Hamm es un sujeto con discapacidades
visuales y físicas, además de una recia personalidad, que lucha
denodadamente por someter al sirviente Clove, a quien aquel recogiera
desde que era un chico.
Si analizamos —desde una óptica
eminentemente psicopatogénica— ese vínculo enfermizo establecido entre
los dos personajes no queda otra alternativa que clasificarlo como una
relación simbiótica o sado-masoquista.
Para que ese tipo de relación se produzca es requisito indispensable que
el «victimario» domine a la «víctima» y esta experimente placer o
complacencia por el hecho de ser sometida a los caprichos o deseos de
quien lo subyuga o maltrate de obra o de palabra (como es el caso).
Dicha situación se prolonga, en el tiempo, hasta que la persona que
desempeña el papel de «víctima» se rebela y le pone punto final a ese
morboso vaso comunicante que los ata, y que no está signado por el amor
o la compasión, sino por los más enrevesados mecanismos psíquicos.
En ese contexto audiovisual, Clove duda acerca de si dejar a su «amo» o
abandonarlo a su libre albedrío, pero el implacable dios Cronos está en
su contra. En consecuencia, entabla una lucha entre el yo y el superyó,
en la que resulta victorioso el primero, y por fin, logra independizarse
de la persona que, al parecer, disfruta torturándolo mentalmente.
Desde luego, la ida definitiva de Clove equivale a la desaparición —más
espiritual que física— de Hamm.
El elenco está integrado por los primerísimos actores y actrices Frank
González (Hamm), Osvaldo Doimeadiós (Clove), Premio Nacional del Humor,
Elsa Camp y Pedro Díaz Ramos (los padres de Hamm), quienes desempeñan el
papel de «espectros vivientes» y solo aparecen en escena cuando el
vástago los convoca.
Por otra parte, hablar de la excelencia artístico-profesional de esos
cuatro gigantes de las tablas insulares y de mucho más allá de nuestras
fronteras geográfico-culturales es insultar la inteligencia del lector.
¿Por qué? Porque hay verdades que tratar de explicarlas constituye una
flagrante agresión perpetrada contra el intelecto humano y el sentido
común, que es el menos común de todos los sentidos.
En los diálogos, densos y difíciles de entender y asimilar por parte de
quienes, en el teatro, en la pantalla chica o en el séptimo arte,
prefieren lo obvio, lo directo, se encuentra —sin duda alguna— la
principal fuerza dramatúrgica de Final…
Si bien, en ocasiones, hacen esbozar una sonrisa en el espectador
avezado, se caracterizan por la profundidad de sus planteamientos,
porque en la cosmovisión sustentada por los personajes, se desarrollan
medulares temas filosófico-existenciales, que no obstante su hondura, no
cansan o aburren al auditorio. Al contrario, lo mantiene en tensión
hasta que se produce el desenlace final.
Estoy seguro de que Final…, de Consuelo Ramírez Enríquez,
constituye un valioso aporte que la realizadora habanera le hiciera al
patrimonio audiovisual cubano.
Nota
Entrevistada en la sección Diálogos:
Consuelo Ramírez Enríquez:
la narración literaria y la realización cinematográfica son mis grandes
amores
|