Mesa redonda

Onetti en la narrativa de América Latina

Coordinador Ángel Rama

Ángel Rama

Iniciando la parte de evaluación crítica de la obra narrativa de Juan Carlos Onetti, daremos comienzo a una mesa redonda que se dedicará fundamentalmente a examinar aspectos generales de su personalidad y su obra, y también a realizar una cierta tarea testimonial y personal, dado que la visión de un escritor no solamente se obtiene a través de todos sus textos, sino que puede enriquecerse y ampliarse mediante el conocimiento de una serie de informaciones sobre ese escritor, su funcionamiento, su vida. Dentro de este panel, junto a críticos que han demostrado un largo tratamiento de la literatura y en especial de la latinoamericana, hay también escritores que han mantenido con Onetti una relación personal extensa.

Creemos que el de Juan Carlos Onetti es un caso realmente ejemplar dentro de América. Y lo es en la medida en que ha conquistado, lenta y progresivamente, un núcleo de lectores y, aún más, de fervientes seguidores sin haber estado nunca en las vicisitudes y en las desgracias de la vida intelectual, tan corrientes en nuestros países. Juan Carlos Onetti es un poco el famoso caso que repite la frase de Valéry a Stéphane Mallarmé: “En el lugar más remoto de Francia hay un joven que daría su vida por su obra”; efectivamente, desde los primeros textos, allá en la década del treinta, Onetti fue un escritor solitario que escribió para un joven que estaba dispuesto a oírlo y con el cual iba a entablar, a través de la literatura, un modo de relación profunda, viva, llena de demandas y de exigencias al mundo. Como a partir de una gran insatisfacción, una insatisfacción ante un mundo que no es el mundo que uno querría, fue construyendo una literatura solitaria. Y, sobre todo, este hombre que tuvo poca fe, y en verdad en su último libro llega a decir que prácticamente ninguna, este hombre, digo, sin embargo estableció la fe y la pasión en el arte, en la creación artística, en la comunicación de una verdad a través de la literatura. Cifrar la vida entera para construir una obra, entregar lo más importante de la existencia para que este producto establezca el puente de comunicación, ha sido un poco el misterio y el milagro de la presencia de Onetti en la literatura. En verdad es un escritor para jóvenes. Es un escritor para los Jorge Malabia que llenan el mundo y que en él se reconocen. Desdeñó todo lo demás, obsesión de posibles riquezas, de títulos, de preeminencia pública: lo suyo ha sido la soledad, el distanciamiento y la fe absoluta en la literatura. La literatura como un elemento fundamental de la existencia humana. Y este elemento hay que manejarlo y reverenciarlo y trabajar con él como con las cosas fundamentales de la vida. Yo creo que en este sentido ha ganado una larga y solitaria batalla, porque ha ganado no solamente lectores —esto lo consiguen muchos escritores y lo pierden con la misma facilidad con que lo obtienen—, ha ganado adeptos, ha ganado amigos, ha ganado copartícipes de una gran demanda y una gran interrogación sobre el mundo. Creo, por lo tanto, que este homenaje es no solamente a un gran escritor, sino en cierto modo a una sociedad entera que es la sociedad latinoamericana, a este mundo en constante devenir, en constante creatividad, que es nuestra América.

Nos reunimos aquí hoy para dar algunos testimonios desde diversos ángulos y querría presentarles a los que me acompañan en esta mesa.

Para traernos un testimonio del Brasil está con nosotros Eric Nepomuceno: es periodista, ha trabajado sobre la obra de Onetti, ha traducido obras de Onetti al portugués y, por lo tanto, puede darnos una visión desde otro ángulo bastante diferente del correspondiente a nuestro mundo hispanoamericano.

E! profesor John Brushwood es un especialista reconocido en no sólo la literatura contemporánea, sino en la narrativa hispanoamericana. Probablemente le debemos el libro mejor organizado y analizado que tengamos sobre todo el proceso de la narrativa de los últimos cuarenta años.

El escritor uruguayo Carlos Martínez Moreno es el escritor que ha continuado —en otra tónica, en otros problemas— la obra de Juan Carlos Onetti en la literatura uruguaya. Su obra narrativa es extensa y conocida incluso por los escritores y lectores mexicanos: ha obtenido premios recientes en México, y también me parece importante toda su actividad de tipo político que es la que hoy explica su exilio en la hospitalaria tierra mexicana.

Algo parecido podría decir del escritor Fernando Alegría, chileno. Su obra es ampliamente conocida, desde el famoso Caballo de copas. Pero en él también me parece importante subrayar que no solamente estamos ante un gran narrador sudamericano, sino frente a un hombre que ha venido desarrollando una intensa actividad cultural y política. A él se le debe una de las revistas vivas de los últimos tiempos: “Literatura chilena en el exilio”.

Para tener otra visión y otro panorama, otra perspectiva, Jean Franco, la investigadora y estudiosa inglesa, autora de uno de los grandes panoramas sobre la cultura moderna latinoamericana. Actualmente es profesora de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos, y se ha dedicado muy activamente a toda la problemática de la cultura y de la sociedad hispanoamericana, desde los problemas de comunicación de masas hasta los referentes a las demandas femeninas en la nueva situación social.

En este momento acaba de llegar Carlos Monsiváis directamente desde México, y se integra a nuestra mesa[1] Onetti: Los monstruos engendran los sueños de la razón. No es necesario decirles a todos ustedes quién es Carlos Monsiváis, de modo que comenzaremos nuestras intervenciones. Me parece que esta pluralidad de puntos de vista puede permitirnos hacer un cierto muestreo de la obra y de la aportación de Onetti a nuestra cultura.

Eric Nepomuceno

En cuanto a Brasil, Juan Carlos Onetti es de esos raros escritores latinoamericanos que no han llegado al público todavía, lo que comprueba una miopía editorial. Hubo una edición de Juntacadáveres hace muchos años, por allá por el 64-65, se agotó la edición y ya nunca más se ha vuelto a editar. Ahora, por fin, se va a publicar La vida breve. Lo que básicamente me gustaría hablar sobre Onetti, es que yo lo conocí como traductor, conocí la obra de Onetti traduciendo La vida breve y entonces fue un primer contacto obligatoriamente muy íntimo, buscando el ritmo de las palabras de Onetti. Me di cuenta de que su literatura está muy aparte de la de quienes escribimos en América Latina, pues tiene la increíble capacidad de buscar la belleza en todo: la belleza en el desencanto, en la desesperación, sobre todo en la soledad. Cuando Ángel Rama dice que es un marginal, que es un solitario, yo creo que eso hace que su literatura sea una literatura también solitaria, con la gran capacidad de reinventar la belleza en sitios inesperados. Lo que, por su parte, hará que el lector de Onetti sea siempre su cómplice: la suya es de las pocas literaturas que jamás dejarían incólumes al lector, o sea, nadie es capaz de terminar un cuento de Onetti o una de sus novelas y seguir siendo el mismo que era antes. Yo creo que eso es quizá lo máximo que un autor puede esperar. Yo no conozco a nadie que haya terminado de leer a Onetti, cerrar un libro y que su vida fuera igual. Esto también es una prueba de que la literatura para algo sirve: para cambiar al mundo. Entonces la complicidad del lector tiene la necesidad de ser íntima con su obra, de un acercamiento estrecho. Porque Onetti escribe con intimidad, tiene un profundo caso de amor con la literatura y eso de cierta manera se traslada siempre al lector. Es el más evidente testimonio que quería dar sobre Juan Carlos Onetti.

John Brushwood

Creación, invención, orígenes, son signos fundamentales en la obra de Onetti. Según mi manera de ver, en la novela hispanoamericana Onetti inicia su carrera de narrador en la época caracterizada por el renacimiento de la invención narrativa. Quiero decir que los novelistas de la época reclaman su derecho de narrar historias que no reproducen tan exactamente las características de su realidad. Pienso en Revueltas, Yáñez, Asturias, Carpentier, Marechal, y muchos más. La idiosincrasia de la obra de Onetti, a mi manera de ver, se aprecia en su interés por la metaficción; en ésta se adelanta a los demás, con la posible excepción de Marechal. Me refiero a esta diferencia: que si muchos novelistas de la época insisten en la invención de una historia que se aparte en nombrar a su referente, Onetti se destaca por transformar una historia que se refiere al acto de narrar. Ya en La vida breve se observa la invención de un personaje y de un lugar que ocurre dentro de la invención fundamental que es el arte de hacer la novela. Pasando a El astillero entramos ya en una época en que se publican muchas novelas que comentan sobre el acto de narrar, y de alguna manera observan el acto de narrar. Por otro lado, esta gran novela de Onetti es de interés singular porque la invención-dentro-de-la-invención obra como un modelo de hacer una ficción. La novela que llamamos El astillero es una invención que contiene la invención hecha por Larsen. En lo que se refiere a esta segunda invención, corresponde a una realidad extratextual. La historia es la empresa que Larsen imagina, la narrativa es lo que va a hacer Larsen. Larsen mismo transforma su historia para producir una narrativa que coincide con la narrativa del autor.

Lo que encuentro aún más interesante es el fenómeno de Los adioses, novela que me da mucho placer porque año tras año me sirve para enseñar a unos alumnos del primer curso de literatura cómo se hace una prosa de ficción. Los jóvenes siempre descubren en esa novela, cómo el almacenero, para contar la historia del enfermo, emplea todos los recursos, combinándolos, en tono de novelista: lo que él observa, lo que le dicen los demás y lo que se imagina.

Mas urge agregar otro comentario más: Onetti si se adelanta a muchos que hacen ficción-que-comenta-sobre-la-narración, pero por otro lado los referentes de sus novelas no son totalmente procedimientos narrativos: sus personajes significan más que el acto de narrar. Efectivamente, la importancia de la invención como factor de la caracterización, en la obra de Onetti, lo define como novelista en cuya obra el proceso y el asunto están relacionados: una relación importantísima en una época en que ya el procedimiento parece dominar a la sustancia, no solamente en la descripción, sino en todo aspecto de la vida.

Carlos Martínez Moreno

Cuando Ángel Rama iba haciendo la presentación de las personas que estamos en esta mesa, yo pensé en un libro difícil y a lo mejor imposible, pero un libro que me tentaría mucho escribir y acaso con alguno de los que esté en este encuentro: la relación de Onetti mismo con los personajes de sus libros, o sea la intrahistoria de sus libros seccionada a raíz de las relaciones humanas, difíciles, ricas, complejas, enigmáticas, que Onetti como individuo ha mantenido con sus propios personajes, antes de escribir o en el momento mismo de la fábrica del libro. En este sentido, por ejemplo, podría dar mucho vislumbre testimonial seguir toda la vida de Onetti en Buenos Aires y todo lo que se vincule con la historia de sus amistades en el inicio o en el promorfo de un libro tan rico como lo es La vida breve. Los personajes andan por ahí por la vida, no sabemos cuánto tiempo van a durar, porque la vida humana es finita, como se sabe; personajes que podrían dar la historia de las deformaciones ópticas de la relación humana en el trasvase literario. Yo no estoy proponiendo un problema de técnica literaria, un problema de estilística, tampoco de estructura de la narración, sino un problema del traslado de las vivencias de un hombre cuando vive algo y cuando luego lo relata. Se me da la circunstancia de conocer muchas de las historias antes de contarlas. De conocer en algunos casos incluso el fraude deliberado con que Onetti cuenta las historias. A un periodista, por ejemplo, le dijo que el hermoso asunto, que es enteramente suyo, de Juntacadáveres, era algo que yo le había contado. No era cierto. Como también el truco famoso de la carátula del primer libro de Onetti, El pozo, con la adjudicación a Picasso de un retrato que había dibujado un amigo de Onetti, Castro Canel: esto provocó que alguna gente después se lanzara alrededor de un Picasso que no estaba calificado en ninguna de sus iconografías, y por supuesto no podía estarlo porque no era auténtico. O sea, la relación ambivalente, de fraude, de engaño, de trompe l’oeil. de historia machacada con cierto celo de retener una intimidad al mismo tiempo que se hace pública, que está en muchas de las facturas de Onetti. Hay un cuento, Bienvenido, Bob, cuyo personaje es un amigo común de varios de nosotros, y toda la historia de la relación que culmina en el cuento está dada, por supuesto, en una púdica clave que transfiere las relaciones de los dos por una mujer, pero que es muy ejemplar acerca de una cosa que yo creo que los estudiosos literarios de Onetti no saben bastante, y esto es el profundo pudor personal y afectivo de Onetti por retener la coraza intima de sus amistades, el carozo intimo de una relación humana, al mismo tiempo que la cuenta, y la cuenta para otros; así también toda su relación con Julio Adin que muchos de los que hemos sido sus amigos, conocemos y que está dada en La vida breve. O sea, pienso que esos personajes, y Onetti mismo, habrán de vivir en realidad un número de años que todos queremos que sea el mayor posible, pero entre tanto estamos todos estudiando la literatura de Onetti, pero nadie las fuentes de la interrelación entre la vida y la obra de Onetti. No concretamente la vida que él vive como actor, la vida que obre como uno de los tantos personajes en una serial del grupo de sus amigos. Porque este hombre, que se presenta como muy hosco y huraño, reticente y esquivo y elusivo, es un hombre muy tierno y muy sentimental, y estamos aceptando la clave que él nos está dando de las relaciones con la gente, relaciones en las que él, repito, está poniendo toda una veladura, en la que está al mismo tiempo todo el secreto de su transformación de la persona en un personaje. Pero en que está demostrando ya la filiación de muchas de sus invenciones en una tarea que no llega al papel porque está antes que el papel. Para ese libro yo los convidaría, junto con alguien que tuviera historias, de esas historias fungibles y que se van a perder. Algún día podríamos empezar a hacer la historia de los libros de Onetti, demostrando quién es el personaje que está detrás de muchas de sus páginas porque yo supongo que es un personaje no monos estimable, por razones humanas, de lo mucho que nosotros sabemos que es estimable por razones literarias. Ese es un poco el libro que yo me propondría algún día —con alguien más, porque las fuerzas me exceden— hacer: historia de las fábulas que están detrás de las fábulas contadas por Onetti. Esto es lo que quería apuntar como posible tema.

Fernando Alegría

Antes de salir de la sala, Onetti dejó un mensaje que está cargado de moralejas, y parece que no le hemos hecho caso, cuando dijo: “Yo no quiero hablar, no hablo”. Eso es lo que deberíamos hacer los escritores: no hablar, escribir. Pero al mismo tiempo me gasta escuchar, por ejemplo, a Carlos, en su intervención, porque es una intervención en tiempo presente, y además con cariño y con ternura, con la ternura con que uno habla bien o mal de los amigos. Ahora Onetti no está aquí. En realidad seria un poco espantoso tenerlo aquí escuchando el homenaje que le hacemos nosotros. A propósito de eso, en los últimos tres o cuatro meses yo he estado en varios homenajes y me he dado cuenta de que hay dos tipos de homenajeados: aquellos que se dejan y otros que no se dejan. Me gustan los segundos, como ustedes se imaginarán. Me imagino, por ejemplo, un homenaje que se hubiera hecho a César Vallejo, y Vallejo presente, y me imagino a Onetti, sentado ahí en medio, con una cara de espanto escuchándonos a nosotros hablar bien de él. Pero, aunque con pudor y con timidez, yo creo que estamos participando en este homenaje a Onetti, muy vivo Onetti, porque pertenece a ese grupo de los que no se dejan homenajear porque son verdaderos, y son verdaderos de toda verdad, de su verdad. Esto es lo primero que quiero decir sobre Onetti. Será lo que sea, ustedes digan qué es, pero para mí, Onetti, por encima de todo nunca deja de ser auténtico. ¿Qué significa esto? Realmente no estoy seguro, pero hay que ver cómo cuesta ser auténtico. En ello se va toda la vida de un escritor, de un escritor como Onetti, principalmente.

Uno se pregunta, ¿entonces qué más, qué otra cosa se puede decir de Onetti? Yo diría que es una persona que escribe como testigo presencial de una catástrofe. ¿Y se le puede llamar a Onetti un testigo participante de la catástrofe? Yo creo que si y creo que no. Si, porque la catástrofe lo empapa; no, porque de la catástrofe sale huyendo. ¿Qué se puede hacer cuando están los vecinos (yo vengo de un país especialmente de refugiados) después de un terremoto, y vienen los comentarios. ¿Qué se puede decir? Onetti dice: "Nada”. Es también otra cosa, algo que sólo ahora, en años recientes, yo he comenzado a comprender. Cuando uno se acostumbra a ser exiliado, pero aún no llega a ser inmigrante, participa y se apropia, o inventa, una especie de código de la despedida, un código para despedirse. Y este código es comúnmente ofensivo a las personas dadas a responsabilizarse por las enfermedades que se llaman sociales. Es un código, así como un cordón que amarra las patas de los pisos en los bares vacíos, pero si además del exilio, uno se acostumbra a su delirio individual, ah, entonces es otra cosa. Desaparecen las marcas que la gente pone entre las realidades particulares y ya no hay necesidad de reconocer p nadie. Se sigue tratando a esa gente, pero será de acuerdo con reglas que inventa uno. No para controlar el delirio y a los delirantes, sino para darle peso. Aunque para darles peso no se les agregue ninguna significación especial. Ese código de Onetti pudiera decirse entonces que nos presenta a un testigo que no para jamás de contar la catástrofe. Asimismo, uno podría decir que los hombres y mujeres que participan de esta despedida y de esta catástrofe, en las novelas de Onetti, son como personajes de una obra de teatro que no tiene argumento, como decía indirectamente Carlos: que el argumento puede estar antes o después, pero nunca sobre el escenario. Son personajes cuyo diálogo siempre es sobre cosas que nadie escucha, ni nadie entiende. Son personajes que se cruzan en el escenario, así como de refilón. No se comunican. Tal vez no tienen para qué comunicarse. Podrán penetrarse y no dejarse tranquilos unos a otros, pero no les conviene entenderse.

Onetti es testigo presencial, dice su testimonio como una crítica tremenda a ese caos de nuestra sociedad que otros novelistas latinoamericanos se empeñan en transformar en orden. Onetti no quiere transformaciones de nada, pero nos presenta una realidad desde el punto de vista profunda, esencialmente crítico. ¿Cuál seria la actitud detrás de esto? Dejarlo estar, ese caos, que se pudra. Así se puede estar menos intranquilo y, tal vez, hasta un poco menos infeliz.

Finalmente quiero decir, porque la convocatoria a esta mesa redonda me llamó mucho la atención, qué es Onetti, para mí que soy un escritor chileno. Onetti empieza a publicar sus grandes obras cuando Huidobro, por ejemplo, está escribiendo en Chile su novela Sátiro y Juan Emar, un novelista cuya obra póstuma tiene cerca de dos mil páginas, publica su novela Mitin, que no ha leído nadie excepto algunos de sus amigos. Ahora, no quiero decir esto tratando de sugerir que hay algo de común entré Huidobro, Emar y Onetti. Creo que no. Sin embargo, en esa misma época hay un poeta joyceano en Chile, que si, creo yo que Onetti diría: si, éste si. Me refiero a Pablo de Rokha, el poeta chileno que publica en estos años, su libro Los gemidos, y podemos pensar también en un viejo alto, flaco, canoso, que camina por la playa recogiendo pedazos de fierros y que va con otras personas que hacen lo mismo, y él les va contando que están todos unidos porque tienen una herida, una herida que no pueden definir, una herida así, un poco metafísica, que los hace sufrir y saber. Me refiero a Manuel Rojas. Yo creo que por ahí en ese camino, Onetti estaba en Chile. Pero finalmente Onetti está muy en Chile, en la línea profunda de nuestra literatura en esos momentos, cuando en El pozo uno de sus personajes dice lo siguiente: “Fíjese en los constructores, en cualquier orden de cosas. Da lástima. Toda la vida chapaleando miserias. Mire la política, la literatura, lo que queda. Todo es falso y lo autóctono lo más falso de todo. Si aquí no hay nada que hacer, no haga nada. Si a los gringos les gusta trabajar que se deslomen. Yo no tengo fe. Nosotros no tenemos fe. Algún día tendremos una mística. Es seguro, pero entre tanto somos felices”. Y la segunda cita, también de El pozo, es la siguiente: “La gente del pueblo, la que es pueblo de manera legítima, los pobres, hijos de pobres, nietos de pobres, tienen siempre algo esencial incontaminado, algo hecho de pureza, infantil, candoroso, recio, leal, con lo que siempre es posible contar en las circunstancias graves de la vida”. Este es el Onetti que me gusta a mi.

Jean Franco

Me gusta mucho la frase de Femando, que Onetti ha sido testigo presencial de la catástrofe y quiero hablar un poco sobre eso, también. Sobre todo de la transición que yo veo en su novela. Primero, la transición de la crisis del realismo, y luego esta transición de una novela rural a una novela urbana. El mismo ha escrito su novela como una novela urbana y se ha mofado mucho de cierta tradición uruguaya que quiere identificar a la nación con el gaucho. Ahora, lo que significa en la novela esta transición es en parte una ruptura con un sentido —un sentido quizás ilusorio—, con una comunidad, porque la vida rural supone cierta estabilidad de valores, ciertas estructuras relativamente estables. Con la transición a la vida urbana, el reconocimiento de la vida urbana, tenemos algo más inestable, una especie de intercambio de signos. Y me parece que se ve en Onetti no tanto una abstracción formalista que procede de una necesidad de experimentar, sino más bien un proceso de abstracción que se puede estudiar, como ha hecho ahora Fernando, hablando de personajes como de personajes de teatro, tramas un poco destacadas de algún fondo; y también un pasaje impresionante de objetos, de máquinas muertas, de máquinas cubiertas de yuyos, que no sirven. Ahora, el contraste se me hace muy evidente con cierta novela del auge de la burguesía: se puede tomar como ejemplo la novela Los Buddenbrook de Thomas Mann, en que también hay descripciones de objetos, de objetos pesados: las mesas sólidas, un samovar humeante, las paredes forradas. Cada objeto tiene su uso y cada objeto es útil. Y luego hay un paisaje, como el paisaje de Onetti en El astillero, en que ya los instrumentos no tienen propósito, son máquinas muertas hasta la eternidad, ya nada tiene uso. Me parece que lo que demuestra una novela como El astillero es este proceso no solamente de abstracción en un nivel formal novelístico, sino en un nivel de la realidad, y sobre todo de la realidad del capitalismo dependiente y durante cierto momento, porque se escribe esta novela en pleno auge del desarrollismo económico, con todo este optimismo pasajero en América Latina. Pero también me parece que este paisaje de máquinas muertas critica directamente otra visión: cierta visión, cierta alegoría del autor, el autor tomado en un sentido muy tradicional, de creador de lo nuevo, el que viene con una empresa y hace funcionar la máquina, una máquina novelística, una máquina capitalista. Y estas máquinas muertas me parecen como una especie de ruptura de esta noción autoritaria del autor, que viene también, que se origina también, en la sociedad burguesa. Ahora, no es la única, sería interesante comparar las máquinas muertas de Onetti con otras máquinas muertas. Con la máquina muerta de Roa Bastos, por ejemplo, en Hijo de hombre; con el galeote abandonado de García Márquez. Me parece una alegoría muy interesante que ahora parece que lleva a otros novelistas a abandonar esta vieja noción de un autor como creador ab initio, a otro concepto de autores cómplices, más vivos. Para mi, esta es la gran originalidad de Onetti. Yo creo que su límite —tiene limites— es la cuestión femenina: yo creo que como casi todos los autores de ese momento, no tiene mujeres en sus novelas, tienen posiciones femeninas nada más. Las mujeres son intercambiables, como signos intercambiables dentro de la novela. Pero es un gran escritor, más allá de sus límites y sus contradicciones.

Ángel Rama

Creo que a esta altura se ha, de alguna manera, reseñado un cierto panorama de la percepción critica de Juan Carlos Onetti y de la significación que ha tenido dentro de la literatura. Debemos agradecer en particular el trabajo que nos ha aportado Carlos Monsiváis, que se ha tomado el trabajo también de escribir directamente una presentación sobre el tema. En cierto modo me parece que se diseña la justificación de este homenaje, el significado que tiene más allá de rendir simplemente un reconocimiento a un gran escritor; en América Latina efectivamente hay muchos grandes escritores, el problema es que éstos configuran un panorama muy variado. Cuando se hace un homenaje a Juan Carlos Onetti se está haciendo un homenaje a una opción de la literatura, a un modo de su funcionamiento. Como ha sido recordado por los diversos panelistas, Onetti construye una obra que comienza de alguna manera por el horror de la literatura, por la repugnancia a toda la parafernalia en la cual se había escamoteado la verdad de la literatura, es decir, una aparente opacidad de las palabras, como se ha dicho alguna vez, y que no es tal opacidad sino simplemente una falsificación del mundo a través de las palabras. Onetti considera necesario romper este disfraz con el cual se enmascara la realidad y acercarse a ella. Será acercarse de diversos modos, efectivamente; como señala Brushwood, tiene la posibilidad de trasladar al narrador directamente la situación real del contar narrativo en vez de colocarla en una peripecia o en una acción, o, como señala Martínez Moreno, en la medida en que puede tocar la experiencia de los seres humanos y esa experiencia está siendo hoy elaborada en dobles planos: en el plano en que se obtiene una información inmaterial y en aquélla en la cual se reconstruye un mundo que de alguna manera testimonia el deseo de crear otra vida, otro mundo, otra existencia. Creo que muy exactamente Femando Alegría marcó este tono pesimista que todos registran en la lectura de Onetti cuando lo hace un testimonio o un testigo de una catástrofe. Esta catástrofe es una catástrofe por desgracia demasiado objetivamente vista a lo largo de las décadas y si en algún momento se le pudo reprochar a Onetti que presentaba un panorama negro del mundo, un panorama escéptico y desesperado, la verdad es que la realidad se ha encargado de justificarlo ampliamente. No hubo nunca, de parte de él, una complacencia en este panorama; en el famoso texto que precede Para esta noche, novela que, como Ruffinelli ha demostrado en uno de sus estudios, no es sino un deseo de participación, de acercamiento a la lucha de un pueblo que muy emocionalmente contagió a toda América Latina —me refiero a la Guerra Civil Española del 36-39—; en ese prólogo, Onetti dice que ésa es su manera de estar presente en esta lucha, y su manera es testimoniar la descomposición, la destrucción de un movimiento revolucionario por fuerzas reaccionarias, y el modo atroz en que esto llega a ser una pesadilla. Creo que las diversas versiones de este testimonio desesperado alcanza en El astillero su magnitud. Efectivamente, tiene razón Monsiváis: no es meramente un símbolo, no es una alegoría, es una realidad contada y esta realidad contada es de un mundo que está en descomposición, en destrucción, un mundo que se observa con recelo, críticamente. No hay en ningún momento, de su parte, complacencia en este mundo, hay ese afán, como dijo Monsiváis, romántico todavía, de creer en la posibilidad de construcción de otro mundo, que él ha dibujado como en negativo a través de toda la serie de sus novelas.

Haber elegido un Homenaje a Onetti, es haber elegido un Homenaje a una absoluta autenticidad, en la frase de Alegría, a un hombre que realmente reconoce el mundo y dice así es, por feo y atroz que nos parezca, e incluso está dispuesto a reconocer a las criaturas degradadas o a las criaturas marginadas y llevar progresivamente al centro de la acción a todos aquellos que sufren este proceso de destrucción de la sociedad. Y creo que haber elegido esta personalidad, este modo de ver el mundo, esta manera de enfrentarse real, auténtica, verdaderamente a la existencia de los problemas de un país, de un continente, de una sociedad, de una época histórica, explica la verdad, la importancia, la fuerza de este Homenaje.

Nota

[1] La intervención de Carlos Monsiváis fue escrita y estructurada autónomamente. Optamos por ello desglosarla del conjunto de la mesa y publicarla, por separado, en páginas 12 a 21. (Nota del editor). En Letras Uruguay: Onetti: Los monstruos engendran los sueños de la razón x Carlos Monsiváis (México)

 

Coordinador Ángel Rama

 

Publicado, originalmente, en: Texto Crítico, julio-diciembre 1980, nos. 18-19, p. 22--32

Texto Crítico fue una publicación editada por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias. Universidad Veracruzana

Link del texto: https://cdigital.uv.mx/bitstream/handle/123456789/6929/19801819P22.pdf?sequence=2&isAllowed=y

 

Ver, además:

 

            Juan Carlos Onetti en Letras Uruguay

 

                                                  Carlos Martínez Moreno en Letras Uruguay

 

                                                                                                 Carlos Monsiváis en Letras Uruguay

                

                                                                                                                                    Ángel Rama en Letras Uruguay

 

                                                                                                                                                                                

Editado por el editor de Letras Uruguay

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