El compositor Marc Chagall por Pablo Espinosa
Marc Chagall obra "El Triunfo de la música" |
¡Ya es de noche! Estrellas azules. Tierra violeta. Ocho palabras. Un punto y seguido y tenemos: un óleo de Chagall. Déjá la nuit! Étoiles bleues. Terre violette. Es una pincelada extraída de Ma Vie, la autobiografía de Marc Chagall (1887 / 1985), un pintor que hizo música con un instrumento peculiar: su pincel. No solamente los violinistas volantes, las cabras con violín, las novias musitantes. Todo en Chagall es música. Sus óleos vibran de manera semejante a como vibra una sonata. Sus murales se mueven igual que una sinfonía de Bruckner (altos oleajes, vastos firmamentos, movimiento sin fin). Sus dibujos a lápiz son partituras vivas. Sus colores confieren valores espirituales: azul para la paz y esperanza de La flauta mágica de Mozart y las cúpulas de Moscú que circundan los personajes de Boris Godunov de Mussorgsky; verde para el amor como el matiz dominante en Tristán e Isolda de Wagner y en Romeo y Julieta de Berlioz; el rojo y amarillo del misticismo y éxtasis en El pájaro de fuego de Stravinsky y Dafnis y Cloe de Ravel. Esos elementos viven el mural imponente que corona el cielo interior, la cúpula de la Ópera Garnier de París, por encargo de André Malraux, ministro de Cultura de Charles de Gaulle, que el pintor realizó febrilmente, encerrado durante días y días, su camisa empapada en sudor mientras de un tocadiscos emergía la magia de la Sinfonía Júpiter de Mozart, su compositor favorito. |
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Jackie Wullschlager ( Chagall: A Biography) recoge el testimonio de Izis, el único fotógrafo a quien se permitió documentar el proceso de trabajo en la Fábrica de Gobelinos, puesta a disposición entera del pintor: “la atmósfera era impregnante y me evocaba el espíritu de los talleres del Renacimiento, con inmensos óleos en el piso y las paredes. Y maquetas en los caballetes. Él trabajaba enfebrecido en su blusa blanca y la música de Mozart emanaba de un tocadiscos”. Azul para Mozart, verde para Wagner, blanco para Debussy, rojo para Ravel. Cuando Chagall pintaba, de su tocadiscos manaba música de Mozart, Bach, Ravel y Stravinsky. En 1966 pintó en la Metropolitan Opera House de Nueva York el intenso mural El triunfo de la música (tempera, gouache y collage sobre papel encolado, sobre papel coreano) y otro más: Los orígenes de la música. Por cierto, su popularidad en Estados Unidos está ligada con la música: Boris Aronson, con quien Chagall trabajó en el Teatro Judío de Moscú, donde hizo la Caja Chagall, montó en Nueva York el musical Fiddler On The Roof que nada tenía que ver con él, pero se le asoció porque el diseñador, Aronson, usó sus imágenes del gran mural de Moscú. Desde entonces El violinista en el tejado se asocia en el imaginario colectivo con Chagall. Oír colores. Ver sonidos. El compositor Olivier Messiaen (1908 / 1992) era sinestésico. En sus obras podemos oír colores y ver sonidos. Pero no se necesita ser sinestésico para oír colores y ver sonidos. Las bodas del ojo con el oído, celebradas en la poesía de Robert Bly, rebasan toda teoría. En su autobiografía, Chagall anota: “Dirige mi mano, toma el pincel y, como un director de orquesta, llévame a las lontananzas por conocer”. Leonardo da Vinci tocaba la lira. Henri Matisse, Paul Klee y Vasili Kandinski tocaban el violín. De hecho, Kandinski proclamaba: “un cuadro debe estar compuesto como una sinfonía y debe percibirse como una sinfonía de los sentidos y de los colores”. |
En su libro El señor Corchea, Debussy habla de una partitura de orquesta como si fuera un cuadro. La manera de orquestar de Beethoven asemeja una paleta blanco y negro con gradación exquisita de grises. Marc Chagall cuando niño soñaba con ser músico. En su casa siempre había música, que hacía con sus hermanos. Y había música en su aldea, Vítebsk, que puso a sonar en sus cuadros. En su autobiografía narra los días de mercado, cuando la pequeña iglesia, sofocada, vibra debido a la multitud... alrededor todo se agita, grita, apesta. Los gatos maúllan. Los gallos en venta cacarean, perfiladas sus figuras en los canastos que los contienen. Los cerdos sueltan chillidos. La prosa de Chagall: “Los colores relucientes revolotean en el cielo. Pero todo vuelve a la calma con la noche. Los iconos colgados en las paredes cobran vida. Las lámparas relucen nuevamente. Las vacas duermen en sus establos, roncan sobre el estiércol y las gallinas sobre las vigas guiñan maliciosamente los ojos. “Los marchantes —sigue Chagall— cuentan sus ganancias sobre la mesa, bajo la lámpara. Los senos de las muchachas, temblorosos, rebotan, lechosos, ellas languidecen en los rincones. La luna, clara como un encantamiento, da vuelta sobre los tejados y yo, solo, soñador, soy el único sobre la plaza”. Música de bodas para el ojo y el oído, una marcha de palabras, de imágenes. La biografía de Chagall es como un cuadro de Chagall, apunta el poeta Alberto Blanco. Chagall es el pintor de los que sueñan, hace notar la pintora Olivia González: “Cuando adolescente Chagall me hizo saber que yo no era la única soñadora de vuelos. Mientras yo tenía prácticas de vuelo en mis sueños, Chagall trascendía en vuelos con su pintura”. Chagall, acierta Olivia, es como Mozart, un mago extraordinario que nos conecta a universos arquetípicos. No en balde era su compositor favorito. |
Cuando niño, en la noche, Chagall reflexionaba y escuchaba esta música: “Toda la gente del pueblo se va a dormir. Pero junto a la plaza del mercado crece, hacia lo lejos, la música del jardín público. Paseamos: Los árboles se acarician, se inclinan en la oscuridad, las hojas murmuran”. Por eso su vocabulario está compuesto por vacas, cabras, jamelgos, novias que vuelan y portan en su diestra ramos de flores del campo, novios que se besan todo el tiempo, violinistas, artistas del trapecio, bailarinas. Sueños. Vuelos. Música. Las bodas del ojo con el oído consisten en vibraciones. La unidad más íntima, más pequeña de los humanos no son las células sino brevísimas fibras, filamentos que vibran. Y la música físicamente no es otra cosa que vibración. Buena vibra. Por eso los óleos de Chagall vibran siempre. Suenan. Son música. “Cuando Chagall pinta —decía Pablo Picasso— no se sabe si mientras tanto duerme o sueña. Debe de tener un ángel en algún lugar de su cabeza”. Y es que Mozart, decía Paul Klee, es “la encarnación ideal del ser divino y creativo” y la música, añadía, “para mí es una amada embrujada”. |
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En 1920, en poco más de un mes de trabajo febril, Chagall utilizó colores radiantes para crear una serie extensa de obras que cubrieron prácticamente el auditorio del Teatro Judío en Moscú, que de inmediato se dio en llamar la “Shagalovsky sal” o la “Caja Shagall” cuyos temas son la música, la danza, el drama y la literatura, que se celebraban en ese teatro. El amor, el éxtasis, la luz, los rituales religiosos, el ritmo del arte y de la vida vibran en esos murales. Las bailarinas de Degas, las danzantes desnudas de Matisse, los ángeles-músicos, éxtasis bañado en oro, de Fra Angelico, el óleo sobrecogedor de Klimt titulado La Musique. Los relatos en óleo de Chagall producen el efecto de una flama que se prende y apaga al mismo tiempo. Su olor es el olor del sueño. “En la oscuridad de las noches —escribió Chagall— me parecía que no eran sólo los olores sino toda una manada de felicidad volando en el espacio”. Describía el enigma de sus pinturas: “el viejo abuelo carnicero canta mientras su hijo toca el violín frente a la ventana, de cristales sucios, cubiertos de gotas de lluvia y marcas de dedo. Y detrás de la ventana, la noche, y detrás de esa casa, el vacío, los espíritus. Pero el tío toca el violín. ¡Ya es de noche! Estrellas azules. Tierra violeta”. Sus apuntes de infancia: “amo la música de bodas, el sonido de sus polkas y sus valses”, sus sueños infantiles: “seré cantante, entraré al Conservatorio. En nuestro corazón habita un violinista. Seré violinista. Entraré al Conservatorio. Seré bailarín. Día y noche escribiré versos. Seré poeta. Entraré al Conservatorio”. Hasta que un buen día (“y todos los días son buenos”), mientras su madre metía el pan al horno, se acercó a ella que pulsaba la pala, la tomó del codo lleno de harina y le dijo: “mamá, quiero ser pintor”. Nunca perdió su sensibilidad de niño, como tampoco lo hizo Mozart. Su obra es contemporánea de la de Kafka. Comparten en su creación artística lo absurdo, lo mundano y lo espiritual, en constante choque y vibración. Viajaba. Su pasión también era viajar. Algunas veces solamente para aprender de otros maestros. Por ejemplo, de los coloristas venecianos Tiziano y Veronese y en consecuencia sus obras adquirieron mayor belleza sensual, un estilo maduro lleno de pathos. También apreciaba la influencia de El Greco. |
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André Breton llegó a decir: “el arte de Chagall es el más mágico de todas las eras. Sus colores transforman las tormentas del mundo moderno y preserva el ingenio de tiempos antiguos en su manera de delinear el principio básico del placer proclamado por la naturaleza: flores, amor”. 1963, Bailarina, dibujo a lápiz. Pocos trazos, gruesos, gráciles. Ella baila y sostiene en lo alto un ramo de flores de campo en la mano derecha mientras la izquierda avanza, el brazo extendido, hacia el vuelo. ¿Sueños en blanco y negro los dibujos a lápiz? ¿Sueños en color los murales? Cuando Van Gogh recibió clases de piano le dijo al profesor que las notas eran entre azul oscuro y amarillo. El profesor pensó que Vicente estaba loco. Azul para Mozart, verde para Wagner, blanco para Debussy, rojo para Ravel. Los colores de Chagall son vívidos, vibrantes, únicos. Siempre sorprenden. En la tradición indotibetana se sabe desde hace siglos que todo lo que percibimos en el universo tiene un color, o lo experimentamos teniendo un color. |
Explica el monje budista Sangharákshita: “No solamente todo posee un color sino que además parece estar vivo e irradiando el color. Debido al hecho de que lo que percibimos tiene un color, todo nos afecta de una manera particular, que tan sólo podemos describir como emocional”. Podemos preguntarnos, prosigue, si acaso los colores tienen un efecto en la forma en la que nos sentimos. “Para darnos cuenta de que es así, sólo tenemos que imaginar cómo nos sentiríamos si se transpusieran los colores; tenemos que pensar cómo nos sentiríamos si, por ejemplo, camináramos bajo un cielo verde pálido, sobre un césped rojo o al lado de un río amarillo. Estoy seguro de que nuestra experiencia sería muy diferente”. Así los colores de Chagall. Los transpone, los mueve, los utiliza de manera tal que frente a sus cuadros experimentamos cosas muy diferentes de lo que produce alguna obra de un paisajista fiel al color original. Es así como los colores de Chagall mueven las moléculas. Vibran. Suenan. Marc Chagall se propuso cuando niño convertirse en músico. Un buen día, porque todos los días son buenos, le dijo a su madre que quería ser pintor. Sus temas: el amor, la memoria, los sueños. Sus colores: los sonidos. Fue de esa manera como Marc Chagall se convirtió en un compositor. |
por Pablo Espinosa
Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México 146 / columnistas / Abril de 2016
Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México
Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/7490e393-310d-4f36-8212-03d085941671/el-compositor-marc-chagall
Ver, además:
Un recuerdo para Chagall - El pintor que ubicó la figura en el espacio, por Eduardo Vernazza (Uruguay)
Editado por el editor de Letras Uruguay
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