.
Era conmovedor ver cómo se iluminaban los ojos de los míseros
al oír una palabra en idish o ruso. Revivían, lloraban
dando escape a su dolor moral”.
En el sitio www.monografias.com se puede consultar el
ingente trabajo realizado por los profesores y alumnos del
Instituto Schönthal, de la ciudad de Buenos Aires.
El
mismo se titula Bajaron de los barcos. Historia de la
inmigración en la Argentina. En la sección referida a
Alemania se ofrece el testimonio brindado por Renate
Schotellius en una entrevista que se le realizó. Allí,
la pionera de la danza argentina, emigrada en 1936 a los
catorce años, menciona el Hotel de Inmigrantes de Puerto
Madero: “Yo viajaría treinta y ocho días en barco y
llegaría un día determinado, que mi tío sabía cuál
era. El problema fue que el barco se atrasó tres días y,
al llegar era carnaval. Me sentí muy asustada, porque
pensaba que mi tío me dejaría allí y tendría que ir a
los hoteles para inmigrantes. Finalmente llegó sin ningún
problema, le habían avisado”.
Juan Carlos Marina tenía diecinueve años cuando presenció,
el 17 de diciembre de 1939, el hundimiento del Graf Spee,
acorazado alemán “destinado a hundir buques que
llevaban alimentos de acá para Europa”, que se
encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus
recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se
refirió al Hotel de Inmigrantes de Puerto Madero: “a
las ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo
comandante, la misma tripulación. Un capitán, que después
vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de ponerle
tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los
cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos
y los pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y
otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda
la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue
el que accionó la percusión de los explosivos. Todos se
salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos
Aires”.
Es en ese establecimiento donde el comandante toma una trágica
decisión: “de acuerdo a las órdenes de Hitler tenía
que salir a presentar batalla. Pero eso era un suicidio.
Fue tan impresionante que después de hundirlo, el
comandante se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes”.
Un militar alemán que llegó en el acorazado escribe en
su diario: “Hace calor. En el patio de la inmigración
florecen las hortensias y las acacias y no podemos creer
que estemos cerca de la Navidad. Esto es bueno, porque la
idea de esta fiesta, la más grande para nosotros los
alemanes, nos llena de tristeza sin esperanzas. Para esta
fecha deberíamos estar navegando rumbo a nuestra tierra y
cada uno de nosotros habíamos soñado y hecho proyectos
para el año nuevo, cuando estuviéramos en casa. Y ahora
estamos aquí, en la Argentina, a 8000 millas de la
patria, y con miras a ser internados hasta el fin de la
contienda, que recién está en sus principios. ¿Qué será
de nosotros? Esta es la pregunta que llena nuestros
pensamientos”.
La transmisión oral tiene gran importancia en esta clase
de evocaciones. En mi familia, como en tantas otras, el
Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se
hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su
muerte temprana me privó de este testimonio que hubiera
sido para mí el más preciado.
Notas
Panettieri, José: Los trabajadores. CEAL, 1982.
Rodríguez, Andrea: “La vida es un dibujo. Cómo les
fue de grandes a los verdaderos Felipe, Guille y
Manolito”, en Imaginaria N° 14, Buenos Aires, 15 de
diciembre de 1999 (Artículo extraído, con autorización
de los editores, de la revista Veintidós, Año 2, N° 71;
Buenos Aires, 18 de noviembre de 1999.)
Ceratto, Virginia: “Gris de ausencia. Volver a empezar
en un mundo nuevo”, en La Capital, Mar del Plata, 26 de
noviembre de 2000.
Elguera, Alberto y Boaglio, Carlos: La vida porteña en
los años veinte. Buenos Aires, Grupo Editor
Latinoamericano, 1997.
Arias, José: Disqueprensa en La Prensa, Buenos Aires,
1998.
Pellegrini, Marta B. de: Carta de Lectores en La Prensa,
1998.
Rendler, Jacobo: “Mis primeros pasos en la
Argentina”, en www.enplenitud.com
Nowak, Pablo, en un panel en Casa FOA 2000.
Joan, Teresa, en un panel en el Hotel de Inmigrantes,
2002.
Markic, Mario: “Hotel de sueños”, en En el camino,
en TN, 12 de septiembre de 2002.
S/F: “Yrigoyen: su carisma popular”, en
CiudadDigitalYrigoyen, www.clarin.com.ar
Fiorentini, Aurora: “Recuerdos de una emigrante
italiana”, en fiorentini3.
Viñas, David: “Entre Gorki y Bertolt Brecht”, en Página
12.
Folleto escrito por Ocampo-Tanferna, para Casa FOA
2000.
Schwarsztein, Dora: Entre Franco y Perón. Crítica,
2001.
Jankelevich, Angel: “Historia de los Hospitales de
Comunidad de la Ciudad de Buenos Aires”, en
www.aadhhorsogar.htm
Colegio Schönthal: “Bajaron de los barcos. Historia
de la inmigración en la Argentina”, en
www.monografias.com.
Urús, Mariana: “En el combate del Graf Spee el mar
estaba calmo”, en El Tiempo, Azul, 3 de marzo de 2002.
S/F: “El episodio Graf Spee”, en La Voz del
Interior on line, 24 de julio de 2002.
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Marcos
Alpersohn, pionero en la Colonia Mauricio, provincia de
Buenos Aires, llegó a la Argentina en 1891 en el vapor
Tioko. El se refiere al Hotel en sus memorias: “Las
chalupas nos condujeron hasta el Hotel de Inmigrantes,
enorme edificio de madera, vetusto, mugriento, cubierto de
moho y musgo y dividido en infinidad de habitaciones. Allí
encontramos a otros doscientos inmigrantes judíos
llegados un par de días antes en el vapor Lisboa”.
Los judíos que llegaron en 1891 en el Pampa fueron
alojados en el Hotel de Inmigrantes; donde se suscitó un
inconveniente. Relata Mauricio Chajchir en sus memorias:
"No sé de dónde surgió la versión que los
cocineros y el personal eran judíos españoles y por
consiguiente todo era kosher. Y ¡ah! Por primera vez
durante todo el viaje, todo el pasaje disfrutó de una
buena cena. Al día siguiente una comisión de mujeres fue
a investigar a la cocina para ver si salaban la carne y se
encontraron con una cabeza de cerdo sobre la mesa.
Volvieron amargadas y tratando de vomitar lo que habían
comido la noche anterior”.
Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su “Autobiografía”,
“escrita en París en 1914 y publicada por primera vez
en 1952”. En ese texto recuerda que “Del Hotel de
Inmigrantes, de Buenos Aires, nos llevaron a Moisés Ville
en la provincia de Santa Fe. Es la primera de las colonias
fundadas por el Barón Hirsch”. Habían llegado al Hotel
provenientes de Tulchin, Rusia, “Una ciudad sórdida y
triste, sin alumbrado ni aceras, cuyo lujo arquitectónico
se reducía al palacio semiderruído de los condes de Bazá
y a un edificio llamado La Buena, sitio de paseos
dominicales”.
Al Hotel llegaron, en 1906, judíos provenientes de
Ucrania. Relata Maria Arcuschin: “Si nuestros viajeros
hubiesen tenido la posibilidad de alejarse de los muros
grises del Hotel de Inmigrantes, habrían podido apreciar
varios notables progresos que señalaban el fin de la
aldea colonial con el crecimiento de una futura ciudad” . Enrique y Fabio Rotstein, ucranios asimismo, señalan
que los inmigrantes que llegaban a la Argentina, “desde
1896 a 1914, no pagaban impuestos de entrada al país
(como era el caso en Estados Unidos ) y se les ofrecía
estadía gratuita en el Hotel de Inmigrantes, orientación
ocupacional y transporte gratuito a su destino final”.
Un pionero holandés menciona en sus memorias al Hotel:
“En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros
inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco llegó,
a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su libro, Cual
ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor
hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos
diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos
penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en
la tercera semana de junio... Verano en el hemisferio
Norte. Pero invierno aquí... Engarrotados de frío y
medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina. Desde
Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes,
un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que
otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia
del Castillo‘ ” .
Notas
Alpersohn, Marcos: “Memorias de un colono
argentino”, en Judaica N°50. Tomado de La colonización
judía. Historia Testimonial Argentina. Documentos vivos
de nuestro pasado, por Leonardo Senkman, CEAL, 1984.
Chajchir, Mauricio: “Viaje al país de la esperanza:
Relato de un viajero del Pampa”, en La Opinión, 8 de
agosto de 1976, reproducido en Asociación de Genealogía
Judía de Argentina, Toldot # 8. Noviembre 1998.
Gerchunoff, Alberto: “Autobiografía”, en Alberto
Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de
Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
Arcuschín, María: De Ucrania a Basavilbaso. Buenos
Aires, Marymar, 1986.
Rotstein, Enrique y Fabio: “Fanny Dubroff y David
Rotstein”, math.bu.edu/people/horacio/anc-cast.htm
S/F: “Historia de pioneros”, en Clarín, Buenos
Aires, 2 de febrero de 2002.
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El
ángel del capitán. Biografía del capitán croata Miro
Kovacic, es el título de uno de los libros de Chuny
Anzorreguy. Al final del mismo, relata el narrador:
“Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí
nuestros petates. Unos bolsos, un baúl..., y salimos a
caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era
diferente. Caminábamos con alas en los pies”.
Elena Duplancic explica el por qué de la presencia de
exiliados como Kovacic: “Argentina abrió la inmigración
en forma menos restrictiva. De modo que la gran mayoría
de los exiliados croatas de la segunda guerra mundial se
dirigieron a Buenos Aires. Allí eran recibidos en el
famoso Hotel de Inmigrantes en la zona del puerto y pronto
lograban insertarse en la sociedad huésped”. No eran
como muchos de sus compatriotas, ni venían por las mismas
razones: “Este grupo de exiliados se caracterizó por
ser, en general, de una preparación intelectual y
profesional que pronto los distinguió de los
descendientes de inmigrantes más antiguos ya asentados en
la Argentina a comienzos de siglo, por razones económicas.
Las razones de su exilio los reunieron en actividades
relacionadas con lo religioso, lo político y lo
cultural”.
Valentín Bianchi, llegó a la Argentina. “Al
desembarcar lo estaba esperando un paisano y amigo de la
infancia: Angel Sardella. Este lo recibió eufórico saludándole
en el dialecto fasanés. Estas cordiales expresiones
tonificaron el ánimo de Valentín, que se sentía
deprimido por el largo viaje y por las condiciones en que
le había tocado realizarlo. Los recuerdos de su familia,
de los amigos y el pueblo lo habían abrumado durante toda
la travesía. Ahora, junto a su amigo, en cuya compañía
se dirigió al hotel de inmigrantes, veía las cosas de un
color muy distinto. (...) Aquella noche pernoctó en el
hotel de inmigrantes y a la mañana siguiente, de acuerdo
con las indicaciones que le diera Daniel, se presentó en
las oficinas del Ferrocarril. Allí le informaron que debía
trasladarse a la ciudad de Mendoza, la capital de esa
provincia, en cuyas oficinas se desempeñaría como
empleado contable”
Notas
Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía
del Capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires,
Corregidor, 1996.
Duplancic de Elgueta, Elena: “Literatura de exilio
como memoria cultural. El caso de los croatas en la
Argentina”, en Studia Croatica, N° 137. Buenos Aires,
1998.
Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago
de Chile, Edición del autor, 1987.
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En
algunas obras literarias hemos encontrado testimonios
acerca de la existencia de esta institución. Ellos, de
diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de
Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.
Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este escritor,
acérrimo enemigo de la inmigración, que vivió entre
1855 y 1940, Luis Soler Cañás lo recuerda como “el
olvidado precursor de la novela naturalista en la
Argentina”. Escribió ¿Inocentes o culpables?, obra
en la que plantea el dilema del determinismo y el libre
albedrío. De ella se dijo que “no es más que una torpe
historia de un inmigrante italiano, con la que se propone
probar cuántos daños puede acarrear a la sociedad
argentina la inmigración de gentes de razas inferiores”.
En esta novela, publicada por primera vez en 1884, alude
al establecimiento que albergaba a los extranjeros que no
tenían trabajo al desembarcar. Afirma Argerich: “Al
salir del Hotel de los Inmigrantes se juntó con una
manada de compañeros que seguían la vía pública por la
mitad de la calle. Había hecho relación con estos sus
paisanos y todos á la vez buscaban trabajo”. Se
refiere agresivamente a quienes de allí salían, asemejándolos
a animales, recurso que también utiliza Cambaceres al
describir a los inmigrantes.
Los personajes de La logia del umbral, novela de
Ricardo Feierstein, se alojaron en el Hotel de
Inmigrantes. Se refieren a los huéspedes como “cientos
y cientos de bocas hambrientas. (...) sin idioma,
cansados, confundidos” y recuerdan que allí les dieron
“pan y carne, en platos de lata (...) Y algunos
religiosos (...) no querían comer. Decían que la carne
era treif, impura. Que no era para nosotros, judíos de
fe”. “Pero bien que extrañamos esos almuerzos cuando
fuimos hacia el campo –agrega otro. Días y días casi
sin masticar. Los niños enfermaban...”.
Recuerda esa comida, asimismo, Liuba, uno de los
personajes de Hacer la América, de Pedro Orgambide: “La
lluvia queda afuera, en goteras y estrías y en las
sombras presurosas de la gente que pasa. El calor de la
lechería, de las tazas y vasos colmados de chocolate y de
café, le trajeron a Liuba la sensación de la llegada, de
los guisos y las sopas del Hotel de Inmigrantes. Un
puerto, al fin”.
También se hospedó en el Hotel el abuelo Gedalia Rimetka,
de El libro de los recuerdos, de Ana María Shua. El
inmigrante y sus “hermanos de barco” “Llegaron después
a Buenos Aires, mucho más aceptablemente América.
Comparable a Varsovia, Buenos Aires. Una ciudad. Durmió
en el hotel de inmigrantes. Amigos lo esperaban. Hacía frío,
no como en Polonia pero mucho más que ahora. Otro frío
era el frío de los inmigrantes. Adentro de la ropa se ponían
papeles de diario para calentarse. Los papeles de diario
calientan bien, así, así, debajo de la camiseta papeles,
diarios enteros”.
Una joven irlandesa se presenta, en Frontera sur, para un
puesto de maestra. Durante la entrevista se desmaya; es
que –como explica en su trabajoso castellano- había
comido por última vez en el barco, ya que no había
parado en el Hotel de Inmigrantes. En esa misma obra, el
alemán Frisch tampoco acepta albergarse en el Hotel:
“Todos vieron alejarse al hombre alto y rubio que
durante la travesía de Montevideo a Buenos Aires había
tocado aires tristes en ese instrumento nuevo, el bandoneón.
Ni le mareaba el barco, ni deslucían su aspecto las
infames acrobacias del traslado a la costa. Había
plantado cara a las autoridades de inmigración, y eludido
la barraca en que los más aceptaban asilo provisional.
Llevaba sus bienes –prendas escasas, libros, y aún su
rara caja de música- atados a una improvisada carretilla:
dos varas de madera nudosa clavadas a un travesaño, que
iban a dar a los lados del eje de una única rueda”.
En “Noticias secretas de América”, Eduardo Belgrano
Rawson escribe: “Cantabas un himno más light, como regía
desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco. ¿Qué
otra cosa podían hacer? Necesitaban cortarla con los
insultos, como explicó en su momento un operador del
Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y todo eso.
Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia,
sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco
mostraban mucho aspecto de tigres los vascos y los
gallegos que desembarcaban todos los días frente al Hotel
de Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión”.
En Amor migrante, de Stella Maris Latorre, un empleado del
Hotel de Inmigrantes agrede a un gallego. Le dice: “-Ya
te oí, crees que soy sordo gallego sucio, muerto de
hambre. Avelino, Manuel y todos cruzaron sus miradas:
‘Este era el recibimiento que le hacían los habitantes
de ese país que prometía tanto, todos apretaron los
labios y endurecieron sus puños, todos... para no
responder a esa provocación; pero a todos también se les
partió el corazón y quisieron estar en Galicia aunque no
encontraran el oro tan prometedor, pero ya era tarde,
ahora había que ser fuerte, apechugar ya estaban en el
tablao, había que zapatear. Avelino tomó su pequeña
valija, un bolsito pequeño también Manuel hizo lo
propio, juntos lentamente recorrieron ese largo pasillo,
jurando no voltear la cabeza para no ver a sus paisanos,
que realmente si estaban mal presentados; pero eran
honrados, y venían a trabajar, a poner la espalda para
que este país al cual recién llegaban floreciera a
fuerza del sacrificio de ellos, que en ese momento
necesitaban; la guerra, la mala situación de su país los
llevó a cruzar el mar en busca de un futuro mejor, pero
en el interior de esos hombres, de esas mujeres de rostros
sufridos, existía un rubí en bruto, sí, en bruto, como
lo siguieron llamando y muchas veces se mofaron de ellos,
haciendo bromas de mal gusto, chistes donde siempre, el
tonto, el bruto era el gallego; pero si de algo no podían
mofarse era de su honradez, de su fortaleza para el
trabajo y la voluntad a pesar de a veces tragarse las lágrimas
que estaban prestas a salir de sus pupilas, pero las
sujetaban, no fueran a pensar que eran débiles, no, no lo
eran, eran más fuertes que un roble”.
En Memorias para no olvidar, de Eduardo Bedrossian, un
armenio “En Buenos Aires, apenas pasó por el Hotel de
los Inmigrantes, que era para europeos, no para asiáticos.
Además los piojos, entonces brazos armados de la ley, lo
echaron a empujones. Vivió en la calle durmiendo por la
noche sobre los bancos de las plazas, hasta que logró
albergue en uno de los galpones del Ejército de Salvación
de La Boca; allí tenía asegurado el techo y algo de
comida. Los salvacionistas distribuían democráticamente
lo poco que tenían entre muchos desarraigados y
vagabundos hacia los que nadie quería mirar”.
Notas
Soler Cañás, Luis: Prólogo a ¿Inocentes o
culpables?, de Antonio Argerich. Madrid, Hyspamérica,
1984.
citado por Soler Cañás
Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid,
Hyspamérica, 1984.
Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968.
Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires,
Fraterna, 2001.
Orgambide, Pedro: Hacer la América. Buenos Aires,
Bruguera, 1984.
Shua, Ana María: El Libro de los Recuerdos. Buenos
Aires, Sudamericana, 1994.
Vázquez Rial, Horacio: Frontera sur. Barcelona,
Ediciones B, 1998.
Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de América.
Buenos Aires, Planeta, 1998.
Latorre, Stella Maris: Amor migrante. Buenos Aires, De
los Cuatro Vientos Editorial, 2004.
Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar. Buenos
Aires, 1998.
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En
novelas juveniles
La rutina diaria de la institución es evocada en Stéfano,
de María Teresa Andruetto. En esa obra, la autora
narra: “El hotel está a pocos pasos de la dársena;
tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les
ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un
cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco.
(...) Los dormitorios de las mujeres están a la
izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de
comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de
Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se
encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para
contarles si han conseguido algo. Después se entretienen
jugando a la mura, a los dados o a las bochas”.
Notas
Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires,
Sudamericana, 2001.
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En
el cuento de Luis León “Chacarita, Vísperas de Pésaj”,
otro judío, esta vez un sefaradí proveniente de Esmirna,
recuerda con disgusto su paso por el hotel: “Cuarenta días
en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el
desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná
de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su
madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día,
de a poco, en su cerebro, poco a poco hasta olvidar quién
era su único hijo, y otro día se fue entre esas paredes
ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas, donde cada
uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda”.
El recuerdo de ese lugar es una pesadilla para el hombre:
“Así llegó la oscuridad, invitándolos a dormir, y a
soñar, cuando apenas había bajado el sol. Sueños
pesados, adentro la timaraná, en las salas del Hotel de
Inmigrantes, con peleas en idiomas desconocidos, con camas
altas casi inalcanzables y trozos de matzá pisoteados,
molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que iban
y venían sin verlos”.
Estas palabras nos traen a la memoria aquello que expresa
sobre el Hotel Jorge Páez en su libro El conventillo:
“Como consecuencia de este fenómeno de crecimiento, en
una ciudad apenas preparada para un cambio de tal
magnitud, emergiendo trabajosamente de la sueñera
remansada del período anterior, nació el conventillo,
cuya antesala sórdida y atestada fue el célebre Hotel de
Inmigrantes”.
Al protagonista de un cuento de Santiago Korovsky “Lo
hospedaron en un hotel sucio y viejo, donde la gente dormía
en el suelo, y la comida no era mejor que la del barco. De
allí se fue a los cinco días, no porque quisiera sino
porque lo echaron”.
María del Carmen García es autora de los “cuentos de
gringos” que se encuentran reunidos en el volumen
titulado Cuentos de criollos y de gringos. En uno de
los textos allí reunidos, la autora presenta a unos
asturianos que “Se acomodaron en una pieza de pensión
en La Boca, paso obligado para todo humilde recién
llegado, después del Hotel de Inmigrantes y antes de
alcanzar el soñado terrenito propio”.
Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó para
integrar una antología un cuento en el que menciona
un hotel anterior al que conocemos. El protagonista de
“La espera” “era porteño. Había nacido allá por
1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de
lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña,
le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de
ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a
Buenos Aires”. El edificio al que Pron se refiere ha
sido adquirido por la Fundación Andreani para la
construcción de su nueva sede.
Al Hotel de Inmigrantes llega el toba Marcelino Romero,
personaje de Sylvia Iparraguirre, tras haber discutido con
el capataz: “me pelié y me vine a la ciudad, al Hotel
de Inmigrantes, pero la pieza era muy chica, todo era muy
chico. Uno quiere ver campo y no. Ve nada más que ciudad,
por todos lados”.
Notas
León, Luis: “Chacarita. Vísperas de Pésaj”, en
SEFARaires N°2, junio 2002 (sefaraires@datafull.com
).
Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
Korovsky, Santiago: “Esperanza”, en Bienvenidos al
Concurso Literario 1997.
García, María del Carmen: Cuentos de criollos y de
gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño.
Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
Pron, Patricio: “La espera”, en De manos abiertas.
Buenos Aires, Tu Llave, 1992.
Iparraguirre, Sylvia: “El dueño del fuego”, en El
invierno de las ciudades. Buenos Aires, Galerna, 1998.
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El
Hotel es evocado en Temperley, obra teatral dirigida por
Luciano Suardi. La protagonista es “una mujer de casi 90
años que llegó de España a los 17, pasó por el Hotel
de Inmigrantes, se casó con un muchacho bueno y
trabajador y armó su casita con un jardín que serviría
de cobijo a su descendencia. Allí, en Temperley, por
supuesto. Ahora, su vida es una obra de teatro”.
Notas
S/F: “Ciudad Abierta”, en www.buenosaires.gov.ar,
29 de mayo de 2003.
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En
“Tiendas de ultramarinos”, Enrique González Tuñón
expresó: “Ese olor de las tiendas de ultramarinos. ¿Recuerda
usted? En pleno centro, a veces. O mejor, en la calle
Pedro Mendoza, o en Junín y Corrientes. Olor de vodka y
salmón en lata; de arreos de pesca y arenque ahumado. Ese
olor. Ese olor a color de mapa. Ese olor a ruido de motor
de remolcador. Ese olor a Hotel de Inmigrantes. (...) El
abigarramiento en el Hotel de Inmigrantes, las terceras,
la carta de España, la Exposición, las tiendas de
ultramarinos”.
Historiadores y memoriosos evocan dicha institución en el
periodismo gráfico. La revista Todo es Historia, que
dirige Félix Luna, dedicó una entrega a los
inmigrantes, en coincidencia con la muestra de Casa FOA en
el Hotel de Puerto Madero. En dicha revista se recuerda
que, en 1898, “se creó la Dirección Nacional de
Inmigración, construyéndose y habilitándose el complejo
edilicio formado por el definitivo Hotel de Inmigrantes,
el Hospital, el desembarcadero y la infraestructura de lo
que es hoy la Dirección Nacional de Migraciones”. Esa
Dirección, “con todas sus oficinas y dependencias
anexas, funciona actualmente en el amplio complejo
edilicio que simultáneamente con el Hotel de Inmigrantes,
se construyera a comienzos de este siglo, más
precisamente en la Av. Antártida Argentina 1355, en
terrenos otrora ganados al río, donde, desde 1911
funcionan las oficinas dedicadas a la inmigración,
espacios inertes, acompañantes inmóviles de toda la
historia migratoria de la Argentina de los últimos 80 años”.
Magdalena Insausti es la autora del libro Argentina, un país
de inmigrantes. Escribió asimismo “Hotel de
Inmigrantes Un proyecto colosal para la gran Argentina”,
incluido en esta entrega de la revista de Luna. Allí nos
dice: “Como pocos lugares en nuestro país, el conjunto
de edificios denominados Hotel de Inmigrantes, expresa el
testimonio tangible de la historia argentina del siglo XX.
Su construcción se relaciona con los avatares políticos
de principios de siglo; la escrupulosa economía de la
inmigración que se trasluce en la administración del
Hotel; las estrategias migratorias que se cumplieron hasta
en la revisión de los equipajes; las colonias en el
interior y el traslado de los inmigrantes; la filosofía
política que subyace en los escritos de Juan Alsina, Juan
P. Ramos y otros. Los múltiples destinos del hotel se
vinculan asimismo a las exigencias o paradojas de nuestra
historia. Así, fue sede del Regimiento 1° de Infantería
de Marina, oficinas de Y.P.F., hogar escuela de la Fundación
Eva Perón, o escuela de inmigrantes”.
Héctor Gambini escribe: “En el Hotel de Inmigrantes se
enseñaba a arar. Herir la tierra de a zanjones parejos
para preñarla de semilla y alumbrar alimento. Nada tan
parecido a la vida. El edificio había sido inaugurado en
1912 por el presidente Roque Sáenz Peña en la mismísima
dársena norte, donde los europeos que bajaban de los
barcos apilaban baúles y sueños. Allí podían quedarse
hasta cinco días sin pagar un peso: era el tiempo que se
calculaba para tener un trabajo en la Argentina. Cinco días,
como máximo, para conseguir ‘patrón’. Y detrás un
trabajo estable, un salario, una casita con patio y parra.
Nada tan parecido a lo que venían a buscar quienes hacían
fila en los puertos de Europa. Filas para venir” .
En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a sus primeros 122
años, y los conmemoró publicando “The Argentine Mosaic.
Who we are and how we got here”, un suplemento dedicado
a la historia de las colectividades que habitan el país.
En el trabajo referido a los irlandeses, Michael John
Geraghty relata un lamentable suceso en el que se menciona
el Hotel. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con
alrededor de dos mil pasajeros. “The episode was a total
fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was
full and the parched, starving passengers were forced to
sleep in the open”. Estos inmigrantes fueron finalmente
destinados a Napostá, cerca de Bahía Blanca, desde donde
en 1891 quinientos veinte colonos regresaron a Buenos
Aires, “broken in spirit, uterly destituted”. Los
adultos quedaron librados a su suerte; los niños y niñas
fueron enviados a la primera Fahy School y al Irish Girl’s
Orphanage, respectivamente.
El diario La Nación incluye un adelanto de un libro de
Uki Goñi, en el que se relata lo siguiente: precisamente
en 1998, el investigador se presenta en el Hotel de
Inmigrantes para consultar “expedientes individuales
donde se registraban exactamente las rutas de escape que
habían seguido los fugitivos más perversos de todo el
siglo XX”. Así evoca Goñi el encuentro con “la
persona letrada de Migraciones que había redactado la
respuesta de Franco”: “Salimos, pues, al extenso
parque situado frente al Hotel de Inmigrantes, junto a los
viejos árboles bajo los que muchos criminales nazis
agradecidos debieron de dar sus primeros pasos en la
Argentina. ‘Esos expedientes resultaban extremadamente
embarazosos. Fueron destruidos hace dos años. Eso es todo
lo que puedo decirle. Obviamente, no podíamos ponerlo por
escrito en una carta oficial. Estoy seguro de que lo
comprenderán’. La pálida sombra del viejo hotel se
extendía detrás de nosotros como una gigantesca ballena
varada. Otros funcionarios de Migraciones confirmaron la
quema, añadiendo más detalles. Los expedientes
individuales que contenían el voluminoso papeleo de la
admisión de Eichmann, Mengele, Priebke y otros se habían
guardado en una caja fuerte para documentos secretos hasta
1996, cuando todos fueron destruidos. Se encendió una
hoguera de noche, detrás del antiguo hotel, en el borde
del muelle. Todo desapareció. La tapadera peronista había
perdurado hasta el mismo final del siglo”
En el Hotel se habría hospedado también un renombrado
antropómetra. Lo afirma Diego Heller: “El había
nacido en Lessina, una ciudad del imperio austrohúngaro.
(...) se llamaba Juan Vucetich, y en el otoño de 1884
desembarcaba sus sueños de recién venido en el Hotel de
los Inmigrantes”. Tenía claros sus objetivos:
“Vucetich había desembarcado con dos ideas: hacerse la
América y no volver a cargar un barril más en la
vida”.
El alcaide mayor retirado Horacio Benegas recordó que
“A principios de siglo, los primeros guardias eran
gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para
trabajar en las cárceles. Muchos llegaban al puerto de
Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros
paraban en el Hotel de los Inmigrantes y eran destinados a
unidades de acá”. En el Hotel se reclutaba a los
europeos “no bien bajaban del barco”.
En 1999, La Prensa editó un suplemento para celebrar su
130° aniversario. En él se recuerdan los hechos
fundamentales que tuvieron lugar durante las décadas que
van de 1869 al año mencionado. Entre estos hechos, se
encuentra al arribo masivo de inmigrantes a nuestro país
y su alojamiento en el Hotel de Puerto Madero. Escribe
Sergio Limiroski: “Luego de pisar tierra y registrar su
apellido –por lo general mal escrito- en la aduana,
aquellas familias, de rostros duros de hambre y cansancio,
eran alojadas en un viejo edificio de Retiro, que en 1911
se transformó en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños
de las familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al
viejo hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos
largos tablones donde se comía, los tarros de metal con
que se tomaba la leche, las camas marineras donde se dormía,
mientras esperaban que sus padres consiguieran el trabajo
que les permitiera quedarse”.
Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su texto
“Al bajar del barco”. En esas líneas rememora los
primeros instantes americanos de su abuelo, nacido en
Italia, que emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad:
“El sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja
este mismo día el comienzo del verano, mientras que aquí,
en el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben
los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya están
todos alineados frente al desembarcadero. A la derecha de
la oficina de registro se levanta el edificio blanco del
Hotel de Inmigrantes. Podrán alojarse gratuitamente
durante cinco días y con sus tarjetas numeradas, entrar y
salir libremente. Se disipa la angustia de una travesía
de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a
algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran
por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas
trenzando azules y verdes”.
En una nota acerca del libro que la fotógrafa María
Zorzon publicará sobre sus antepasados friulanos, se
narra un episodio vinculado al hotel, relatado por Juan
Faccioli, uno de los “integrantes de aquella primera
migración que dejaron testimonios escritos”: “Según
Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron
de que estaban destinados al Territorio Nacional del
Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por
aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes,
pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida
volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí,
a una colonia que se formaría del otro lado del arroyo El
Rey”.
Chiérico recuerda la llegada de alemanes al Hotel: “Era
el año 1878, en una calurosa tarde del 18 de febrero,
cuando ancló en el puerto de Buenos Aires el trasatlántico
‘Hohenstab’, transportando a su bordo a las diecinueve
familias alemanas, que llegaban después de una larga y
penosa travesía, desde las lejanas tierras del Volga.
(...) Se los alojó en el Hotel de Inmigrantes y allí, en
la Santa Misa con que celebraron la llegada al País de la
Esperanza, comieron el Pan de la Vida en la Santa Eucaristía
y probaron el blanco pan de trigo argentino”.
“Casa FOA 2000: Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes”
se titulaba la primera de las notas que escribí acerca
del Hotel. Tiempo después apareció “El Hotel de
Inmigrantes, nuevamente abierto al público”. La última
nota se tituló “Fiesta de Colectividades en el Hotel de
Inmigrantes”.
Notas
González Tuñón, Enrique: “Tiendas de
ultramarinos”, en González Tuñon, Enrique: Viaje al
fondo de una calle y otras páginas. Antología. Selección,
prólogo y notas por Jorge B. Rivera. Buenos Aires, CEAL,
1980 (Capítulo).
Luna, Félix (director): Todo es historia. N° 398.
Buenos Aires, septiembre de 2000.
Insausti, Magdalena: Argentina, un país de inmigrantes.
Dirección Nacional de Migraciones, 1998.
Insausti, Magdalena: “Hotel de Inmigrantes: un
proyecto colosal para la gran Argentina”, en Todo es
Historia, N° 398. Septiembre de 2000.
Gambini, Héctor: “Cuando la historia se muerde la
cola”, en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo de 2002.
Geraghty, Michael John: “Land, lambs, churches... and
schools”, en Buenos Aires Herald, 15 de septiembre de
1998.
Goñi, Uki: La auténtica Odessa. Paidós, 2002.
Heller, Diego: “Manos delatoras”, en Clarín Viva,
30 de junio de 2002.
Messi, Virginia: “Los últimos días de la vieja cárcel
de Caseros”, en Clarín, 8 de noviembre de 2000.
0 Messi, Virginia: op. cit.
Limirosky, Sergio: “Y entonces llegaron Ellos”, en
La Prensa, 17 de octubre de 1999.
Aguad, Susana: “Al bajar del barco”, en Clarín,
Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.
S/F: “Friulanos sobre el Paraná”, en La Nación
Revista, 29 de julio de 2001.
Chiérico; Ariel Edgardo: “Colonia San Miguel, un
nuevo museo”, en La Capital, Mar del Plata, 9 de abril
de 2000.
González Rouco, María: en El Tiempo, Azul, Provincia
de Buenos Aires.
|
El
folleto informativo del Museo Histórico Juan Szychowski,
de la ciudad de Apóstoles, Misiones, incluye una
referencia a la institución. Hablando de un contingente
de polacos que desembarcó en nuestro país, dice el
autor: “Luego de permanecer algún tiempo en el
legendario ‘Hotel de Inmigrantes’ arribaron al puerto
de Posadas, y desde ahí marcharon a pie durante varios días
hasta la recién fundada Colonia de Apóstoles,
recorriendo los 80 km que los separaban de su destino tras
los carros que transportaban sus pocas pertenencias”.
Notas
Folleto del Museo Histórico Juan Szychowski. Apóstoles,
Misiones.
|
Los
sitios de Internet también se refieren a la institución.
En el sitio Monumentos de la Ciudad de Buenos Aires, se
proporciona información sobre el Hotel: “A fines del
siglo XIX el progreso de la Argentina era acompañado por
el crecimiento de la inmigración. El Estado requería
respuestas prácticas para ordenar el impacto
inmigratorio. La política de balance entre la asistencia
social al inmigrante y los intereses y control del Estado,
tuvo como emblema al ‘Hotel de Inmigrantes’, concebido
como una unidad funcional, administrativa, social, económica
que ordenaría y regularía la llegada y distribución de
los inmigrantes”.
En ese mismo texto se recuerda la historia del complejo
edilicio: “Las obras del Hotel se adjudicaron en 1905 a
los constructores Udina y Mosca, de origen italiano. (...)
En enero de 1911, el complejo fue inaugurado por el
Presidente Sáenz Peña. El edificio del Hotel,
replanteado por el arquitecto Juan Kronfuss, se terminó
en 1912” Y albergó a miles de inmigrantes, hasta que
“El declive de la inmigración desde principios de los
’50 señaló el fin de la historia del hotel”.
El ingeniero Carlos Massini fue el “autor del conocido
‘Hotel de Inmigrantes’ de la ciudad de Buenos Aires,
en el cual se alojaba a principios de siglo a 790 personas
por día y por el cual pasaron 289.640 personas en 1910,
la mitad de italianos y un cuarto de españoles, siendo el
cuarto restante de otras nacionalidades”.
En el sitio de la ciudad de Crespo, Entre Ríos, se
recuerda que al Hotel llegó Alfredo Coasollo, quien
“había nacido en 1875, en la provincia de Torino,
comuna del Monasterio de Cantalupa. (...) A la edad de 15
años se embarcó en Génova rumbo a Buenos Aires,
completamente solo, empleando 48 días en el viaje con el
vapor ‘Manila’. El pasaje le costó 163 liras, y arribó
al puerto de Buenos Aires con un capital de 7 liras y un
inmenso entusiasmo de trabajar. El director del hotel de
inmigrantes le entregó un pan de 4 kilos ya cortado y lo
puso sobre el tren rumbo a estación Aurelia, en la
provincia de Santa Fe” .
En el sitio “Mafiosos Luján” leemos: “A fines de
1910 llegan a la Argentina siete sicilianos que declaran
ser cultivadores de olivo. En sus documentos no se
registran antecedentes delictivos. Años después los
apellidos de estos inmigrantes aparecerán en la crónica
policial como mafiosos. Estos siete italianos que el 12 de
diciembre de 1910 se registran en el Hotel de Inmigrantes
de Buenos Aires son: José Albarracín, Giuseppe
Ambrosetti, Pepe Anchoristi, Luisiano Garccio, Benito
Ferrarotti, Felipo Dainotto y Juan Galiffi. Este último
llegó a ser el capo máximo de la maffia en Argentina,
siendo apodado ‘Chicho grande’, y fue padre de la célebre
Agatha Galiffi”.
A los inmigrantes de esa nacionalidad atribuye John
Argerich una costumbre: cazaban pajaritos, “se los
morfaban con polenta, como hacían los nonos, dejando sin
gorriones la zona de Retiro, en que se erigía el Hotel de
Inmigrantes, única posada del mundo donde daban catrera y
chupi sin pagar”.
Se hospedaron allí el tenor español Florencio
Constantino y su novia: “Luego de tres días de estar
fondeado el vapor en la rada exterior por falta de la
documentación correspondiente, se permite el desembarco
de los pasajeros al puerto de Buenos Aires. Florencio,
acompañado por Luisa, es conducido al Hotel de
Inmigrantes luego de declarar en la oficina de trabajo su
especialidad: mecánico”.
Fue en el Hotel donde se llevó a cabo el etnocidio
mapuche que denuncia Ernesto Cayulao, biógrafo de Don
Aukanaw: “Después de la derrota militar, cuando los
wingka invaden definitivamente nuestro territorio, el renú
Aukanawel se hallaba con los prisioneros en la posta
militar de Nievas (paraje cercano a la actual ciudad de
Azul, provincia de Buenos Aires). Esto pasaba exactamente
en 1879 (...) A la mayoría de estos prisioneros los
trasladaron a la isla Martín García situada en medio del
Río de la Plata, para después volver a traerlos al Hotel
de Inmigrantes, en el puerto de la ciudad de Buenos Aires.
Y una vez allí comenzar el etnocidio (repartir hombres
como esclavos al interior del país en las haciendas de
los oligarcas, mujeres como sirvientas o prostitutas, y
regalar los niños a quien los pidiera, etc.). Muchos de
ellos desfilaron en largas filas encadenados, por la
Avenida de Mayo de Buenos Aires rumbo al puerto. Según se
cuenta, los anarquistas fueron los únicos que se
solidarizaron con los prisioneros mapuche y los aplaudían,
los demás miraban con la misma curiosidad con que se
miran las fieras en el zoológico”.
El Perito Moreno, “Durante el gobierno de Roca, cuando
supo que tenían a varios caciques en malas condiciones en
el Hotel de los Inmigrantes los ‘pidió para
estudiarlos’ y así los alojó en el Museo de La Plata,
donde vivía y del que fue su fundador. Uno de ellos
falleció siendo ordenanza del museo, que se quedó con
sus restos, hasta hace pocos años que fueron reclamados
por su comunidad e inhumados en sus tierras con el
ceremonial correspondiente”.
Esteban Valentino es el autor de “Un desierto lleno de
gente”, cuento al que anteceden estas palabras del
autor: “La vida del cacique Inacayal me fue narrada por
primera vez en una reunión entre amigos con un cordero
haciéndose a la cruz en una hermosa noche en la ciudad de
Neuquén. Su historia, de jefe mapuche a portero del Museo
de Ciencias Naturales de La Plata, rescatado por el Perito
Moreno de la prisión luego de la Campaña al desierto de
1879, me pidió que la contara casi desde que la escuché”.
En este cuento, “Inacayal fue llevado hasta la bodega de
un barco anclado en el Gran Puerto y allí siguió
respirando, con sus noches color de nieve y sus días
color de cuervo”.
Los kollas de “El Malón de la Paz” se hospedaron décadas
después en el Hotel. Luis Zapiola escribe: “Entraron a
la Capital Federal por Liniers el 3 de agosto de 1946, con
rumbo a Plaza de Mayo. Fueron recibidos por el Director de
‘Protección al Aborigen’ y alojados en el ‘Hotel de
Inmigrantes’, todo un símbolo de lo que el Estado
Argentino entendía eran estos indígenas”.
Notas
S/F:
www.monumentosdebuenosaires.org
S/F: en el Sitio oficial del Museo Tecnológico Ing.
Eduardo Latzina, www.nalejandria.com.ar
Britos, Orlando: “Pequeña reseña sobre la
importancia de la radicación de italianos en la zona de
influencia de Crespo, en Entre Ríos, incluidos sus
pueblos circunvecinos, a fines del siglo XIX y principios
del XX”, en Historias de Crespo, en Bienvenidos al Mayor
Portal Regional, www.unespacio.com.ar
www.geocities.com/stoneslujan/cgrandecchico.htm
Argerich, John: “Los grandimbento deste mundo –sic-
(Donde se habla de tarro e inspiración”, en
www.amasijo.com
“Florencio Constantino: breve biografía”, en
Bragado.
Cayulao, Ernesto: “Biografía”. Editorial Aukanaw.
S/F: “Hace 150 años nacía el Perito Moreno”, en
Montañismo-peritomoreno
Valentino, Esteban: “Un desierto lleno de gente”, en
Valentino, Esteban: Un desierto lleno de gente.
Ilustraciones: Feliciano G. Zecchin. Buenos Aires,
Sudamericana, 2002. (La pluma del gato).
Zapiola, Luis María: “El Malón de la Paz. El pueblo
kolla de pie”.
|
En
1994, la Videoteca Educable publicó el video titulado Los
inmigrantes, en el que María Sáenz Quesada se refiere al
Hotel.
Se refirieron al Hotel Eliahu Toker y Ana Weinstein, en su
programa “Historias de la calle judía: El Hotel de los
Inmigrantes. Relatos de inmigrantes que pasaron por allí”.
En setiembre de 2002, en Montevideo, Uruguay, se llevó a
cabo el 3° Festival de Escuelas de Cine & Video. En
esa oportunidad, el jurado integrado por María Dora
Mourao, Diego Fernández y Silvio Fischbein otorgó el
Premio al Mejor Documental compartido ex aequo a Hotel de
Inmigrantes, “de David Munk, del Instituto de Tecnología
ORT N°2 de Argentina, por su mirada poética para relatar
un momento de la historia del país”.
Notas
Sáenz Quesada, María: Los inmigrantes. Videoteca
Educable. Buenos Aires, 1994.
www.bamah.org
Premios del 3er. Festival de escuelas de Cine y Video.
|
El
12 de septiembre de 2002, el ciclo En el camino, que Mario
Markic realiza en TN, dedicó al hotel su emisión, a la
que tituló “Hotel de sueños”. En ese programa, el
periodista entrevista al profesor Ochoa de Eguileor, quien
manifiesta, entre otros conceptos: “Aquí había
inmigrantes de diferentes países, con diferentes idiomas,
que hacían sus grupúsculos ya entre sí, se juntaban e
iban al mismo lugar del comedor, habían logrado estar en
el mismo dormitorio y salían en conjunto a la calle,
porque tenían libertad de salir del hotel hasta las siete
de la tarde. Las señoras también se juntaban de acuerdo
a la nacionalidad en los jardines con los chicos,
esperando a sus maridos, se pasaban la mañana en el jardín,
en los grandes jardines”.
En agosto de 2003, el programa Escala Real, que se emite
por Canal á, difundió un trabajo sobre el Hotel de
Inmigrantes, en el que participaron el profesor Jorge
Ochoa de Eguileor y la arquitecta Graciela Seró Mantero,
Consultores Coordinadores del Programa Complejo Museo
Hotel del Inmigrante, el arquitecto Carlos Pernaut y el
licenciado Gabriel Miremont.
Notas
Markic, Mario: “Hotel de sueños”, en En el camino.
Buenos Aires, 12 de septiembre de 2002.
|
En
1999, en el Patio del Zorzal del shopping Abasto de Buenos
Aires, se presentó Buenos Aires 1910. Memoria del
porvenir, una muestra multimedia que reunió “400
objetos y 400 imágenes provenientes de 40 archivos públicos
y privados”. La misma fue organizada por el Instituto
Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo, el Fondo
Nacional de las Artes, la Facultad de Arquitectura, Diseño
y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, The Getty
Research Institute for the History of Art and the
Humanities y el Banco Mundial. Contó con un benefactor
fundador y benefactores nacionales y asociados y con el
auspicio de la Secretaría de Cultura de la Nación, la
Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, la Secretaría de Cultura del Gobierno de la
Provincia de Buenos Aires y la UNESCO.
Había fotos, objetos –muchos de ellos hallados en
excavaciones-, mapas, maquetas, imágenes de un pasado del
que quedan innumerables vestigios. Uno de los temas
importantes dentro de esta muestra fue la inmigración. La
información que acompañaba las fotografías señalaba
que entraba al puerto un inmigrante cada dos minutos, y
salía uno, cada seis. Pude ver un Baedeker de la
Argentina (una guía para viajeros), fotos del Hotel de
Inmigrantes y una fotografía de pasajeros españoles
comiendo en la cubierta con platos de latón, antes de
desembarcar. La tomó León Lacroix, en 1910. Esa foto se
puede ver actualmente en una de las paredes del
Hipermercado Coto del Abasto, de Buenos Aires.
El Museo Nacional de la Inmigración, que funciona en el
Ex Hotel de Inmigrantes, exhibe fotografías sobre
diversos aspectos de este fenómeno social. Por la
“Calle Histórica”, restaurada por Augusto Oneto, se
accede desde el Desembarcadero a la salida o a la “Calle
del inmigrante”, que llega al Hotel, diseñada por
Matilde Oyharzábal y el arquitecto Alberto Boselli. En
este espacio –nos dice la paisajista- ubicaron imágenes
realizadas con computadora a partir de fotos: “Y allí
están –en esas gigantografías que hemos colocado
frente al Hotel- en un presente perpetuo e inolvidable que
evoca en la lejanía el sueño industrial de nuestra
patria”.
En las paredes del comedor, se recuerda a los antecesores
del Hotel, desde la primera sede en el año 1825 en el
convento de los Recoletos, de donde pasó luego a la calle
Corrientes 8 y posteriormente a los barrios de Palermo,
Barracas, Caballito, San Fernando y Retiro, hasta llegar a
su actual emplazamiento. Varios paneles cuentan la
historia de los Hoteles de Inmigrantes, constituyéndose
una manera ágil de ofrecer información. Muchas fotografías
ilustran acerca de la vida en el Hotel.
“Al final del comedor se ve una foto inmensa, casi de
tamaño natural, del salón habitado por los inmigrantes.
La mezcla de ropa, los pies descalzos, los pomposos
sombreros que emergen de la escena. El lugar conserva las
propiedades del tiempo y es una lupa inmensa para mirar
nuestro pasado. Se puede ser testigo de lo que alguna vez
fue el sueño ideal”.
En el lobby se exponen baúles y diferentes objetos -los
instrumentos de un peluquero, un reloj despertador, un
bordado- y un escritorio con su máquina de escribir y su
calendario. Preside esta valiosa colección el mosaico de
fotos de inmigrantes realizado por el diseñador Francisco
Gregoric.
Notas
Oyharzábal, Matilde: “Memoria descriptiva”, en
Casa FOA 2000.
S/F: en La Voz del Interior on line, Córdoba, 24 de
julio de 2002.
|
En
el Hotel de Inmigrantes, en el marco de la exposición de
arquitectura y decoración Casa FOA 2000, se presentó la
muestra de Zurbarán en el espacio decorado por Celina
Aráuz de Pirovano. Los cuadros fueron dispuestos
enfrentados en dos hileras, separadas por bancos de
madera. |
Mirando
hacia el río, a la izquierda se encuentran las obras de
José Marchi, escenas de la vida cotidiana, protagonizadas
por hombres, mujeres y niños, en las que se reitera la
idea de la búsqueda: el cielo, el horizonte, la tierra. |
A
la derecha, Carlos Alonso evoca paisajes relacionados con
los edificios históricos, y pinta asimismo a una familia
de italianos, eternizada durante una de sus comidas.
“Los paisajes del Río de la Plata pintados por Alonso
se encuentran dentro de lo màs logrado de su producciòn
–opina Dièguez Videla-, pero es Marchi el artista ideal
para captar el tiempo y el lugar. ¿Por què? Porque su
pintura siempre ha tenido un poder evocativo victoriano
–o eduardiano, siguiendo en Inglaterra-, y su predilecciòn
sobre la figuraciòn màs detallista de esos perìodos lo
convierten en el artista ideal para imaginar personajes y
situaciones de esa dàrsena norte, que fue el equivalente
local de la isla Elis de Nueva York”.
Notas
Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: “Los inmigrantes”,
Catálogo de la muestra de Alonso y Marchi en Casa FOA
2000, Desembarcadero y Hotel de Inmigrantes. Buenos Aires,
Octubre-Noviembre de 2000.
Dièguez Videla, Albino: “Las imàgenes: de ayer a
hoy”, en La Prensa, Buenos Aires, 8 de octubre de 2000.
|
Los testimonios que transcribo también son historia.
Cuando el Hotel abre sus puertas a las nuevas
generaciones, descendientes de aquellos que tuvieron tanto
valor y tanta nostalgia, nos permiten conocer a la
institución, cuya transformación en museo nos llena de
orgullo, pues a muchos, nos habla de nuestra sangre, y a
todos, de nuestro pasado como nación.
(Actualización del trabajo publicado en
www.monografias.com )
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Imágenes
. Folleto del Museo Nacional de Inmigración
. Folleto Casa FOA 2000
. Casa FOA. Información de prensa
. "Llegada", acrílico sobre cartón de José
Alberto Marchi, 2000, expuesto en Casa FOA.
www.zurbarangaleria.com.ar
. "Viernes a la tarde", óleo sobre madera de
Carlos Alonso, 2000, expuesto en Casa FOA.
www.zurbarangaleria.com.ar
. Recibo de la Asociación Amigos del Programa Complejo
Museo de la Inmigración |
Ver
fotos
trabajo publicado en www.monografias.com |
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