Arcuschín, Maria:
De Ucrania a Basavilbaso. Buenos Aires, Marymar. Por María González Rouco |
Quizás
el nombre de Maria Arcuschín no sea muy conocido en el ámbito literario,
pero si lo es en el seno de la comunidad judía, donde desarrolló una
vasta labor. La autora, descendiente de judíos ucranios, nació en
Basavilbaso, donde cursó sus primeros grados escolares. Más tarde,
completó allí su formación docente, en el colegio Domingo Faustino
Sarmiento, bajo la dirección del profesor José Monìn, quien luego,
radicado en Israel, asumiría el cargo de director del Departamento de
Psicología del Tecniòn de Haifa. Tiempo
después, radicada en Buenos Aires, se desempeña como educadora en
distintos organismos de enseñanza. Fue la primera maestra del Hogar
Infantil Israelita Argentino, pasando luego a ejercer la dirección del
mismo. También le interesaron otros campos del saber: en 1955 egresó de
la Escuela de Floricultura de la Facultad de Agronomía de la Universidad
de Buenos Aires, y en 1963 pasó a ocupar la ayudantía en la cátedra de
Parques y Jardines. En esta especialidad, se destacó publicando diversos
artículos sobre el tema y actuando como jurado en la Sociedad Rural
Argentina. En
De Ucrania a Basavilbaso, rinde
homenaje a sus antepasados y a quienes llegaron a América en busca de
libertad y paz, al tiempo que narra su propia vida en el seno de la
colectividad. José
Isaacson, prologuista de la obra, comenta que “La autora de la crónica
relata sencillamente, sin pretensiones literarias que la desviarían de su
propósito esencial, y sus conjeturales hallazgos estilísticos, paradójicamente,
malbaratarìan la fluidez de su escritura. Su mayor acierto, quizás, sea
esta sencillez distante de la simplicidad. Esta modulación le permite
alcanzar la sinceridad sobre la cual edifica su homenaje a quienes con
ella, compartieron la tarea de colonizar la pampa gringa”. En
la línea de Los gauchos judíos,
las paginas de Arcuschín tienen un hondo valor ético y social, pues la
cronista evoca, con una visión adulta de su pasado, la gesta de
esforzados inmigrantes y los ecos que tuvo en los argentinos. En la obra
de la entrerriana se observa la incidencia del momento histórico y el ámbito
geográfico en los personajes, la presencia de la autora en el texto, la
religión y la educación, el trabajo y las diversiones, como así también
las reiteradas agresiones que sufrió la colectividad, y el efecto que
causaron en la escritora y su familia. Arcuschín
relata la epopeya de sus mayores, quienes debieron emigrar, en tiempos del
Zar Nicolás II. Recuerda los relatos familiares sobre la razón que los
llevó a dejar su tierra: los antepasados “”Fueron casa por casa,
puerta por puerta alertando sobre el peligro del próximo pogrom y la
urgencia de partir hacia América en busca de libertad y de paz”. Emprendieron
una dura travesía:
“Los niños, más pequeños, con la inestabilidad propia de su edad y
desconociendo los peligros, corrían de popa a proa, perseguidos por sus
hermanos mayores. Todo lo querían curiosear. Hasta que, atacados algunos
por estados febriles, quedaban atrapados en sus cuchetas, sin darle
descanso a los mayores, con sus llantos y quejidos. Todo se soportó
estoicamente” A
principios del siglo XX llegaron, vía Hamburgo, a Buenos Aires, que, por
ese entonces, era “chata, de casas bajas, con un puerto pequeño y muy
pocos medios de transporte”. Durante cinco días permanecieron en el
Hotel de Inmigrantes, para emprender luego el viaje hacia Basavilbaso,
provincia de Entre Ríos; al llegar, la JCA –Jewish
Colonization Association- los distribuyó en distintas colonias
agrarias. La familia de Arcuschìn se estableció en Escriña, pequeño
poblado a quince kilómetros de Basavilbaso, “semidesierto, falto de
vegetación y con tierras donde la mano del hombre nunca había hundido la
reja del arado”. Allí es donde comienza la verdadera historia. Las
familias lucharon denodadamente para lograr un digno modo de vida. Las
inclemencias climáticas los agobiaban, las jornadas de trabajo comenzaban
al amanecer y requerían la colaboración de todos los miembros de la
familia. Poco a poco comenzaron a verse los frutos de su abnegada dedicación:
crearon una escuela y una sinagoga, la Cooperativa Agraria abrió sus
puertas. Nacían los hijos y, en ese clima de paz y bienestar, formaban
sus propios hogares. Deseaban integrarse a la sociedad, ser ciudadanos,
pero debieron sufrir las agresiones de gente sin escrúpulos. La
protagonista, Feñe, y su marido, vivieron sus primeros tiempos de
matrimonio en una época muy dura; se avecinaba la Primera Guerra Mundial
–estamos en 1913- y debieron tentar suerte en la capital, donde se
establecieron como comerciantes. Pero tampoco aquí tuvieron suerte; Feñe,
embarazada, volvió a Entre Ríos, donde nació su primera hija, en 1914. La
narración continúa, evocando tanto fracasos como alegrías. Los
nacimientos, las muertes, la prosperidad económica, la falta de
asistencia médica, constituían la realidad cotidiana de estos esforzados
inmigrantes, comparable -salvando las distancias- a la de muchos
extranjeros provenientes de otras naciones. Junto
al deseo de arraigar se evidenciaba la intención de mantener vivo el
recuerdo del país de origen; las tradiciones se transmitían de padres a
hijos, uniéndolos en un legado común. La patria nueva y la que debieron
abandonar gozan por igual de la veneración de los personajes. “¡No
olvides que estamos en América! –dice uno de ellos-. Acá vivimos en
paz. Nuestros hijos pudieron haber nacido allá. Pudieron haber sido
esclavos. En cambio hoy son libres, son el futuro de este país
hospitalario que recibió a sus padres”. Los
momentos más logrados de la narración son –a nuestro criterio-
aquellos en los que se evocan las costumbres hebreas en el marco de la
apacible naturaleza entrerriana; ‘June y Soro-Leie’ y ‘Pesaj’ son
los capítulos en que el casamiento y la festividad de la Pascua aparecen
en toda su espléndida sencillez. Acerca
del Pésaj, escribe: “Para dicha festividad, nuestra casa se pintaba íntegramente
y se cambiaba la vajilla. Todo tenía que ser renovado. Simbólicamente
puro. Al despertarnos por la mañana, y ver todo distinto, nos daba la
sensación de vivir en una casa nueva. Por la noche empezaba la
festividad. Nuestros padres regresaban de la sinagoga, vestidos con sus
mejores ropas (...) La mesa estaba puesta con sus mejores galas, iluminada
por dos candelabros ubicados en el centro.. Un botellón de grueso cristal
dejaba ver el vino que papá había preparado meses antes, haciendo
fermentar la uva cultivada en el huerto casero. Esta era depositada en
damajuanas colocadas en la galería, y así con el calor del sol
fermentaban y se convertían en zumo exquisito. Mamá llenaba las copitas
destinadas a cada uno de nosotros y para los invitados que rodeaban
nuestra mesa, sobrinos cuyos padres habían muerto. Compartían nuestra
cena y disfrutaban el significado de los festejos. A la cabecera, en medio
de las copas de papá y mamá, se destacaba muy especialmente una copita
de plata, cuya trayectoria fue muy larga. Viajó desde Ucrania traída
celosamente y guardada en una caja, como una preciosa carga destinada a
continuar la tradición”. Celebraciones
de otra índole también congregaban a los inmigrantes: los Carnavales,
con sus coloridas serpentinas, y el 25 de Mayo, que se conmemoraba con
carreras de sortijas a las que los extranjeros acudían entusiasmados. En
su narrativa, María Arcuschìn relata la historia de un pueblo al que ama
entrañablemente, y al que debe mucho de lo que llegó a ser como ser
humano y como profesional. La colectividad judía, hábilmente retratada
en su obra, tiene muchos rasgos en común con otras colectividades que,
desde lugares remotos del mundo, llegaron al país en busca de la dignidad
que, por distintas razones, no podían tener en sus tierras de origen. En
este cúmulo de inmigrantes, sin embargo, los extranjeros presentados por
Arcuschìn son indudablemente típicos. La
evocación del paisaje provinciano es otro de los tributos que la
narradora ofrenda a la Patria que acogió a sus mayores; con suma
habilidad pinta escenas de cálida nostalgia, como la que transcribimos:
“Las casas con sus techos de tejas rojas, los cercos de madera, bajitos
y pintados de blanco, prolijos canteros florales e impecables canchas de
tenis con pisos de roja grana”. Este era el barrio residencial de los
ferroviarios ingleses, “un pedazo de las afueras de Londres injertado en
Basavilbaso”. La
forma en que Arcuschìn alude a sí misma no es siempre idéntica. El
punto de vista varía, pasando de primera a tercera persona; eso
posibilita que la veamos desde afuera, como la niña que fue, y que
compartamos -cuando habla en primera persona- sus recuerdos de adulta. La
primera frase de la obra ya la involucra, pues María se presenta como
nieta de los inmigrantes, evoca su nacimiento en la Colonia Nª 10 y rinde
a su madre “un merecido y postrer homenaje publicando esta historia de
sabor a veces amargo, pero con el mensaje del amor a la tierra”. La
escritora no se describe físicamente. Sí nos dice que quería estudiar,
y que recuerda. Vemos que repite “guardo en mi memoria”, “perduran
en la memoria”; estas frases la muestran como depositaria de una tradición
que ella quiere llevar al papel para que sus descendientes la conozcan. Aparece
en el relato como un personaje más en el grupo integrado por los siete
hermanos; no busca destacarse ni centrar en su persona la narración, pues
la misma está destinada a evocar la vida de la madre, una mujer virtuosa
que vio compensadas sus privaciones con el gran cariño que le profesaron
sus hijos. Muestra
la trayectoria que ella realizó empezando “desde abajo”, llorando
porque un mundo de hombres le impedía acceder a la instrucción. Con
esfuerzo y constancia, pudo vencer muchas marginaciones: ser mujer, ser
judía y ser provinciana. En la obra, la cronista aparece ya adulta,
ejerciendo la docencia. En esta actividad se observa una constante de su
carácter: su voluntad de crecer profesionalmente. Este anhelo podría
haber quedado en la nada, en su lejana infancia entrerriana. En
este libro encontramos un aporte histórico, y también ético. Saber
escribir es un don, y un trabajo, y utilizar esa capacidad para transmitir
valores engrandece el propio espíritu y el de quienes leen estos textos
con la inteligencia y el corazón. Arcuschín no es una escritora formada a la luz de los principios estéticos y académicos. Es un espíritu abierto que continúa una tradición. |
María
González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista
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