Asesinato de García Lorca/3 La pasión del puñal, de la ojera y del llanto por Manuel Flores Mora |
Los asesinos de Federico
García Lorca, para explicarnos mejor tendríamos que dividirlos en tres
grupos. Uno: los infelices asesinos que lo empujaron, con las manos
atadas a la espalda, por aquella carretera de la madrugada. Los que
abrieron fuego desde atrás. Como si dijéramos: los asesinos materiales,
que son siempre los menos asesinos. Llegado de Madrid, el primer refugio de García Lorca fue la Huerta San Vicente, de su padres. En las afueras de Granada, Lorca debió temblar en ella por su suerte pero considerarla, con todo, el más seguro refugio. Granada, donde su cuñado Manuel Fernández Montesinos había sido designado días antes Alcalde por la República, cayó desde las primeras horas en manos del franquismo. Pero estaba casi completamente rodeada de territorio en poder de los republicanos. Los falangistas tomaron preso de inmediato a Manolo Fernández Montesinos. Lorca se trasladó a la Huerta San Vicente, donde parecía menos visible y expuesto. Vila-San Juan, no obstante sus caídas pro-franquistas, ha reconstruido al parecer con veracidad el incidente que determinó a Lorca a abandonar aquella huerta. Uno de los primeros días de agosto se hizo presente en la Huerta una partida de facinerosos que comandaba (según una versión) el ex diputado derechista Ramón Ruiz Alonso. Buscaban al "rojo" Antonio Perea y pensaron que Gabriel Perea, su hermano, peón de los García Lorca, les diría donde encontrarlo. Este, o no lo sabía o no lo dijo. El asunto es que lo ataron y apalearon hasta que la sangre le chorreaba por la cara. Federico García Lorca —pobre Federico, heroico en el centro de su pavor— salió a defenderlo. Y también lo golpearon. A Gabriel se lo llevan preso (se da por muerto, y curiosamente al poco rato lo sueltan) pero Federico, con el acuerdo de los suyos, resuelve no arriesgarse a esperar un posible retorno de los visitantes. Se manejan dos posibilidades: pedir asilo al maestro Manuel de Falla, seguro por sus inclinaciones derechistas. Pero Federico opta por la otra: pedir amparo a Luis Rosales, poeta granadino como él, amigo personal y falangista, hermano de un jefe falangista. Federico, a quien el destino ha tomado de la mano para que transite solo el camino de la perdición, llama por teléfono a Luis Rosales. Cualquiera que conozca a España puede contar lo que sigue. España, donde los fascistas y los rojos (todo el que no es rojo es fascista y todo el que no es fascista es rojo) se matan a puñaladas y a balazos. España, donde dos bandos han hecho un canal en el medio por donde corre mezclada la sangre de uno y de otro. España, donde un amigo puede traicionar en diez minutos al amigo, pero en donde otro amigo, fascista o rojo, da en cambio la vida por el amigo, rojo o fascista. "Te voy a buscar ya" —dice Luis Rosales. Antes, con todo, por sugerencia de Lorca consulta a su hermano "Pepiniqui" Rosales, comandante falangista. "Pepiniqui", que por lo mismo que está peleando a diario en el frente es el más generoso de todos, comprende el tremendo peligro que corre Federico y no vacila en darle, con alma arrasada, toda su protección. "Tráetelo de inmediato a casa, ya" —es su respuesta a la consulta de su hermano Luis. Delación y muerte Una de las versiones que más tiempo circulara es la que hace de Luis Rosales el delator de Lorca. Con la mano en el corazón, no creo en ella. Si la menciono es, simplemente, por lo difundida que ha sido. Digamos en todo caso que el libro de Vila-San Juan parece encaminado casi de modo exclusivo a exculpar a Rosales. Vila-San Juan, que una y otra vez habló con los Rosales, los exime de toda responsabilidad. De cualquier manera, por lealtad al lector, digamos que todo lo que se incluye en adelante, en el curso de esta nota, corresponde a la versión Vila-San Juan. El 15 de agosto Lorca fue detenido en casa de los Rosales. No estaban, curiosamente, ni el padre ni ninguno de los hombres de la familia Rosales. Varias decenas de hombres
comandados por Ramón Ruiz Alonso rodean la casa y golpean la puerta. Los
recibe Doña Esperanza, madre de los Rosales. Ruiz Alonso,
increíblemente, acepta primero compartir la merienda familiar, que
consiste en café con leche con galletas. Luego, se lleva preso a
Federico. Los muertos por Nestares o sus hombres, no son enterrados. Ahí quedan a la vera del camino. Pero antes recibén el tiro de gracia. Eso sí: hay algo atroz que
uno vacila en contar. Se suele, por los verdugos, horadar la herida con
una navaja y extraer el plomo de ese "tiro de gracia". En la noche, de
vuelta a Granada, en el Bar Sevilla o en el Pasaje, la bala achatada de
ese tiro se hace rodar compadreando y tintineando sobre la mesa o el
mostrador. Y se echa dentro de la copa. Ver, además:
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por Manuel Flores Mora
Parlamentario, Periodista, Escritor, Historiador, Critico Literario
Tomo I
Homenaje de la Cámara de Representantes, mandado publicar por Resolución del
20 de febrero de 1985
Montevideo, 1986
Originalmente en "El Día" - 6 de enero de 1980
Ver, además:
Federico García Lorca en Letras Uruguay
Manuel Flores Mora en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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