El sitio de Paysandú (1864 - 65)

Rescatando las botas de los muertos
por Carlos Caillabet

Sitio de Paysandú
(L'Illustration, Vol. XLV, nº 1.151, 1865)

EN FORMA LENTA, pero firme, el debate sobre la identidad sanducera ganó un nuevo punto de interés: el sitio y la caída de Paysandú de mediados del siglo XIX, y la consiguiente glorificación de los héroes de esa tragedia —como más notorio el defensor de la plaza Leandro Gómez, perteneciente al Partido Nacional— y el debate sobre las figuras “negras" de esta historia —léase el colorado Venancio Flores o los invasores brasileños—.

Una variable importante que provocó este interés pasa por la crisis económica y social que sufre el Paysandú actual. Tras el derrumbe de la clásica imagen agroindustrial con que se identificó a la ciudad, surgen inquietudes en la sociedad civil tendientes a desarrollar el turismo histórico. Las últimas administraciones municipales, ambas del Partido Nacional, acompañaron esta inquietud; tanto el ex intendente Jorge Larrañaga como el actual, Álvaro Lamas, procuraron elevar la figura de Leandro Gómez a la categoría de héroe nacional y suprapartidario, destacando también su rol como paradigma del antiimperialismo.

La cristalización del fenómeno se dio con la aparición de la novela histórica No robarás las botas de los muertos del consagrado autor uruguayo Mario Delgado Aparaín, cuyos varios libros le dieron fama internacional, y que además fue Director de Cultura en Montevideo durante la administración municipal frenteamplista. Ubicada durante el sitio y la caída de Paysandú. No robarás... fue presentada por el propio escritor en la capital sanducera. Durante el acto, y en improvisada oratoria, el intendente Alvaro Lamas prometió cambiar el nombre de la plaza Venancio Flores por el del reformador José Pedro Varela: "no podemos explicar coherentemente que en nuestra ciudad tengamos una plaza que recuerda el nombre de quien, a juicio de Carlos Real de Azúa, fue el mayor traidor de la historia nacional".

También resulta sintomático lo acontecido el 2 de enero del 2002. En esa fecha se conmemora el aniversario de la caída de Pavsandú, siempre con fuerte presencia de autoridades del Partido Nacional; sin embargo, en esa oportunidad, Lamas rompió la tradición invitando a Delgado Aparaín a ser el principal orador oficial de la ceremonia.

Todo esto provocó un debate entre blancos y colorados. Estos últimos no cuestionan la categoría de héroe de Leandro Gómez, pero se quejan de la estigmatización que se hace de la figura de Venancio Flores. La discusión ganó ámbitos populares, y hasta el carnaval local tomó con humor el tema. La reciente aparición de un nuevo libro de César di Candía. Sólo cuando sucumba. Testimonios de los que sobrevivieron al sitio de Paysandú (Fin de Siglo, 2003) confirma el creciente interés de todos los uruguayos en el tema.

Este fenómeno llevó a difundir por diferentes medios detalles mínimos e insólitos del sitio en sí mismo, la batalla que llevó a la caída de la ciudad, y la suerte corrida por sus defensores. Pero poco se ha tratado el contexto histórico y político previo, y que llevó a Venancio Flores a terminar sitiando Paysandú. 

BUENOS CONTACTOS. No constituyó una sorpresa que, para derribar el gobierno del presidente Bernardo Berro, el general y caudillo colorado Venancio Flores decidiera abandonar su exilio en Argentina. El 19 de abril de 1863 ingresó a Uruguay por el arroyo Caracoles, al norte del Río Negro.

El historiador Washington Lockhart calificó este episodio de "invasión hipotética" ya que Flores desembarca acompañado sólo por un coronel y dos asistentes. Diego Lamas, entonces jefe político de Salto, deja pasar al pequeño grupo de revolucionarios sin atinar a nada. Al extremo, señala Lockhart, que informado por uno de sus comisarios de la cercanía de Flores posterga la persecución hasta el día siguiente, con la excusa de asistir a una penca y no perder el depósito que ya había efectuado.

Flores casi no cuenta con ningún apoyo de sus correligionarios políticos más relevantes, dado que los motivos que invoca no parecerían justificar un alzamiento armado: la negativa del presidente Berro a pagar los haberes de los militares golpistas exilados en Buenos Aires después de los fusilamientos de Quinteros (1858) y el destierro del vicario de Montevideo Jacinto Vera (1862).

Pero si bien el caudillo no tiene argumentos que convoquen, ni dispone de ejército, cuenta con algunos contactos —reales e "imaginarios"— entre influyentes personajes brasileños y argentinos que, manejados con astucia, le permitirán crear una fuerza militar en pocos meses. Esas alianzas con los dos países limítrofes culminarán en la Guerra de la Triple Alianza que arrasará con Paraguay, considerado el país latinoamericano más desarrollado de la época. 

EL ASEDIO. Venancio Flores teje un delicado entramado de intereses nacionales y extranjeros que le permitirán hacerse del gobierno en 1865, cargo que ejerce hasta su asesinato —y el de Berro— en 1868.

El caudillo sabe —y especula— con la utilidad que esta alianza representa para el Brasil: no entorpecerá los planes de invasión al Paraguay y evitará que se recomponga la alianza rioplatense que derrotara a las fuerzas brasileñas en la batalla de Ituzaingó (1827). Por otro lado, Flores también le es útil al presidente argentino Bartolomé Mitre, por temor a que Brasil recupere su Provincia Cisplatina.

Buena parte de la aprehensión de Mitre hacia las intenciones de Brasil se basa en los 40 mil brasileños radicados en Uruguay, cuyas posesiones ocupan 45 mil quilómetros cuadrados, es decir, la cuarta parte del territorio uruguayo. Por ejemplo Souza Netto, un general de Río Grande, posee sólo en Paysandú 18 suertes de estancia. Flores garantizará los intereses brasileños en Uruguay sin necesidad de que el país vuelva a ser una provincia brasileña.

Del hábil manejo de las contradicciones entre Brasil y Argentina es que Flores obtendrá hombres, dinero y armas que harán posible su "Cruzada Libertadora". Finalizado el mandato constitucional de Berro, en medio de la convulsión social y militar en la campaña, el gobierno nacional decide postergar las elecciones: en mayo de 1864 el presidente del Senado, Atanasio Aguirre, sucede a Berro como jefe de gobierno.

Ese mismo mes, José Saraiva, emisario imperial, llega a Uruguay y presenta a Aguirre 63 reclamos por supuestos abusos cometidos contra brasileños establecidos en territorio oriental. El gobierno uruguayo niega las acusaciones y rechaza cualquier fórmula de conciliación. Esta será la "razón" invocada por Brasil para que el 12 de octubre de 1864 tropas al mando del mariscal de campo Juan Mena Barreto invadan territorio uruguayo, y que ocho días después Flores y el vicealmirante brasileño Barón de Tamandaré firmen un tratado de alianza.

El mismo día en que Saraiva presenta su ultimátum a Aguirre por los reclamos mencionados. Flores ocupa Florida y fusila a los siete jefes tomados prisioneros. Desplazándose rápidamente, el caudillo se apodera de Porongos y el 28 de agosto entra en Mercedes. En setiembre del "63 sólo quedan al norte del país Salto y Paysandú en poder del gobierno.

El 1° de diciembre de 1864 Flores acampa en el arroyo Sacra a unos cinco kilómetros de la ciudad de Paysandú, que entonces cuenta con unos 16 mil habitantes, y al día siguiente establece oficialmente el sitio. El 3 de diciembre intima al coronel Leandro Gómez, uno de los fundadores del Partido Nacional y jefe militar de la plaza sanducera,  a rendirse. El coronel recibe la nota y escribe al pie una frase que se haría famosa: "Cuando sucumba”. Estampa su firma, y se la devuelve al jefe sitiador. Ese mismo día Tamandaré, apostado en el Río Uruguay al mando de seis buques de la escuadra naval imperial, comunica a Gómez que de no rendirse bombardeará la ciudad. El jefe de la defensa mantiene su posición de no deponer las armas. Desde el día 6 de diciembre, la ciudad es bombardeada.

El 26 de diciembre el ejército de Mena Barreto se instala frente a la ciudad de Paysandú. Suman así quince mil los sitiadores, mientras que la defensa cuenta con no más de 1.200 combatientes pobremente armados. La ayuda gubernamental, y la del caudillo argentino Urquiza afín a la defensa, no llegarán nunca. 

CIUDAD ARRASADA. El 31 de diciembre de 1864 los sitiadores lanzan sus tropas de asalto decisivo. Durante esa noche los brasileños levantan trincheras en las calles que conducen al puerto y en la que mira hacia el norte. Al amanecer del 1ero. De enero de 1865, sobre los techos de las casas que ocupan los invasores flamean banderas del Imperio del Brasil. El combate arrecia. Los sitiadores han abierto brechas y boquerones en varios puntos de las líneas de la defensa. Se ordena reducir la guarnición de la plaza al mínimo, y reforzar la línea de contención.

Los defensores cansados, sin comer ni dormir, y con el hombro derecho hinchado de tanto hacer fuego con sus fusiles, apoyan las culatas sobre el hombro izquierdo, consigna el capitán de la defensa Hermógenes Masanti en su diario de guerra. A las nueve de la noche del 1ro. de enero Leandro Gómez se reúne con diez de los jefes a sus órdenes para evaluar la situación.

Según Masanti, la mayoría coincide en que "hallándose fuera de combate la mitad de la guardia y completamente cansado el resto v casi sin municiones" no se podrá evitar que al día siguiente la plaza caiga en poder del enemigo. El comandante Federico Aberasturi, a su vez, expresa que los hechos bélicos que protagonizaron los defensores hasta ese momento indican que el honor nacional está a salvo, por lo que no cree deshonroso "entablar negociaciones con el enemigo siempre que fueran dignas del valor oriental".

Leandro Gómez propone dirigir una nota a Flores, solicitándole una tregua de un día para enterrar a los muertos. Tercia en la discusión el mayor Carlos Larravide. Opina que es tan ventajosa la situación de las tropas sitiadoras que seguramente Flores rechazará la tregua y exigirá una rendición incondicional. "¿Qué propone usted?", le increpa Gómez. Le propone entonces crear una formación cerrada de combatientes que rompa el cerco de las líneas enemigas. "Muchos caeríamos, pero habríamos de pasar" y llegar hasta el río, afirma. Pero el jefe desecha el plan porque dejaría a los heridos a merced del enemigo. Confía en que Flores finalmente conceda una capitulación digna por la cual "saldremos con todos los honores de la guerra".

Larravide replica que Flores pensará que la tregua es un pretexto para ganar tiempo. Finalmente se redacta una nota donde se solicitan ocho horas. Flores no responde; el 2 de enero Gómez le remite una segunda misiva, que como la anterior es enviada a través de un sitiador prisionero. Instantes después el comandante de la plaza ordena a sus hombres suspender el fuego, pero advierte en voz alta que si los enemigos se aproximan, se los intimará a retirarse: de no obedecer se abrirá fuego sobre ellos. Esta orden, supone Masanti, puede haber sido mal interpretada; el enemigo aprovechó la confusión para entrar en la ciudad.

Las tropas aliadas penetran y atacan a los resistentes por la retaguardia. Algunos quiebran sus espadas sobre las piedras al grito de " ¡Traición! ¡Traición! Nos han entregado a los brasileños". Flores no acepta la tregua y según el testimonio escrito por otro excombatiente, Orlando Ribero, Gómez comienza a dictar una nueva carta a su asistente pero a este le tiembla el pulso, de tal forma que es sustituido por Enrique de las Carreras, un Joven argentino que se había incorporado a la defensa. Es en ese momento que imprevistamente irrumpen en la Comandancia soldados al mando del coronel brasileño Oliveira Bello. Gómez, junto a cuatro de sus asistentes, son tomados prisioneros y conducidos por la calle 18 de Julio en dirección al puerto. A las dos cuadras los intercepta el comandante florista Pancho Belén y le exige a Oliveira que le entregue los prisioneros, para lo cual invoca órdenes de su jefe Gregorio Suárez conocido como Goyo Jeta. Discuten y al no llegar a un acuerdo le preguntan a Gómez de quién prefiere ser prisionero.

El coronel se decide por sus conciudadanos y queda bajo la custodia de Belén, que lleva a los prisioneros tres cuadras más abajo, hasta la casa de Maximiano Ribero, padre de cuatro hijos todos combatientes de la resistencia, y uno de ellos, Pedro, muerto hace sólo cinco horas en combate. Contra una de las paredes del huerto de esa casa es fusilado Leandro Gómez, luego son pasados por las armas los comandantes Juan Braga y Eduviges Acuña, y finalmente al capitán Federico Fernández. Los cuatro cadáveres son arrastrados y expuestos en el piso del patio de la casa. Un comerciante, de nombre Eleuterio Mujica, cercena la barba de Gómez en lo que algunos consideran una vil profanación y otros un acto de respeto ya que Mujica, según Ribero, le hizo llegar la barba de Gómez a la familia.

Mientras las tropas ocupantes saquean y matan a discreción, un grupo de soldados lleva en carretilla los cuatro cuerpos al Cementerio Viejo —hoy Monumento a Perpetuidad— y los arroja al osario común. Vicente Mongrell, médico de la detensa, mueve sus influencias y logra rescatar los restos de Gómez, sepultándolos a pocos metros del osario. Temiendo posibles profanaciones, al promediar el año, Mongrell exhuma los despojos y luego de "una prolija limpieza con agua de cal y aguardiente cubano, los guarda en un pequeño baúl forrado con el cuero de un vacuno pampa, ubicándolo en un desván de su propia casa", según reseña Augusto Schulkin en su Historia de Paysandú. Diccionario Biográfico.

Posteriormente, Mariano Pereda, empresario argentino radicado en Paysandú, lleva los huesos para su casa y los esconde en un baúl forrado con hule. Su hijo, el historiador Setembrino Pereda, el 2 de enero de 1901 escribe en El Siglo que el baúl es trasladado en secreto por un botero a la ciudad argentina de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Allí los restos quedan al resguardo del presbítero de esa ciudad, Domingo Ereño. Al morir éste pasan a poder de su hermano político Pedro Aramburu, quien al abandonar Entre Ríos por razones políticas (1870) se lo encomienda a su vecina Catalina Britos, hija de un militar oriental. Transcurrido nueve años esta señora ya anciana se conecta con Mongrell y el 2 de enero de 1884 los restos del ahora general Leandro Gómez son conducidos al panteón de su familia en el Cementerio Central de Montevideo, en un recibimiento calificado por la prensa de la época como apoteótico. Durante la presidencia de facto de Gregorio Alvarez, el 2 de enero de 1984, los restos de Leandro Gómez fueron trasladados a un mausoleo levantado a tales efectos en la plaza Constitución de la ciudad de Paysandú, donde actualmente reposan. 

Los libros  

ANTES DE No robarás las botas de los muertos (Alfaguara, 2002) apareció Jaque a Paysandú, de la escritora entrerriana María Esther de Miguel (Planeta, 1997), que se vendió bien en las librerías sanduceras, pero su lectura no satisfizo las expectativas esperadas. Por el contrario, la novela de Delgado Aparaín contó con crítica de prensa favorable, batió récord en ventas, y algunos descendientes de los defensores la integraron a lo más selecto del material sobre el sitio.

Para José Rivero Horta, presidente de la Comisión de Patrimonio de Paysandú, investigador y descendiente directo por vía materna y paterna de defensores, la novela de Delgado merece figurar junto a la trilogía que a su juicio configura los materiales más fidedignos sobre el tema, escritos todos por ex combatientes de la defensa: El diario del capitán Hermógenes Masanti; Recuerdos de Paysandú de Orlando Rivero, y la obra de Rafael Pons y Demetrio Erausquin Recopilación de documentos, narraciones extraídas de la prensa, episodios y recuerdos personales publicada en Montevideo en 1887.

A principios de 2003 apareció El sitio de Paysandú desde "El Paraná" (edición del autor, Paraná, Entre Ríos), una recopilación de artículos publicados en el diario de la ciudad de Paraná, Entre Ríos, entre el 2 de junio de 1864 y el 31 de enero de 1865. El volumen, editado por Oscar Tavani Pérez Colman, recoge unas 200 piezas periodísticas de valor histórico incalculable, reproducidas con los errores y sintaxis propios de la época.

El último en aparecer, a fines del 2003, es el libro del periodista César di Candía. Sólo cuando sucumba, testimonios de los que sobrevivieron al sitio de Paysandú (Fin de Siglo, 2003), que recopila siete entregas previamente publicadas en forma consecutiva en el diario El País. El cuadro que di Candía logra es ágil, ameno, y los caracteres humanos complejos, contradictorios. Sale, así, al cruce de la acartonada construcción de héroes y villanos, mostrando la tragedia en su real dimensión. Como explica el propio autor, "el relato ha pretendido mantener una distancia capaz de reflejar los hechos con una total verosimilitud. Cuando se habla de la frivolidad con que los uruguayos observan sus propias cosas, cuando el país parece deslizarse en una peligrosa pendiente de indiferencia, no es mala cosa rescatar la hecatombe de Paysandú, sin duda la más importante epopeya de nuestra historia".

Ver, además:

"Heroico Paysandú, yo te saludo ..." - Ensayo de Aníbal Barrios Pintos (Uruguay)

Carlos Caillabet (Desde Paysandú)
El País Cultural N° 740
9 de enero de 2004

Editado por el editor de Letras Uruguay

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