La prosa ucraniana de
Jorge Luis Borges |
Yury Pokalchuk |
Jorge Luis Borges |
Yury Pokalchuk pudo ser, por el sonido de su nombre, por su insólito destino de ucraniano que camina impasible por calles porteñas, un personaje de Cortázar o de Borges. Es en realidad su inverosímil traductor al ucraniano. En el Buenos Aires real, María Esther Gilio conversa con él sobre su trato con los dos escritores, pero también sobre la perestroika y la juventud soviética. Nos sentamos finalmente bajo los árboles. El estaba allí, con su rostro sonriente y su actitud vital y cercana; sin embargo era difícil preguntarle porque él preguntaba sin pausa. Todo le interesaba a Yury Pokalchuk, cuya apasionada vocación de lector lo condujo a traducir a Borges y Cortázar al ucraniano. El los ha leído y comprendido desde allá a la distancia y ahora quiere saberlo todo sobre esta tierra que fue la de ellos. "Por Dios déjeme hacerle alguna pregunta." —Pero claro, si para eso estoy. —Cuénteme cómo es para usted esta ciudad que sólo conocía a través de la ficción de dos escritores tan diferentes. —Borges no trasmite una imagen de Buenos Aires sino de la Argentina. Cortázar, en cambio, con Rayuela me hizo respirar el aire de esta ciudad. —¿Y cómo fue ese encuentro entre su imagen y la ciudad real? —Al principio uno se siente un poco extraño en el Buenos Aires real. Con esos tipos que se ponen saco y corbata a pesar de los treinta y más grados. Uno no entiende. Pero esta ciudad tiene caras múltiples. Y de pronto ¡paf!, se ve la cara real. Uno había pensado: "Quieren parecerse a los europeos". Y de pronto descubre que son parecidos. No me gusta alguien que quiere parecerse. —Cuénteme de esos argentinos que conoció a través de uno y otro escritor. —Cortázar escribe sobre intelectuales que buscan su identidad. Borges escribe sobre el criollo que se puede encontrar desde los Andes hasta el Océano Atlántico. Y revive a ese hombre, siempre dentro de un clima romántico. Oscar Wilder decía que Balzac había construido el siglo XIX, el cual no existiría sin él. Esos compadritos sin temor a la muerte, que hacen de la amistad el sentimiento más valorizado sólo existen después de Borges. —¿Sería posible encontrar personajes borgianos en ia sociedad soviética? —Sólo en el pasado, en Gogol. El criollo es parecido al cosaco. —¿Y el compadrito? ¿Es posible encontrarlo, no en la literatura sino en la vida? ¿Eso de jugarla sin ningún sentido, o por un sentido muy secreto, incomprensible para los otros? —Podríamos encontrarlo en los primeros años del socialismo. Allí, hoy, ya nadie juega su vida de esa manera. —Hay juegos en que la búsqueda de la muerte está disimulada. —Es verdad. Alpinismo, paracaidismo. Cuando estuve en Nicaragua me decían: "No pases de aquí". Pero yo pasé y llegué a aquellos lugares en que podían matarme, Sentí una cosa bien interesante difícil de explicar. —Algo parecido a lo que sentían los que jugaban a la ruleta rusa. —Sí, creo que es así, porque yo no estaba allí para pelear, sino sólo para ver el lugar. Y para eso jugaba mi vida. —¿Podríamos encontrar en su patria "famas" y "cronopios"? —Claro que sí. —¿Qué es usted? —No soy "fama" -dijo, y rió con toda la cara y el cuerpo. Entrecerrando los ojos y levantando ambas manos, para luego añadir-: ¿tal vez soy "cronopio"? —A simple vista parece un "cronopio". —Y qué otra cosa si no. Exaltado, expresivo, vehemente, uno podía perfectamente imaginarlo de rodillas, besando y lavando con lágrimas los pies de la amada. Como Dimitri a Grushenka en Los hermanos Karamasoff. —¿Sabe una cosa que me gustó mucho de este libro de Cortázar? Cuando él dice: "El hombre es una flor". Esta sola frase hace que podamos perdonarle muchas cosas. —¿Qué cosas habría que perdonarle? —Que haya hecho su vida en otro país. Aquí tendría que haber sido. —Su literatura habría sido bien diferente. La nostalgia, la lejanía, tienen que haber pesado en su visión de Buenos Aires. -—¿Diferente? No tanto. Aunque él toca cosas muy grandes, muy profundas. Cosas que sólo se pueden ver cuando uno se aleja del objeto. Esta es una crítica al hombre, a pesar de que él era un amigo mío muy querido, al que lloré cuando murió. —Como sólo lloran los rusos y los italianos. —Sí, es verdad. Lloré como un ucraniano. El era un hombre al que interesaba el alma del hombre. —¿Cuáles fueron sus dificultades al traducir a él y a Borges? —Poca gente entiende que traducir es muy difícil. En Rayuela, en El perseguidor hay trozos que me llevaron días. Qué difícil encontrar equivalentes. —¿Y Borges? ¿Cómo resulta su traducción? —Borges es muy simple. A primera vista es casi transparente. Es posible traducir un cuento corto en pocos minutos. Pero cuando uno ve ese cuento traducido, se da cuenta de que allí no hay nada. Ve que eso no es Borges. Borges es endemoniado para el traductor. Es aire. ¡Qué fácil, piensa. Pero traduce aquello que era sólo belleza y se transforma en una crónica de periódico. -dijo expresando el asco que le daba una traducción en ese estilo con todo el rostro y todo el cuerpo. Parecía un niño al que quieren hacer tragar un remedio repugnante y se resiste de la cabeza a los pies. —Le produce casi repulsión física. —Para nosotros no es posible hacer espejos sino equivalencias. Los ingleses en cambio, hacen espejos. ¿Por qué será? —Tal vez por narcisismo. —Ahí usted tiene razón. Diré eso a los traductores soviéticos. Sobre todo a los ucranianos. No olvide que yo traduzco al ucraniano. —Eso explica mejor su sensualidad. Su alegría de vivir. Ucrania tiene un clima menos duro. —Un clima parecido al vuestro, del Río de la Plata. —Además de escribir y comer, ¿qué otras cosas le causan placer? —¿Por qué dice que me gusta comer? —¿No le gusta? —Sí, pero más me gusta bailar. Y lo que más me gusta es ¡libros! Y eso me une mucho a Borges. Cuando me encuentro cansado en la ciudad, entro a una librería. Al poco rato estoy calmo y alegre. Esas cosas me gustan: bailar y libros. Y bueno... aquellas otras de las que no hay que hablar porque todos imaginamos. Pero, además, ¿sabe?, hay otra cosa que me gusta. Tocar el centro mismo de la vida. —Y siente que la toca cuando está en el límite en que puede perderla. —Sí. —Usted es un romántico. —Sí, soy romántico, pero no idealista. Mis pies están firmes sobre la tierra. En estos días estoy escribiendo cosas muy duras sobre la juventud soviética. —¿Nadie lo castiga por eso? -—No, ya no. Yo apoyo con toda mi alma, con todas mis fuerzas a Gorbachov. —¿Y cuáles son esas cosas tan duras sobre la juventud? —Nosotros tenemos, con la juventud, muy parecidos problemas a los que tiene el resto del mundo. Tenemos nuestros propios punks, nuestros hippies, y nuestros heavy metals. Tenemos droga y prostitución. Antes no se podía hablar. Ahora se puede. Y muchos lo hacemos, en cualquier lugar y en voz bien alta. Y con eso nos estamos yendo hacia algo muy bueno. —La verdad es revolucionaria. —La verdad es la verdad. ¿Cómo podemos ocultar que tenemos homosexuales? Hay. Hay como en todo el mundo. Uno va a un baño público y allí algunos homosexuales han escrito sus defensas, sus mensajes. ¿Por qué eso tiene que estar escrito en un sucio baño? ¿Por qué no pueden reunirse, comunicarse directamente? No sirve ocultar estas cosas. Hacerlas clandestinas. Y lo mismo pasa con la música. Ahora se pasa en televisión y radio las cosas que los jóvenes quieren oír. —¿Hay cosas que desearía de la sociedad capitalista? —Hay algunas, sí, claro-dice riendo a carcajadas, al tiempo que busca el efecto de sus palabras en los rostros del fotógrafo y la periodista-. Nos falta mayor nivel de formación en algunas personas. En los mozos de café, por ejemplo. Aquí los mozos son amables y muy gentiles. Y eso es importante porque si recibo una atención simpática yo podré descansar dos horas en un café y luego trabajar mejor, con más alegría. Es más importante un mozo que sabe bien su oficio que un ingeniero que no lo sabe. Yo digo esto allá y todos dirán: "Sí, sí, claro. Eso es así". Pero no, en los hechos, luego, no es así. —¿Y qué cosas son mejores? —El 95% de las cosas son mejores. Claro, usted lo sabe, ¿no? Y cambiando de tema, ¿es verdad que a Borges se le veía por la calle, paseando con su bastón? No un bastón blanco de ciego. Un bastón de madera con puño de plata. ¿Y que la gente lo saludaba, lo tocaba, le hablaba? |
por María Ester Gilio
"Brecha",
Montevideo, 6 de noviembre de 1987, pág. 30
Gentileza de Anáforas Biblioteca digital de autores uruguayos de Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto (pdf): https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/47213
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