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cada vez que vuelvo a ese cubo de luz en donde
flotan tus ojos submarinos
cada vez que intento devolverme a tu traje de acuanauta y a tu músculo
ceñido
y que regresan las tardes de intrépidas tormentas
y mi entonces pequeño cuerpo atiborrado de cables telefónicos en una estéril
cabina de un pueblo del sur
cada vez que reanudo la muerte de la amiga
el raso púrpura que te endulzaba el semen derrochado
o cada vez que tu dedo interminable merodea esta silla que ahora me deleita
cada vez que en posiciones extremas los ojos incautos de los vecinos se
impregnan en el vidrio, en la maceta cómplice
cada vez que me zambullo en la opulenta carne que aún bebemos gota a gota en
lo que se sueña
cada vez que en tu diáfana ingle de aguardiente me rozas la vida la urgencia
las amarras
(era el tiempo imprevisto,
el tiempo de la cadena que aún luzco en noches de fiesta,
era tu pierna erecta como un mástil de fiebre,
el incesante automóvil hacia el hotel que todavía nace en el sur,
la duermevela con que adherimos nuestros cuerpos a través de kilómetros de
espera,
el tibio escozor de aquello que perdura aunque nos duela)
cada vez que trago lo que extraigo de tu densa piel después del mar
sé que alguien conspira contra el mundo
y grita que no debo
sin embargo
yo me acerco a mi acuática mochila para olerte
como se huelen los búfalos antes de aparearse
como se huelen las camisas aún tibias de los muertos
como se huele el siempre fresco cadáver de la infancia |