“Pedro Páramo” de Juan Rulfo
En pos de los pasos perdidos
Prof. Jorge Dos Santos 

Narrativa latinoamericana contemporánea  

Pertenece Juan Rulfo al país de la novela. Así podríamos llamar a México, donde este género ve la luz en la segunda década del siglo XIX, en la picaresca de Fernández de Lizardi. El mismo México que tiene que esperar hasta la revolución para ver el florecimiento de este género con Azuela o Guzmán, y desembocar más tarde en la obra de los más grandes: Carlos Fuentes y Juan Rulfo.

Nace en Sayula en 1918. Crece en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana –su padre fue asesinado-. Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Rulfo recrea en su breve pero brillante obra. En 1934 se traslada a la ciudad de México, donde trabaja como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empieza a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publica sus cuentos más relevantes en revistas literarias. Las obras que más se destacan son de los años cincuenta: “El llano en llamas” -1953- y su obra maestra “Pedro Páramo” -1955- a la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea. Muere en la ciudad de México en 1986.

La obra rulfoniana se inserta dentro del denominado “boom” de la narrativa latinoamericana que reacciona en la segunda mitad del siglo XX –si bien tiene sus antecedentes ya en la década del 40-  a la perspectiva regionalista de la primera mitad del siglo.

La narrativa latinoamericana del siglo XX intenta redescubrir la identidad del “ser americano” porque el hombre que habita este continente ha sentido siempre una sensación de destierro así como la sensación de habitar un espacio que no tiene historia ni tradiciones y al mismo tiempo, es atormentado por un Paraíso Perdido: el Viejo Continente. Al margen de las decisiones mágicas de la Historia, el hombre latinoamericano se ha sentido vaciado en todo sentido, los conquistadores destruyeron la cultura precolombina dejándolo huérfano de las tradiciones telúricas pero también ha quedado huérfano de Europa que al saquear todo lo que encontró en América le da la espalda. Se constata un doble sentimiento de orfandad. Este aspecto hace que el sentir latinoamericano no reconozca ni su espacio, ni su identidad y que no tenga voz propia. Es con la narrativa del siglo XX que los escritores se empiezan a preocupar por llenar el vacío y la orfandad a través de la recuperación de la identidad al asumir el espacio en que se vive y utilizar la palabra como instrumento fundamental para la construcción de la identidad latinoamericana. El primer intento es a través del Regionalismo en la década del 10. Se caracterizó por la búsqueda de la identidad en la tierra y en el hombre rural en su relación con la naturaleza. El problema con que se enfrenta la perspectiva regionalista es que si bien hay una aproximación a la realidad americana, ésta aproximación es europea. Hereda las técnicas de la novela realista de la segunda mitad del siglo XIX en Europa.

El narrador es omnisciente, la trama lineal, tiene un claro afán documental, personalidad coherente y perspectiva racionalista. Los autores más representativos son Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes y Ciro Alegría. Los regionalistas tienen una visión de la naturaleza como algo abrumadora que parece no estar hecha a la escala humana y al mismo tiempo, el hombre en pugna con ella. Esto se plantea en las primeras décadas del siglo XX: la naturaleza es algo devorador, ejemplo de lo mencionado es “Doña Bárbara” de Gallegos. También es digno destacar a Horacio Quiroga que también plantea esa lucha. En las grandes obras regionalistas uno observa la dificultad que tienen los autores por encontrar la esencia y la identidad de Latinoamérica. En “Doña Bárbara” el personaje masculino es Santos Luzardo y representa la civilización. Significativo es el nombre del mismo, connota santidad y luz a diferencia de la barbarie de la naturaleza abrumadora representada por Doña Bárbara. Tanto en “Doña Bárbara” como en “La vorágine”, los hombres son de ciudad, son individuos que vienen cargados de una mentalidad europeizada. Y esto dificulta encontrar la raíz de la identidad de América, cosa que el denominado “boom” encontrará. Los regionalistas pecan de ingenuidad, buscan con su novela hacer un documento de la realidad, pero esta realidad es observada desde “afuera” y no desde “adentro” como lo harán los escritores de la segunda mitad del siglo. Otro aspecto en este primer acercamiento en querer tratar de encontrar la realidad del hombre latinoamericano es que la novela regionalista a veces se vuelve exacerbada y esto va en desmedro de lo universal. El paso de lo regional a lo universal se dará después a través de un nuevo lenguaje y un cambio en la mirada hacia la realidad con escritores como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Carpentier, Carlos Fuentes, entre otros.

El denominado “boom” es de los 60 pero surge una nueva narrativa aisladamente en los años 40. Las bases del nuevo enfoque, están por lo tanto, en la década del 40, en distintos lugares de Latinoamérica. Empieza a surgir en el Río de la Plata con tres escritores, uno uruguayo y dos argentinos. Juan Carlos Onetti publica en 1939 “El pozo” –pieza inaugural de la nueva narrativa- y Jorge Luis Borges “Ficciones” en 1944 y “El Aleph”. Cortázar se suma después con “Bestiario”. Obras breves pero importantes que dan las bases de lo que después será la nueva narrativa. También en el 49 está “El túnel” de Sábato. En el norte de Latinoamérica (el Caribe y América Central) particularmente dos en el 40: “El Señor Presidente” y “El Reino de este Mundo” de Carpentier en el cual aparece en el prólogo su reflexión sobre lo real-maravilloso. Por los 40 se está trabajando en ambos lados en un nuevo tipo de novela que se apartan del realismo de la primera mitad del siglo XX. Ciro Alegría con “El mundo es ancho y ajeno” plantea ya  la coronación del regionalismo.

La nueva narrativa produce tres cortes:

1- Se desplazan en el ámbito de la acción (lo rural) a la ciudad. Buenos Aires, Montevideo.

2- Por otro lado, el hecho de romper con el realismo del regionalismo la realidad no se agota por lo que percibimos de los sentidos y se empieza a explorar lo psicológico, sea dimensión fantástica (Borges, Cortázar con “Bestiario”), lo mítico en América Central que da lugar a lo Real-Maravilloso.

3- Es común a todos: el comienzo de una experimentación formal tanto en el sur como en el norte de Latinoamérica. Dimensión subjetiva y fantástica para expresar lo real a través de nuevas formas de escribir. Nuevas formas que ya estaban en Europa y EE.UU.: Faulkner cuya influencia es muy fuerte. En estos comienzos, los 40, se han producido obras muy importantes que no alcanzaron la dimensión por problemas  ajenos a las obras. Van a ser descubiertas después. En los 40 hay fragilidad de las editoriales, si bien existían algunas fuertes como Losada en Argentina y Fondo de Cultura en México, pero les costaba salir de Latinoamérica y llegar a Europa. Era difícil competir con las traducciones que se hacían acá.

El “boom” es un proceso largo, la conciencia viene después. Felisberto puede considerárselo como un precursor. Algunos se consagraron desde afuera para ser reconocidos. El reconocimiento de Felisberto vino de Francia. Fue un motivador muy grande, fue un disparador.

La misma situación que se dio en los 40 se dio en los 50 sin que se tuviera la impresión de que hubiera algo nuevo. No hay conciencia de grupos. En los 50 los nuevos aportes de Onetti: “La vida breve” que es la novela fundacional de Santa María. Crea en esta novela un universo autónomo que le permite condensar y darle un alcance universal: lo rioplatense pasa a ser una forma de comprender lo humano. También Alejo Carpentier con ·”Los pasos perdidos” y Rulfo con “Pedro Páramo” y la creación de Comala.

Recién es en los 60 cuando va a confluir una serie de elementos que van a  contribuir al “boom”: La editorial Seix Barral, al crear un concurso muy prestigioso: los escritores latinoamericanos se llevaban todos los premios y eran editadas sus obras. Acá está una de las bases. Tenía un alcance mucho mayor que las editoriales de América Latina. Carlos Fuentes, Vargas Llosa (“La ciudad de los perros”) ganaron y obtuvieron poder de difusión. Contribuyó que Europa descubriera que en Latinoamérica había grandes talentos, cosa que no había en España. El Premio Casas de las Américas, también contribuyó en Cuba.  Otro hecho decisivo es que se le empezaron abrir puertas a estos novedosos escritores sobre una realidad que era diferente a la que Europa conocía. Se crean Cátedras o Departamentos de Literatura Latinoamericana en las Universidades que antes no existían y esto llevó a que se tradujeran a estos escritores culminando con el rotundo éxito de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez en 1967.

Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa: son los tres propulsores de la nueva narrativa de Latinoamérica. Después se revaloran a los otros. Boom de traducciones, boom universitario, se redescubre una calidad, creando una sensación de fecundidad en los 60 y que se continúa en los 70 y que algunos siguieron extendiéndola hasta los 80 y comienzos de los 90. En 1975 con “El otoño del patriarca” de García Márquez, dicen los más estrictos, que fue la última gran manifestación de calidad. En los 80 ya están canonizados. Los que empiezan a surgir en el 75 comienzan a reaccionar contra los canonizados. Este período se considera el “Post-boom”.

Dentro de la narrativa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX podemos distinguir dos grandes tendencias:

1- Realismo Maravilloso: el que institucionalizó la expresión fue el éxito de García Márquez con “Cien años de soledad”. Esta corriente refleja a ciertos escritores que son la esencia de la nueva narrativa. Los tres grandes pilares son: Carpentier, Rulfo y García Márquez. El realismo maravilloso parte de una visión mítica. La raíz de este realismo está en Carpentier que insistió en que Latinoamérica es una mezcla de razas y el sentimiento de profunda vergüenza del no ser europeos. El realismo maravilloso ya no mira con ojos europeos nuestra identidad sino desde dentro, por eso el oxímoron: realidad-maravilla. Posee una mirada mítica para reflejar nuestra realidad, la del mestizaje, es decir, concilia en el espacio americano lo que es nuestro con lo que es europeo. La perspectiva mítica es típica de la cultura india y de los negros traídos del África, por eso el realismo maravilloso tiene mayor presencia donde hay mayor influencia india. Se plantea una visión integradora de la realidad. Para la visión mítica no existen las separaciones del mundo europeo como lo natural y lo sobrenatural, lo animado de lo inanimado, lo vivo de lo muerto. Esto se constata claramente en “Pedro Páramo” de Rulfo y en “Cien años de soledad” de García Márquez. El estilo del realismo maravilloso es neobarroco –en Rulfo no se da tanto- pero sí en Carpentier y García Márquez. A través de este estilo proliferante del lenguaje se va creando la verdadera identidad del hombre latinoamericano. El tiempo burgués, lineal, es dejado de lado y en su lugar surge el tiempo circular. Lo maravilloso forma parte de lo real, así lo viven los personajes y también el lector. Remedios, la bella, asciende al cielo y es aceptado como un hecho natural sin cuestionamiento alguno. Se crean los espacios míticos: Santa María (Onetti), Macondo (García Márquez) y Comala (Rulfo). El espacio mítico es el ámbito donde todo es posible y es al mismo tiempo una condensación del mundo. El espacio mítico es la región trascendida de los regionalistas. Es un microcosmos que permite alterar toda una serie de reglas físicas y permite que funcione el principio de analogía. Comala para Juan Preciado involucra asumir el espacio y a su vez su identidad y su destino. La gran oportunidad que tiene Juan Preciado al viajar a Comala es la de devolverle la vida pero no puede, no tiene las fuerzas para lograrlo y perece. El espacio mítico de Comala es el infierno de los que no se atrevieron a ser. Nunca hablaron. Nunca le levantaron la voz a Pedro. Por eso están condenados al no-ser de los murmullos. Juan debía de ser un Pedro Páramo invertido. Preciado no está a la altura de su apellido. Juan es el evangelista encargado de utilizar el Verbo pero este Juan no lo hace. Lo único vivo en Comala es Pedro Páramo caracterizado como un “rencor vivo”. Los murmullos le continúan dando vida a pesar de que está muerto.

2- Narrativa Neo-fantástica: Surge con Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Parte de la idea de que hay otras dimensiones de lo real. Esas otras dimensiones están insertas en lo real y coexisten con lo cotidiano. Lo fantástico tradicional tenía un propósito: provocar el miedo en el lector, ya sea con mansiones lúgubres, monstruos o fantasmas. En lo neo-fantástico, en cambio, se trata de descolocar al lector, de mostrarle una realidad más allá de lo aparencial y desestructurarlo. En Cortázar el hecho fantástico irrumpe de la realidad cartesiana y los personajes lo asumen con naturalidad. Un ejemplo de ello es la “invasión” en “Casa tomada”. No se busca provocar el miedo sino desconcertar al lector y buscar una explicación que puede ser múltiple porque el narrador escamotea cualquier marco de referencia. En el caso de “Casa tomada” los ruidos que ellos oyen es lo que no fueron capaces de ser, por eso Irene teje, porque la lana tapa. Lo neo-fantástico en Borges es también algo subversivo: ficcionalizar la cultura. Todo lo que el ser humano creó para explicarse el mundo, eso es también una ficción. La propia cultura se ha vuelto una ficción.

“Pedro Páramo”: en pos de los pasos perdidos

La actual novela hispanoamericana acusa las características de la novela que iniciara Proust, Kafka, Joyce, Lawrence o Woolf. Y la de los norteamericanos Faulkner, Dos Passos o James, que nos llegaron por el camino de las traducciones francesas. El uso de las técnicas, temas y un lenguaje nuevo revelado en la eliminación del narrador, en el monólogo interior, la dislocación de los planos temporales,  y en la armonización de realidad e irrealidad. El escamoteo de lo espectacular, y la insistencia en lo insignificante. Y el fenómeno sobre el que tanto insistiera Sartre cuando afirma que el lector es quien crea definitivamente una obra, que escribir es “revelar el mundo y proponerlo a la generosidad del lector”. Y el acto de leer “una recreación dirigida”. Aquí en “Pedro Páramo” el lector crea. Recrea en su mundo interior, rearma las diferentes secuencias unificando el tiempo y las reinstala en un orden. Puede realizar lo mismo que en el caso de otra novela “La Colmena” de Camilo José Cela pero sin encontrar allí la magia. El clima fascinante y onírico que encontrará también, por otra parte, en un Faulkner o Kafka. Allá las criaturas y los hechos se desplazan en un aire enjuto y limpio. Aquí,  en un mundo de pesadilla, de sombras y de sueños. Más bien en un trasmundo al que ha llegado todo el calor del infierno de una zona de México que Rulfo conoce y la angustia de las criaturas y su fatalismo. Y en el que la Poesía penetra almas, anima visiones fantásticas y abre paisajes en la aridez del mundo. Cielos en la noche de astros extraños. De  estrellas fugaces que caen, como si el cielo estuviera lloviznando lumbre.

“Pedro Páramo” es la historia de un caudillo local de quien dependen la vida y la muerte de un pueblo, Comala, y cuya vida se reconstruye a lo largo de la obra a través del monólogo interior, las breves intervenciones del autor y las voces que matan a Juan Preciado, el hijo que viene a buscarlo porque así se le prometió a su madre moribunda.

El personaje que da título a la novela es Pedro Páramo, amo y señor de Comala. Su nombre es ya significativo: Pedro es asimilable a piedra y Páramo es equivalente a desierto. Su historia es recreada por muertos en la segunda mitad de la novela. En la primera se recrea la historia de uno de sus hijos: Juan Preciado. El nombre funciona aquí como oxímoron. El personaje es el típico antihéroe del siglo XX. No tiene nada del San Juan bíblico y nada de valor como lo indicaría “Preciado”. Llega a Comala por un pedido de su madre antes de morir:

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo cuando ella muriera”

Al llegar a Comala él tendría la posibilidad de redimirla pero los murmullos lo matan y así sabemos en la mitad de la novela que el narrador está muerto. Muerto como todos los habitantes del pueblo. Y están condenados a ser solamente murmullos. Así se llamaba originariamente la obra “Los murmullos”. Y están condenados porque nadie levantó su voz contra Pedro. Fueron obedientes y sumisos. Nada pudo más que el miedo frente al “rencor vivo” como lo define Abundio a Juan Preciado al comienzo de la obra.

En la literatura del “boom” existen escritores que han sabido poner en pie un universo propio, característico, cerrado, inventando ciudades que sirven de repetido paisaje para las historias que brotan de sus experiencias, de su mundo y de su imaginación. Paradigmático es el caso de Macondo, el marco que el colombiano Gabriel García Márquez levantó para que los Buendía trenzaran su aprendizaje de la soledad. Otro ejemplo es Santa María de Juan Carlos Onetti. Situados en una geografía reconocible y al mismo tiempo anónima, ambos lugares pueblan la difusa frontera que separa lo real de lo fantástico, un lugar que ocupa, también la infernal Comala de Juan Rulfo (1918-1986), otro ejemplo de universo personal, levantado por el escritor para albergar a sus particulares criaturas. Macondo, Santa María y Comala, lugares coherentes y tan distintos entre sí, como lo son sus respectivos autores, tienen algo en común: son el espejo donde se reflejan características y ambientes que el escritor conoce muy bien.

La novela “Pedro Páramo” se publica en 1955 y recrea, en el espacio ficticio de Comala, la miseria y la soledad del  mundo campesino de la infancia del autor, donde la degradación moral y física arrastra a la gente a la desesperanza y a la desorientación. El narrador y protagonista Juan Preciado llega al lugar destruido por la convulsa pasión de Pedro hacia Susana San Juan. El encuentro con un pueblo deshabitado y lleno de fantasmas le llena de pavor y le introduce en un mundo irreal. Por boca de los muertos conoce los hechos sucedidos en el pueblo en vida de Pedro Páramo, cacique que, en un marco histórico que abarca desde el gobierno de Porfirio Díaz hasta el de Obregón, llevó al límite los abusos de autoridad. Convertido en un nuevo Dante a las puertas del Infierno-Comala y conducido por Abundio, Juan Preciado descubre ese ardiente valle donde todos los habitantes son hijos de Pedro Páramo, donde todos están muertos y la vida sólo un recuerdo.

El universo de Comala es el mismo que se plantea en los dieciséis cuentos de “El llano en llamas”: un mundo cerrado, hostil, en el que habitan unos personajes solitarios, ensimismados, agobiados por sentimientos de culpa y rodeados siempre por el mismo paisaje: llanuras desoladas, tierras yermas e inhóspitas, pueblos lejanos, clima abrazador. Este paisaje, el del estado de Jalisco, de donde procede Rulfo, es al mismo tiempo una metáfora espiritual, puesto que los personajes que allí viven se encuentran mimetizados con el entorno: individuos secos, ásperos, torturados, sufrientes. Toda la obra rulfoniana reflexiona sobre temas universales: la soledad, la angustia, el dolor, el sufrimiento, el destino, la fatalidad, la muerte. De esta forma trasciende el tradicional realismo de la novela mexicana. Hereda de ella el estilo sobrio y lacónico, pero a la que incorpora elementos técnicos novedosos: el monólogo interior, cambios del punto de vista de la narración, ruptura del orden cronológico, reiteración de sucesos que crean un clima de angustia y producen sensación de intemporalidad. Técnicamente, el ambiente fantasmal, de borrosas fronteras entre la vida y la muerte, se logra mediante la dislocación temporal y la fragmentación y reiteración de las historias, que dan la impresión de tiempo circular y eternamente repetido, a lo que contribuyen las abundantes elipsis argumentales y la presentación en eco de los personajes, cuyos datos inconexos conocemos por lo que de ellos recuerdan otros personajes.

Observemos la novela. Juan Preciado llega a Comala. Guiado por Abundio, un arriero – hijo también de Pedro Páramo y medio hermano suyo- con quien se “topó donde se cruzan varios caminos” llega a un pueblo donde casi todos están muertos, incluido el propio Abundio, por el que sabe que Pedro Páramo murió hace muchos años, aunque no lo sabremos hasta el final: que fue él que le dio muerte. Y así, como moviéndose entre Homero y Dostoievski, entre una Telemaquia y un parricidio y en una dimensión de tragedia, entramos en un mundo alucinante. Un mundo cruel y de poética vaguedad donde los límites entre la vida y la muerte se han perdido. Donde los pocos vivos están ya muertos y los muertos parecen resistirse a morir del todo.

Juan Preciado, guiado por los recuerdos de su madre viene a un pueblo que no existe, buscando a alguien que tampoco existe. A un pueblo sin aire y al que se llega después de bajar y bajar los cerros, para encontrarse como sobre “las brasas de la tierra en la mera boca del infierno”.

- “No vayas a pedirle. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio. El olvido en que nos tuvo, mi hijo, mi hijo, cóbraselo caro”.

La venganza  – que se ignora ya consumada -  flota en las palabras de su madre, Dolores Preciado. Juan Preciado retorna a los orígenes y lo guía la ilusión, no la promesa que no piensa cumplir porque empezó a llenarse de sueños y se le fue “formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor Pedro Páramo”. Esperanza que se frustra porque Juan Preciado es un antihéroe y no le hace honor a su nombre. Él tendría que volver a la semilla para redimir a Comala pero no lo logra. Es un personaje con poca fuerza se deja vencer. Los murmullos de los muertos lo matan. Así nos enteramos en la secuencia que está a la mitad de la novela que el anti-Bautista es enterrado junto a Dorotea. De esta forma la obra  a nivel de la trama nos plantea en la primera parte la historia de Juan Preciado y en la segunda la de Pedro Páramo, historia fragmentada que se reconstruye a través de los murmullos de las otras tumbas. La ilusión inicial lo conduce a la destrucción porque no tiene la fuerza necesaria para convertir el páramo que es Comala en el paraíso que evoca el propio personaje con los recuerdos de Dolores. “¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mi me costó vivir más de lo debido” Dice Dorotea a quien un “sueño vendito” le hace creer en la existencia de un hijo que nunca tuvo. Y un “sueño  maldito” le aclara la verdad. Ahora descansa en el hueco de los brazos de Juan Preciado y se le ocurre que es ella quien tendría que tenerlo abrazado. A él, la esperanza se le diluyó en la muerte,   dos días después de llegar a Comala; el motivo los murmullos: “… un rumor parejo, parecido al que hace el viento contra las ramas de un árbol en la noche, cuando no se ven ni el árbol ni las ramas, pero se oye  el murmurar”. Los mismos que desde  su tumba ahora le permiten reconstruir tiempos y vidas.

Dentro de este mundo de criaturas fantasmales, la primera que surge con un rostro y un nombre, es Eduviges Dyada, la única que sabe de la llegada de Juan Preciado, porque su madre, muerta, le avisó que llegaría. A ella, Miguel Páramo, perdido en la niebla, desbarrancado su caballo en la noche cuenta los hechos sin saber que está muerto Damiana Cisneros, cuenta que vio nacer a Juan Preciado y asiste a la muerte de Pedro Páramo, a quien rechazó una noche y esperó muchas noches sin que él volviera nunca más. Dorotea se va hasta el cielo en un sueño; o muere, cuando sin fuerzas ya para vivir, libera su alma, y siente caer en sus manos el hilillo  de sangre con que estaba amarrada  a su corazón. Lucas Páramo vive por la evocación de Fulgor Sedano y el Padre Rentería – ahogado de culpa – abandona el sacerdocio por la revolución. Justina Díaz viene por el camino de la Media Luna. Una mujer duerme junto a Juan Preciado y se derrite en su propio sudor como en un charco de lodo. Y la mirada de María Dyada, pide al sacerdote salve a su hermana. Mientras los ojos humildes de Dolores Preciado y su voz, reviven un mundo. Un mundo donde “uno quisiera vivir para la eternidad”, “donde se ventila la vida como si fuera un murmullo, como si fuera un puro murmullo del a vida”. Y junto a estas voces están las otras. El grito arrastrado de Toribio Alderete. Una voz hecha de hebras humanas en un personaje cuyos ojos “eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra”. Y voces que se suspenden para oír otras voces.

Detrás de la vaguedad y el caos hay en “Pedro Páramo” una vigorosa estructura. Sobre ella descansa las secuencias que se contrastan o enlazan. Alguna vez Rulfo busca la fuerza del contraste. La sugestión del contraste, como sucede cuando Juan Preciado llega a la ciudad y sabe que está muerta. Entonces se recuerda en la secuencia inmediata: “era la hora en que los niños juegan en la calle de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde”. Mientras un vuelo de palomas se confunde con esas voces que revolotean y se tiñen de azul en el  cielo del atardecer, uno o más motivos pueden enlazar diferentes tiempos, provocando una extraña impresión de proximidad y aún de identidad. La imagen de la madre de Pedro Páramo, detenida en el umbral de su puerta y hablando con su hijo- y con una vela en la mano y su sombra larga y desdoblada-, cierra una secuencia. Y al abrirse la siguiente, Eduviges revela a Juan Preciado:” pues si, yo estuve a punto de ser tu madre. ¿Nunca te platicó ella nada de eso?”. Dorotea cuenta también a Juan Preciado el sueño por el cual creyó tener un hijo, y termina siendo notar el golpear de la lluvia afuera. Mientras la secuencia siguiente donde se sucede hechos muy anteriores, se abre por el ruido de las gruesas gotas de lluvia sobre la tierra, y el gemido de un pájaro que imita el quejido de un niño. Un pájaro que vuelve, “burlón”, como  el sueño que la ha perdido. Pero la lluvia puede ser también un motivo que se repite y se orquesta en un contexto más amplio, con otros motivos o cosas. Precede la entrada de Pedro Páramo en la obra. Y acompaña a este momento, visible o aludida. Prolongada. De hilos gruesos como lágrimas, llovizna cayada o convertida en briza. Ya no lluvia, pero si agua que cae en un cántaro, precede la noticia de la muerte de Lucas Páramo. Y vuelve a ser hacia el final de la obra: “lluvia menuda, extraña para las tierras que sólo saben de aguaceros” que se prolonga en largas secuencias sobre caminos y charcos. Aparece y desaparece. Pero se sabe que siempre está allí, sensual, apagando el ardor de la tierra y acompañando la sensualidad y el delirio de Susana San Juan.  La lluvia y la luz del día o de la noche son las presencias cósmicas de mayor sugestión en este mundo alucinante de Juan Rulfo, que es en última instancia, una visión del mundo donde caven la culpa y la esperanza. Y por la cual nos acercamos a la Biblia, a Dante o a Kafka. La obra nos conduce a un trasmundo habitado por sombras de cuerpos sin almas. Pero mucho más almas, con toda su carga de dolor o de sueños engendrados por la vida.

Pedro Páramo, dueño y señor de los bienes y los seres, cacique y señor feudal e igualmente mito, le es familiar el asesinato, el robo y la violación. Es un usurpador sin escrúpulos, es también el producto de una vida  y un sueño frustrados. El asesinato de su padre Lucas Páramo, por un peón, despierta su rencor contra todos y su ambición. Reafirma su afán de poder. Soluciona con un casamiento, con muertes o trampas las deudas de su padre ayudado por Fulgor Sedano, su mayoral. Conoce la revolución villista y la de los cristeros. Con fraudes también, sale adelante. Pero la muerte de su hijo Miguel, imagen suya, en quien  el destino le asesta un golpe certero, es un despertar a la conciencia de que empieza a pagar una culpa. Esa, que está en la mayoría de los personajes de Rulfo. Después del encuentro de Juan Preciado y Eduviges – el primer personaje con que dialoga Juan apenas entra en Comala – asoma la primera imagen de Perdo Páramo. El ruido de agua que gotea desde una teja, desde una hoja de laurel, o chorrea espesa desde las ramas de un granado y el breve diálogo con su madre, son un salto atrás con el tiempo que da paso al monólogo interior, ése que se sostiene a lo largo de la obra, evocación de Susana San Juan la niña de sus juegos y la mujer que amó. Y la que a su vez, en su lucidez en su locura y en su muerte ha amado a otro hombre a quien mandó matar Pedro Páramo.

Un viento de frescura y ternura entra en este mundo como si de pronto en un clima de asfixia se abriera una ventana hacia el paisaje y el sueño. Como sabe abrirlo el monólogo de Susana desde su tumba y en la segunda parte de la obra. O las evocaciones de Dolores Preciado, por las que se rescata también: un mundo perdido.

-“Pensaba en ti Susana. En las lomas verdes cuando volábamos papalotes en la época de aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él,  arriba de la loma, en tanto que se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento. Ayúdame Susana  y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. Suelta más el hilo. EL aire nos hacía reír. Juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se reunía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allí arriba, el pájaro de papel caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra. Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío”.

La meditación se fragmenta. Salta en el tiempo. Desaparece para dar paso a diálogos y se continúa en una contemplación de la muchacha más allá de las nubes donde no pueden llegar las palabras.  O más lejanamente evocará su partida de cómala la magia de su imagen alejándose teñida de rojo por el sol de la tarde. La magia de su sonrisa. Y el presentimiento de él, de que no regresaría nunca más.

En la segunda parte de la obra crece el realismo sin el detrimento de la poesía. Se sale un poco de los rumores y los fantasmas adquieren perfiles más concretos, la narración se aprieta más en torno a Pedro Páramo quien se echa decididamente a andar. Asistimos al crecimiento de su poder. Se multiplican los personajes en contacto con él y los acontecimientos. Y a pocos pasos de la muerte de Miguel Páramo un monólogo de Susana San Juan, desde su tumba, retoma al personaje y nos descubre su infancia. Una visión de limones que maduran, el viento que baja de las montañas en las mañanas de febrero, los gorriones que ríen y picotean las hojas que el aire hace caer. Y persiguen a las mariposas. Se sigue creando Susana San Juan en función de fragmentos de realidad. El desequilibrio que en ella despertó la ambición de su padre. La equívoca relación con él. Y la espera de treinta años de Pedro Páramo siempre amándola. El casamiento con ella después de provocada la muerte de Bartolomé San Juan. El sueño en el que siempre está hundida: imagen de la muerte. Y él, asiste a todo sin saber qué sueños pueblan el sueño de su locura. Sólo percibe la angustia. Y ella seguirá siendo un enigma aunque el crea conocerla. Por el sueño de Susana San Juan pasa en cambio otra pasión avasalladora. La que despertara allá en su juventud el hombre a quien Pedro Páramo dio  muerte.

Susana San Juan muere. Y el repique de las campanas ordenada por Pedro Páramo, durante tres días, desvía al pueblo de Comala hacia una fiesta. Y la fiesta lo enmudece. No sale de su cuarto y jura vengarse:  Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre”. Y fue así. Desalojó a sus tierras quemó sus senseres. Echó fuera a la gente y se sentó cara al camino por donde se la habían llevado. Así lo encontró Abundio cuando llegó a matarlo. Susurrando palabras. A la muerte no la vemos, pero está en el miedo de Damiana, en su oración, sus gestos, sus gritos de horror que obran a manera de coro trágico. En el cuchillo ensangrentado, en las manos que él no puede levantar y en la conciencia: “Esta es mi muerte”. Y esta tremenda realidad se alterna con la otra realidad de los  recuerdos. “Con una luna grande en medio del mundo”, sus rayos filtrándose sobre el rostro de Susana San Juan en el cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Y otra vez y más acá, frente a él: la tierra en ruinas, vacía. Sobre la que “cayó, suplicando por dentro; pero sin una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”.

La novela de Rulfo puede leerse desde la perspectiva del mito.

“Pedro Páramo”, la novela de Juan Rulfo, se presenta ritualmente con un elemento clásico del mito: la búsqueda del padre. Juan Preciado, el hijo de Pedro Páramo, llega a Comala: como Telémaco, busca a Ulises. Un arriero llamado Abundio lo conduce. Es Caronte, y El Estigio que ambos cruzan es un río de polvo. Abundio se revela como hijo de Pedro Páramo y abandona a Juan Preciado en la boca del infierno de Comala. Juan Preciado asume el mito de Orfeo: va a contar y va a cantar mientras desciende al infierno, pero a condición de no mirar hacia atrás. Lo guía la voz de su madre, Doloritas, la Penélope humillada de Ulises. Pero esa voz se vuelve cada vez más tenue: Orfeo no puede mirar hacia atrás y, esta vez, desconoce a Eurídice. No son las mujeres con las cuales se encuentra Juan Preciado al comienzo de la novela las que suplantan la voz de su madre. Son sí, Virgilios con faldas: Eduviges, Damiana, Dorotea la Cuarraca con su malote arrullado, diciendo que es su hijo. Son ellas quienes introducen a Juan Preciado en el pasado de Pedro Páramo: un pasado contiguo, adyacente, como el imaginado por Coleridge: no atrás, sino al lado, detrás de esa puerta, al abrir esa ventana. Así al lado de Juan reunido con Eduviges en un cuartucho de Comala está el niño Pedro Páramo en el excusado, recordando a una tal Susana. No sabemos que está muerto; podemos suponer que sueña de niño a la mujer que amará de grande.

Eduviges está con el joven Juan al lado de la historia del joven Pedro: le revela que iba a ser su madre y oye el caballo de otro hijo de Pedro Páramo, Miguel, que se acerca a contarnos su propia muerte. Pero al lado de esta historia, de esta muerte, está presente otra: la muerte del padre de Pedro Páramo. Eduviges le ha preguntado a Juan:

-¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?...

-No, Doña Eduviges.

-Más te vale (contesta la vieja).

Este diálogo es retomado más adelante:

-Más te vale, hijo. Más te vale, hijo.

Pero entre los dos diálogos de Eduviges, que son el mismo diálogo en el mismo instante, palabras idénticas a sí mismas y a su momento, palabras espejo, ha muerto el padre de Pedro Páramo, ha muerto Miguel el hijo de Pedro Páramo, el Padre Rentería se ha negado a bendecir el cadáver de Miguel, el fantasma de Miguel ha visitado a su amante Ana la sobrina del señor cura y éste sufre remordimientos de conciencia que le impiden dormir. Hay más: la propia mujer que habla, Eduviges Dyada, en el acto de hablar  y mientras todo esto ocurre contiguamente, se revela como un ánima en pena, y Juan Preciado es recogido por su nueva madre sustituta, la nana Damiana Cisneros.

Por todo lo antedicho queremos decir que el mito anula el tiempo lineal y lo vuelve circular a través de la simultaneidad y yuxtaposición de los acontecimientos. Otro aspecto a destacar para culminar este trabajo es mencionar que Pedro Páramo es el gran “chingón” mexicano, el posee a todas las mujeres que quiere y somete a todos los hombres a sus decisiones –“chingados”-. Sin embargo, el gran todopoderoso Pedro Páramo tiene un punto vulnerable: Susana San Juan. Y al morir ésta, el propio destino se encarga de “chingarlo” a él.

Bibliografía

1- Ferrari, Américo: “Decurso narrativo y niveles de significación en “Pedro Páramo” en “Crítica semiológica de textos literarios hispánicos”, Miguel Angel Garrido Gallardo, ed., CSIC, Madrid, 1983.

2- Fuentes, Carlos: “Valiente mundo nuevo. Épica, utopía y mito en la novela hispanoamericana”, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

3- García Márquez, Gabriel: “Breves nostalgias sobre Juan Rulfo” en “Juan Rulfo. Toda su obra”, Unesco, Madrid, 1992.

4- González, Juan: “Entrevista con Juan Rulfo”, Revista de Occidente, Número 9, 1981.

5- Milán, Saúl: “Rastros de una identidad fragmentada”, México indígena, Número 22, 1988.

6- Rama, Ángel: “La novela en América Latina”, Universidad de Veracruzana México, 1986.

7- Ramos Díaz, Martín: “La palabra  artística en la novela de Juan Rulfo”, Universidad Autónoma de México, México, 1991.

8- López Mena, Sergio: “Los caminos de la creación en Juan Rulfo”, UNAM, México, 1993.

9- Sommers, Joseph: “La narrativa de Juan Rulfo. Interpretaciones críticas”, ed. SEP-Setentas, México, 1974.

10- Varios: “Recopilación de textos sobre Juan Rulfo”, Centro de Investigaciones literarias Casa de las Américas, España, 1995.

 

Prof. Jorge Dos Santos
dossantosjorgedan@hotmail.com
 

 

 

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