En nuestra anterior y primera nota sobre el tema
(ver EL DIA del pasado domingo 23, pág. 11) hacíamos referencia a dos de
los autores materiales, perfectamente identificados, del asesinato de
Federico García Lorca. Uno de ellos era Juan Luis Trescastro y el otro,
el ex policía, dueño posteriormente de una tienda en la calle de la
Tinajilla, en Granada Este último todavía estaba vivo en 1975, fecha de
publicación del libro con "toda la verdad" de que es autor Vila-San
Juan, quien sin embargo prefiere omitir el nombre y designarlo apenas
como XX.
Queremos reiterar muy brevemente la importancia de
esto. En efecto, el régimen de Franco siempre pretendió sacarse de
encima toda la responsabilidad de este magnicidio cultural. La misma es
tan evidente y tan grave, sin embargo, que hasta el mismo Franco alguna
vez se vio obligado a tocar el tema. En las "Memorias" que publica su
primo hermano y Secretario, Coronel Francisco Franco Salgado (además
lleva el mismo nombre que el dictador, por lo que para diferenciarse
debía añadir el apellido materno) constan los juicios de Francisco
Franco, el Ge neral, sobre la muerte de Lorca. Esta habría sido un
episodio doloroso de tantos, obra de descontrolados, durante los
primeros días de la guerra civil. Pues bien: ahí están, para acusar al
franquismo, no sólo el cadáver jamás encontrado (ni buscado) de Lorca.
Están también este Tres- castro y su socio, el tendero y ex policía XX
que desde el día mismo del asesinato (que Trescastro proclamó suciamente
en el café granadino "La Pajarera" mientras XX hacía otro tanto en el
bar "Sevilla") no dejaron de vanagloriarse durante años de su terrible
hazaña. Sin ocultar jamás su participación en la muerte del gran poeta
ni ser por nadie molestados jamás. La impunidad de que disfrutaron
—impunidad que no estuvo ni siquiera condicionada a la reserva o al
silencio— es la más demoledora prueba de la complicidad de Franco y de
todos los fascistas de España en esta muerte inicua- Muerte de un hombre
puro como un niño, inocente de toda maldad, sin militancia política de
clase alguna, cuyo único delito era ser genialmente, como lo fue, una de
las voces más altas de la poesía española de todos los tiempos.
Salida de Madrid
Hemos señalado dos asesinos. El nombre de los otros
(Ruiz Alonso y el Comandante Valdés), con mucha mayor responsabilidad
intelectual ambos en el crimen, surgirá sólo de un mero y sucinto relato
de los hechos.
Hemos visto ya que en los días previos al estallido
de la sublevación militar contra la II República Española, el 18 de
julio de 1936, Federico estaba en Madrid. Allí debió quedarse y, de
hacerlo, sin duda hubiera salvado la vida.
La atmósfera de la guerra y del odio, el vaticinio de la sangre como una
lluvia próxima y la atrocidad de esa furia española desenvainada a la
manera de una espada sobre el aire de España, debieron sin duda ser más
de lo que Lorca podía soportar. Basta ver una fotografía de Lorca —la
sensibilidad de esos ojos de animalito con miedo que nos miran todavía
desde sus retratos— para comprender el terror que debió experimentar.
Había llegado el tiempo de los hombres y de los héroes (y de los
asesinos sueltos y de los matones sin ambages). Ramón Gómez de la Serna,
ese otro fabuloso poeta con miedo, se tomó los vientos de la sensatez y
primero marchó a Portugal, luego a Buenos Aires, porque, dijo, "no tengo
la culpa que los españoles se hayan vuelto locos y se maten todos entre
sí".
Lorca vivía en Madrid en la calle de Alcalá N9 102 —lugar al que todos
tenemos que ir a estar un rato, parados y solos, cada vez que vayamos a
Madrid—. El 13 de julio fue hasta la casa de Antonio Espinosa, un viejo
amigo, y le pidió plata para el pasaje porque quería "marcharse para
Granada esa misma noche". Es unánime la versión sobre el miedo de Lorca.
Yo prefiero decir sobre lo insoportable que debió ser la inminencia de
la guerra y la guerra misma para su sensibilidad.
El 14 de julio (Vila-San Juan lo confirma en su libro) fue hasta la
redacción de la histórica revista "Cruz y Raya", que dirigía José
Bergamín, le garrapateó una esquela y le dejó los originales de la mayor
de sus obras poéticas: "Poeta en Nueva York"-
Además de escritor, además de amigo y director de "Cruz y Raya",
Bergamín era el gran editor y lanzador de poetas. Había reconocido,
lanzado y hecho conocer nada menos que a César Vallejo.
Aquí en Montevideo, hemos oído muchas veces contar a Bergamín esta
última visita de Lorca, que no lo encontró, y a quien Bergamín hubiera
sin duda convencido que ir a Andalucía era meterse en las garras de la
muerte.
El asunto es que Lorca no volvió más a "Cruz y Raya". Aquí en Montevideo
debe estar todavía la última esquela que dejó en dicha revista. Con
nuestros ojos la hemos visto porque Bergamín, que la conservaba, solía
mostrarla algunas veces. Era una hoja de papel casi en blanco, con el
membrete de la revista "Cruz y Raya" y no tenía más de dos o tres
líneas, por lo que recuerdo, escritas en esa letra como de patita de
araña de Federico García Lorca. Dos o tres líneas, bien arriba en la
hoja. Luego, el trazo vertical de la F de la firma de Federico, desde
arriba hasta abajo, y bien abajo, sobre el final del papel, las
restantes letras del nombre: "ederico". Creo que somos varias las
personas que en Montevideo hemos visto esa hoja última, conmovedora, de
la despedida asustada de Federico a Bergamín. Sin duda la vieron Ángel
Rama, María Inés Silva Vila, Carlos Maggi, José Pedro Díaz, Minye y, ni
qué hablar, Fernando Pereda, también amigo muy cercano de Bergamín y
excepcional poeta mal conocido de sus compatriotas uruguayos. También,
por supuesto, Ida Vitale. Sin duda Carlitos Armand Ugón, a quien pongo,
junto a los demás, por testigo.
De esa última esquela de García Lorca, sólo sé decir que creo estará en
Montevideo, pues me consta que, con aquella su generosidad inverosímil,
Bergamín la regaló aquí un día- La esquela y un dibujo de Federico que
también conocimos y conservaba.
El 15 de julio todavía Lorca estuvo, siempre en Madrid, en casa del Dr.
Oliver. Y el 16 en casa de Martínez Nadal, donde almorzó. Todo consta en
el libro de Vila-San Juan.
El 17 de julio, huyendo de la guerra que se olía en el aire, llegó a
Granada, que creyó su asilo y sería su patíbulo.
El 18 de julio, triste 18 de julio de 1936, se sublevaba Franco y las
derechas contra la II República Española y comenzaba la guerra.
El final
Con la próxima nota entraremos de lleno a la forma de esa muerte,
ocurrida luego de un mes de ocultamiento en Granada. Aprovechamos sin
embargo el final de ésta para recordar que el 18 de julio es día de San
Federico, y razón por consiguiente para que Lorca estuviese entre los
suyos, en su casa de Granada. También el 10 de julio, su cuñado
republicano, el Dr. Manuel Fernández Montesinos (esposo de su hermana
mayor Concha García Lorca) había sido nombrado Alcalde en Granada. Pudo
Lorca pensar que esto le daría seguridad. Aunque casi en seguida de
llegar a Granada, Fernández Montesinos fue preso, porque Granada cayó en
manos de las franquistas.
El libro de Vila-San Juan trae la última foto tomada a Lorca, en Madrid,
julio del 36. Está precioso, con un traje blanco de verano y sonríe. El
desasosiego del miedo, sin embargo, le come y enturbia ya los ojos.
¡Pobre Lorca que sabía, mucho antes, todo lo que le podía pasar y le
pasó!
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