Definición de Cansinos Assens por Jorge Luis Borges
Cansinos Assens, por Boxaca |
Diríase que la literatura desde la lontananza en que ensayó su balbuceo heroico hasta su millonada actualidad, había prestigiado con su gracia todas las profesiones humanas, todas las variedades de la empresa del yo. El sutil cálamo de los pastores y las horrendas armas de Marte, los rufianes y azotacalles en el claro Satiricón y en la sentenciosa y mezquina novela picaresca, los marineros en las narraciones de Marryat, los visionarios en la escritura dolorosa de Dostoievski, la copia de ejercicios todos en esas apaisadas enciclopedias o prontuarios de la vida total que en el siglo pasado reunieron Thackeray, Balzac, Samuel Baller, Zola y Galdós, semejaban haber fijado ya cada tipo humano, sin consentir otra posible añadidura que la de motivaciones distintas o la de personajes forasteros como los embarcados por Rudyard Kipling en Bombay. Quedaba, sin embargo, un tipo humano por literatizar y es un decoro del andaluz Cansinos Assens el haberlo expresado con perfección incorregible. He aludido al propio poeta. Los poetas, hasta hoy, sólo manifestaban de su vivir lo llanamente común: las malandanzas o deleites de una empresa amorosa, la alacridad al comenzar primavera, la meditación de la muerte. Si alguna vez aludían a su actividad de cantores, era tan sólo para anticiparse inmortalidad a semejanza del horaciano aere perennius o para prometerla a los ungidos por su milagrosa palabra, debeladora de los años. Encubrían su noble individuación de escritores y comentaban su universal destino humano, sencillamente. No así en la obra de Cansinos Assens. El agua especular de la palabra lírica, tras de haber reflejado todas las actitudes y todas las ciudades de los hombres, torna en el a su manantial y espeja el nacimiento do su propia gracia ambiciosa. El Divino Fracaso de Cansinos es la perfecta confesión de todo escritor. Están allí, fijadas por ilustres imágenes que son como clavos de oro, la congoja del tema inagotable como la luna duradera y el temor de un arto más joven y la insolencia de la ajena hermosura y la sensualidad verbal y la ambición de persistir con leves palabras en el mundo macizo y la añoranza de otras artes o sencillamente del ocio y los remordimientos de una escritura sin fervor como un gesto litúrgico y el esencial fracaso y la terrible media luz de la gloria posible que se nos ofrece cómo un halago y que luego hemos de cumplir como cualquier otro deber. Todo ello está gustosamente eternizado en sus páginas y también la envidia aun intacta y el temor de la fama clarividente. Introducir un tema nuevo en las letras acredita de ingenio; introducirlo y darle precisión decisiva es poderosa ejecutoria. Todo novador ha de sujetarse a que sus mejores versos los recaben, labios ajenos y es milagrosa singularidad de Cansinos el haber cerrado la órbita completa de su arte y que en él sean a un tiempo la balbuciente primavera y el verano magnífico y la serenidad otoñal. No es esta la única hazaña de su pluma. Quiero señalarlo también como el más admirable anudador de metáforas de cuantos manejan nuestra prosodia. La metáfora de Cansinos no es áspera y arrojadiza tomo en el pretérito Yillarroel y en el actual Lugones: es espaciosa y amplia y su paradigma menos dudosa está en los narradores árabes o en los grandes latinistas del mil seiscientos. Imágenes que no solicitan nunca su objeto con la derecha urgencia del dardo, pero que a fuer de inevitables lazos abarcan la señal, trazando curvas y rodeos en el despejo fácil del aire. Imágenes que manifiestan un sentido agudo del tiempo y que son alusivas do las cosas que lo atestiguan-reloj, sombra alargada, latido, ocaso, luna infiel—y de la estación vernal y la noche que son costumbre generosa de su decurso cíclico. Imágenes preclaras que van de lejanía a lejanía como esas líneas alucinadoras que organizan el espacio estelar en semejanzas de caballos y héroes. Notoria es asimismo la audición de las cláusulas de Cansinos. Su largo y lacio ritmo no tiene nada de forense o gestero, es más bien ritmo de plegaria o quejumbre. Para alcanzar la jerarquía de primer prosista español, sólo le falta una circunstancia: la austeridad. Se encariña con todo tema, lo mira demasiado y es indeciso en los adioses. Ha realizado una obra numerosa en que la hermosura es única y suelta y que sólo nominalmente podemos clasificar en novelas, crítica y salmos. Toda ella es un patético salterio y una anunciación repetida. Es conocedor de muchos lenguajes — entre ellos, del hebreo y del arábigo — y hay un lugar en sus escritos en que se jacta de poder saludar a las estrellas que mejoran su soledad en once idiomas clásicos y modernos. En el coloquio es admirable la gustación de su espíritu. La sombra lo rodea — a él no le desplace tal vez enfatizar esa sombra — pero es indesmentible que la gente no ha retribuido con justiciera nombradía la belleza que informa todas sus páginas, fiel y continua en su milagro como la belleza de una mujer. En esta nuestra vida, donde rigen infamias como el dolor carnal, son inmerecedores de nuestra indignación lacras veniales como el injusto repartimiento de gloria. No quiero banderizar en pro de Cansinos ni desquitar con admiración vocinglera la indiferencia innumerable del mundo; quiero prometer a quienes examinen sus libros, la más intensa y asombrosa de las emociones estéticas. |
Publicado el 14 jun. 2014 |
por Jorge Luis Borges
Martín Fierro
Periódico quincenal de arte y critica libre.
Número doble — Segunda época, Año I Núm. 12 y
13
Buenos Aires, Octubre — Noviembre 20 de 1924
Archivo Histórico de Revistas Argentinas http://www.ahira.com.ar/
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