La reinvención de Cervantes en dos poemas de Borges


Por Alejandro Carreño T.

alecarrenot@gmail.com 

Muchos siglos separan a Jorge Luis Borges de Miguel de Cervantes, pero el autor de La Rosa Profunda supo, como ninguno, revivir el genio cervantino en su literatura metafísica, cargada de símbolos y relecturas de los clásicos. El presente trabajo es el estudio de dos textos borgianos que representan, básicamente, la síntesis esencial de un loco llamado Alonso Quijano y su obra de poética locura, don Quijote de La Mancha.

 

Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin[1]. Así termina “Parábola de Cervantes y de Quijote”, el primero de los dos textos borgianos que revisaremos en este ensayo. Él forma parte de El Hacedor, obra cumbre de Borges donde reúne, después de largos años de experiencias literarias y metalingüísticas, la ansiada conjunción entre literatura y metafísica.

 

Como suele ocurrir con la literatura de Borges, la realidad se confunde con los sueños y éstos con la realidad, armando esa trama poética y laberíntica que termina por envolver, no sólo a los personajes, sino también al lector, el personaje esencial. Cervantes, el viejo soldado del rey,  se inventa a sí mismo en la figura de un loco, confundiendo la prosaica realidad de Montiel o El Toboso con el mundo encantando de las novelas de caballería.

 

Pero Cervantes sabía que la realidad no es absurda por ser inventada; que es absurda por ser real. Borges lo supo desde siempre. Por eso ambos pudieron jugar con ella e inventarla, e inventarse a sí mismo. La relectura que el autor argentino hace del texto cervantino, se comprende a partir de la visión panteísta que envuelve toda su obra: ser uno y varios al mismo tiempo es el leit motiv de la literatura borgiana que nace allá, en el lejano 1919 con “Himno del mar”, su primer poema[2]. No debe sorprendernos, por lo mismo, que el tiempo se haya encargado de confundirlos en un abrazo metafísico-literario, “no sospecharon que los años acabarían por limar la discordia”, entre literatura y realidad.

 

Cervantes y Quijote son “el uno en el otro” o “el otro en el uno” desde la perspectiva estético-metafísica de Borges, cuya obra es reflejo de esta multiplicación de los espejos ad infinitum que representa el texto cervantino, génesis de toda literatura en cuanto a su creatividad y estructura. Quijote, el libro, es la maravillosa invención de ser uno y todos al mismo tiempo, desde su propia creación. Cervantes es el autor pero también es su “padrastro”, según palabras del propio autor en el Prólogo de la Primera Parte, es Cide Hamete Benengeli, el autor-historiador ficticio, para envolver más al lector en este juego de imágenes poéticas que lo confunden con sus reflejos, es Alonso Quijano, “el Bueno” y trastornado, es El caballero de la Triste Figura que muere cuando el loco manchego recupera la cordura, para volver a ser Cervantes. Y volver a empezar.

 

Por eso, tanto el soñador como el soñado, no sospecharon jamás que la Mancha o Montiel serían tan poéticas como “las etapas de Simbad o que las vastas geografías de Ariosto”. Las tierras de la Mancha o Montiel dejaron de ser parte de la geografía de España, para transformarse en el lugar de los encantamientos de los sueños del amante de Dulcinea. En otros textos representativos del ya citado El Hacedor, Borges repite el juego lúdico de la creación artística que ha caracterizado todo su quehacer poético. En “Borges y yo”, por ejemplo, el texto termina con No sé cuál de los dos escribe esta página[3], mientras que en “Everything and nothing”, Shakespeare no es más que un sueño de Dios que, como Él, es muchos y nadie:

 

Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estás tú, que como yo eres muchos y nadie.[4]

 

Que en el principio de la literatura esté el mito, asimismo como en el fin, no es más que la semiosis simbólica de la propia parábola, esa narración de fingido acontecimiento, del que se infiere por comparación o semejanza, una verdad trascendental  o una enseñanza moral.

 

Don Quijote, la invención demencial y  poética de Alonso Quijano, sueño, a su vez, demencial y poético de Cervantes, convierte en literatura la prosaica realidad de los caminos manchegos y Montiel, y muere en su aldea natal, en algún lugar de La Mancha, hacia fines de 1614, cuando su soñador, el bueno de Alonso Quijano, recupera la razón en el momento de su propia muerte[5]. La muerte del héroe simboliza la inmortalidad; es la poesía que trasciende los confines de la temporalidad y se sumerge en la eternidad de todos los tiempos. Montado en su Rocinante y seguido del otro inmortal que es Sancho Panza, don Quijote galopa por las páginas doradas de su fantástica aventura y nos hace literatura vagando por los cielos de La Mancha con él. Poco tiempo lo sobrevivió Miguel de Cervantes, el narrador esencial.

 

El segundo texto que revisaremos en este ensayo es “Sueña Alonso Quijano”, de  El oro de los tigres[6]: “El hombre se despierta de un incierto / Sueño de alfanjes y de campo llano / Y se toca la barba con la mano / Y se pregunta si está herido o muerto”. El sueño en Borges es una de las formas que tiene el arte poético de alcanzar la conjunción lírico-metafísica, donde los símbolos recrean la realidad y la literaturizan. Por medio del sueño, las fronteras entre el mundo de la realidad y el mundo de la irrealidad se diluyen en un juego dialéctico de realidades y sueños, en el cual la duda ontológica del ser y el no ser al mismo tiempo, desarma las fronteras del espacio y del tiempo en el que se encuentra el lector.  La poética borgiana trasciende la tentación metafórica, simple e intrascendente, y desafía al lector en la comprensión de un universo de símbolos que lo confunde con la multiplicación de los tiempos y los espacios, y donde los hechos y personajes se repiten antes o después. Como en el asombroso cuento “El jardín de senderos que se bifurcan”, donde el laberinto de Ts’Pen y la novela que él escribe constituyen una pura unidad: son el tiempo[7].

 

“Sueña Alonso Quijano” es la conjunción de todos los tiempos y espacios que reviven la laberíntica novela que es la obra de Cervantes. El laberinto denota la posibilidad de renacer, de volver a comenzar, de que el arquetipo siga engendrando y engendrándose eternamente. Quijote, tanto la novela como el personaje, son el símbolo del propio laberinto. Quijote de la Primera Parte es el mismo de la Segunda Parte, pero también es otro, como Dulcinea, la Sin Par, la que se encuentra en la piel y en el moho de las armas del héroe inmortal. Dulcinea es también Aldonza Lorenzo, la labriega que huele a ajo, la que descubre Cervantes en la traducción que del árabe le hace un morisco de la obra de Cide Hamete Benengeli, cuando lo encontramos en el capítulo IX, en Alcaná de Toledo hurgueteando unos cartapacios que un joven traía para vender: “Esta Dulcinea del Toboso tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos, que otra mujer de toda la Mancha” [8]. Pero también es la Dulcinea encantada por el pícaro mago Sancho, el fiel escudero, el alter ego de Quijote. Otra forma de ser Quijote.

 

Como en toda la obra borgiana, la intertextualidad representa la consagración de la construcción de lo lúdico en el arte poético. El juego dialéctico entre los poemas que ahora estudiamos desencadena una serie infinita de interpretaciones del fenómeno estético que conduce a una de las también infinitas exégesis de la obra cervantina, más aún cuando podemos, a partir de dicho texto, acercarnos a la obra de Borges. Emprender el camino al revés, desde los mismos orígenes de la historia: “Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”[9].

 

La magia de “Sueña Alonso Quijano” nos conduce a Lepanto y su batalla. En ese juego de espejos encantados como los propios sueños del hidalgo, el soñado sueña con su soñador: “Quijano duerme y sueña. Una batalla: / Los mares de Lepanto y la metralla. El sueño de Alonso Quijano, la invención poética de un hidalgo-loco que leía novelas de caballería y transformaba las ventas en castillos, se consagra en la realidad también prosaica de Lepanto y su metralla, donde un día estuvo su sueño, su creador. Don Quijote, el loco-cuerdo, convierte en sueños la historia de Cervantes, y ya no importa más si la historia antecede al sueño o el sueño a la historia, del mismo modo que tampoco ya importa quién es el soñador y quién el soñado. Se invierten las historias y la sublimación poética desencadena esa especie de semiosis simbiótica que trasciende la realidad-irrealidad de los propios personajes: “El hidalgo fue un sueño de Cervantes / Y don Quijote un sueño del hidalgo. / El doble sueño los confunde y algo / Está pasando que pasó mucho antes”[10].

 

Alonso Quijano, el hombre hecho de letras y de sueños, que vivió en algún lugar de La Mancha, despierta “de su incierto sueño”. El sueño lo confunde como nos confunde a nosotros, y no sabe si “está herido o muerto”. Las claves de la poesía de Borges se encuentran en este juego dialéctico de ser y no ser a la vez. El sueño es la conciencia que quiere ser pero no es; su ambigüedad ontológica determina la configuración del discurso poético, como en Cervantes y su obra.

 

Pero la realidad de Quijote, su irrenunciable destino histórico, está unida al espíritu renacentista que se construye en la realización personal. Don Quijote busca la inmortalidad a través del reconocimiento social y del amor de su Dulcinea, sanchescamente encantada: “En mansa burla de sí mismo, ideó un hombre crédulo que, perturbado por la lectura de maravillas, dio en buscar proezas y encantamientos en lugares prosaicos que se llamaban El Toboso o Montiel”[11]. Sin embargo, Cervantes, como un demiurgo arrancado de los cuentos medievales, sabe que su  personaje no puede imponerse a la realidad impiedosa de los molinos de viento o a la cruda razón de la justicia de los hombres, pero quiere consagrarlo. Quiere inmortalizarlo en su vida y en su muerte (tal vez por eso no quiere asumir la paternidad, porque sabe que el hidalgo manchego debe morir): “Para los dos, para el soñador y el soñado, toda esa trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros de caballerías, el mundo cotidiano y común del siglo XVII”[12].  Entonces surge la poesía. El jinete de Rocinante, que mal se sostiene entre sus huesos, cabalga por las páginas doradas de un libro que narra sus historias, y él las lee. Él se lee en un juego de espejos mágicos y multiplicadores. Y los personajes lo leen también. Desde la recámara del señor hasta el más humilde cuarto de las ventas escandalosas, es posible encontrar un ejemplar de Quijote narrando sus hazañas. Así lo certifica el bachiller Sansón Carrasco en el capítulo III de la Segunda Parte.

 

La fama huele a  armadura desencajada en desencajado cuerpo, pero no en la historia, que no es más que la sumatoria de hechos prosaicos donde abundan las derrotas, los molinos, las prostitutas y las ventas, sino en la poesía que envuelve a la historia que  la transforma en literatura y la universaliza.

 

“Parábola de Cervantes y de Quijote” y “Sueña Alonso Quijano” leen la obra de Cervantes con esa lectura de profunda intertextualidad metafísica, tan representativa de la poética borgiana, acostumbrada desde sus orígenes, a un diálogo poético permanente consigo misma. Borges recrea el sueño cervantino que confunde a autor y creación en una poesía de exquisita estructura laberíntica que se multiplica hasta el infinito como los espejos borgianos.

 

En el “Epílogo” a El oro de los tigres, discurso metalingüístico de asombrosa configuración estético-metafísica, Borges, citando a Carlyle, nos dice: “La historia universal es un texto que estamos obligados a leer y a escribir incesantemente y en el cual también nos escriben”.[13]

 

Descubrir Cervantes a través de los textos borgianos, es reescribir la historia de Quijote y su creador por medio de la lectura, que es otra de las formas de la creación poética.

 

Notas y bibliografía

 

[1] El Hacedor, Emecé. Buenos Aires, 1960. En Obras Completas, Emecé Editores, S.A. Buenos Aires, 1974, página 799. El texto completo es el siguiente:

 

“Harto de su tierra de España, un viejo soldado del rey buscó solaz en las vastas geografías de Ariosto, en aquel valle de la luna donde está el tiempo que malgastan los sueños y en el ídolo de oro de Mahoma que robó Montalbán.

En mansa burla de sí mismo, ideó un hombre crédulo que, perturbado por la lectura de maravillas, dio en buscar proezas y encantamientos en lugares prosaicos que se llamaban El Toboso o Montiel.

 

Vencido por la realidad, por España, Don Quijote murió en su aldea natal hacia 1614. Poco tiempo lo sobrevivió Miguel de Cervantes.

 

Para los dos, para el soñador y el soñado, toda esa trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros de caballerías, el mundo cotidiano y común del siglo XVII.

 

No sospecharon que los años acabarían por limar la discordia, no sospecharon que la Mancha y Montiel y la magra figura del caballero serían, para el porvenir, no menos poéticas que las etapas de Simbad o que las vastas geografías de Ariosto.

 

Porque en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin”.

 

[2] “Himno del mar”, Revista Grecia, Sevilla, 31 de diciembre de 1919, N.37. Nosotros lo tomamos del libro de Carlos Meneses, Poesía juvenil de Jorge Luis Borges, Olañeta. Barcelona, Palma de Mallorca, 1978, páginas 57 y 58.

 

[3] Borges, Jorge Luis, Obras Completas. Ob.cit., página 808.

[4] Ibídem. Páginas 803 y 804.

 

[5] En el último capítulo de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, el LXXIV, leemos: “Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballería. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma”. Cito por Ediciones Zeus, Barcelona, 1968. Tomo 2.

 

[6] El oro de los tigres, Emecé Editores, Buenos Aires, 1972. En Obras Completas. Ob.cit., página 1096. El texto completo es el siguiente: 

“El hombre se despierta de un incierto

Sueño de alfanjes y de campo llano

Y se toca la barba con la mano

Y se pregunta si está herido o muerto.

¿No le perseguirán los hechiceros

Que han jurado su mal bajo la luna?

Nada. Apenas el frío. Apenas una

Dolencia de sus años postrimeros.

El hidalgo fue un sueño de Cervantes

Y don Quijote un sueño del hidalgo.

El doble sueño los confunde y algo

Está pasando que pasó mucho antes.

Quijano duerme y sueña. Una batalla:

Los mares de Lepanto y la metralla”.

[7] “El jardín de senderos que se bifurcan”, Ficciones, Sur, Buenos Aires, 1944. Nosotros citamos por Obras Completas, Ob.cit., páginas 472 a 480.

 

[8] Don Quijote. Ob.cit. Página 82. Tomo 1.

 

[9] Ibídem. Página 83.

 

[10] “Sueña Alonso Quijano”, Ob.cit., página 1096.

 

[11] “Parábola de Cervantes y de Quijote”, Ob.cit., página 799.

 

[12] Ibídem, página 799.

 

[13] El oro de los tigres, Ob.cit., página 1145.

 

Alejandro Carreño

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