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Bautismo |
He temblado junto a la pila bautismalen la iglesia a oscuras. He temblado al verte de perfil porque parecías un galo de la Alta Edad Media. El techo de la nave central es combado y tiene costillas doradas y pinturas en rojo. Temblaba en esta ciudad americana y te señalé los santos tallados por aborígenes, a lo largo de la nave izquierda. En esta ciudad o en esotra.
Somos criollos de varias generaciones, argentinos, de apellido hispano, de cultura rioplatense, de costumbres pampeanas, de silencios federales. Si festejamos la patria comemos a la usanza del Noroeste, si filosofamos lo hacemos a lo porteño (la zamba marechaleana de la escisión). En esotra ciudad o en ésta.
Agradecí a la penumbra que no le permitiese al temblor avergonzarme. De pronto el ritmo de las frases no coincide, el temblor ha desencajado alguna articulación. Como gozne y goce, una es vértigo, la otra, silbo. Un desplazamiento de placas, un prefacio a la falla de San Francisco. Pero los desastres de la melancolía se perciben a solas. Un cloqueo, un chasquido se levanta con dificultad desde la greda y, anfibio, atraviesa el patio, llega a la ventana. Los dos somos jóvenes –él de catorce y yo, de doce años- y temblamos, bajo el hedor acre de las vestiduras, en el siglo XIII, ya no somos coloniales y barrosos españoles desafiando a las autoridades del virreinato: somos judíos conversos y sabemos leer. Después nos convertimos en arrianos y vuelta a perseguirnos. Más atrás aun en el tiempo, éramos adúlteros y nos lapidaron. Entonces nos hicimos hinduistas y nos despreciaron. Cometimos incesto y nos quemaron. Mezclamos nuestras etnias y nos apartaron. En esta ciudad y en esotra. “Amor constante más allá de la muerte”, nadie podría vencernos, salvo una clara eternidad.
Miré hacia el altar católico y sentí llegar desde vos esa como ansiedad fastidiosa, esa exquisita fatiga que te absorbe hacia los corredores del laberinto, como los embudos de los ríos serranos a los nadadores angélicos.
Y supe lo de siempre: que, para el gran río, representamos apenas un sorbo dulzón, como la sangre, un puñado de moléculas y de entropía.
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Eugenia Cabral
del libro "En este Nombre y en este Cuerpo"
ecabral54@yahoo.com.ar
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