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Zelmar Riccetto: el diálogo con las cosas |
Nunca hemos creído demasiado en la necesidad de las presentaciones como ésta; siempre nos pareció lo mejor – y más en el caso de un poeta como Zelmar Riccetto, que hasta poetiza en sus discursos cotidianos – que el propio contenido de la obra fuera la guía del lector. Que otra cosa, en fin, no pretenden estas palabras, reunidas para ayudar a la difusión de la antología tan esmeradamente preparada por Gladys Castelvecchi y Francisco Lussich, y además en razón de solidaridad genérica con la concepción poética del autor. ¿Cómo
no coincidir con él cuando afirma: “Se podría llegar a determinar que
los centros cerebrales estimulados específicamente para expresar poesía
no son los mismos que determinan la
prosa coloquial o de comunicación”? ¿Cómo no estar de acuerdo cuando
dice que “de ahí puede surgir la dificultad del entendimiento entre el
poeta y el lector no motivado por la poesía”? Podríamos
intentar un ensanchamiento de esta temática, apelar a reflexiones – que
vienen, por lo menos, desde Hegel – sobre las diferencias entre el
pensamiento lógico o discursivo y el pensamiento artístico o por las imágenes.
El cubano Guillermo Rodríguez Rivera señala: “la imagen artística
constituye también un instrumento de intelección... ella es un medio de
abstraer y generalizar... lo característico de la imagen artística ser
su capacidad para entregar lo abstracto a través de lo concreto, lo
universal a través de lo singular... el arte es, entre otras cosas,
conocimiento”. Asentemos
aquí el límite de tales asuntos, sobre los cuales todavía se discute,
para tratar de ver cómo la poesía de Riccetto se ajusta a estas
definiciones. Claro
está que no aspiramos más que a una aproximación, por la propia
característica de nuestras anotaciones. Pero antes recordemos que
Riccetto nació en Minas, departamento de Lavalleja, el 4 de diciembre de
1908. Odontólogo y campesino – como él mismo ayuda a retratarse -,
animador cultural y mílite de la democracia y el avance social. Su obra
poética publicada incluye Cantos chicos, 1946; Ciudad del aire, 1950;
Oficio de amistad, 1963; Artigas, 1951; Cancionero salvaje, 1960; Como
quien está viviendo, 1966; Canto a Lavalleja, 1983. A esto se agrega su
colección de cuentos Tiempo de Volver, 1979. Es abundante su poesía inédita
que este volumen recoge parcialmente. Riccetto
sostiene desde el comienzo una postura estética ahincadamente personal,
de lúcida exigencia, pero siempre en acuerdo con los hombres concretos de
cada día y con los ámbitos naturales donde la mayor parte de su vida se
ha desplegado abiertamente. Ya
Enrique Elissalde anotó su identificación con la naturaleza, en una
suerte de panteísmo manejado e incorporado con acierto. Y Manuel Márquez
apuntó que es la suya una poesía preocupada, quizás la única hoy posible, para indicar también esa recuperación totalizadora del ser
(que) sobreviene dentro de un ciclo cósmico que lo enriqueció. Son
justos estos señalamientos, al cabo de más veinte años, porque como
dice el poeta Riccetto: “El agua corre pero el río queda”. Y
es precisamente el complejo, deslizante y sorprendente caudal de ese río
rebasador de tinta y papel, lo que ahora tratamos de acercar al lector
para compartir asimismo su oscura transparencia. Riccetto
es un poeta más de imágenes que de estructuraciones conceptuales, por más
que emerja de sus versos una vasta reflexión sobre los movimientos
aparenciales y el discurrir del tiempo mezclado con la carne transitoria y
sus dolorosos fulgores. El
poeta recurre tozudamente a los efectos de una perspectiva englobadora:
Minas, para los extranjeros, es una región. Para mí, una totalidad, un
infinito. Su método poético es inductivo, aunque jamás se borra de cada
imagen la universalidad incluida en lo específico; tampoco la apariencia
– cerros, pájaros, arroyos, caballos, árboles, astros, gentes,
abejorros – se diluye en pálidas generalizaciones. Insólito equilibrio
el suyo, aun en esa estupenda serie inédita de los “Cuerpos”, entre
lo concreto y lo abstracto. Poeta
sensorial, de fuerte respiración transformada en oxígenos sutiles para
el aire de muchos. Poeta de elaboración clásica no sólo en la
cristalina hechura del soneto, sino en la sabia junción del adjetivo
irremplazable y el verbo dedicado para que el ritmo se suelte en un verso
que es liberación. Poeta de extrañas sombras, hurgadas con mano de
campesino culto que a su muerte quiere ser el que fue, “sin nombre ni
apellido pero hombre intransferible”. Poco
más podemos adjuntar a esta presentación casi ociosa, que por “oficio
de amistad” temerosamente emprendimos. No hablaremos, pues de los
elementos simbólicos que el autor utiliza con inusuales variaciones –
el agua, el aire, el cielo, el cuerpo – ni de las connotaciones sociales
surgidas de sus poemas. La tarea de lector estará desde ahora menos
presionada: su libertad de lectura se encontrará con Zelmar Riccetto y
una creatividad ilimitada “como un río que en soledad se canta”. Notas: 1. “Tierra que
anda”, entrevista a Z. Riccetto por Francisco Lussich, La Hora
Cultural, agosto 1988. 2. Guillermo Rodríguez
Rivera, sobre la Historia del tropo poético, Ed. Letras Cubanas, La
Habana, 1985. 3. Enrique Elissalde,
“Preocupación por lo viviente”, Época, mayo de 1966. 4. Manuel Márquez,
“Oficio de amistad”, El Popular, noviembre de 1963. 5. Entrevista a Z. Riccetto por Pablo Troise, La Unión, Minas, 4 de marzo de 1978. |
Zelmar Riccetto Antología poética Selección: Gladys Castelvecchi y Francisco Lussich Prólogo: Saúl Ibargoyen Diciembre de 1988 - Talleres gráficos de SIGNOS, Montevideo, Uruguay. Se publica en Letras- Uruguay autorizado por la familia |
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