De la grafología como ciencia aplicada

por Julio Cortázar

Pasa que este señor ha tenido la idea: si toda escritura conserva en su vuelo de mosca los rasgos del carácter y por lo tanto del destino de una persona, y no se diferencia demasiado de los surcos de un disco cuando se sabe ser diamante, bastará llegar a escribir exactamente como Napoleón para que se desencadene el proceso inverso y en vez de un cuarteto de Dvorak devuelto por una espiral y un motorcito tengamos a Bonaparte que ya mismo, terminado el quinto mes de asimilación de la escritura, sale de su casa en plena rué de la Convention y ahí en la esquina nomás se pone a mirar a cuatro barrenderos entregados a sus tareas hasta que el hipnotismo legendario del águila de Austerlitz actúa con gran vehemencia en los barrenderos y en una señora que vende huevos en un zaguán y que de inmediato se transforma en soldadera, sin hablar de varios curas, tres albañiles y los vendedores de la ferretería más próxima, que corren a ponerse en fila al lado del Emperador y de esa manera una tropa reducida pero selecta y sobre todo fervorosa avanza por la rué de Vaugirad mientras numerosos vecinos contemplan estupefactos el espectáculo desde sus ventanas y se consultan con azoro y escándalo hasta el momento en que el Emperador alza los ojos, tiende el brazo, y de todas partes empiezan a caer los primeros trocitos de papel del gran triunfo, habida cuenta de que al fin y al cabo se está en plena segunda mitad del siglo veinte y los signos exteriores de la idolatría y la celebración han cambiado considerablemente gracias a las democráticas y difundidas costumbres norteamericanas.

Como es natural el avance de la columna napoleónica que llega ya a la altura de la rué de Rennes ha provocado alguna alarma en la prefectura, y dos camiones celulares con el infalible observador de la Cruz Roja salen al encuentro de las tropas que han engrosado considerablemente en el trayecto por obra de varias arengas vociferadas cada cinco esquinas con un impecable acento corso, y parecen decididas a franquear el sena e invadir la orilla derecha donde las instituciones bancarias y los comercios al por mayor, prevenidos por la radio y un helicóptero, organizan la primera línea de defensa y dirigen urgentísimos telegramas a las Naciones Unidas, al Papa y al Fondo Monetario Internacional, todos ellos con respuesta pagada. Basta una orden del Emperador para que el flamante batallón de cadetes formado por los chicos del liceo del boulevard Pasteur deshaga en contados minutos la moderada resistencia de cincuenta policías convocados sin mayor convicción por un prefecto que hasta ese momento se obstina en creer en una broma de estudiantes. Cuando un cóctel Molotov, fabricado por un plomero de la rué des Canettes ascendido inmediatamente a brigadier, hace volar un camión de bomberos con parte de sus ocupantes y dos señoras que criticaban las mangueras, las autoridades comprenden que la situación tiende a agravarse, sobre todo porque un sector apreciable de la población civil corre a ponerse a las órdenes del Emperador que a la altura de los muelles aparece ya vestido con un uniforme de grandes solapas y un bicornio que le ha traído a la carrera un ropavejero hasta entonces casi paralítico y desde ahora coronel. El ataque a los puentes del Sena se opera en forma de tenaza o pinza y en todo caso es fulminante, pues la defensa más bien académica de los guardias municipales se ve desbaratada por el fuego de las ametralladoras de un cuerpo de paracaidistas que se ha pasado con armas y bagajes a Napoleón cuando lo que menos se esperaba de su intervención era que convirtiese el motín en pulpa y escarnio. Por el puente de Solferino, por el puente Boyal, por el puente del Carroussel avanzan las huestes del Emperador, cae el Louvre frente al cual esperaban dubitativos los carros de asalto y los cohetes tierra-tierra de patente alemana, caen las Tullerías donde niños que botaban barquitos en la gran fuente se precipitan hacia el héroe con ramos de flores y madres desencadenadas, cae la noche sobre el ejército vencedor que monta tiendas de campaña y grandes festejos bajo los castaños; se sabe a la mañana siguiente: el Emperador iniciará la marcha hacia los grandes boulevares donde el grueso del enemigo y las reservas en oro se atrincheran para una última y desesperada resistencia. La respuesta del Papa se hace presente a medianoche: Dominus vobiscum, la más elemental humanidad reclama una tregua para retirar los muertos de una y otra parte, y arbitrar una reunión diplomática que sustituya el fragor de los cañones por los (el texto es extenso).

Orgullosamente cansado, Napoleón, consiente; ignora que en Londres un hombre acaba de iniciar desventajosamente una carrera contra el tiempo, inclinado sobre amarillentas cartas presurosamente arrebatadas a colecciones venerables; lo rodean adustos funcionarios, médicos que controlan su temperatura y su presión, dietistas que inyectan en sus muslos las ricas proteínas que combaten el sueño. Cuarenta y ocho horas más tarde, rechazando las maniobras dilatorias de los cancilleres y del Consejo de Seguridad, el Emperador da la orden de reanudar la ofensiva; no sabe que un avión acaba de traer a Le Bourget a un hombre que desciende rígido y lacónico, envuelto en una terrible fuerza, y que tras un saludo casi despectivo se pone al frente de las tropas que lo esperan. En la puerta Saint-Denis el ejército imperial chocará con los regimientos del Duque de Hierro; algún Grouchy no llegará a tiempo, el águila imperial verá ponerse el sol a la altura de las Galerías Lafayette.

El propietario de este noble emporio estudia ahora la conveniencia de cambiarle el nombre por el de Waterloo; solamente lo detiene un antiguo respeto, algunos monumentos dispersos en París, cosas de ese tipo.

Se confía en convencerlo.

 

por Julio Cortázar

 

Publicado, originalmente, en: Barrilete - Buenos Aires, segunda época, nº 1, octubre de 1968

Link del texto: https://ahira.com.ar/wp-content/uploads/2020/04/Barrilete-N%C2%BA-14.pdf

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

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