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FUE ASÍ:
el mundo, que era redondo, se volvió plano;
la tierra, ancha y verde,
se tornó gris y cuadriculada;
los caminos trocaron en laberintos.
Recordé su novela.
La pérdida de lo maravilloso
en La Espuma de los Días.
Exacto nombre de la fugacidad.
Y yo, que antes admitiera ser fugacidad,
ahora, temía los finales y desgarramientos.
Yo, que dije “estoy sobre la tierra
como la flor de un solo día,
pero que ese día sea perfecto”,
ahora aceptaba líneas indefinidas,
esperas agotadoras.
Sólo comprendo la paciencia que exige
la creación. Pero esta horrible paciencia
con los envilecimientos de cuerpo y de espíritu,
este cavilar en que -llegado un tiempo-
nada tendrá comienzo ni final...
De fuego y espuma –como el amor-
eran los gestos,
rostros que amanecían con un mensaje
de su hermética galaxia personal.
Y del héroe nacía el vencido,
de la inocente, la predadora,
del confuso, el iluminado.
La muerte se llevó el amor y la locura
y me dejó el sadismo y la conciencia.
Estas sonrisas de perversos y consagrados
son la confirmación y la caída. |