Faulkner

Ensayo de Philippe Sollers

En la crisis de 1929, durante la gran depresión económica, los Estados Unidos, hasta entonces orgullosos de su progreso protestante y positivista, vieron elevarse hasta ellos el genio del Sur. El Norte industrial y financiero había vencido brutalmente por las armas, pero fue el Sur quien se apoderó del lenguaje, se puso a decir su derrota en la oscuridad, a hablar su fuerza, su negritud, la desnuda verdad de las pasiones. El Norte, después de haber ignorado a Edgar Allan Poe, lo había dejado agonizar sobre el desagüe de una cloaca. El Norte se había considerado dueño de la reproducción y el derecho de las cosas, había desconocido la apelación al océano de Melviile, mientras el Sur se impuso en la prosa de una secesión subterránea, la de la Biblia, la de la tragedia griega, la de Shakespeare. Quizá todavía no se comprende hasta qué punto un escritor puede herir el cuerpo y la caja fuerte de su país por la herejía de recordarle a la familia ciánica nacional los crímenes privados y públicos sobre los que está fundada; hasta qué punto el revelar el lecho de una lengua puede entrañar odio o rencor, solamente filtrados por el tiempo en celebración. Los norteamericanos, al fin de cuentas, jamás perdonaron a Faulkner que existiese. La lengua inglesa, los temas que transita... cabe preguntarse cómo Joyce ha podido permitirse, como con negligencia, eludir a Artaud, a Bataille, a Celine. En ese nivel, un escritor es una catástrofe para los hogares, es decir, para el Estado, para la Escuela, para la política del sueño colectivo.

¿Que puede la literatura? En temimos de progreso y reformas, nada; en términos de verdad, todo. Nada para la hipocresía del lazo social y la novela familiar, pero todo para mostrar cómo se anuda la censura. El incesto, la alucinación, la castración, la locura, son otras tantas evidencias de la escritura no higiénica de Faulkner.

Como Dostoievski, concibe el nacimiento como un forzamiento, una hinchazón idiota y arbitraria de lo real. Se trata del “fórceps del tiempo cruel” que, en una “devoración de fría mandíbula”, revela “el silencio blando y muerto de la matriz”. Es “el hombre accidentalmente concebido y cuya respiración no es sino un nuevo golpe de dados trucados en su desventaja”. Quienes creen en nuestra presencia justificada y en una sexualidad “natural”, en la inocencia de las mujeres o en la solidez de los hombres... no entren aquí, quemen la biblioteca. Quienes no creen en el pecado original, pidan la prohibición de la literatura y la anulación de la palabra bíblica, ese fuego que, sin quemar nada, quema dejando quemar. Quienes no experimentan su cuerpo como el resultado de una discordia abismal, coman, trabajen, duerman, charlen, pero no lean. Qué desafío —y hoy mas que nunca— el de asumir que la historia no es sino sonido y furia, cuento de idiota que nada significa. El sonido es vuestro discurso inútil que no sirve más que para pautar la habilidad del asesinato, el aullido de la separación y los celos, el gemido por haber nacido. La furia es lo que arroja a unos contra otros, jirones de conciencia estallando que están allí para afirmar, con Freud coincidiendo con Empédocles, que el odio es más antiguo que el amor. ¿Vuestros días, sordamente, no están hechos de eso? ¿Y no es eso lo que no debe decirse?

Faulkner anuncia que no hay más teatro ni narración ni poesía ni historia, pero que en lo sucesivo la escritura, desnuda en su ritmo, hablará todas las escenas a la vez, retomará la prédica y la profecía en los intervalos del relato de la percepción abreviada, insistente, inmediata. Las palmeras salvajes, Luz de agosto. Mientras agonizo, sólo se entienden a través de los salmos, cantos para un mundo muerto, cada vez más al borde de la muerte, petrificación o diluvio donde “en la oscuridad muerta, el aire muerto se moldea a la tierra muerta”. El tiempo es una opresión biológica, el espacio una hipótesis y la palabra tiene el tiempo justo para deslizarse ahí, para aflojar las tenazas de un acoplamiento que no cesa, el del sol —semental con la tierra-yegua-Faulkner—, el viviente, el hombre que en las fotografías se ve preciso y seco. Sabía que no era sino la sombra de un “gemelo sombrío”: “Si yo no hubiese existido, alguien me habría escrito”. Cuando arriva a este límite, la escritura tiene mucho que decir sobre la angustia genética y el parentesco, sobre el azar de los cruzamientos de los actores confinados en lo incurable. Malraux opina que Faulkner “se hunde en lo irremediable”. Este irremediable es el grito de Benjy en El sonido y la furia, como lo era ya la crisis repentina del idiota. Al principio hay un mundo en que las hojas, la hierba, los bloques de las paredes, las idas y venidas, los objetos, pasan sin necesidad de integrar un mismo universo. De ahí la frase debe surgir e introducirse rápidamente, ser al mismo tiempo cada partícula de energía. Debe ser como las negras en los campos las zanjas los bosques sombríos ardientes ocultas furiosas en los bloques sombríos. Y si eso produce una ausencia de puntuación, es que así lo exige el batir de los tímpanos, el de la sangre, el del sonido que ya es sentido antes de ser cortado en su fondo. Un reflejo, un viraje, un olor, el restallar de una voz, la huella de un instante horadando su espacio, ese es el antimundo donde sólo se vive para ser dicho. “Un vivo siempre vale más que un muerto, pero un vivo y un muerto nunca valen más que otro vivo y otro muerto”. Entre la confusión de los muertos-vivos ligados por la mentira y el odio, sólo los niños y los negros evocan la severidad del juego en el asombro. Fíjense en el niño de Pylone, en la niña que sigue silenciosamente a Quentin en El sonido y la furia. Como todo verdadero escritor, Faulkner no cesa de asquearse ante la religión naturalista-sexual de la humanidad; escribir es, justamente, ejercer el desapego de esa orden de salvajismo crispado sobre sí mismo; es acceder a otro goce mucho más sexual, intolerable para la sexualidad. “No es no tenerlo es no haberlo tenido podría decir oh eso es chino yo no comprendo el chino”. No existen ni pureza ni virginidad, ni órgano que ganar o perder, y “una vez que Llegamos a damos cuenta de eso, la tragedia pasa a segundo plano”. ¿Misógino Faulkner, por haber escrito acerca de mujeres que son un delicado equilibrio de suciedad periódica entre dos lunas que se contrabalancean? Si ustedes quieren, aunque no sólo misógino sino misántropo, ferozmente inhumano, como la literatura no deja de serlo nunca. De lo contrario, seamos corderos; como dice Bataille, es siempre el mal quien escribe. Y lo que se supone la política de un escritor no es más que, algunas veces, aquellos momentos del mal mínimo, con relación a un mal físicamente metafísico. El campo de batalla no hace otra cosa que revelarle al hombre su desesperación y su locura, y la victoria nunca es más que la ilusión de los filósofos y los tontos. Raro momento sagrado de la decisión de escribir y del instante sin límites en que se logra el fracaso en tanto que fracaso, en una infernal retirada en la que se es dictado-. “Un día me pareció que, en silencio y para siempre, se había cerrado una puerta entre los catálogos de los editores y yo. Ahora me digo: podré escribir, por ahora”. O si no: “Era en el verano de 1929; encontré un empleo de porteador de carbón en una central eléctrica. Estaba en el equipo nocturno; me improvisé una mesa invirtiendo una carretilla en la carbonera, junto al muro tras el cual una dínamo emitía un zumbido incesante y sordo. Hasta las cuatro de la mañana no había nada que hacer: después que debíamos reavivar el fuego y hacer subir la presión. Fue entonces, enlre medianoche y las cuatro, que en seis meses escribí Mientras agonizo, sin corregir una palabra. Le envié el manuscrito a Smith diciéndole que con ese libro me comprometía por entero’’.

Así es cómo se cuenta eso, sin orden ni precauciones, pero con un orden latente y una minuciosa composición, en el tiempo y fuera de él, del otro lado de la dínamo, en la transversalidad del tiempo, en la lógica incesante y profunda de lo traumático. “La memoria no existe, el cerebro no reproduce lo que los músculos buscan a tientas; el total que resulta es, por lo general, incorrecto o falso y no merece más que el nombre de sueño” (¡Absalom, absalom! ). Faulkner, con Joyce, es uno de los grandes inventores modernos del lenguaje, del tiempo en el lenguaje. Ese tiempo, si así puede decirse, entra y sale de sí mismo, no se escurre y sin cesar se adelanta a su retraso. En torno a su vacío prolifera y se repite, quizá para marcar interminablemente una blanca ausencia que perturba las genealogías, las filiaciones, el deseo histérico de historia. Recuérdese a Temple, en Santuario, en su cama, con sangre entre las piernas: “De nuevo el tiempo se había reunido con el gesto muerto de la aguja detrás del vidrio del reloj”. ¿Tiempo de la búsqueda del padre perdido, “a la sombra ausente de eso que había de póstumo en mi espíritu, de lo que no he escapado jamás”? ¿Qué padre? ¿A través de qué madre y de qué hija? ¿Bajo qué sol, qué resorte? En ese sentido, el capítulo 2 de junio de 1910, de El sonido y la furia, es la obra maestra de Faulkner, la de sus límites más lejanos: el suicidio y el tiempo. “El Cristo no ha sido crucificado, ha sido carcomido por un mínimo tic-tac de ruedecitas”. Una historia de reloj. Un acontecimiento sideral, siderante: La historia de alguien que se matará por haberse acostado con su hermana. ¿Y si el tabú del incesto fuera el tabú sobre lo escrito? Seguramente, es arriesgado haber hecho eso con el lenguaje no lejos de la madre, de la hermana... Entonces se conoce el secreto de ellas desde muy cerca, su “instinto del mal el talento para reemplazar en el mal lo que le falta de envolverse instintivamente como uno se envuelve por la noche en sus cobertores fertilizando su espíritu para este efecto hasta que el mal haya cumplido su fin exista o no.. Por lo demás, eso no depende de ellos ni de ellas; tiene más fuerza que cualquier calculo y cualquier voluntad, son poseídos y poseídas por la exigente profundidad de la especie, esa profundidad que la civilización se empeña en aplastar y colmar. ¿Una verdad sureña? ¿Una verdad singular y limitada? Pero lo que dice Faulkner es que ustedes desaparecerán, ustedes los “blancos”, cuando la escritura haya ennegrecido todas sus páginas; entonces todo estará dicho y terminado en la noche total. “El tiempo era hermoso pero frío; debieron utilizar picos para abrir la tierra y cavar la fosa, pero en uno de los terrones más compactos advertí un gusano sin duda vivo cuando levantaron el terrón, aunque luego, durante el mediodía, volvió a helar" (¡Absalom, Absaloml ).

 

Webinar Voces de la Literatura Norteamericana, con William Faulkner.

29 mar 2021

Disfruta del Ciclo de Conferencias Voces de la Literatura Norteamericana, realizado el pasado 24 de febrero, analizando la obra de William Faulkner “Sonidos y Furias de la Narrativa del Sur”. Descubre todos los aspectos que caracterizaron el trabajo de este reconocido autor estadounidense, de la mano del profesor Mario Morales, y conoce la influencia que este escritor tuvo en autores latinoamericanos.

ensayo de Philippe Sollers

(Traducción de Francisco Herrera).

 

Publicado, originalmente en La Torre de Papel. Revista libro-bimestral de literatura, ciencia, arte y filosofía. Año I, Nº 1, Junio/Julio 1980

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/la-torre-de-papel-no-1/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación, que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

Ver, además: Analogías a propósito de García Márquez y Faulkner: críticas a la crítica, por Lic. Edgardo Pérez y Mag. María Gracia Núñez c/video

                       Cuentos reunidos, de William Faulkner (reseña) , por Germán Cáceres

                  El caballero de la angustia - William Faulkner - A 50 años de la muerte del escritor estadounidense, por Silvina Friera c/video

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

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