1
LA NIÑA TIENE MIEDO DE SU PADRE
que está de espaldas a ella.
El padre anhelaría volver la cabeza
hacia el rostro
de los que susurran su destino.
La anciana separa los granos buenos
de los muy buenos
y deja los malos para la vecina.
El cielo se desplaza de derecha a izquierda
como un film tras una ventana de utilería;
al fondo del cielo se ven –disminuidos
por la perspectiva –los altos picos de los Andes.
2
LA MADRE DIVORCIADA COSE EN LA MÁQUINA SINGER
bajo la galería guarnecida por el tamiz de la parra;
en su casa no hay retratos de Evita ni Perón;
y nadie la ha amado salvo
su hermano, jugador por cuenta de Dios;
un conciliábulo de fantasmas
chismorrea -en un ángulo del patio –
y una joven muerta guarda silencio,
disimula las ganas de preguntar
a la divorciada cómo es tener marido.
3
En favor de la libertad,
el gato no es alimentado
por la mano del dueño.
Al niño, en cambio,
hay que seducirlo
y ciertos ángeles
le diseñan chocolates
en forma de golondrina.
4
LA HERMANA MAYOR COMENTA
el prodigioso tamaño del pene del amante
que circuló entre varias amigas.
Espantosamente grande. Era para varias.
La mujer sentada al extremo de la mesa
(cuando la niña huye hacia el fondo de la casa)
se coloca el índice sobre los labios
en señal de silencio.
5
COMO UN DIOS EN DANZA DE DIOSES
él la convoca a la fiesta del cuerpo
y a abandonar la tristeza
de aquí a la eternidad.
Al desabrocharse la blusa
ella está naciendo de los encajes
con que su madre la vestiría
para la boda, como si naciera
de la espuma.
6
ÉL APOSTABA CHOCOLATES
a que era el mejor.
Gastó tres tercios de la vida
a la cabeza del santo de su nombre.
Su padre sí lo apreciaba,
por la buena razón
de que sabía entonar canciones.
7
GASTÓ UN DÉCIMO EN SALVARSE,
cuatro cuartos en agradar a los padres,
dos tercios en lustrar los zapatos,
cuatro octavos en saludar
y ocho novenos en seducir.
Era agradable eludir su presencia
ungida de lavanda o vetiver.
8
LA MADRE ES SUTIL.
Sobria es la firmeza de su imagen.
Un olor a ropas lavadas
impregna la sala de costura
donde la matrona plancha de pie
los manteles para el altar
cuando las sirvientas
han preparado la merienda
y se lo anuncian en voz baja.
9
YA NO EXISTEN LOS ESCLAVOS
en las colonias del Río de la Plata.
Este mulato es peón de limpieza.
Friega las baldosas por donde la niña
camina descalza a la siesta
con un libro en la mano
y el cabello atado con tiritas
para formarle los rizos.
Sobre los pisos lustrados,
las huellas de sus pies se marcan
por la transpiración
y fugazmente se evaporan,
pero el sirviente alcanza a ver el reflejo
del sexo púber en las baldosas.
10
ELLA ENJABONA SU ROSTRO,
levanta la barbilla hacia el espejo
y ve allí una Afrodita doméstica
nacida para ser amada.
Escribe poemas donde mitifica
que el mundo es un lecho moviente,
un espejo de agua
abigarrado de camalotales
donde podría vivir y morir
siendo princesa aborigen,
domeñada y feliz, con señales de amor
en el cuerpo. Pero no le ha dicho eso
a su madre.
11
ÉL HABLARÍA DE LA PENA,
mas debe sostener el rostro
con las dos manos en candelabro
debajo de su mandíbula.
Él imploró a los dioses la gracia
de componer un poema de amor.
Lo hizo con resistencia.
Como quien cumple una proeza.
Él rogó a los dioses
que le concedieran
la proeza de vivir.
Lo hizo cálidamente,
cuando aún era niño
y se adormecía sobre los manteles
que iluminaban sus manos
al tomar los alimentos.
Él imprecó a los dioses
con los dedos en garfio sobre el vaso
y les recordó la promesa -sobreentendida-
de concederle escribir un poema de amor.
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