La poesía de Pedro Piccatto

por Mercedes Ramírez

El 26 de febrero de 1944, en su casa humilde de Sayago, casa pequeña rodeada por un jardín hermoso que él mismo cultivaba, murió a los treinta y cinco años Pedro Piccatto.

Antes de morir, dibujó, entre la música y el sueño, las rosas, las amapolas, las azucenas y los mirasoles que aún hoy permanecen vivos en sus poemas.

Quedó de Piccatto la imagen de su espalda deforme, rematada por una nobilísima cabeza que el escultor Juan Martín tuvo tiempo de esculpir para que nos guardara la belleza de un rostro lleno de sufrimiento y serenidad.

Duende nocturno, contertulio de las mesas bohemias del café Montevideo, dejó entre sus compañeros de entonces el recuerdo de su humor violento, su ternura, su pudor, de la gracia de su inteligencia, de su amor dolorido y secreto, de su fidelidad de amigo. Líber Falco en dos poemas, Domingo Bordoli, Dionisio Trillo Pays y Mario Arregui en páginas emotivas, han tentado transmitir la profunda experiencia que supuso haber conocido a Pedro Piccatto. Luego de la muerte inesperada del poeta editaron, con otros amigos, un libro que recogió los Poemas del Angel Amargo, ya publicados en 1937, y otros que el autor tenía seleccionados y agrupados bajo el título Las Anticipaciones.

Las Anticipaciones es, pues, la obra póstuma y definitiva de este poeta casi desconocido para la generación actual. Y, sin embargo, pocos como él merecen ser leídos y amados. Su mundo poético es, en nuestra literatura, absolutamente original e irrepetido, porque, naturalmente, fue el mundo que pudo engendrar una criatura original e irrepetible como Pedro Piccatto. Solamente alguien como él, tan capaz de amar la vida y al mismo tiempo tan incapaz de expresarse vitalmente —cuerpo vulnerado y corazón herido-pudo ir trazando el ámbito de la poesía a fuerza de penetrantes iluminaciones.

Una primera lectura de Las Anticipaciones revela un clima de infancia. En primer lugar, la madre, "almendra santa y mía”, nombrada con amor balbuciente.

Madre,

con qué dulzor de quieta mariposa

se mueven hoy tus ojos.

Eres todo un poema que no podré cantar.

                            (Miel Estéril.) VI Poema.

Ese amor es la trémula dependencia de un niño que nunca pudo o nunca se atrevió a crecer.

   Como si me alcanzaras una flor

o me abrieras un libro

estoy pendiente de tu gesto

y de tu voz...

                  Tu voz.

                   Pienso que de ella

puede llegarme,

                    convertido en un cuento,

                                                  el infinito

                              (Malva.) III Poema.

La infancia es también para Piccatto un paraíso perdido, pero un amargo paraíso.

  Creo

en el violento sinsabor

de mi niñez de humillaciones

cuando cambiaba trompos por violetas

y bochones por rosas;

.............................

  Creo, sí, en mi niñez.

Paloma en la tormenta.

                                      ¡En ella creo!

(Sangral.) V Poema.

Y hay en la poesía de Piccatto, ángeles, hadas, duendes, mariposas y flores rescatadas del país de la infancia en un empecinado intento de refugio. Pero nada más alejado de lo infantil que estas nomenclaturas. La suya es una poesía no hecha para niños pero sí hecha por un niño. Por un niño retenido por la desgracia en una edad de ojos limpios y claros, en una edad de adivinación y de encantamiento. Ese niño apresado en la red de un cuerpo que no pudo crecer coexiste en Las Anticipaciones con un ser madurado en plenitud, ávido de goce y de participación de lo real.

Sin temor de morir,

casi viviendo,

el corazón bajo una rueda fría.

¡Y pulsándolo todo!

                         ¡Y todo amándolo!

                                            (Sangral.) I Poema.

 

Un sol de peces pierdo si respiro

y soy feliz si toco una manzana.

                                                (Evidencias.) II Poema.

Una poderosa fuerza de los sentidos da al poeta un usufructo posesivo de la realidad. En el Poema VII de Malva recorre desde la flor al hombre, pasando por el mar, el árbol y la piedra, el inventario de las cosas asediadas con una pujante vitalidad.

Hay que sentir la flor

como la sienten las abejas

la mariposa

               y el color.

 

Hay que sentir el mar

como lo siente la gaviota

la brisa

           y la sirena.

Hay que sentir el árbol

como lo siente todo pájaro

 la pupila

            y la tierra

como verdad feliz,

 

                         verdad indefensa,

                          como labio de vida,

                                                  mudo,

                                                                        cierto.

Como cercano,

                     espléndido azular,

hay que sentir la piedra.

Y hay que sentir al hombre más que a todo

flor de su silencio...

                          débil...

                                   fina. ..

                                           su aérea placidez;

su ira, su desrrazón, su campanal tormento,

su hiriente corazón,

                          perdido...

                                       helado...

en llamas...

                recobrado. ..

su carne de jazmines salpicados,

sus rencores, de pasto pisoteado,

su amor aún en crisálida.

Hay que sentir su herida y su esperanza;

cuento punzó sobre su día ilimite.

Es éste quizá uno de los poemas más reveladores del mundo de Pedro Piccatto.

La naturaleza es convocada al comienzo en un tríptico —flor, mar, árbol— que es una verdadera euforia de los sentidos. Pero esos objetos podrán conocerse y gozarse totalmente, es decir, podrán sentirse, en la medida en que el hombre sea capaz de adquirir las posibilidades de participación con ellos que tienen ciertos seres o sustancias. La abeja y la mariposa sienten la flor ¡jorque ella es su vida y su destino; el color, porque le es connatural. El mar pertenece a la gaviota que lo sobrevuela, a la brisa que lo dibuja, a la sirena que lo habita. El árbol es del pájaro que en él se refugia, del ojo que lo mira y de la tierra que lo alimenta. Habrá siempre una muda distancia entre el contemplador y el objeto contemplado. Sólo el poeta puede volver elocuentes a las cosas porque él sí, es capaz de transfigurarse en otras criaturas v de sentir como ellas.

El eje del poema es el cántico a la piedra. La piedra es para Piccatto la revelación pura. Está allí, es, “cercano, espléndido azular”, "verdad feliz”, ‘verdad indefensa”, “labio de vida, mudo, cierto”.

El canto se serena, reposa en la certeza plenamente explicada de la piedra. Es la bisectriz de dos zonas de misterio. Antes, la de las criaturas cambiantes, de vida compleja y bella: flor, mar, árbol. Luego el misterio del hombre que abarca y totaliza toda una esfera de la realidad. “Hay que sentir al hombre más que a todo”. Frente a él no es necesario urdir metamorfosis. El mero trance de vivir es abarcar en plenitud la comprensión de todos sus antagonismos: placidez, ira, pérdida, recobramiento, tormento dei sexo, rencor y ainor. Ellos no son más que los avatares de una única historia; la de una herida y una esperanza.

La naturaleza es en la lírica de Piccatto, además de un objeto de la codicia sensorial, una verdad poetizada. Variaciones sobre la rosa desde el momento en que abre como un párpado somnoliento su primer pétalo hasta que muere sonriendo al dejar caer el último; la rosa al amanecer y en la noche: la rosa bajo la luna en contrapunto de melancolías con el azul del mar. En un grupo de quince poemas —Jardín y mar— el misterio de la flor y el del agua es develado en una prodigiosa mutación que llega desde la gracia frágil de la visión hasta la angustia existencial.

También

este deseo mío aprisionado,

ah sinsabor

              jamás ajado

como difícil sándalo del aire

u través de una rosa rompe y huye hacia el mar

                             (Jardín y mar.) VII Poema.

Las líneas temáticas de las poesías de Piccatto, sutiles y profundas como un pulso, son también complejas. El poeta no se agota en el contemplador de la infancia ni en el descifrador de la gracia.

Hay un hombre doliente más que ningún otro, protagonista de un drama real que no en vano, como en una testimoniada crucifixión, lleva en los hombros. El poeta toma con manos puras la trágica materia de su existencia y la eleva en un misterio de transustanciación.

Melodía de darnos...

la sagrada melodía de darnos.

Ése es el gran acierto de las almas.

Es llevar para siempre en nuestra vida

el esplendor abierto de una fruta.

                            (Ángel amargo.) VI Poema.

 

Todo lo infiel

se vuelve fiel

                 apenas

desciende hacia la mano

                 el corazón

(Malva.) I Poema.

Pero este tránsito que va del sufrimiento al don de sí mismo no ha sido fácil ni rápido. Hay en Las Anticipaciones un grupo numeroso de poemas que traducen el complejo dolor de vivir. Desde la incomunicación frente a la vida: “La tierra es una fuga que yo no he comprendido” hasta esa implacable opresión de los días negros, días de angustia sin nombre y sin destino. Si antes la tierra fue una fuga inapresable que ni siquiera fue comprendida por el hombre marginado de esa dinámica, ahora la sensación es estática e inmovilizadora: red de sombras, falsa hiedra.

Cuando esta red de sombras que no entiendo con dominio sutil, ciñe mi vida, nada me salva.

Ni la palabra pura de mi madre ni los círculos finos de un poema.

Cuando la siento. insinuadora y trágica, trepar mi vida como falsa hiedra, nada me salva.

Ni los círculos finos de un poema Ni la palabra pura de mi madre.

(Ángel amargo.) IV Poema.

Pero es aún más amarga la pena de vivir cuando el hombre, sujeto como a una cadena al ritmo de los días que se suceden y lo esperan, siente que nunca y jamás habrá otra esperanza que la de la frustración repetida y siempre igual a sí misma.

Otra aurora,

otra más

me está esperando.

Otro día,

y con él

otro pedazo mío de ala al suelo

otro leve empujón hacia la muerte.

 

Otro día,

otro más

entre rosal, andrajo y sexo fiel.

                            (Sangral.) III Poema.

A veces, en cambio, la sensación de vivir no es torpe asombro ni perdición. Es un luminoso y heroico desasimiento que consigue, al par, el vuelo y el canto.

Ah, vida mía!...

Gira

y se afina.

Gira

como ala que no tiene compañera.

 

Ay con un ala nunca volaremos

 

Ah, vida mía!...

Los hombres te levantan

y te bajan,

te alientan

y te manchan.

 

Pierdes

lo que de sueño y desnudez

te curva.

 

Pero vuelves a erguirte,

dulce o amarga,

con la canción por malla.

                            (Ángel amargo.) XIX Poema.

La obra de Pedro Piccatto no puede recorrerse con un solo viaje, ni aun cuando el lector transcurra por todos sus senderos. Siempre dice más y más hondo. Crece con nuestra edad. Y aun así siempre nos sentimos incapaces de comprenderla del todo, en su vuelo de gracia y en el desgarrado latido de la herida de ese hombre.

 

por Mercedes Ramírez

 

Publicado, originalmente, en: BRECHA Año 1 — Nº 1 — Noviembre de 1968

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/4831

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

 

                   Entre las rosas, poema de Pedro Piccatto (Uruguay)

 

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