Más memorias de Borges Otras inquisiciones sobre un creador Foto de Alicia Segal, 1978. |
HORACIO SALAS (Argentina, 1938), es uno de los exponentes más representativos de la generación del sesenta, antólogo y prologuista de un volumen fundamental para comprender los alcances de tal movimiento: Generación poética del sesenta (E.C.A., 1975). Advierte desde un principio: "(...) no pretendo ejercer aquí la crítica literaria (...)". Y resulta pertinente la aclaración; esta biografía de Borges se erige como tal: en ningún momento intenta ingresar en el espacio del registro crítico. Basten para esto último dos volúmenes imprescindibles tales como La expresión de la irrealidad en la obra de Borges (Ana María Barrenechea, Paidós, 1967) y Borges ante la crítica argentina (María Luisa Bastos, Hispamérica, 1974), además de gran parte de la obra de uno de los más tenaces y lúcidos borgeanos: el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal en su Borges, una biografía literaria (1978). Salas pulsa otras cuerdas, ocupa distintos espacios. Con un estilo conversado, cuya fruición se advierte en la morosidad del tono, el autor se acerca a Borges desde una perspectiva singular. Va cincelando y descubriendo junto con el lector la compleja personalidad del mayor autor de las letras españolas del presente siglo, los pliegues íntimos de un hombre que trasciende en mucho la mera imagen pública de millares de reportajes. Tal como ocurriera con El tango (Planeta, 1986), la escritura de Salas oscila entre la crónica ensayística y el esbozo novelado, tono que maneja acabadamente y que obliga a interrogarse si alguna vez el autor se aventurará en el género novelístico. Poeta y hacedor de algunos libros como La soledad en pedazos (1964) o, más reciente en el tiempo. Cuestiones personales (1985), Salas acerca un Borges descarnadamente humano, cuya parábola vital abarca desde su bachillerato en Ginebra hasta el encuentro con su destino sudamericano. GEORGIE Y BORGES. Uno de los ejes es el tránsito de Georgie a Borges, tránsito sutil, intrincado, muchas veces trunco. Resumiendo, Georgie inventa mitologías y las cree a pie juntillas para que Borges las realice en el límpido universo de la letra. Los tigres, la ilimitada biblioteca de libros ingleses, los compadritos muertos, la gloria militar de las batallas, son relatos iniciáticos, cuentos de infancia, a los que el hombre adulto dotará en su literatura de una irrefutable realidad, la verdad de la ficción. En este sentido. Salas consigna que los Borges se mudaron en el año 1901 al barrio de Palenno, "cerca del Maldonado, límite real del Buenos Aires finisecular", (p. 21). O sea: las orillas. Muchos años después, en Cuaderno San Martín (1929), su tercer libro de poemas, Borges publicaría la celebérrima "Fundación mítica de Buenos Aires", donde exagera y postula que la ciudad fue fundada no sólo en Palermo sino en su manzana: "La manzana pareja que persiste en mi barrio /Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga". Pero, ¿verdaderamente exagera? Exagera en el sentido del dato histórico, porque es obvio que Buenos Aires no fue fundada en esa manzana. En un sentido más amplio y abarcador, Borges se atiene a la más rigurosa verdad. Buenos Aires fue fundada allí, en la misma manzana donde vivía quien, con el transcurso de los años, inventaría un idioma: el de los argentinos. Es también Georgie quien comienza a obedecer a doña Leonor Acevedo, su madre, salvo aisladas excepciones (algún amor furtivo y rigurosamente abandonado; la frecuentación de Evaristo Carriego, a quien doña Leonor no consideraba buena influencia para su hijo). Y agrega Salas: "(...)... la obediencia de Georgie poco a poco se hizo ciega. (...)" (p. 38). La frase está henchida de sentido psicoanalítico. Tan ciega se fue haciendo la obediencia de Georgie que Borges se queda efectivamente ciego y la dependencia con su madre se vuelve total y obligada. Con agudeza, Salas se detiene en la ilimitada biblioteca de libros ingleses del padre de Georgie y en la cual el futuro escritor confiesa haber nacido a la literatura. Efectivamente, la tradición personal y familiar de Borges es anglosajona, el inglés y el español se confunden como lengua natal, datos de donde provienen las patéticas acusaciones de "escritor extranjerizante" que buena parte de la crítica le endilgó durante varias décadas y que sectores "populares y nacionales" —una de las fatalidades argentinas— aún le endilgan. Como apunta Salas, es gracias a esta anglofilia de Georgie que el Borges adulto se salva del afrancesamiento estéril y paralizante que signó a muchos de sus compañeros de formación. Esta anglofilia, a la vez, le permite ser uno de los primeros hispanoparlantes en acercarse al
Ulises de Joyce. Ya en 1925 Borges traduce el monólogo final de Molly, traducción aporteñada y fallida que delata el fervor criollista del joven Borges de la época. Es el mismo año en que publica
Luna de enfrente, en cuyo prólogo de 1969 reconoce con impecable ironía:
"Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino. (...)". Asimismo la frecuentación del inglés da como resultado, en 1941, su ajustada versión de
Las palmeras salvajes, de William Faulkner, texto que, como bien consigna Salas, recorre un curioso itinerario. Aunque no se quiera reconocer a Borges y su propia literatura como precursores del llamado boom narrativo latinoamericano de los sesenta, no quedan dudas de que las técnicas novelísticas de muchos de los mas representativos integrantes del boom son deudoras de Faulkner, pero de ese Faulkner mediatizado por Borges en la traducción de
Las palmeras salvajes. Con lo cual se puede decir que, al menos en la literatura de habla española de este siglo, casi todos los caminos conducen a un mismo y laborioso laberinto, el dibujado por Borges. Borges no dejaba de puntualizar que las opiniones en general y las opiniones políticas en particular (la doxa que tanto despreciaba Platón) suelen ser lo más superficial que puede expresar un escritor. Norman Mailer, con esa frontalidad norteamericana que la flema y el pudor británicos de Borges no hubieran consentido, hablaba del autor de Ficciones y su filiación política en términos más tajantes: "Está bien, es un conservador, pero... No soporto pensar en un escritor en términos políticos. Y menos en primer lugar. Es lo mismo que pensar en alguien y empezar por el ano. (...)". (Pontificaciones - Conversaciones con Norman Mailer. Celtia, 1983, p. 199). Gran parte de la critica argentina, a estar por la definición de Mailer, adhería (y, aun con reservas, adhiere) al ejercicio de la proctología en mucha mayor medida que al análisis textual. Pero más allá del antiperonismo del que jamás abdicó. Salas no deja de anotar la temprana actitud de Borges frente a los primeros brotes antisemíticos. Ya en 1934 escribió un artículo en la revista Megáfono titulado sin eufemismos "Yo, judío". Finalmente, el autor recuerda una frase deslizada por Borges en un reportaje que le efectuara en 1985: "Y yo soy un hombre ético. Creo", (p. 263). Al cabo de tanto enfrentamiento y encono inútiles parece una buena definición de Borges como ciudadano, más allá de posturas no sólo equivocadas, sino, a veces, insostenibles. Este volumen de Salas adolece de algunas defecciones que no alcanzan para empañar la luz que arroja sobre la figura biografiada: se echan en falta epígrafes explicativos en casi todas las fotos que ilustran el libro, y no siempre la abreviatura en siglas de la bibliografía manejada se puede hallar luego en la bibliografía general. Pero cabe reconocer una última virtud a esta biografía: al terminar su lectura se torna inevitable revisitar—parcial o totalmente— la obra borgeana. |
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