Baldomero Fernández Moreno y
La Patria Desconocida |
Al
igual que muchos de nuestros escritores, Baldomero Fernández Moreno evocó
sus años de infancia, una edad escindida entre dos tierras, Argentina y
España. Recuerdos de estos años se encuentran en su poesía (1), y también
en su libro en prosa titulado La
patria desconocida (2), publicado por primera vez en 1943, como
anticipo. Quince años más tarde, esta obra se publica en la Biblioteca
Menéndez y Pelayo, de Santander, con estudio preliminar de Gerardo Diego.
En Argentina, La patria desconocida
se edita en un solo tomo con otro volumen, Vida y desaparición de un médico, que había visto la luz en 1935.
Ambos volúmenes se unifican bajo el título de Vida. Memorias de Fernández Moreno. Sobre
el origen de estas páginas autobiográficas, escribe Alfredo Veiravé:
“Poco dispuesto a las obras de pura ficción, después de su madurez y
de haber trasvasado su vida a poesías de todos los días, Fernández
Moreno comienza a ordenar el pasado de su lejana infancia a través de sus
memorias. ‘En vista de que pasaban los años y no se me ocurría nada
–siempre esperando el argumento como una inspiración- me decidí a
emprender esta narración de mi vida’, dirá en el prólogo que puede
leerse en este libro”. A
criterio de Veiravé, “su prosa autobiográfica será un modo, pues, de
ampliar o explicar su vida, con anterioridad al año en que se inicia como
poeta édito”. En cuanto a la relación de esta prosa con su lírica,
anota: “Las obras autobiográficas, en cambio, como si fueran la
contraparte inevitable y necesaria de su obra en verso y de sus aforismos,
se desenvuelven lentamente y crecen en numerosas páginas rescatadas del
pasado, con sus personas, sus paisajes, sus experiencias y circunstancias
entrañables” (3). Un
crítico ha señalado la aproximación existente entre lo autobiográfico
y las efusiones líricas, sin referirse especialmente a la obra de Fernández
Moreno. En la lírica –afirma Guillermo Ara-, se realiza una
“aproximación que inmoviliza el instante y niega por ello el tiempo”;
nos encontramos ante un presente cristalizado ya definitivamente. La lírica,
por otra parte, no sitúa los hechos en el espacio y en el tiempo; ésta
es una diferencia fundamental con las manifestaciones autobiográficas,
donde el parámetro espacio-temporal nunca es olvidado y actúa, por lo
general, como agente estructurador del relato. Lírica y autobiografía,
exteriorizaciones de una misma intimidad se distinguen -afirma Ara-, por
esta diferente atención prodigada al momento y al ámbito” (4). En
el prólogo a sus memorias, Hernández Moreno se refiere a la relación de
las mismas con sus dos patrias, y deslinda la incidencia que España y la
Argentina tienen en ellas: “Son páginas, pues, españolas por el
recuerdo que las informa, argentinas por la mano que las trazó. Por eso
este libro cobra un sentido vernáculo, americano. Y todo aquello en medio
del suspirar por mi patria, por curiosidad, por exotismo, por poesía
naciente, y, por lo que es lo cierto, por indefinible amor hacia ella”. Guía
al escritor el propósito de recordar y ordenar. “Desde luego que no
escribo estas páginas ni para estudiarme yo y mi carácter, ni para
extraer de ellas y ofrecer a los demás lección alguna de moral o grano
de experiencia”, asevera. Dice que dicho propósito se presenta en él
cuando sale de viaje, y considera que es lo que lo impulsa a escribir las
memorias “sensación análoga (...) en previsión de viajes sin
regreso” (5). Su temor a esta última travesía no era infundado, pues
murió súbitamente en julio de 1950. Dos
patrias En
su autobiografía, Fernández Moreno recuerda a sus padres, llegados de la
península y afincados en nuestro país, donde disfrutaron al principio de
una holgada posición económica. Describe la transformación que se operó
en su padre, y afirma que la misma fue completa: “de muchacho aldeano a
rico y conspicuo miembro de una colectividad, fundador de clubes y
protector de hospitales”. En
este libro cuenta asimismo la emigración de sus abuelos maternos. “Es
curioso saber cómo don Simeón Moreno se decidió a
cruzar el mar –afirma-; la gesta de su antepasado es comparable,
a su entender, con la de “aquellos adelantados en cuyas capitulaciones
entraba también el traerse labradores y artesanos para el nuevo mundo”. El
autobiógrafo no se limita a recordar y ordenar, sino que comprende a los
seres que va evocando, sabe de sus penas y sus alegrías. Del sufrimiento
de quienes dejaron su patria, y de la perspectiva con que ese acto se ve
muchos años después, dice: “Viejas navegaciones, viejos dolores, mundo
de adioses y de lágrimas que uno cuenta ahora reposadamente y que parecen
tan inútiles como dichos y exhalados por fantasmas”. Su sensibilidad
ante el desarraigo que padeció la familia lo revela como un hombre
profundamente respetuoso de ese sacrificio. Cuando
Baldomero Fernández, próspero emigrante, regresa a España junto con los
suyos, con intención de quedarse definitivamente, el escritor tenía seis
años. “Un día del año 1892 era recibido a su entrada con alegre estrépito
de cohetes, mientras que un coro de ceñidos danzantes tejía alrededor
del nuevo indiano y los suyos, levantando el polvo, los típicos bailes
del país”, recuerda. Poco
habría de durar la estadía en España. Atrás quedarían los momentos
que el hijo rememora con estas palabras: “Mi padre estaba de levita, muy
atusado de bigote y mosca. No comprendía yo cómo, salido dela aldea tan
pobre como cualquiera de aquellos rapaces que jugaban conmigo, por el
hecho de haber pasado al nuevo mundo, se había transformado en un gran señor”.
La fortuna del progenitor lleva al niño a pensar que todos debían
emigrar y dejar el pueblo vacío. Como él, deben haber pensado los pequeños
amigos que menciona. La
patria desconocida
Desde
España, donde vivió entre los seis y los trece años, el poeta intentaba
forjarse una imagen de la Argentina, que había abandonado siendo tan
chico. Para conformar esta visión desde la lejanía, recurre a diversas
fuentes. Una de ellas es la impresión que recibió su madre cuando arribó
a la ciudad de Buenos Aires. Fernández
Moreno escribe: “La primera impresión de mi madre, que tenía dieciocho
años, y la de todos, fue formidable, ante aquel Buenos Aires chato de
entonces, las veredas altísimas, las calles sin cloacas, así que cuando
llovía se transformaban en verdaderos ríos y los transeúntes eran
pasados a babuchas por alguien que se encargaba de ello. Las revueltas de
la época, las calles empinadas en barricadas, las tropas que a todos les
parecían siniestras después de los atildados soldados europeos. Aquellos
días de lluvia interminables en que ni el pan ni la carne ni otro
proveedor llegaban a las casas. En fin, los tranvías de caballos, con su
cuarta y su corneta, y cuya dulce elegía a nadie he oído exhalar con
tanta nostalgia como a mi madre”. Entre
aromas de café y chocolate, en una tienda de ultramarinos, le muestran un
grabado: “Una tarde me dijeron: esto es Buenos Aires. Era un grabado
desteñido que representaba un caserío bajo, extendido, con torres y cúpulas.
Una banderita flameaba muy contenta y un largo muelle se internaba en las
aguas festivas de veleros. Esta fue la primera visión que tuve de la
ciudad en que había nacido”, evoca. La
comunicación epistolar contribuye a aumentar el aura de fantasía que
nimba a la ciudad, tal como la ve el niño; sobre uno de sus primos y los
ecos de la urbe que éste le transmite, señala: “Entre lo que me
hablaban de Leopoldo y lo que él escribía relatando sus andanzas porteñas,
yo lo veía como un ser fabuloso, como envuelto en un torbellino. Era el
clamor mismo de Buenos Aires que llegaba hasta mi”. De
Buenos Aires le hablan también un cuadro de San Martín partiendo la capa
con un mendigo, y un álbum azul, descolorido: “Era un álbum de la
escuadra argentina y yo doblaba sus páginas con mucha curiosidad y
respeto. Me aprendía los tonelajes, el número de cañones y los nombres
de los barcos, que me sonaban un poco raros”. Confuso sentimiento le
despertaba el Himno, difícil para su corta edad: “Yo debo confesar que
no lo comprendía en toda su majestad, ni el por qué de aquel grito de
libertad tres veces repetido, ni sabia nada del dolor y la sangre
derramados en montañas y en llanuras”. El
espíritu del niño se veía invadido por dos patriotismos; evoca la
situación en las líneas en las que se refiere a las banderas argentina y
española: “Yo vacilaba entre las dos banderas –comenta-: la azul y
blanca de mi imaginación, y la roja y gualda que veía en todas
partes”. Con
estos elementos de diferente procedencia, había creado el niño la imagen
de “la maravillosa metrópoli de mármol, llena de helechos y
gallardetes, y donde no debía haber más que oro y plata”. Poco tiempo
después, se encontraría caminando por sus calles, confrontando la
realidad con la fantasía. ***************************** La
inmigración –asunto tratado por Baldomero Fernández Moreno con mucha más
riqueza de matices que la que podemos reflejar en esta nota- es sólo uno
de los temas sobre los que se expresa en La patria desconocida. El lector encontrará también en esta obra
referencias a la familia, a la religión, a la naturaleza, a la
literatura, a la educación, a los amigos, la muerte, la guerra de Cuba,
las ciudades y los pueblos. Sobre todo ello puede escribir sin “perdonar
ningún detalle”, creando estas “memorias de lo vulgar, de lo
polvoriento, de lo menudo, a las que apenas si los años les dan un
reflejo tímido de púrpura y de oro. Un libro casi para los hijos. Porque
no se es otra cosa que un puentecillo tembloroso para que ellos pasen al
futuro”. Notas 1.
Fernández
Moreno, Baldomero: “Inicial de oro”, en Cantan
los pueblos americanos. Selección de Germán Berdiales; ilustraciones
de David Cohen. Buenos Aires, Ediciones Peuser, 1957. 2.
Fernández Moreno, Baldomero: La
patria desconocida. Buenos Aires, Kapelusz. 3.
Veiravé, Alfredo: “Estudio preliminar”, en Fernàndez Moreno,
Baldomero: La patria desconocida.
Buenos Aires, Kapelusz. 4. Ara, Guillermo: Vida y testimonio del escritor argentino. Trabajo inédito. 5. Fernández Moreno, Baldomero: “Prólogo” a La patria desconocida.. Buenos Aires, Kapelusz |
María González Rouco
Lic. en Letras UNBA, Periodista
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