Una personalidad descollante tuvo fundamental importancia en el
acercamiento de Mujica Láinez a lo hispánico; nos referimos a Enrique
Larreta, con quien se relacionó, en primera instancia, por motivos ajenos
a la literatura. Los padres y el abuelo materno del autor de Bomarzo
cultivaron la amistad del ilustre hombre de Letras. En el seno de la
familia conoció Mujica Láinez al propietario de “Acelain”, así como
también a Manuel Galvez.
A estos lazos se suman los que, años más tarde, el novel escritor
anudaría con el ya laureado creador. Enrique Larreta presintió los
frutos que surgirían de la delicada inspiración de Mujica Láinez y lo
instó a alimentar esa llama. Testimonios de la afición del escritor
maduro por el joven autor de veintitrés años son las cálidas líneas de
dedicatoria en el retrato de Zuloaga y el soneto “Los versos”, en el
que se vislumbra ya la figura del unicornio.
Poco antes de su casamiento, Mujica Láinez se mudó al petit hotel
adquirido por su padre en la calle O’Higgins, a pocas cuadras de la
residencia de Enrique Larreta. Juntos se los podía ver caminando por las
calles de Belgrano, comentando obras de arte, recordando la historia de
alguna quinta: “La gente se sienta en los bancos y en el césped. Muévense,
en el calor que abochorna al follaje, los abanicos y las pantallas con
caras de niñas bonitas y avisos de refrescos. Todo esto es encantador y
provincial, como es provincial y encantador encontrar a Enrique Larreta en
una calle silenciosa, después del almuerzo, y caminar con él algunas
cuadras”.
La amistad entre ambos fue profunda, a pesar de la diferencia de edades y
de lo disímil de las experiencias que a cada uno había tocado en suerte
vivir. Mujica Láinez siempre subrayó, al hablar de Enrique Larreta, la
superioridad del maestro con relación al discípulo, del amigo mayor con
respecto al joven, y nunca deja de afirmar que no se consideraba merecedor
de tamaña deferencia. Por otra parte, el autor de
La gloria de Don
Ramiro
fue testigo en la ceremonia civil de casamiento del joven
novelista; un nuevo vínculo se agrega a los anteriormente mencionados.
En el año 1938 aparece
Don Galaz de Buenos Aires
, dedicado
a Enrique Larreta. Encontramos en esta obra una doble influencia:
primeramente, en lo atinente al tema y estructura del libro y, en segundo
lugar, una influencia de atmósfera, de culto por lo español, que prendió
vivamente en el adolescente habituado a las culturas inglesa y francesa.
Mujica Laínez nos dice que tanto
Glosas Castellanas
(recopilación de artículos publicados en La Nación), como su primera
novela,
Don Galaz
...., fueron para él “academias”. Esta
expresión alude al aprendizaje que se realiza en artes plásticas,
copiando a los grandes maestros antes de lanzarse a la plasmación de las
propias vivencias.
Según el autor, estas dos obras tuvieron capital importancia en la
formación de su estilo; fueron, bajo la mirada aprobadora de Larreta,
“remedo de la prosa española”. En sus obras posteriores, Mujica Láinez
fue volviendo más flexible este lenguaje inicial, pero nunca llegó a
escribir, como muchos de los miembros de su generación, utilizando el
lunfardo o el lenguaje coloquial. Sólo en algunas de sus últimas obras (
Cecil
,
Sergio
) aparece, muy de vez en cuando, alguna palabra de
nuestro hablar cotidiano. Esta etapa de influencia española fue, a
nuestro criterio, fundamental en la obra de Mujica Láinez; su estilo,
casi cincuenta años después, sigue evocándola.
El autor admite abiertamente la filiación de su primera novela a
la obra máxima de su maestro y amigo. En una conferencia dictada en el
Museo de Arte Español Enrique Larreta, él expresó: “publiqué en
aquellos años un pequeño volumen,
Don Galaz de Buenos Aires
,
tan pariente, en su modestia, del esplendor de
La gloria
,
que yo soñé, con ilusión vana, que sería algo así como su porteña
hechura”.
La influencia de Larreta fue vastísima; abarca tanto el acercamiento a
los español como la utilización de los tan mentados cuadernos de tapa
dura. El autor modernista le enseñó, también, a rescatar los vocablos
antiguos que, merced a la capacidad expresiva de los mismos, se vuelven
irremplazables.
El legado de Larreta se evidencia, fundamentalmente, en la primera obra de
Mujica Láinez, pero muchos elementos, lejos de ser utilizados
circunstancialmente, se incorporan en forma definitiva, por ser la
manifestación de su propio modo de sentir la creación y por estar íntimamente
relacionados con su educación y con la clase social a la que tanto
Larreta como el joven escritor pertenecían.
Tiene capital importancia en la influencia de Larreta todo aquello
referido al movimiento modernista. Este movimiento, surgido en Latinoamérica
a fines del siglo XIX, se caracterizó por un profundo subjetivismo, que
lleva al autor a evocar, veladamente o no, experiencias personales. La
acción de ambas novelas transcurre en un espacio familiar al autor, pues
en él se ha desarrollado gran parte de su existencia: Avila, en lo que
respecta a Larreta, y Buenos Aires, en lo que respecta a Mujica Láinez.
Es característica del modernismo –según R. A. Borello, la tendencia
esteticista. Esta se encuentra profusamente ilustrada en ambas obras. De
Larreta aprendió Mujica Láinez el difícil arte de describir objetos
suntuarios –mármoles, porcelanas, bronces- y también de él proviene
la predilección por los ambientes aristocráticos, lujosos, que en muchos
casos se hallan afeados por la pobreza y la decrepitud. Es también
modernista la preferencia por lo exótico, tanto en su aspecto fantástico
–elfos, ninfas y hadas pueblan las obras de Manucho a lo largo de toda
su trayectoria, como en lo relacionado con lo oriental; la mora Aixa en la
obra de Larreta y el cuarto japonés en
La casa
así lo
demuestran.
En
Don Galaz de Buenos Aires
se perfila ya el autor de los años
posteriores; nos llaman la atención, principalmente, la ironía y el
sarcasmo que caracterizarán su obra de madurez. Si bien en Larreta se
evidencia la censura de los vicios y defectos de la sociedad, la crítica
se hace en un tono acerbo, solemne, especialmente en los pasajes referidos
a la morbosidad con que el pueblo se deleita durante las ejecuciones, en
Toledo. Mujica Láinez, en cambio, satiriza; su crítica está revestida
de una cierta comicidad. Son ilustrativos al respecto los juicios del
autor sobre el poder y sobre el clero en la ciudad virreinal. Su ironía
se evidencia en la caracterización del héroe –o antihéroe-, tan
diferente de la realizada por Larreta.
El tema de lo sobrenatural, tan caro a nuestro autor, aparece en la obra
de Larreta; así como también la afición a la heráldica y la constante
alusión al arte en sus múltiples manifestaciones. Un rasgo aproxima
particularmente a maestro y discípulo: el orgullo de la clara sangre
patricia, declarado reiteradamente en ambas obras. En
Don Ramiro
aparece vinculado al problema del origen impuro; en
Don Galaz
...
es el punto de partida para las burlas del autor sobre el linaje de los
Bracamonte y sus desesperados intentos de figurar.
Quizás por una extraña coincidencia, el castillo en que transcurre la
acción de la obra de Larreta perteneció a la familia de los Mujica, a la
rama abulense: los Mujica Dávila y Bracamonte. Este último es el
apellido de uno de os conjurados en
La gloria de Don Ramiro
y es, también, el de
Galaz
. Un nuevo punto de contacto,
esta vez extraliterario, une a los dos autores.
A partir de lo expuesto podrá observarse que muchos rasgos aproximan a
los dos escritores, aunque Mujica Láinez confirió importantes variantes
Mujica Láinez a una misma materia narrativa. En sus toques originales, en
su peculiar forma de narrar, advertimos que el discípulo admiró la obra
del maestro, y se inspiró en ella, pero sin dejar que tal inspiración
anulara sus propias intuiciones de novel escritor.
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