-¡Chriiiiistiaaann!...
La voz de la madre se alargaba con el viento seco, como si la corriente
de aire le formara una quena invisible a esa voz, para que corriera a
través del campo, buscándolo.
-¡Chriiiiist!...
La voz se cortaba dentro de la mente del Christian. Ya va, pensaba, ya
va, estoy pensando.
Hace días que piensa en que el monte se va despoblando de animales, de
árboles, y eso que siempre fueron escasos por la sequedad, a pesar de la
cercanía a la selva, pero fue hace mucho, en tiempos de los abuelos. Al
final, van a despojarlo de gente también, de voces como la de su madre,
que lo llama. Y ¿adónde podrá irse la gente? ¿A las orillas de la
ciudad, como sapos a la vera del río? ¿A dormir entre los viejos
durmientes de quebracho de los ferrocarriles, quebrachos sacados de la
selva que antes lindaba con el monte quemado?
El viento sopla cada vez más seco debido a la tala de vegetación cercana
que lo humedecía. Y el calor tiene manos de tenaza, porque no hay
humedad que lo ablande. En la escuela le enseñaron que no se deben talar
demasiados árboles, ya por la ecología, ya por la cultura. Y eso que el
maestro les contaba a los changos historias lindas pero que sucedían
allá en la Europa central, de donde habían venido sus propios abuelos.
Los cuentos nombraban árboles que aquí no existen (como las hayas, los
abedules, los saúcos) y los había escrito un señor llamado Hans
Christian Andersen. Christian, como él, el Christian.
Uno de los cuentos hablaba de un hada que vivía en un saúco y se
comunicaba con los niños para decirles que, en realidad, ella era el
espíritu del Recuerdo. Y claro, pensó el Christian, al final, de
nuestros árboles sólo va a quedar el recuerdo. Pero ¿dónde van a
guardarse los recuerdos? ¿En los jarros pintados, igual que en ese
cuento? Porque quebrachos frondosos ya no hay más. Y la soja no tiene
recuerdos, sólo futuro, futuro económico.
Y ¿qué me importa, pensó, que la soja tenga futuro, si yo no voy a
tenerlo? Si les entregamos las tierras, también van a sacar los
minerales, que no se pueden volver a sembrar. Así que la soja va a
quedar sepultada bajo el aceite impermeabilizante de la soja y las
minas, que sólo pueden parir una vez sus minerales, van a ser como
vientres de hembra vacíos.
-¡Chriiiiistiaaaann!...
Ya voy, mama, ya voy, pensó. Y se echó a andar mirando alucinaciones de
desiertos en lugar de monte. Y siguió caminando rumbo de su hogar,
guiado por el grito largo de su madre en medio del viento seco, sin
percibir que su madre en realidad estaba a su lado, abrazándolo,
tratando de parar con su pecho los borbotones de sangre que fluían del
pecho del Christian por las heridas de bala.
Los dueños del futuro, de la tierra, de los minerales, lo habían baleado
al Christian Ferreyra por negarse a entregar su futuro, su tierra, sus
minerales. Y ahora entendía porqué ese viejo señor que contaba cuentos,
el otro Christian, escondía los recuerdos de la tierra en las teteras,
en los barriles, y sólo los revelaba a los niños y a los enamorados:
para que los ricos no pudieran encontrarlos. No fuese que los balearan,
también. |