Cuando advenga la nueva generación humana, verá en el horizonte la luz deslumbrante de la obra del franco-búlgaro Tzvetan Todorov, lingüista, filósofo, crítico y teórico literario, uno de los intelectuales más destacados de la segunda mitad del siglo XX, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008, autor de libros fundamentales como Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Los géneros del discurso, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje –en coautoría con Oswald Ducrot–, Mijaíl Bajtín: el principio dialógico, La conquista de América y El hombre desplazado, entre otros libros. Nada de lo humano le era ajeno a este intelectual de curiosidad insaciable. Podía estudiar el formalismo ruso y pasar a explorar la filosofía del lenguaje. Sus intereses se orientaban a la pintura flamenca del renacimiento –para ensayar sus hipótesis sobre el individuo– como hacia la obra de Francisco de Goya, a quien consideraba “un pensador de la altura de Goethe y Dostoievski”. Un perfil de Edward Said le permite reflexionar sobre la compleja relación que mantiene el ser humano con los otros. Escritores como Vasili Grossman, Oscar Wilde y Rainer Maria Rilke le dieron materia prima para indagar sobre las experiencias totalitarias en los campos de concentración, pero también acerca de la libertad, dos de sus obsesiones temáticas. Resulta imposible dar cuenta de la inmensa y diversa paleta creadora de este gran pensador sin caer en reduccionismos atávicos. Leer y escribir fueron las grandes pasiones de Todorov, que murió ayer a los 77 años en París.

Todorov nació en Sofía (Bulgaria) el 1 de marzo de 1939. Aunque estudió filología eslava en su ciudad natal y tuvo entre sus primeros maestros nada menos que al lingüista y teórico ruso Roman Jakobson (1896-1982), a los 24 años decidió rumbear hacia Francia. Llegó un día de 1963 a las 6 de la mañana a París, con una maleta y una pequeña asignación mensual otorgada por un pariente para que estudiara por un tiempo. No quería ser novelista ni poeta, pero sabía que quería hablar de literatura, como lo venía haciendo en Bulgaria, donde se había ocupado del carácter material de la literatura, de su carácter verbal. Hasta que conoció a Gerard Genette, uno de los creadores de la narratología, que pronto se convertiría en una especie de hermano mayor de Todorov, el hombre que lo guió y lo llevó hasta Roland Barthes (1915-1980) y de ahí a la revista Tel Quel, que dirigía Phillipe Sollers. Estuvo más cerca del estructuralismo -integró el círculo de estructuralistas franceses agrupados en torno a la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París- que surgió como una alternativa al pensamiento marxista. Pero entre los estructuralistas había también marxistas como Louis Althusser (1918-1990). “Lo que para mí fue entonces un misterio era que gente que consideraba libre e inteligente simpatizara con un régimen del que yo había huido –recordaba Todorov en una entrevista–. En París no había hambre sino abundancia; no existía un Estado represivo, había libertad. Así que me producía la mayor de las perplejidades que algunos defendieran un sistema totalitario”.

Todorov impartió clases en la École Pratique des Hautes Études, en la Universidad de Yale, en Nueva York, en Columbia, en Harvard y en California. Entre otros reconocimientos, fue distinguido con la medalla de la Orden de las Artes y de las Letras en Francia y el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008, además del Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon, el Premio Charles Lévêque de la Academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia y el Premio Maugean de la Academia Francesa. Desde 1987 dirigía el Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje del Centre National de la Recherche Scientifique 

Todorov ha publicado más de 40 libros que han sido traducidos a 25 idiomas, entre los que se destacan títulos como Elogio de lo cotidiano, El jardín imperfecto: luces y sombras del pensamiento humanista, La fragilidad del bien: el rescate de los judíos búlgaros, El nuevo desorden mundial, Los aventureros del absoluto, El espíritu de la ilustración, El miedo a los bárbaros, La experiencia totalitaria, Vivir solo juntos y Los enemigos íntimos de la democracia. “No existe deber de memoria en sí; la memoria puede ser puesta tanto al servicio del bien como del mal, tanto utilizada para favorecer nuestro interés egoísta como la felicidad de los demás. El recuerdo puede permanecer estéril, extraviarnos incluso. Si se sacraliza el pasado, se impide comprenderlo y obtener de él lecciones que se refieran a otros tiempos y otros lugares, que se apliquen a nuevos protagonistas de la historia. Pero si, por el contrario, se lo banaliza, aplicándolo a nuevas situaciones, si se buscan en él soluciones inmediatas para las dificultades presentes, los daños no son menores: no sólo se disfraza el pasado, se desconoce también el presente y se abre el camino a la injusticia”, planteaba hacia el final de Memoria del mal, tentación del bien (2002).

“Desde finales de la Guerra Fría, la democracia en Europa está sometida a numerosos peligros. Y la mayoría de ellos no procede del exterior, sino de las reglas y mecanismos de la propia democracia, que se han llevado al extremo de la perversión extenuando el sentido original del sistema moderno”, advertía Todorov sobre una cuestión crucial también para las democracias en América Latina. El lingüista y filósofo alertó sobre las tendencias totalitarias en democracias contemporáneas: la xenofobia, la falta de pluralismo y la expulsión de los inmigrantes. “En la sociedad actual estamos exagerando el miedo a los otros. Y ese terror a los que consideramos bárbaros nos convierte en bárbaros a nosotros. Este miedo a los inmigrantes, al otro, a los bárbaros, será nuestro gran primer conflicto en el siglo XXI”, anticipó Todorov en una entrevista en 2010, mucho antes de las crisis de los refugiados en varios países de la Unión Europea y el auge de la extrema derecha. Como intelectual que fue joven en una Europa dividida por el Muro y la Guerra Fría, intentó escapar de los maniqueísmos y el pensamiento dicotómico para buscar concertar cuestiones que a priori resultaban inconciliables. En uno de sus ensayos citó una frase de la etnóloga francesa Germaine Tillion (1907-2008), sobreviviente de un campo de concentración nazi de Ravensbrück: “No se prepara el porvenir sin aclarar el pasado”. 

Aunque Bulgaria no fue una dictadura tan terrible como la de la Unión Soviética, lo que pasó en la Alemania nazi y en la Rusia de Stalin fue su objeto de análisis en varios libros, especialmente en el último que publicó: Insumisos (2016). En un poco más de 200 páginas, el intelectual búlgaro-francés demuestra cómo Etty Hillesum, Germaine Tillion, Boris Pasternak, Aleksandr Solzhenitsyn, Nelson Mandela, Malcolm X, David Shulman y Edward Snowden no cedieron a las presiones de regímenes totalitarios. Una pregunta recorre la médula espinal de su último ensayo publicado en español: ¿Las barbaries de la historia son idénticas?  “Todos los bárbaros no son idénticos. Lo que los distingue es que niegan la humanidad de los demás, a los que maltratan, odian y excluyen de la comunidad humana. Los nazis y los gobernantes de la Rusia comunista no eran lo mismo; tenían muchas diferencias. Pero los unía el odio al otro, al que no los obedecía”. Todorov nunca se presentó como un titán del anticomunismo ni pretendía ser paladín de la lucha por la libertad como una abstracción. “Yo vivía un régimen estricto y terrible, pero nunca me arrestaron ni me llevaron a prisión –aclaraba sobre sus años en la Bulgaria comunista–. No soy un héroe que se haya opuesto al poder totalitario de grandes enemigos”.