Jorge Luis Borges habla de Óscar Wilde.

Semanario Marcha, Montevideo, Nº 547 6 oct. 1950

En el Paraninfo de la Universidad y bajo los auspicios del Instituto de Arte y Cultura Popular, se presentó el lunes Jorge Luis Borges, iniciando con esa primera, un ciclo de cuatro conferencias sobre Óscar Wilde.

En su disertación inicial el autor de Ficciones abordó la juventud de Wilde y estudió rápidamente los escritores que ejercieron influencia en la formación de aquél. Aludió en primer lugar a las oscilaciones de la fama de Óscar Wilde, que luego de la frialdad inicial y floreciemiento posterior en el cual se le admiraba de cierta manera, contra Inglaterra, soportó un decaimiento prolongado del que recién en nuestros días comienza a salir, gracias a los estudios de algunos destacados escritores.

Señaló Borges la dificultad particular de estudiar los escritores ingleses, no susceptibles de ser encasillados como los franceses, cuya literarura, a partir del siglo XVIII, es la historia de las tendencias, escuelas, cenáculos, etc. El escritor inglés, por el contrario, es aislado, solitario, y en la literatura inglesa no podría hablarse propiamente de escuelas o grupos, recordando aquí Borges la famosa descripción de Novalis: “Jeder Englännder, ist eine Insel” (cada inglés es una isla). Las categorizaciones por época, como la Victoriana, por ejemplo, sin, para Borges, falsas en la literarura inglesa. Recordó en apoyo de su afirmación, la preeminencia del nominalismo en la filosofía inglesa, definiéndolo como la creencia de que no existen especies sino individuos. Por eso piensa que una historia ordenada en épocas, como la de la literatura francesa de Thibaudet, seria, aplicada a otras literaturas, una fría extravagancia.

A esta primera dificultad inicial se agrega en el caso de Wilde, una segund: Wilde era irlandés, y plantea, como todos los grandes escritores de ese país la paradoja de que una nación pequeña y de pocos habitantes, haya producido tal cantidad de figuras de importancia en el terreno literario. Borges enunció la explicación étnica, sin mayor entusiasmo y declaró preferir la que un sociólogo americano ha expuesto para explicar una paradoja similar en el pueblo judío. Para que una obra sea posible (en el caso, una obra de arte) se requiere la conjunción de dos circunstancias: una fuerte y generosa tradición y el sentimiento en cierta manera contradictorio, de que el respeto por esa tradición no deber ser excesivo. Irlanda ha tenido al mismo tiempo, la espléndida tradición de Inglaterra y la convicción se saberse o sentirse distinta de esa tradición. Borges señaló que ese podía ser también el caso de Sudamérica, que teniendo a su disposición la tradición europea, las diversas tradiciones europeas, es o se siente distinta de esas tradiciones, no obligada a respetarlas ciegamente.

Entrando directamente al estudio de los escritores que influyeron sobre Wilde, Borges estudió en primer lugar a Ruskin, el célebre escritor puritano, que habiendo abjurado a los 37 años, se dedicó a predicar la belleza. Esta conjunción de puritanismo y belleza, observó Borges, puede hacernos pensar en Milton, que fue el poeta de la época puritana, aunque él, personalmente, no era puritano. Pero Milton negó la contemporaneidad del Padre y el Hijo, creyó que la materia era anterior a la creación, pregonó la poligamia y el divorcio. En cambio Ruskin, si bien rompió con la fe puritana y predicó la belleza, siguió siendo esencialmente puritano. Heredó una fortuna de sus padres, y nunca se consideró propietario de esa fortuna, sino solamente administrador de una parte de los bienes públicos. Fiel a tal condición publicaba todos los años un informe, explicando cómo había manejado su dinero y demostrando que lo empleaba en interés público, en beneficio del pueblo. Ruskin era un gran lector, pero creyó que no se debía leer demasiado, so pena de caer en el pecado similar al de la gula en el terreno de la alimentación. Escribía una prosa muy elaborada, muy trabajada, y en los últimos años de su vida renunció a ese privilegio y trató de escribir como todo el mundo, alegando que el placer suyo al crear tal belleza y el del lector al gozarla, constituían un pecado. Es decir, dedicó los últimos años de su vida a no ser Ruskin. Influyó sobre Wilde especialmente por su prédica de la belleza.

En segundo lugar mencionó Borges a Walter Pater, célebre escritor cuya extraordinaria fealdad física determinó que durante su pasaje por Oxford, se constituyera una sociead con el fin de estudiar qué se podía hacer con la cara de Walter Pater. La sociedad en su dictamen, luego de largos estudios aconsejó un “pesado bigote de militar”. Walter Pater tenía una gran dificultad para escribir y esa dificultad le hizo concebir, paradojalmente, la ambición de ser perfecto. Llegó así a poseer un estilo cuidado, de gran belleza. Su obra es breve, pero extraordinariamente elaborada en que se destaca la novela Mario el Epicúreo. Pater predicó la doctrina de que únicamente existía el presente, que éste era como un ápice entre dos abismos conjeturales, pasado y futuro. Corolario de esta doctrina era la necesidad de vivir el momento con plenitud, no con plenitud meramente física o sensual, sino con plenitud en el sentir y en el comprender. Pater, que estudió profundamente a Platón, expresó que la obra de éste era más importante por su desarrollo dialéctico que por sus conclusiones, sugiriendo la conveniencia de estudiarla como ejercicio, como registro de las alternativas del pensamiento del autor. Destacó el aspecto de Platón como dramaturgo, adelantándose así a Bernard Shaw que posteriormente ha dicho que Platón es el dramaturgo que creó a Sócrates, como los Evangelistas serían los dramaturgos que crearon a Cristo. Pater creía en un arte que es sólo forma y que no tiene fondo; su modelo ideal sería la música, cuya condición todas las artes aspiran a compartir. Se adelantó aquí a Benedetto Croce, que ha predicado en nuestros días que el fondo y la forma son una misma cosa.

Así, el vivir el momento con plenitud (a través de Pater) y la aspiración a la belleza (a través de Ruskin) determinaron en cierta medida la formación espiritual de la generación que los sucedió, entre ella, la de Óscar Wilde. Pero para todos estos jóvenes, esas comprobaciones no fueron un límite, sino sólo un punto de partida. Wilde visitó a Pater y se cuenta que éste era o debía ser más difícil que aquéllos. Borges comparte esta afirmación, proponiendo el argumento de que los versos tienen una forma previa, una escala o modelo que mientras que en la prosa la forma es más difícil y debe ser en su tonalidad creada por el escritor.

Como tercer influencia importante Borges señaló la de Thomas de Quincey, recordando que Chesterton ha explicado que todos esos “alfilerazos” que Wilde disparaba contra sus enemigos, la agudeza que los beneficiaba, debe ser achacada a la influencia de De Quincey. Como resumen, en cierta medida, de la influencia de este escritor sobre Wilde, Borges cita el famoso ensayo (Del Asesinato considerado como una de las Bellas Artes) donde se encuentra la raíz de muchas de las paradojas de Wilde, pero con una salvedad importante: cuando De Quincey bromeaba sobre el crimen cuando afrimaba que podía haber belleza en el asesinato, lo decía convencido de que no era cierto. La generación que vino después, pensó por el contrario que el crimen, el mal y la fealdad, tienen su belleza. Borges recordó a propósito de este contraste, la afirmación de Bernard Shaw, según la cual todas las bromas son verdades futuras, destacando que en De Quincey y Wilde, el aserto se cumplió.

Aludió luego Borges a los primeros años de la vida de Wilde, alrededor del cual se creó, antes de que sus obras fueran populares y aún conocidas, una extraña aureola de celebridad, sosteniendo la existencia de una verdadera mitología, previa a la historia real de aquél. En esa mitología tienen lugar, todas las anécdotas que sus biógrafos recogen, proponiendo infinitas versiones (o perversiones) de las mismas.

Enumeró rápidamente la conocida historia de su estada en Oxford, según la cual sus compañeros, excesivamente deportivos, excesivamente molestos con su prédica de belleza, lo golpearon y lo condujeron a la cima de una colina, desde la cual Wilde, ignorando el castigo, habría exclamado: -“sí, el paisaje es bastante interesante”. - Recordó igualmente que otros biógrafos proponen una versión de esta historia en la cual Wilde combate victoriosamente a sus agresores.

Destacó la pobreza de Wilde y la fidelidad con que continuó en Londres, la prédica iniciada en Oxford, -citó el famoso episodio de la opereta de Gilbert que lo satirizaba y a la cual el propio Wilde encontró muy divertida; -el extraño asunto del paseo por Piccadilly con un lirio en la mano, del cual el propio Wilde dijera: -“dicen que me he paseado por Piccadilly con un liro en la mano, y en realidad nunca lo he hecho.”

Aludió luego a sus conferencias en Inglaterra y Estados Unidos, recordando que disgustado ante el espectáculo de las cataratas del Niágara, tradicional destino de “los viajes de novios” de la época, exclamó: -“He aquí uno de los primeros desencantos seguros de la vida conyugal”. - Luego, en sus viajes por el Oeste americano, pretendió haber encontrado en las cantinas o tabernas, un cartel sobre el piano que decía: -“No disparéis sobre el pianista, hace lo que puede”.

Refieriéndose a la entrevista de Wilde con Walt Whitman, de quien lo separaba una distinta concepción estética, dijo que, sin embargo, se habían entendido sobre la admiración común por Tennyson.

Finalmente, Borges aludió a ese momento en la vida de todo escritor joven, en el cual la admiración hacia un maestro se concreta en la creencia de que ese maestro agota toda la literatura, en que la verdadera razón de la admiración reside en la creencia de que ese maestro es el que ha descubierto verdaderamente el sentido de la literatura. Uno tiende a considerar, expresó Borges, a los escritores anteriores al admirado, como meros borradores de la verdadera obra, la del maestro. Borges dijo que él mismo, a lo largo de su vida, ha pensado sucesivamente que Whitman, o Carlyle, o Nietzsche, o Chesterton, o Kafka, o Quevedo, eran toda la literatura. Así le sucedió también a Óscar Wilde con Tennyson, con Keats, con otros que lo influyeron.

Borges finalizó su disertación, prometiendo referirse en la próxima -el lunes 11- a los poemas de Óscar Wilde.  

La versión que antecede -tomada especialmente para MARCHA- no pretende, de ninguna manera, reproducir las palabras de Borges. Es sólo un esquema o sumario de su exposición (ésta en realidad podría definirse como un porlegómeno al estudio de Óscar Wilde, insistiendo sobre el carácter de los escritores que lo influyeron y sobre el sesgo particular que esas influencias tomaron en el creador de Dorian Gray) una síntesis cuya única finalidad es proporcionar una guía a los que, no habiendo concurrido a la primera conferencia, desen oir las restantes.  

Ver, además:

                               

                  Jorge Luis Borges en Letras Uruguay

 

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