María Elena Walsh: “¿No nos estará faltando tierra bajo los pies?"  

Entrevista de Diana Bellessi y Martín Prieto

 

María Elena Walsh (Buenos Aires, 1930) es autora de numerosos textos para niños, compositora e intérprete de sus canciones —reunidas en Cancionero contra el mal de ojo (1976) y Juguemos en el mundo (1977)— y también poeta. En este orden, su obra comprende Otoño imperdonable (1947), Baladas con ángel (1952), Hecho a mano (1965) y Otros poemas (1947-49), Cuatro fábulas urbanas, Correspondencia, Sección Bronca y 1978-1982 —estos últimos grupos de poemas reunidos con los anteriores en Los poemas, volumen publicado por Editorial Sudamericana en 1985-

Su primer libro se editó en 1947. ¿Esto la ubicaría en la generación del '50?

—Creo que en la del ’40, la generación Gath y Chaves: en ella había de todo pero se cerró.

—¿Cómo era el panorama intelectual de Buenos Aires en aquel entonces?

—Tenía tres puntos claves: el suplemento de La Nación dirigido por Eduardo Mallea, Sur, dirigida por Victoria Ocampo, El Hogar, dirigido por León Bouché. Había mucho acto literario y lectura de poemas en salones de la calle Florida, y en la esquina de Viamonte el café Jockey Club, flor y nata de los encuentros escritoriles. Olga Orozco, Molina, Girri, no nos daban ni la hora a los jóvenes. El que nos empollaba a todos era Vicente Barbieri, su charla fue nuestro taller literario. Rondaban el café otros personajes muy típicos: los periodistas Rojas Paz y Gerchunoff, que nos miraban de reojo desde la lontananza.

—¿Qué repercusión tuvo su libro dentro de lo habitual para las publicaciones de poesía en esa época?

—Sensacional, se agotó y comentó y ensalzó locamente. Al año siguiente llegaron Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe, Juan Ramón Jiménez a los que yo me adosé de inmediato y que fueron conmigo muy afectuosos. Era posible editar un primer libro gracias a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, que adquiría cien ejemplares, con lo cual pagábamos la edición. Y cuando publicábamos un poema, el eco trascendía el barrio: llamadas, cartas, telegramas, y ¡hasta Borges llamaba por teléfono! Mario Trejo me acompañó en la epopeya de repartir ejemplares en las librerías. Mario decía: —“He aquí uno de los pequeños grandes libros del siglo”. Los libreros junaban mi edad y caballerosamente aceptaban ejemplares y los ponían en las vidrieras. Después Trejo huyó con rumbo desconocido e integré una patota literaria con Horacio Armani, Vocos Lezcano, la Negra Córdova Iturburu y el actual embajador Javier Fernández. Callejeábamos sin parar, y un pasatiempo que nos causaba mucha gracia era tocar el timbre en la casona de Larreta, para que saliera un mucamo de calzas y jubón.

—Otoño Imperdonable es un libro que se define dentro de metros clásicos. ¿Qué preocupaciones estéticas la movían en ese momento?

—Precisamente, imitar a la generación Gath y Chaves, casi toda ella muy métrica: Barbieri, Benarós, Granata, Castiñeira de Dios. Además de parecerme sublimes, en la versificación medida encontraba un oficio, una síntesis, me resultaba natural y al mismo tiempo mágica.

—Cierta exploración del castellano —no mediatizada por la influencia de lecturas, de traducciones—, así como el peso de la literatura en lengua inglesa, acerca su producción a la de poetas más recientes ....

—¿Ah sí? Es raro. He procurado en lo posible no leer poesía traducida. No hace mucho descubrí una obra de arte que habría que editar con el lujo que merece: la versión de “El barco ebrio” de Rimbaud que hizo Raúl Gustavo Aguirre. Es ejemplar, como la traducción de “Romeo y Julieta” de Neruda. Pero en general las traducciones son obras maestras del terror. Su único mérito consiste en obligarnos a defender nuestra lengua y a aprender las otras con entusiasmo.

—¿Las canciones de habla inglesa influyeron en su escritura ?

—Claro, porque mi padre jugaba siempre con las Nursery Rhymes, y creó además una tradición doméstica de adivinanzas y chascarrillos.

—Usted compuso limericks, cosa que se ha hecho poco en español.

—En español no existen, que yo sepa.

En poemas y aun en la prosa que usted ha escrito para niños está muy acentuado el trabajo sobre la rima, como si en la rima se apoyara el disparate y fuera el tema del texto; ¿es ésta una percepción sensata?

—La rima forma parte de la utilización de las palabras como juego, algo natural para los chicos que empiezan a descubrir el lenguaje. También hay un disparate conceptual típico de nuestra lengua, que procuro recuperar: “a la mar fui por naranjas / cosa que la mar no tiene”. Yo quise pertrechar a los chicos que después, en la escuela primaria, serían abrumados por un lenguaje lógico, prolijito y sensato, aunque eso ha cambiado mucho y hace tiempo que se respeta la expresión de los “locos bajitos”.

—Cuando escribió Otoño Imperdonable ¿el peso de la copla española ya estaba presente en usted o fue una adquisición posterior?

—Estaba presente a través de Quevedo o Miguel Hernández, y transferido a una retórica crepuscular típica de esa generación, que hoy me llena de espanto. Me pregunto por qué escribíamos esos poemas tan ajenos a nuestra realidad, a nuestras pobres personas habitantes de estas praderas.

—¿Cómo se hace para escribir para niños? Es difícil imaginarse un posible lector niño.

—Desconozco la receta. Sólo sé que lo que encuentra resonancia en un chico es el contenido inconsciente y la seriedad del juego. La rima acarrea su propia magia, cuando no se la busca con demasiado afán. Hace mucho tiempo que los escribas nos desprendimos de la rima y su consecuente alambicamiento, pero nos quedó en el tintero estudiar los mecanismos inconscientes que la producen.

—Baladas con Angel aparece en 1952, pero después sobreviene un período de silencio muy largo en la producción de los llamadospoemas según la antología publicada por Sudamericana. ¿Es éste el período en que produce numerosas letras ele canciones y textos para niños?

—Es que en plena juventud, después de haber llenado los formularios de la carrera literaria, me cansé de ella y me dio la “perlesía”: no podía seguir más en ese mundo enrarecido, lleno de frasquitos de maldad. Escribí otras cosas porque además me sentí integrada en otra profesión, que en realidad fue la vocación original: la de cupletista. Y separo la Poesía de lo que algunos llaman cancionística.

—¿Porqué?

—La Poesía es un juego peligroso y solitario. Las canciones atraen compañía. Cuando me fui a Europa y me gané la vida cantando y explorando la poesía popular de aquí y de allá, también recuperé el ámbito de una infancia y me puse a escribir desde ella.

—Yo incluiría sus letras como parte de su poética.

—Hablemos de Baladas con Angel.

—Creo que ese libro —que se editó junto con Argumento del enamorado de Angel Bonomini, por ocurrencia celestínica de González Lanuza— es un producto de la represión en lo personal y lo social. De una época siniestra que recomiendo a los nostálgicos. Un contexto de censura política en el que además teníamos un noviecito que sermoneaba: “No digas eso, no cruces las piernas, se te corrió la media” o “la Iglesia es la reserva de Occidente”. Represión familiar, acoso de tipos en la calle, silencio sobre la sexualidad. En fin, que había que elegir entre la locura, el amor fotonovelado o el convento. Yo elegí estas dos últimas opciones —una especie de convento literario, claro— y la salvación por medio de una poesía hipocritona, encapsulada y al divino botón.

Hay desde siempre en su poesía una preocupación musical; nos gustaría que se explayara sobre el tema de la música en los poemas y las letras.

—Digo Poesía con mayúscula con cierta ironía, pero también para diferenciarla de las letras de canciones. La letra tiene muchas limitaciones, está condicionada a respetar acentos y medidas, un tema y una duración. En tres minutos hay que solucionar todo eso, y ser comprensible. Casi todas las letras se dividen en estrofas y necesitan de una simetría. Muchos jóvenes autores no entienden esto, porque conocen las letras en otro idioma a través de las traducciones. Un ejemplo: “Lef it be” se tradujo como “Déjalo ser". Una barbaridad: tiene una nota de más y “déjalo ser” no es una expresión castellana sino un disparate de doblaje. Un autor de música de cámara puede trabajar sobre verso libre, pero ya salimos de lo popular. Creo que la canción no puede desprenderse de esquemas muy rígidos, aunque luego la música no sea cuadrada. Eso exige muchísima paciencia, cosa que ya no abunda. Yo, por mi parte, ya la gasté toda.

Qué opina de los poemas músicalizados?

—En general los detesto, tanto como detesto el concepto de que “la poesía se enriquece con la música porque llega a un público más vasto, etc.”. Filosofía de locutores. La poesía es como es, está en los libros o sopla en el viento, tiene su música y nadie la enriquece.

—Se conoce la anécdota de Debussy acercándose a Mallarmé y diciéndole: “—Maestro, siempre he querido ponerle música a sus poemas”. Y la respuesta de Mallarmé: “—Yo creí que ya la tenía".

—Tal cual.

—En 1965 se publica Hecho a mano. En el primer texto, llamado “Prólogo”, usted dice que lo ha escrito porque se lo pidieron.

—Sí, lo sentí como de encargo, después de algunas conversaciones con amigos que me hacían sentir culposa. Fue escrito de un tirón, en una especie de autodesafío. Y creo que todo él es una poética, hábito bien nuestro, mucha gente escribe y escribe sobre el hecho de escribir. Es una obsesión un tanto onanística, ¿no?

—Darle el nombre de Hecho a mano fue también aludir a un asunto de factura, de artesanía. Teniendo atrás la experiencia de escribir para cantar, ¿cómo se reinstala el poeta cuando vuelve a escribir para ser leído?

—No sé, pero supongo que siente que recobra cierta libertad. Recuerdo un estado, con perdón perdón de la palabra, de inspiración, muy dichoso. Recuperar la libertad de ser hermética, por ejemplo, o no tan entendible como en las canciones. El poema puede permitirse ser, como se dice en la jerga de la televisión, para la parrilla: se hacen chistes para que se rían los tipos que están arriba, en la parrilla del estudio, poniendo focos o martillando practicables y los cómicos suelen improvisar chistes que sólo ellos entienden y festejan. Y eso pasa con la poesía: se escribe para los mandarines que están arriba, en la parrilla, manipulando citas, sobreentendidos y, sobre todo, la sutileza del oxímoron.

—¿Que la poesía sea para la parrilla es algo de hecho o algo modificable?

—Creo que en todas las épocas esa prestidigitación de códigos archicultos la cambian los grandes poetas que reinventan el lenguaje e interpretan los mitos y las realidades de un público más vasto, del común, quizás. Es posible que un solo poeta no dé abasto con semejante tarea, y quizás estemos tratando de acometerla entre muchos. O mejor “Muchos pocos hacen un mucho”, dijo Sancho Panza. Quizás juntando centenares de poetas, escribas, cantautores y verseadores consigamos hacer medio Homero. ¿Por qué no?

—¿Dónde se sintió más cómoda trabajando? ¿Los cambios que se produjeron en su carrera tuvieron que ver con coyunturas sociales y afectivas o fue una evolución puramente escritural?

—Aclaro primero que jamás me sentí cómoda en nada, sino sentada sobre la estera de clavos sin ser fakira. Pero la razón de los cambios, supongo que a todo el mundo le pasa, hay que buscarla tanto en las circunstancias externas como en las íntimas. Pero en fin, me he sentido “más cómoda” cuando me acompañaba un público, en el escenario, o aun escribiendo como un forzado para la TV. La poesía escrita y leída en silencio, ¿no será un poco contra natura? Me acuerdo de cuando la copla estaba viva en el Noroeste y la gente la usaba para decirse el amor o festejar felicidades públicas. Llevamos siglos de practicar la poesía .en silencio y en rincones, ¿no nos estará faltando tierra bajo los pies? Y conste que con esto no propongo una escritura pedestre, descriptiva ni rebajada.

Aunque no se puede retornar al Edén, porque ya existe la poesía escrita, lo que se siente frente a nuestra copla, en el cantejondo o a veces en el blues, es que el poeta no hace concesiones: se mete con cosas peligrosas en lo personal y eso no imposibilita la circulación comunitaria de la canción.

—Eso es importante: el autor o el transmisor de la poesía tradicional rara vez describe asuntos de esos que ahora llamamos puntuales o coyuntura-les —qué horribles palabras—. Sin embargo, ésa, como toda gran poesía, nos expresa, nos cuenta quienes y como somos.

—Una de las preocupaciones temáticas que aparecen constantemente en los últimos poemas y también en las letras de canciones, es la mujer, la condición femenina o una mirada femenina del mundo; eso se ve en textos como “Las que Cantan”, “A Mamá”, “Retrato de Señora que hace Dulces”, “Tejedoras”, “Orquesta de Señoritas”, “Eva”.

—Y aunque no me detuviera en esos temas, jamás se me hubiera ocurrido asumir una mirada masculina, como ha sucedido con muchas narradoras. Uno de esos últimos poemas cita una paráfrasis de Luis Cernuda: “Muchachos / que ya no seréis nunca compañeras de mi vida”. El poema procura pintar una imagen de mi propia prehistoria: esas anchísimas calles de tierra, propiedad de varones de toda edad, .patrones de la vereda, especializados en agredir o ridiculizar a las niñas, obligadas a ser modosas y cursis. Pero así como deliberadamente no he contaminado la escritura para niños con contrabandos morales ni pedagógicos, tampoco me gustaría escribir una poesía feminista, de barricada. Esa mirada particular de las mujeres surgirá de un trasfondo, un sobreentendido, una condición natural.

—En los últimos años circula esta pregunta por la escritura femenina, si existe, si hay una diferencia entre el sujeto mujer y el sujeto varón que escribe. ¿Qué podría decirnos al respecto, desde su propia experiencia de escritora y de lectora ?

—Primero y principal me importa el valor literario, después el mundo relativamente silenciado que nos revele, un estilo que represente una revelación.

—Cuando habla de estilo, ¿se refiere a que cierta toma de conciencia y cierta perspectiva en la mirada se traduce también en una factura diferente de la escritura ?

—No encuentro tanta diferencia de estilo, y en algunos intentos por modificarlo no veo por ahora demasiada puntería. Los contenidos son distintos aunque la forma parezca tradicional. Véase tanto Delmira Agustini como Doris Lessing.

—Cuando publicó su primer libro a tos 17 años, no había tantas poetas coetáneas, como las hay notoriamente en este momento.

—Sí las había. Recuerdo una antología de poesía femenina muy poblada, editada hacia 1931. La mayoría de esos nombres no permanecieron, quizás no lo merecían, pero debo acotar que las mujeres son borradas de la historia, o de la literatura, con mayor facilidad que los varones. Sobre todo, son siempre ridiculizadles, mientras que sus equivalentes masculinos se perpetúan en las calles, avenidas, plazas, bustos y otras intoxicaciones.

—¿Le parece válida la idea de hacer antologías de poesía femenina, de literatura de mujeres?

—Tengo debilidad por las antologías, y son válidas siempre que lo sea el criterio del antologo, y que su compromiso sólo sea con los méritos literarios de los elegidos. Ahora estoy leyendo la Norton Anthology of Literature by Women, donde descubro, por ejemplo, a la contemporánea Toni Morrison y redescubro a una poeta conmovedora como Anne Sexton. El criterio de las autoras del libro es feminista, pero antes que nada literario.

—¿Tiene libros de lectura recurrente, libros de cabecera?

—Precisamente, antologías de toda época y pelaje: entre ellas, .una de poesía griega traducida al francés por Robert Brasillach. La segunda parte del Quijote, los poemas de Molinarr.

—¿Qué opina de la poesía que se está escribiendo ahora en la Argentina?

—La conozco muy fragmentariamente, aunque quizás no hay otra manera de conocerla. Un libro que me impresionó últimamente es La Casa Grande de Tamara Kamenszain. Pero en general podría decir, citando a Rubén Darío, que nuestra escritura poética me impulsa a “no saber a dónde vamos / ni de dónde venimos”. El libro de Tamara propone una respuesta: reconozco el lenguaje, la pertenencia, el tiempo que vivimos. Pero la enorme cantidad de poesía amateur que suele circular me impacienta, mejor dicho me da un imponente mal humor.

Vivo en Argentina - Orgullo nacional - María Elena Walsh- 01-02-12

1 feb 2012
A 82 años de su nacimiento, recordamos y homenajeamos a la escritora, poeta y cantaautora argentina María Elena Walsh, una representante de nuestro orgullo nacional.

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Entrevista de Diana Bellessi y Martín Prieto  
 

Originalmente en Diario de Poesía Año 2. Nº 5. junio de 1987

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/diario-de-poesia-n5/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

Ver, además:

El día en que el mundo volvió a quedar patas para arriba Sin embargo estoy aquí, resucitando > A los 80 años, murió ayer la escritora y compositora María Elena Walsh - por Silvina Friera -Página12 - Martes, 11 de enero de 2011 c/videos

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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