Correte
un poquito, ahí, más a la izquierda, bien, ahora no me da el sol de
frente. Ya no estoy acostumbrado a la luz del sol. Y necesito escribir
urgente esta carta, tengo que ver bien. Hace tanto que estoy aquí, en el
fondo de esta fosa. Vos, en cambio, moriste en plena calle. Ya sé, no
hagás chistes fáciles.
Te digo, en mi época también hubo de los que morían como vos, a pleno
sol, pero eran muchos menos. Entonces (por los años setentas, digo)
nosotros, los militantes, hacíamos la proyección y calculábamos: si esto
sucede así en estas condiciones actuales, de agravarse tales condiciones
–y eso, seguro, sucederá, porque el capitalismo se dirige fatalmente
hacia nuevas crisis- los hechos como este irán en aumento hasta alcanzar
cifras infernales. Pero a menudo para no dar tanta explicación –cuando
voceábamos en medio de una asamblea obrero/ estudiantil, por ejemplo-
hablábamos de los desastres futuros del capitalismo como si ya hubieran
estado ocurriendo en la Argentina. ¡Qué exagerados! Eso era lo primero
que les oías juzgar a los pavotes de clase media. Y no te escuchaban
más.
¿Hambrunas como las de 2000 y 2001? “¡Dejen de hablar huevadas, aquí
sobra la comida!... ¿Qué los bancos se van a quedar con el dinero de los
ahorristas? ¡Por favor, en qué planeta!... ¿Desocupación?... ¡¡Acá no
trabaja el que no quiere!!... ¿Depredación de recursos naturales? ¡¿Qué
decís?! ¡La Argentina tiene una geografía privilegiada!... ¿Qué van a
cerrar las industrias? Y ¿adónde van a encontrar mejores obreros que los
nuestros?... ¡Basta de decir estupideces, che! ¿No andarás drogándote
con los hippies, no? Porque ustedes los marxistas no son gente
disciplinada, normal. Nos quieren asustar con todo eso para captarnos
para sus propósitos, pero comigo no van a poder. ¡Vayan a laburar, vayan
a estudiar y déjense de politiquería!... Y si viene un golpe militar,
vendrá a poner orden, porque esta democracia ¡es un quilombo!”
Algunos tuvieron siquiera la honestidad de reconocernos una parte de
razón, después. Otros ni siquiera han preguntado dónde estamos. No
importa, si fuera por ellos ninguna lucha sería legítima. Pero aquí
estamos, vos, Cristian, vos, Mariano, vos, Víctor, vos, Graciela, vos,
Carlos, vos, Teresa, y vos, y vos, y la otra, y los otros, y nosotros,
todos, los de los setentas, los de los ochentas, los noventas, los dos
mil, los dos mil diez… Nuestros huesos en la sombra de la muerte, pero
nuestros nombres flameando en las banderas. Nuestros crímenes con
adjetivos políticos, junto a los crímenes con gerundios sociales:
“defendiendo la tierra de los desalojos a campesinos”, “desangrándome en
una cárcel hacinada de presos comunes”, “luchando contra la
tercerización laboral”, “asesinándome mi pareja como a una vaca”,
“protestando contra la minería a cielo abierto”, “enfermando de cáncer
por causa de fumigaciones tóxicas”, “asfixiándome en un recital de
rock”, “chocando en trenes descompuestos mientras iba a trabajar”,
“drogándome en el burdel donde me esclavizan para prostituirme”…
Aquellos pavotes hubieran dicho que delirábamos, directamente. Pero aquí
estamos, dando testimonio con nuestras sombras en la sombra y con
nuestras banderas bajo el sol. Aquí, bajo la tierra, amigando con los
gusanitos, que nos quieren a su manera (hubo uno que pretendió darme
explicaciones antes de empezar con su tarea, pobrecito, ¿qué culpa
tendrías vos?, le dije.) Allá, sobre las calles, afrontando lo que
pronosticábamos ante pacientes que no querían (o no podían) reconocer la
enfermedad. Arriba y debajo de la tierra argentina, los muertos de antes
y los actuales, los muertos y los vivos, en secuencias intermitentes
como unos Pedros Páramos invocados por Juan Rulfo. Este es nuestro
Comala, nuestro pueblo fantástico. Y desde abajo tenemos que hacer
fuerza para que marchen los de arriba. Los que quedan de antes y los que
vinieron después.
En marcha, no se detengan. Ahora hay que actuar más rápido que nunca.
Nosotros los vamos a empujar un poquito, hasta a los gusanitos los vamos
a hacer trabajar. Vamos, Hugo, dale, vos eras obrero… Empujá, Julio, ¿no
eras albañil, vos?… ¿Y… Susana? ¡Yo me acuerdo cuando pateabas la
pelota, no te hagás la fina!... ¡Agustín, con esas manos! Empujá, che… Y
vos, Claudio, junto con Jorge y Miguel Ángel, ¡militen, vamos!...
Haroldo, Paco, Rodolfo, ¿qué esperan? Empujen, denle…
¡Esta carta enviada de una sombra hacia una luz tiene que despacharse
urgente! Vamos, no aflojen, compañeros. No, al menos, hasta que nos
maten a pleno día, para que sean testigos las banderas. |