Inmigración a la Argentina (1850-1950) |
En
este trabajo me refiero a algunos de los festejos
en los que participan, en el barco y en la nueva tierra, los judíos y sus
descendientes: Cruce del Ecuador,
Fiestas patrias argentinas, Fiestas patrias de los inmigrantes, Fiesta
del Inmigrante, Aniversarios,
Fin de Guerra, Creación e independencia de Israel, Año Nuevo y Carnaval.
No incluyo los festejos religiosos, ya que los mismos han sido tema de
otro trabajo. Tomo como fuente textos literarios, memorias, biografías,
investigaciones, artículos periodísticos y testimonios de los
inmigrantes y sus descendientes. Indice 1.
Cruce del Ecuador 2.
Fiestas patrias argentinas 3.
Fiestas patrias de los inmigrantes 4.
Fiesta del Inmigrante 5.
Aniversarios 6.
Fin de Guerra 7.
Creación e independencia de Israel 8.
Año Nuevo 9.
Carnaval El
Cruce del Ecuador, las Fiestas patrias argentinas, las fiestas patrias de
los inmigrantes, la Fiesta del Inmigrante, los aniversarios, la finalización
de las diferentes guerras, la creación e independencia del Estado de
Israel, el Año Nuevo y el Carnaval son algunas de las ocasiones en las
que se evidencian las costumbres que los inmigrantes trajeron de sus
tierras; son circunstancias en las que ellos y sus descendientes
exteriorizan su alegría y su agradecimiento a la nación que los recibió. Cruce
del Ecuador En
Mestizo (1), novela de Ricardo
Feierstein, uno de los personajes se refiere al festejo en el barco: “Me
dieron el pasaporte hacia Uruguay con visa de salida únicamente. Cosa de
enviarme bien lejos y que no regresara. Me fui a Hamburgo y tomé un barco
de carga francés, el Aurigne,
y de allí recorrí un montón de puertos. Iba parando en todos. Pasé por
Amberes, después Marsella, Lisboa, Río de Janeiro... unos treinta días
hasta llegar a Montevideo. Al principio estábamos en tercera o cuarta
clase, no sé, la última. Eramos unos 35 inmigrantes judíos de Polonia y
Lituania, podía hablar con ellos en ídisch, y el capitán tenía una
cocina cusher
(1) para nosotros. Pero no era gran cosa, no había vino para tomar, así
que al tercer día me fui a comer con los marineros y allí la pasaba
bien. Viajaban además como 200 inmigrantes españoles en el barco, hacíamos
cantos y bailes en el puente, nos entendíamos con señas y algunas
palabras. Hubo un festejo grande cuando cruzamos el Ecuador, es una
tradición bautizar a los marineros que lo hacen por primera vez. Fue una
linda fiesta”. (1) Apto para el consumo, según las normas dietéticas
de la religión judía. Notas 1
Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994. Fiestas
patrias argentinas En su cuento “Mate
amargo”, Samuel Glusberg alude a los festejos del Centenario de la
Revolución de Mayo: “Antes del primero de mayo –día señalado para
inaugurar su nuevo comercio- el tío Petacovsky descargaba en su casa
cerca de un millón de láminas entre estampas para cuadros, retratos,
alegorías patrióticas, copias de monumentos y tarjetas postales. Las
ventas fueron iniciadas enseguida. Varios viajantes se encargaron de las
provincias, y el tío Petacovsky de la capital. Durante seis meses las
cosas anduvieron a todo trapo. Mas no obstante esa actividad y las
proporciones que alcanzaron las fiestas del centenario en toda la República,
el negocio fracasó” (1).
En
Entre Ríos vivió su infancia Máximo Yagupsky, quien relata, en diálogo
con Mario Diament: “como faltaban maestros y el gobierno no podía
afrontar ni la demanda ni el presupuesto, los jóvenes más instruidos de
la colonia se ofrecían como maestros. De modo que tomaban cursos
acelerados en la escuela que allí teníamos – la ‘Alberdi’- y de
inmediato se abocaban a la enseñanza. Y pese a esta preparación
abreviada, la escuela ‘Alberdi’ produjo maestros de gran calidad,
algunos de los cuales llegaron a profesores secundarios, lo que en ese
entonces era una cosa tenida en gran jerarquía. Mi maestro, que se había
graduado en la “Alberdi”, sabía que al llegar el 25 de mayo había
que cantar el Himno Nacional, porque ésas eran las instrucciones que se
le habían impartido. Pero el problema era que habían aprendido la letra,
pero no la melodía. De modo que cantábamos el Himno Nacional con la
melodía del Hatikva, que era el
himno judío. Porque, en cierto
modo (Hatikva significa
“esperanza”) esto condecía con lo que eran sus esperanzas: veían en
la Argentina una Sion, la Sion de sus sueños” (2).
Felipe
Fistemberg Adler relata en sus memorias que, en Moisés Ville, provincia
de Santa Fe, “Cuando llegaban las fiestas patrias, el pueblo se vestía
de gala, las ventanas lucían banderas azules y blancas y a la plaza San
Martín, en el centro del poblado, concurría toda la población luciendo
la escarapela y manifestando con orgullo su agradecimiento a la nueva
patria. Por ser uno de los más altos, y seguramente porque mamá me
almidonaba para la ocasión el guardapolvo, ya en los grados superiores
las maestras me elegían abanderado, y escoltado por otros niños
caminando entre aplausos y cálidas sonrisas nos dirigíamos a la plaza.
Las autoridades y los directores de todas las instituciones pronunciaban
emotivos discursos. Se cerraba el acto con un esperado reparto de
golosinas entre los chicos. Con premura, nos despojábamos de los
guardapolvos y corríamos al bosque de eucaliptos frente a la administración
de la J.C.A. para ver y participar de la fiesta popular que premiaba a los
ganadores, con ponchos, frazadas, camisas, camisetas o pantalones” (3).
En
“20 de junio” (4), Luis León se refiere al sentimiento patrio de un
inmigrante: “El “vapor” que salía de la bahía, lo llevaría hasta
Marsella y de allí uno distinto, ¿de qué tamaño o color?, lo dejaría
finalmente en L´aryentina. Fueron
días extraños a bordo, que ahora él casi no recordaba con precisión,
conviviendo con algunos de las decenas de hermanos sefaradíes que tomaron
el mismo rumbo. Nissim, Nissimiko como lo llamaba su abuela, arribó a
estas tierras un 20 de junio de la segunda década del joven siglo XX. No
sabía por qué la “djente”
se ponía una cintita celeste en su ropa y la colgaba en el frente de
algunas casas, pensó en una fiesta cristiana, él no sabía muchos de eso
porque venía de un país musulmán y él mismo era judío, los cristianos
que había conocido no usaban esa cinta, eran griegos y armenios, pero debía
ser algo así: esas cintitas le agradaron mucho, simpatizó con ellas
porque fue lo primero que reparó al recorrer las calles del centro de
Buenos Aires, al salir del puerto”. Notas 1
Espinoza, Enrique (Samuel Glusberg): “Mate amargo”, en La
levita gris. Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires,
BABEL.. 2 Diament, Mario: Conversaciones
con un judío. Buenos Aires, Fraterna, 1986. 3 Fistemberg Adler, Felipe: Moisés
Ville Recuerdos de un pibe pueblerino. Buenos Aires, Milá, 2005. 112
pp. (Testimonios). 4 León, Luis: “20 de junio”, en SEFARAires Nº38,
Junio de 2005, sefaraires@fibertel.com.ar Fiestas
patrias de los inmigrantes El
protagonista de Mestizo (1), novela de Ricardo Feierstein, participa en una fiesta
sionista: “Así pasé varios años, trabajando. Hasta que conocí a mi
esposa, en una fiesta sionista, creo que era un aniversario de Herzl. Yo
fui y allí estaba ella. Pero eso fue bastante después, cuando era todo
un señor, ya tenía el negocio de Boedo”. Notas 1
Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires, Planeta, 1994. Fiesta
del Inmigrante Las
Fiestas del Inmigrante se realizan en muchas localidades, y agrupan a
quienes llegaron de otras tierras, a sus descendientes y a los nacidos en
el país que los recibió. Me refiero a uno de estos festejos:
El
8 de septiembre de 2002 tuvo lugar en los jardines del Ex Hotel de
Inmigrantes la Fiesta de las Colectividades. Semejante a la que se realizó
otros años en el Rosedal, incluyó la presentación de conjuntos folklóricos
de diferentes comunidades, la venta de productos típicos y la degustación
de comidas regionales, así como también el obsequio de posters y
folletería. En esa oportunidad, el profesor Jorge Ochoa de Eguileor, la
arquitecta Seró Mantero y sus colaboradores presentaron más material del
Museo de la Inmigración. Aniversarios “Admirables
sinagogas, exquisiteces tradicionales y celebraciones milenarias ambientan
el paisaje de Moisés Ville, la primera colonia judía agrícola que se
fundó en 1889, al noroeste de Santa Fe. Los inmigrantes venían de
Kamenetz, Podolia (hoy Ucrania), región de la ‘Zona de residencia
rusa’. (...) Todo el pueblo se reúne en las fiestas patronales (24 de
setembre, y en el Aniversario de la Colonia, en octubre” (4). Notas 1
Stilman, Alejandro (texto),
Pablo Bizón y Diana Pazos (informe): “Judíos Moisés Ville / Santa Fe
Los colonos que vinieron de Ucrania”, en “COLONIAS Y PUEBLOS DE LA
ARGENTINA La ruta de los inmigrantes”, en Clarín,
Buenos Aires, 7 de setiembre de 2003. Fin
de guerra Afirma
Carlos Szwarcer, en su trabajo “El Café Izmir”: “Pasaron los años
y el Café lzmir se consolidó como referente de la colectividad. La
Segunda Guerra Mundial agitaba los ánimos de sus habitués y sus paredes
pintadas con arabescos —dibujos de palmeras y siluetas orientales que
simulaban las Mil y una Noches—, eran parcialmente cubiertas por
banderas de los países vencedores de la contienda” (1)
Escribe
Felipe Fistemberg Adler, en la evocación de sus años en Moisés Ville:
“Cuando la noticia de la finalización de la Segunda Guerra Mundial llegó
al pueblo, y el triunfo de los aliados nuevamente traía esperanza al
mundo, el Pueblo Judío quería festejar. Pero no era fácil pensar en
festejos. No había nadie que no guardara luto por algún ser querido.
Toda mi familia esperaba diariamente recibir alguna noticia de algún
pariente afortunado. Pero no fue así: abuelos maternos, tíos, primos, y
todos los demás sin un lugar donde ir a llorarlos. Las autoridades del
pueblo entendieron que somos la “Zarza que Arde y no se Consume” y que
debíamos sobreponernos a la masacre y pensar que el día llegaría y el
Pueblo Hebreo retornaría a su tierra ancestral, la Tierra de Israel.
Hicieron un llamado al pueblo e inmediatamente aparecieron donadas siete
gordas vaquillonas, pan, bebidas, frutas y muchísimos voluntarios para
organizar un asado gratuito y colectivo que permitiera a toda la población
festejar el fin de la guerra. El shoijet
(matarife), los carniceros y los ayudantes trabajaron como nunca. Al
espectáculo de tamaña envergadura asistió una inusitada concurrencia”
(2). Notas 1 Szwarcer, Carlos: “El café Izmir”, en Todo es historia, N° 422, Septiembre de 2002. 2 Fistemberg
Adler, Felipe: op. cit. Creación e
independencia de Israel
En
Buenos Aires, en 1948, transcurre uno de los capítulos de Hija
del silencio, novela de Manuela Fingueret. Ella escribe: “La
viabilidad de un Estado judío formaba parte de esas discusiones que para
ella quedaron truncas, pero era también un espacio de sueños que algunos
llevaron adelante como bandera de lucha, un lugar de encuentro para los
que pudieron pensar antes o después de los campos de la muerte. Para
Pinie, el sionismo se fue convirtiendo en el motivo central de su
existencia. No es un tema que discuta con ella, porque no se muestra
interesada en ello, aunque verlo tan entusiasmado la conmueve. Van
llegando los amigos justo en el momento en que se transmite la votación
en las Naciones Unidas. El grito de júbilo final, las lágrimas de todos
producen en Tínkele una emoción nueva, que en estos años le resulta más
fácil empezar a sentir. Pinie se acerca a la cómoda oscura y saca del
tercer cajón un talit brillante de seda. Se coloca el sombrero, abre el
libro de oraciones, y con la voz enronquecida por la emoción reza: ‘Baruj
ata adonai eloeinu adonai ejad’ ” (1).
Luis
León se refiere a los festejos de la independencia de Israel (2): “Un
gran acto en el cine Villa Crespo de Corrientes al 5500, reunió a
centenares d personas, aunque el acto central fue organizado en el estadio
Luna Park.. En esa ocasión, un número importante de djidiós
de Villa Crespo concurrieron al acto en bañaderas
(2), desde las que
exteriorizaba su entusiasmo. Desde temprano, se formó una columna en que
se destacaban los jóvenes, reunidos alrededor del mástil que en esa época
se alzaba en el encuentro de las avenidas Corrientes y Canning (1), recuerda “L”. “Desde el balcón del quinto piso de uno de
los escasos edificios de altura de esa época, mi abuela, gritaba
alentando a la muchedumbre sin reflexionar si era o no escuchada por
ellos. Yo que tenía seis años, iba y venía sobre mi triciclo haciendo
sonar el timbre del manubrio, por simple entusiasmo de ver a mi abuela en
esa actitud. Cuando la columna fue numerosa y comenzó a marchar hacia el
centro, ella corrió hacia el ropero, extrajo una gran bolsa de confites
de almendra y los arrojó hacia abajo a la gente, fina y cara costumbre
que reservaba exclusivamente para los grandes acontecimientos,
especialmente los nacimientos”. (1) Actual calle Scalabrini Ortiz
/ (2) Tipo de vehículo colectivo de la época, con techo de lona para
plegar en días soleados, denominado así por la gente de la ciudad debido
a la forma de la carrocería. Notas 1
Fingueret, Manuela: Hija del
silencio. Buenos Aires, Planeta, 1999. 2
León, Luis: “Recuerdos de la partición”, en SEFARaires, N° 13, Mayo de 2003. Año
Nuevo Narra
el protagonista de Hermana y Sombra,
novela de Bernardo Verbitsky, hijo de inmigrantes rusos: “el 1° de
enero de 1919 nos encontró juntos. Se brindó con la bebida de rigor,
cuando nos aseguraron que se estaba oyendo la ronca sirena de ‘La
Prensa’; también yo creí distinguir entre el estrépito creciente el
lejano zumbido que efectivamente llegaba desde Plaza de Mayo hasta Flores
y el resto de la ciudad. Y allí se desencadenó con mayor fuerza la
acostumbrada recepción a balazos, que por primera vez oí, o la primera
que recuerdo, aumentando el estruendo de cohetes, gritos, bocinazos, a
todo lo cual sumamos una modesta contribución de ruidos, golpeando con
palos un fuentón de cinc de los que se usaban para lavar ropa. Vimos cómo
partían oblícuamente hacia la altura las rojizas huellas de los tiros
que prodigaban los energúmenos de la casa de al lado. Mamá se tapaba los
oídos calificando todo eso de salvajismo. Al día siguiente leímos en el
diario que en varios lugares de la ciudad hubo heridos por balas perdidas,
una de las cuales causó la muerte de una joven que se hallaba en el patio
de su casa” (1). Notas 1 Verbitsky,
Bernardo: Hermana y Sombra.
Buenos Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977. Carnaval En
su novela Hacer la América, Pedro Orgambide evoca un carnaval de la década
del 20: “Sonaban las gaitas de los gallegos. Los vascos (pantalón y
camisa blanca, pañuelo al cuello, boinas, alpargatas) bailaban golpeando
sus palos, combatiendo en una esgrima de pies que se lanzaban al aire y
volvían en un paso de danza. Los cosacos desenvainaban sus sables,
degollaban a Israel Mitzer en la puerta de la sinagoga y gritaban, sudados
y coléricos, fidelidad al zar y a la zarina. Bailaban los capoeiras del
Brasil y los gitanos y los muchachos de Barracas. Bailaban los hombres
disfrazados de osos, de monos, de tigres, de gigantescos perros y
caballos. Bailaban los hombres disfrazados de mujeres y las mujeres
disfrazadas de hombre; bailaba el disfraz hermafrodita: mitad hombre,
mitad mujer, mitad novio, mitad novia; danzaba el lanzador de dardos, el
salvaje que besaba al explorador en la boca; bailaban los enanitos, los
viejos, los enclenques. En el palco, las orquestitas de Retiro, de las
viejas romerías, tocaban los tanguitos de otro tiempo, puro flautín,
pura guitarra, pero ahora subía una orquesta típica nacional que dirigía
el maestro Arrieta” (1).
Aborrecían
los festejos algunos inmigrantes. En “La levita gris”, de Samuel
Glusberg, el narrador lleva a sus hermanos al corso de Palermo, que le
causa una mala impresión: “Aquello no tenía de infantil más que el
nombre; casi todas las máscaras habían dejado de ser niños hacía
tiempo; gente grosera que atropellaba a los chicos y profería sandeces
que todos celebraban, sólo porque venían de quienes llevaban antifaz.
Pero qué otra cosa es el Carnaval? Me volví a casa furioso, con gran
descontento de los pequeños, a quienes, para que no lloraran, tuve que
hacer promesa de llevarlos por la noche al corso de casa” (2).
Enrique
Pinti enumera en una nota periodística algunos de los disfraces que se
podían elegir: “Piratas, gauchos, damas antiguas, marqueses
versallescos, zorros (negros y blancos), diablitos, hadas, aldeanas,
lagarteranas, baturros, tiroleses y andaluces, gitanas y pajes medievales
aparecían en esas páginas como un convite a la consagración y apoteosis
del hermoso período anual. (...) Vacaciones no tenía, pero disfraces sí,
¡y qué disfraces! Payaso, pollito, holandés, bailarín ruso, gaucho,
mexicano, sargento americano y teniente argentino. Las fotos atestiguan mi
felicidad y las poses son las de un gordito decidido a ser estrella”
(3).
Santó
Efendi recuerda los carnavales en Villa Crespo: “En verano, el carnaval
diurno servía para refrescarse un poco... a globazos, baldazos y
mangueras” (4).
Máximo
Yagupsky evoca un carnaval bonaerense: “siendo muchacho –estaba en
segundo año del secundario nacional- iba a acompañar a un tío mío que
organizó un remate en la provincia de Buenos Aires, en Maza, cerca de La
Pampa. Era Carnaval. Y en Maza vivían a la sazón muchos italianos. En
esa oportunidad nos han hecho gozar de las canciones líricas italianas
como nadie. Aquella noche de carnaval la pasaron viviendo en Italia”
(5). Notas 1 Orgambide,
Pedro: Hacer la América. Buenos
Aires, Bruguera, 1984, pág. 237. 2 Espinoza,
Enrique (Samuel Glusberg): “La levita gris”, en La
levita gris Cuentos judíos de ambiente porteño. Buenos Aires, BABEL. 3 Pinti, Enrique: “La Argentina según Enrique Pinti. Carnavales
eran los de antes”, en La Nación
Revista, Buenos Aires, 6 de marzo de 2005. 4 Efendi,
Santó: “Una infancia en Villa Crespo”, en SEFARaires
N° 3, julio 2002. 5 Diament,
Mario: op. cit Con
más voluntad que medios, los inmigrantes festejaron en el barco y en la
nueva tierra sus acontecimientos; se incorporaron a la comunidad sin
olvidar por ello sus raíces y sus tradiciones. Junto a sus descendientes
honran, hoy día, la tierra de sus mayores y la herencia cultural que los
vincula a ella, al tiempo que testimonian su gratitud a la Argentina. CV: María González Rouco cursó estudios
en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,
de la que egresó en 1984 con el título de Licenciada en Letras, con
Orientación en Letras Modernas. Ha colaborado en los diarios La
Prensa, La Voz del Interior de
Córdoba y La Capital de
Rosario, entre otros. Colabora en el magazine Argentina
Universal, con sede en Washington, Estados Unidos, y en la revista el grillo.
Es
autora de Inmigración y literatura,
trabajo publicado en el sitio www.monografias.com. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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