Gallegos en América |
El
gallego emigrante es una figura que se encuentra frecuentemente en la
literatura. A su presencia en obras de diversos países me refiero en esta
página. No incluyo citas literarias sobre los gallegos en la Argentina,
porque ése es tema de un trabajo ya publicado. En
Cuba En Cuba, en la ciudad de Manzanillo, vivió mi abuelo. A la isla marchó con dinero suficiente para poner un hotel, en sociedad con sus hermanos. Tiempo después, él vino a Buenos Aires, donde vivió sus últimos años. Otros gallegos como él, son evocados en libros de autores cubanos. Miguel Barnet es el autor de Gallego (1). Acerca de esta obra, manifiesta Eduardo Galeano: ‘Miguel Barnet, certero escuchador, decidor de palabra clara, demuestra que el testimonio bien puede ser alta literatura. Nuestros países tienen una deuda pendiente con los miles y miles de inmigrantes que han venido a tierras de América desde Galicia. Por mano de Miguel, aquí cuenta su historia un hombre de dos patrias, un cubano en cuya memoria no han cesado de resonar los airinhos de la aldea donde nació. Pero más allá del personaje y su peripecia, este libro es un homenaje y un entrañable desagravio a los miles y miles de gallegos que tantas veces han recibido desprecio a cambio del mucho amor y trabajo que nos han entregado’ ” (2). “Mis
dos abuelos de Luis Cabrera Delgado está formado por las historias, de
cierta forma temáticamente paralelas, que le hacen al nieto cubano una
abuela cubana y un abuelo gallego. Fue Premio “El niño de la bota” y
publicado por Ediciones Capiro. Santa Clara (Cuba), 1992” (3). En esa
obra -citada por la investigadora Sylvia Puentes de Oyenard-, relata el niño:
“Abuelo es fuerte y duro. Si Abuelo fuera un árbol, seguro que sería
un algarrobo: dulce y fresco, fresco y duro. Las manos de Abuelo saben a
tierra, y si te acarician, a pesar de los callos, parece como si te rozara
el plumón. Abuelo habla poco, porque cuando lo hace, el aire se le quiere
escapar en las eses y las ces. A mí me gusta ayudar a Abuelo a desgranar
maíz cuando se sienta debajo del mamoncillo del patio, porque entonces,
si trabajo bien, me dice: -Un día de estos, tú vas a ver, te vas a ver,
te voy a llevar a España” (4). En
México En
“La confidencia” (5), escribe el mexicano Luis Gonzaga Urbina: “¡Pobre
galleguito, rubio y candoroso,/ que a América vino sin ir a la escuela!/
Tiene torpes andares de oso/ Y apacible mirar de gacela// (...) Y él me
dice: -¡Señor, qué delicia/ es sentarse a cuidar el rebaño/ a la
sombra de un viejo castaño/ o a la vera de un río, en Galicia!”. En
Brasil La
brasileña Nélida Piñón escribió La república de los sueños (6),
obra distinguida con el Premio Príncipe de Asturias, en la que evoca la
inmigración española que llegó al país limítrofe. “La república de
los sueños es la República de Brasil, el lugar donde todas las
esperanzas humanas pueden hallar cumplimiento. Madruga y Venancio nacieron
con el siglo. Se conocieron en el barco inglés que los trasladó de Vigo
a Río de Janeiro en el lejano año de 1913. apenas eran unos muchachos
cuando dejaron atrás la miseria y el desamparo de su Galicia natal, para
navegar detrás de un sueño, rumbo a los paraísos de ultramar. Madruga
conquistará Brasil, levantando industrias, comercios, haciendas. Pero se
extraviará en el camino. Venancio, en cambio, mantendrá intacta su
condición de soñador: será él quien llore en nombre de Madruga, será
el verdadero depositario de sus sentimientos vetados. En La república de
los sueños, hecha de emociones, o sea, de palabras esenciales, Nélida Piñon
sacude al lector y le transmite el sabor agridulce, de triunfo y frustración,
de uno de los pocos países del mundo en que sobrevive la epopeya” (7). En
Uruguay “En Uruguay Juana de Ibarbourou narra en sus memorias que de su padre, español, adquirió el gusto por la poesía, pues si bien no había un diccionario en su casa, él le recitaba los versos de Rosalía y Espronceda que sabía de memoria. Pero nunca hace referencia a la inmigración más que en un poema breve, “Morriña”, publicado en una revista escolar” (8). Ese poema dice: “Si algún día a ti llegara/ quiero sentirme, Galicia,/ recibida por tus gaitas/ en un crepúsculo lila/ de violetas y de malvas,/ de jacintos y glicinas.// Tengo tu aire en el pecho/ como una dicha vecina. La
escritora Angela Cáceres me cuenta: "Conocí solamente a mi abuela
materna. Nacida en La Coruña, fue una gallega sin el menor acento
galaico, y sin memoria alguna del lugar de su nacimiento porque tenía
menos de dos años cuando sus padres, luego de un complicado y más largo
de lo habitual viaje por entonces, se instalaron en Montevideo (la muy
Fiel y Reconquistadora ciudad de San Felipe y Santiago). No cuento con
documentación alguna pero habrán llegado a la costa oriental , según
mis cálculos, alrededor de 1862 o 63. Mi abuela murió en 1950 con 90 años,
según recuerdo. De sus padres no tengo dato alguno. Soy la menor de
dieciocho nietos y creo que ninguno de nosotros se interesó demasiado por
el pasado. El nombre completo de mi abuela (soltera) era Manuela Cedeira
Turiñán, de manera que salvo sus respectivos apellidos no se nada de mis
bisabuelos maternos. Mi abuela, que no podía recordarlo, solía decir que
vinieron al Río de la Plata en un barco a vela según la informaron sus
padres. Tenía dos hermanas menores: Teresa y Carmen. Mi abuela, que era
muy dada a contar historias y cuentos, en especial a mí por ser la más
chica y posiblemente la única nieta interesada en escucharla dado que fui
una niña mas bien solitaria, con muchos primos y ningún hermano,
solamente una vez me mencionó a su padre. Me contó que había trabajado
en una fábrica de fósforos y que murió muy pronto. De la madre...nada,
salvo que un perro le había mordido la cara, aunque no estoy muy segura..
Parece que las tres hermanas dieron bastante que hablar ya muchachas por
su hermosura. Mi abuela, con espléndidos y renegridos ojos que pude
apreciar, era muy seria y detestaba llamar la atención, muy al contrario
de su hermana Teresa que, siendo menos bella, era sumamente seductora y
coqueta. A esta tía abuela llegué a conocerla y le recuerdo un paso
firme, un aire de mandona y magníficas caravanas (aquí en Argentina las
llaman aros). A la menor, Carmen, no la conocí porque ya había muerto
cuando nací. Tampoco vi su retrato. Parece que era tímida y de poco
hablar. Hubo una historia con triste final que anuda las de mis tías
abuelas. Pero eso te lo contaré luego de comunicarte lo poco que se de mi
abuelo materno, nacido en Cádiz, de familia muy distinguida y que se
llamaba José Quintero de Trujillo. Al hacer su servicio militar lo
embarcaron en una fragata de nombre Infanta Isabel con destino a Buenos
Aires. La epidemia de fiebre amarilla los obligó a quedarse en el puerto
de Montevideo..y parece que quien sería mi abuelo decidió desertar. Según
las mentas familiares (mi abuela jamás me habló de esto) al dar un paseo
por nuestra Ciudad Vieja vió a tres muchachas asomadas a un balcón pero
se prendó de una: de la esquiva Manuela. Las consecuencias de tal decisión
fueron varias: la ruptura con su familia allá en Cádiz y el apremio por
conseguir trabajo. Parece que a mi abuela la vió dos o tres veces en el
famoso balcón pero luego la perdió completamente de vista hasta que el
destino hizo su jugada, mucho después. Para José Quintero (tengo un par
de retratos de él, uno de uniforme, otro del día de su boda con Manuela
Cedeira y era bastante buen mozo..lástima los enormes bigotes al uso) la
vida no se le presentó muy fácil. Tengo entendido que hizo muchas cosas
para sobrevivir hasta que encontró un trabajo estable en los viñedos de
una familia poderosa de Colón, entonces una zona muy residencial llena de
quintas lejos del núcleo urbano de Montevideo (ahora la ciudad se expandió
y la sobrepasó). Los Vidiella alcanzaron mucho renombre con sus vinos y
quiso el destino, luego de varios años, que mi abuela, ya huérfana y
necesitada de trabajar, fuera a dar a la casa de esa familia. Allí se
encontraron con José y parece que ella le dio mucho trabajo al enamorado
porque era tan arisca que el más leve acercamiento, el más leve intento
de caricia le parecía falta de respeto. Cómo habrá hecho José
Quintero..no se. Pero logró casarse con la gallega. El, andaluz y de
maneras suaves y gentiles, ella, áspera como ortiga, según diría él,
pero con mucho fuego. Tengo en mi escritorio el retrato del días de su
boda: él sentado, muy elegante, ella de pie, vestida de negro cubierta de
azabache del cuello a los pies porque se negó a vestir de blanco de puro
capricho a pesar de su indiscutible virginidad. Tuvieron diez hijos: seis
mujeres y cuatro varones, dos de éstos muertos a poco de nacer. Mi madre
fue la menor de las mujeres. Me contaron que mi abuelo tuvo algunos
negocios, lechería, mercería y no le fue bien, de manera que terminó
trabajando en una fábrica dieciséis hora por día. La hija mayor,
Teresa, murió de tuberculosis a los diecisiete años y me contaron que mi
abuelo, de vuelta del trabajo, no se despegaba de su cama. Cuando Teresa
murió su novio se suicidó. Así no más. Cuando llegó a la presidencia
de la República Oriental del Uruguay Don José Batlle y Ordóñez,
estadista esclarecido que sentó los cimientos de un gobierno
socializante, con previsiones y beneficios sociales sumamente adelantados
para esos primeros años del siglo XX, mi abuelo tomó la ciudadanía
uruguaya. Lo hizo, entre otros motivos, por gratitud a un gobierno que
impuso como límite ocho horas al trabajo. Pero José Quintero murió muy
pronto. Cayó fulminado por un ataque al corazón, en plena calle, a pocos
metros de su casa, con poco más de cincuenta años. Los hijos, poco a
poco, a medida que comenzaban a trabajar, sostuvieron a mi abuela hasta el
fin de sus días. Me gusta recordar la pasión que mi abuela tenía por la
lectura, pasión que le duró tanto como su vida. Solía contarme que aun
cuando trabajaba leía hasta el amanecer alumbrada por una vela, a
escondidas. El destino de sus hermanas, mis tías abuelas, fue muy
distinto. Teresa, la seductora, tuvo un romance muy apasionado con su
novio pero le apareció un pretendiente mayor y muy adinerado. De manera
que, sin dudarlo, despachó al novio y se casó con el rico que la servía
como un esclavo y que, por supuesto, murió antes que ella. Pero el novio
no se quedó atrás. En lugar de lamentarse o suicidarse, se casó con
Carmen, la hermana menor. La nueva generación de la familia ha creído
que lo hizo para mantenerse cerca de Teresa. Qué pasó de verdad entre
ellos...no lo se. Pero...algún incendio hubo porque, una tarde, Carmen,
la malquerida esposa, se vistió como para una fiesta, se puso las perlas
y se arrojó por el balcón. Si Teresa sintió algún remordimiento ¿quién
podría saberlo? Pero mi abuela, severa y moralista, puso distancia.
Ambas, tanto Teresa como Carmen, igual que mi abuela Manuela, fueron prolíficas
madres. Tengo entendido, también, que unas primas lejanas de mi abuelo se
instalaron en Montevideo y daban clases de música y de arpa a las señoritas
acomodadas. Pero no tengo más información acerca de ellas". ..... Entre los autores que citamos figuran académicos y escritores galardonados con importantes premios, lo cual da una idea de la relevancia de los creadores que abordaron esta temática. La elección del inmigrante como personaje nos habla de la voluntad de eternizar su gesta, sus victorias y sus fracasos en tierra americana. Notas 1. Barnet, Miguel. Gallego. Madrid: Alfaguara, 1986. 2° edición. 2. S/F: en Barnet, Miguel. Gallego. Madrid: Alfaguara, 1986. 2° edición. 3. Puentes de Oyenard, Sylvia: “Un viaje al corazón de América latina”. Uruguay, 2006. 4. Cabrera Delgado, Luis: Mis dos abuelos. Premio El niño de la bota y publicado por Ediciones Capiro. Santa Clara (Cuba), 1992. Citado en “Un viaje al corazón de América latina”, de Sylvia Puentes de Oyenard. 5. Urbina, Luis G.: “La confidencia”, en Berdiales, Germán: Cantan los pueblos americanos. Ilustraciones de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957. 2° edición. 6. Piñón, Nélida: La república de los sueños. Alfaguara, 1999. 766 pp. 7. S/F: “La república de los sueños”, en www.alfaguara.santillana.es 8. Ibarbourou, Juana de: “Morriña”. Citado en “Un viaje al corazón de América latina”, de Sylvia Puentes de Oyenard. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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