El teatro épico de Bertolt Brecht Conferencia pronunciada
el 15 de
noviembre de
2004 en
Porto Alegre, en el
teatro de Oi
nois aqui
traveiz, en el "Terreiro
da tribo".
|
I Introducción Concibo este seminario como un homenaje y revalorización de Bertolt Brecht; y entiendo que el primero de los homenajes será seguir sus consejos, en particular aquel consejo, tan vibrante y sincero, del "Elogio de la duda": |
"¡Loada
sea la duda! Os aconsejo que
saludéis serenamente y
con respeto a aquel que
pesa vuestra palabra como
una moneda falsa. ...................................................................................... ¡Oh hermoso
gesto de sacudir la
cabeza ante la indiscutible verdad!". |
O en el "Elogio del estudio": |
"¡No
temas preguntar,
compañero! ¡no te dejes convencer! Compruébalo
tú mismo! Lo que no
sabes por ti no lo
sabes. Repasa la
cuenta tú tienes
que pagarla. Apunta con tu dedo
a cada
cosa y pregunta..." |
Lo
que recuerda de
inmediato a "Madre
Coraje" en uno de
los varios
momentos en que uno de sus personajes alcanza a Brecht y muerde una
moneda para comprobar
si es auténtica. El
plan de esta
conferencia será
el siguiente. Primero
examinaré el origen del teatro épico de Brecht, su definición y sus consecuencias;
la forma
de actuación que presupuso;
luego el legado de
Brecht en
este punto. Al fin examinaré tres obras de Brecht que se pueden considerar como "teatro épico": "Madre Coraje", "El círculo de tiza caucasiano" y "Galileo Galilei". Declaro que no es siempre fácil determinar si una obra entra en una u otra categoría; muy probablemente a Brecht no le interesaba demasiado el punto. II La
teoría
y
la práctica
del
"teatro
épico" 1°)
Antecedentes históricos y
doctrinarios. Las
mismas palabras "teatro épico"
deben ser
analizadas. La
palabra "épico"
para nuestro diccionario significa "Poema
narrativo extenso, de
acción grande y pública".
Otras acepciones incluyen
que el
poema narrativo trata
de un héroe tradicional. El sentido que dio Brecht a la expresión "teatro épico" no está muy lejos de esta definición; y sin duda pensaba en la narrativa popular y en las tradiciones de todas partes del mundo. Consecuente con su elogio del estudio, escribió en "Canción del autor dramático": |
"Para
poder mostrar lo que
veo estudié las
representaciones de otros tiempos
y de otras épocas. He adaptado
un par
de obras, examinando Minuciosamente su técnica y asimilando
de ellas Lo que a mí me servía." |
El
concepto de "teatro épico", tal como lo entendió Brecht, debe
considerarse, como corresponde a uno de los herederos de la filosofía del
marxismo, con un sentido
histórico. El término fue empleado por primera vez hacia 1924 por el director Erwin Piscator que colaboró con Brecht; y aparece también en el teatro de agitación de la época. Era una época de muy intensa actividad política: se vivían las secuelas de la primera guerra mundial, 1914 - 1918 y también de un auge sin precedentes del marxismo, en particular por su triunfo en la revolución bolchevique de octubre de 1917; a todo esto se agregaba la represión de los espartaquistas en Alemania, un país donde, según todas las predicciones, comenzaría la revolución social. El origen histórico del "teatro épico" aparece nítidamente en las primeras líneas del libro de Piscator "El teatro político": "Mi medida
del tiempo empieza el
4 de agosto de 1914.
En ese punto
el barómetro registró: 13 millones
de muertos. 11 millones
de tullidos o
discapacitados. 50 millones
de soldados en pie de
guerra. 6 mil
millones de bombas
estalladas. 50 mil
millones de metros cúbicos de gas
usados. ¿Dónde
está el desarrollo
personal en todo esto? Nadie se desarrolla en una forma
personal. Algo distinto desarrolla a la
persona".
Piscator
está hablando aquí
del desarrollo personal, del florecimiento de la "personalidad": algo semejante a lo que la psicología "popular" de
hoy (que sólo está al
alcance de una minoría) llama "autorrealización". Y así como
hoy, para la tercera parte de la humanidad que padece hambre no
tiene ningún
sentido la palabra "autorrealización",
Piscator y Brecht
entendían, con razón,
que la creencia idealista en la
autonomía del individuo y del arte había sido
pulverizada por los hechos, que demostraban,
de paso, la
inoperancia de los
intelectuales. También creían, y la expresión es de Brecht, que "...la
continuidad del
ego es un mito":
el hombre, como la sociedad,
está en un estado de
continua transformación y no logra sostener, ni siquiera como un
secundario marco de un
cuadro móvil, ninguna estabilidad. Por la misma
época y desde un ángulo distinto, Marcel Proust destruía también
en "En busca del
tiempo perdido",
con las transformaciones radicales de sus
personajes, que a menudo devienen en sus contrarios, la idea pequeño
burguesa de la identidad del
hombre (y como consecuencia de la sociedad)
a través del tiempo. Aún
Brecht vislumbró,
tras las huellas del "Manifiesto
del Partido Comunista,"
que con la moderna economía la
Tierra se dirigía
a constituirse en un solo país y casi en una sola
fábrica, con la
consiguiente disolución
de todas las imaginarias "identidades nacionales"; y que era
imposible permanecer ajeno a lo que sucedía en cualquier
parte del mundo. El deber
de los intelectuales,
tanto en la época de Brecht como ahora, es transformar el mundo,
mucho más que explicarlo; pero ¿cómo
transformarlo ante el poder de los medios de destrucción que la
guerra de 1914 a 1918
sólo hizo
entrever? Había,
al parecer, sólo una alternativa
visible para
rescatar al hombre
de un destino que al serle
impuesto lo transforma en un esclavo, y era el
"socialismo científico"
de Marx, que había realizado la proeza, única en la
historia del hombre,
de una filosofía que logró hacer girar las puertas de la
historia. Tanto
Piscator como Brecht se apoyan en el marxismo, por lo que
convendría comenzar
el examen del teatro "épico"
y aún de su
antagonista el
teatro "dramático", conforme a las ideas de Marx y
Engels, a quienes los personajes
de Brecht en "La
medida tomada" llaman "los
clásicos". Pero
Marx y Engels, sin embargo, no asignaban al arte y a
la literatura el papel un tanto rígido que se supuso a comienzos del siglo
XX. Nunca intentaron proporcionar
criterios económicos o sociales para valorar las obras de arte. Marx
admiraba a Esquilo, especialmente por la
rebelión de Prometeo contra los dioses; alternativamente admiraba
y disculpaba a Heine
y sabía de memoria,
tanto él como su familia, extensos fragmentos de Shakespeare; su
última obra, que su muerte impidió que comenzara a escribir, sería
paradójicamente, un libro sobre Balzac, un católico y monárquico
que decía escribir "a la luz del altar y del trono". Marx había
escrito, además, en la "Crítica
de la economía política",
que "...ciertos períodos de supremo
desarrollo artístico
no tenían ninguna
vinculación directa con
el desarrollo
general de
la sociedad ni con la base
material de su organización". No
obstante, de los mismos escritos de Marx y Engels surge con
suficiente claridad la justificación
teórica y sobre
todo la práctica por Brecht del
"teatro épico". Así escribe Engels en una carta a Minna
Kautsky, comentando una de
sus novelas: "...Es evidente
que usted sintió la necesidad de
tomar partido... de proclamar sus opiniones al mundo... pero creo que la tendencia debe
desprenderse de la situación y la
acción en sí, sin ser
explícitamente formulada....". Esta última frase,
que invita a suscitar ideas
y reflexiones sin
subirse a un tribuna y decirlas literalmente, es, casi un
enunciado del "teatro épico" de Brecht. Engels
da por supuesto, como Brecht, un
nuevo público, un
lector (o un espectador) inteligente
que sepa sacar las consecuencias
sin ser el objeto de un
adoctrinamiento escolar. En
la misma "Crítica de la
economía política"
Marx suministra nuevas claves para explicar la
creación del "teatro épico", cuando escribe: "La
obra de
arte - y paralelamente, cualquier otro
producto- crea un público sensible
al arte
y capaz de
gozar la belleza. La producción
no produce, pues,
sólo un objeto para
el sujeto, sino un
sujeto para el
objeto". La
frase tiene la expresión
paradojal de la mayor parte de los escritos de
Marx, y sin embargo
los hechos la han confirmado, especialmente en
materia artística. En lo que se refiere a la producción de bienes
materiales, hacia 1940
no existía un público para el consumo
de cierta bebida
refrescante que
ahora distribuye un
gigante de la economía;
menos aún podría
creerse que hoy compartiría ese Monte Olimpo con un producto casi
exactamente igual. Y volviendo al teatro,
las primeras obras de Oscar Wilde fueron un
fracaso; él sostuvo, compartiendo la
afirmación de Marx, y con
mucha mayor
penetración que lo que
sugiere su forma paradójica
e ingeniosa, que era el
público el que había fracasado.
Dos años después, ya formado
el público, las mismas obras
tuvieron un éxito extraordinario. Hay,
pues, que crear un público, un público sensible e inteligente.
¿Cómo hacerlo desde el teatro, si
lo que ofrecía el
teatro alemán de la época eran dramas
de la consciencia individual, que podían agotar las variantes de la aceptación o el rechazo de la infidelidad matrimonial o la
realización o frustración
del amor
romántico? 2°)
Antecedentes en la
literatura. No
toda la literatura había desdeñado los aspectos sociales de la
familia y el
individuo; y como dice Borges a propósito de
Kafka, todo gran
escritor crea a
sus precursores. El "teatro
épico" de Brecht tuvo
sus antecedentes, que
el mismo Brecht se ocupó de destacar: los dramas históricos de
Shakespeare pueden verse desde ese ángulo,
y las versiones
actualizadas, multirraciales
e irreverentes de Kenneth
Brannagh, con su
acentuación del sentido
narrativo, deben algo a las
ideas del "teatro épico". Aún los dramaturgos isabelinos
pueden figurar como precursores, y el mismo Brecht adaptó para el
teatro y estrenó la
estremecedora pieza de Webster "La
duquesa de Malfi". Si repasamos la literatura rusa del siglo XIX,
escrita bajo la censura zarista, podemos
advertir hasta qué punto cumplía estos postulados, ya fuere consciente o
inconscientemente, desde Pushkin a Tolstoi. Entre1850 y 1870, por
ejemplo, los
cuentos de Turguénev, que hoy nos parecen
muy pacíficos, podían suscitar graves controversias y hasta en
algún caso la destitución del censor
que en un descuido los
dejó imprimir;
a todo escrito más o menos cuestionador se le asignaba un
sentido político. Si uno lee cuidadosamente "El
jardín de los cerezos"
y "Las tres hermanas"
de Chejov, por ejemplo,
encuentra hasta una demostración de la lucha
de clases y hasta una
predicción de la caída de los
terratenientes. Inclusive hay un
fragmento de "Las
tres hermanas"
que suena,
retrospectivamente, a Brecht: "Pasarán unos doscientos o trescientos años y la vida que llevamos será considerada con temor y con burla... nos iremos para siempre, seremos olvidadas, pero nuestros sufrimientos se transformarán en alegrías para aquellos que vivirán después que nosotras... recordarán con bondad lo que hemos vivido hoy..." Es evidente el paralelismo con el desarrollo ulterior de la misma idea, la benevolencia de los hombres del futuro para nosotros, porque vivimos en tiempos difíciles, con el poema de Brecht "A los hombres del futuro": |
"Pero
vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea
amigo del
hombre, pensad en nosotros con indulgencia" |
La
obra de Chejov, en particular,
no es tan
ajena a suscitar
reacciones críticas, y ello
a pesar y a contrapelo de la
censura. Cuando el
joven Vladimir Uliánov, a quien la historia
recordará con el nombre de
Lenin, leyó
el cuento "La sala número
seis" de Chejov, que
es una alegoría, casi un drama pedagógico
a lo Brecht, de la inoperancia de
la intelectualidad
rusa a fines
del siglo XIX, le dijo al día siguiente a su hermana: "¡Experimenté
la completa sensación de
estar yo mismo encerrado
en la sala número
seis!". Hasta
el "Manifiesto del
Partido Comunista" puede
ser visto como
teatro épico, sobre todo en la versión que se imprimió,
corregida y dramatizada por
Marx, con su desfile de la humanidad desde los comienzos hasta las
luchas de su época y la
exhortación a la acción con que concluye,
por donde el folleto
proyecta ya su propia continuación
y reclama
perentoriamente una respuesta
del lector; y no estaba descaminado
el "Volcano Theater" de Londres cuando
puso en escena, hace
no muchos años, al
"Manifiesto". Brecht
menciona también a los filmes mudos
del cine
norteamericano, a
Charles Chaplin, al teatro asiático y al teatro soviético inmediatamente
posterior a la revolución de octubre; y sin duda conocía a Büchner y a
"Wozzek". Pero aún Ibsen, al que Brecht
detestaba, había producido
además de "Hedda Gabler" y "Casa
de muñecas" a "Peer
Gynt", que por
muchas razones, como su
narración serial, su muy extraña fragmentación
en el tiempo y en
el espacio, su
recorrer casi el mundo entero con
paso de exiliado o
desterrado y sobre todo
por la absoluta falta de simpatía que despierta el
personaje en el público, puede ser considerado un antecedente del
teatro "épico". Aún
el desenlace de "Juan Gabriel Borkmann",
apoteosis del fracaso en
un paisaje desolado, tiene algo del desamparo de los dioses, del
pesimismo radical y de
la objetividad despiadada
de Brecht. Hasta "Casa
de muñecas", como veremos más adelante, pudo ser, reconstruida por la
última premio Nobel, Elfride
Jelinek, el comienzo de una fantástica pieza de teatro épico.
También "Lulú" de
Frank Wedekind, que atraviesa épocas
y clases sociales para
terminar en Inglaterra, víctima
la protagonista de Jack el destripador,
tiene mucho del "teatro épico". Brecht estuvo influido
por la novela "La jungla"
del norteamericano Upton
Sinclair, con
su visión del
comercio de la carne que
describiría en "Santa
Juana de los mataderos"
y "En la
jungla de las ciudades";
y la
técnica de exposición no
deja de recordar la
de John dos
Passos, en "Manhattan transfer" por
ejemplo. 3°)
Definiciones. Pero vayamos a la definición de los creadores del teatro épico, a quienes debemos considerar buenos conocedores de su propia doctrina. Brecht comienza definiendo el "teatro épico" por lo que considera su opuesto, el "teatro dramático", y en este punto analiza primero al espectador, o sea al público. El "espectador dramático" dice: "Yo
también he sentido así. Es natural que así
sea. Nada cambiará.
El sufrimiento de este
hombre me conmueve,
porque es inevitable. Esto es
el gran arte;
siempre parece lo más
evidente. Lloro cuando ellos lloran, río
cuando ellos
ríen". En
cambio el espectador épico
dice: "Nunca lo
hubiera pensado. Eso no es
lo normal. Es
extraordinario, difícilmente creíble. No puede ser así. El
sufrimiento de este hombre me conmueve,
porque no es necesario. Esto
es gran arte: no hay nada
evidente. Yo río
cuando ellos lloran,
y lloro
cuando ellos
ríen". El
teatro
épico da por supuesta una audiencia
compuesta por una
colección de individuos capaces
de pensar, de
razonar y de
juzgar, aún en el teatro; trata al público como "individuos
maduros, mental y emocionalmente..." El
teatro dramático supone lo
contrario. La audiencia está
compuesta por espectadores
pasivos, una
especie de "multitud a la que
se llega sólo a través de sus emociones y que tiene la inmadurez mental y
la alta sugestibilidad de
toda multitud". Brecht lo llamó, a veces, señalando su
sentido digestivo,
"teatro culinario". El
teatro dramático atrae al espectador a un
estado semejante al
trance: comienza con una
total
identificación con
el héroe,
sigue con
que
el espectador se olvida de sí mismo y, a través del
terror y
la piedad
se alcanza la
resolución y una beatitud, del
todo semejante
a la
"catarsis" griega; desde un
punto de vista de su organización interna, debe o suele contener
seis elementos que se relacionan y se centralizan en relación a una
historia
común: trama, caracteres,
tema,
diálogo,
ritmo y
espectáculo. En
cambio, el teatro
épico no busca ni la armonía
ni la organización
interna del teatro dramático: "toma
un par de tijeras y
corta al teatro en piezas, todas ellas capaces de vida". La
narrativa progresa no en una dirección
continua sino
por "un
montaje de
curvas y saltos", dialécticamente. En
síntesis, en el teatro dramático la escena
encarna un suceso, en el teatro
épico lo narra;
el dramático lleva al espectador hacia
la trama y el épico lo
hace un observador crítico y lo lleva contra
la trama; el teatro dramático devora
la capacidad
de acción del escenario y
el teatro épico la despierta;
el teatro dramático
emplea la sugestión
y el teatro clásico los argumentos;
en el teatro dramático se da al hombre
como conocido e inalterable, y
aún que debe ser como es; el teatro
épico lo hace un objeto de investigación,
a la vez sumamente alterable
y sumamente modificador de
sus circunstancias, aun
cuando en buena parte sea creado
por ellas;
en el teatro dramático
una escena
existe en relación al todo y en el teatro épico cada escena
existe por sí misma; en
el teatro dramático el mundo
es como es,
y el desarrollo de
su historia es lineal,
en el teatro épico el mundo es como
deviene y su desarrollo es en curvas
o círculos; finalmente en el teatro
dramático el
pensamiento determina al ser, en
tanto que en el
teatro épico la
sociedad determina al
pensamiento. Brecht
sostenía que el "teatro dramático", era el codificado por
Aristóteles para la tragedia. Debía culminar en el éxtasis menor
de la "catarsis";
luego de lo
cual el espectador, ya calmo,
volvía a su casa.
Por el contrario, la
teoría y la práctica de Brecht se vincula más
a la comedia,
tal
como la
realizó Aristófanes,
con
su tendencia
a la picaresca y
la prolongación
bulliciosa
de la obra con comentarios dirigidos al
público, y
aún con su tendencia a lo
desagradable. El fin de la comedia no es la catarsis:como dice
Alain en "Sistema de las
bellas artes", "La
gran comedia
...
es cínica, feroz,
irrespetuosa,
sin
piedad...la moral
común es
derrotada, sin duda,
pero la
verdadera
ética
ilumina
la escena". En
cuanto a los temas,
la diferencia
es más radical. El
"teatro épico"
debía contener "... los grandes
temas de nuestro
tiempo... la construcción
de las industrias en gran escala, la familia,
la religión, los
conflictos
de clases,
la guerra, la lucha contra
la enfermedad..."; "...debe
presentar a los
individuos como socialmente construídos
y
maleables..."
El teatro épico
proporciona las leyes causales de desarrollo, divide más que une a la
audiencia, interviene en la vida del público y cambia ideas y
actitudes. El teatro "épico" contiene diversas artes
asociadas, como la música, especialmente la
canción y la danza; pero
no intenta algo semejante a la "síntesis de las
artes" de Wagner,
sino al contrario, producir una diversificación y efectos
paradójicos y de contraste entre lo que una de las artes dice o
sugiere y lo
que sugiere y
dice la otra. 4°)
Nuevo concepto de la
actuación. El
teatro épico incluye no sólo
un nuevo elenco de temas y actitudes
sino además un nuevo concepto de la puesta en escena
y un nuevo estilo de actuación.
Así como el filósofo no sólo debe interpretar la realidad sino que debe
transformarla, así el
teatro que surge del marxismo debe
comenzar por cambiar el teatro, acordándolo con nuevos sucesos,
nuevas ideas y nuevas
interpretaciones de la historia. El escenario, acorde con la
estructura lineal
del "teatro épico", debe contener
múltiples escenas,
y para ello ha de
aplicarse una nueva tecnología,
sea con el empleo de
escenarios giratorios, sea
con el transporte del público
a diversos escenarios. La puesta en escena y la
actuación deben producir una
sensación peculiar,
que Brecht denomina
"Verfrendumg" y
que ha dado lugar a traducciones desorientadoras. Por el momento no conocemos en español ningún equivalente exacto
para lo que Brecht
propuso: no
es "alienación",
palabra que
tiene un sentido muy
específico dentro de la doctrina
marxista y que Brecht rechazaría con
indignación; se ha sugerido la
palabra contraria como adecuada, o sea
"desalienación"; pero
es un término muy ajeno al uso común como para poder entenderse con él.
No es "extrañamiento",
palabra de muy escaso uso, que derivamos de "extrañar",
que suele significar el recuerdo
a la vez grato y doloroso de una persona
ausente. Tampoco
resulta un buen equivalente "desfamiliarización", que es otra
palabra compuesta y de muy
escaso uso. Encontramos sólo en
francés un equivalente
casi perfecto,
que es "dépaysement".
Pero ¿qué queremos decir
con todo esto?
Se trata de que el
espectador reconozca y
no reconozca del todo lo que sucede;
que comprenda y a la vez se
inquiete; que le resulte vagamente
raro, no común, curioso, que perciba como un tanto enigmático,
pero no indescifrable lo que está viendo, debe ver lo que ocurre
con prevención y
con sospecha, con toda clase de dudas, cuantas más mejor;
sobre todo, el
espectador debe comprender a los personajes pero no puede
inducírsele a dejarse
convencer por ellos. Pero,
se dirá, ¿en qué se
diferencia esto del
teatro corriente?
Porque en el teatro
corriente, o "dramático",
también hay
signos muy claros de
que lo que
ocurre en la
escena no sucede realmente.
El actor nunca
debe llegar,
y en
los hechos nunca
puede llegar, a
convencer de que lo que
sucede es real, en tanto el
espectador está sólidamente
sentado en su butaca, que es su última
ancla hasta la realidad. Reconocemos a los actores, porque
probablemente los hemos visto antes en otras obras; nos causa
cierta extrañeza
ver que parecen otros, que están representando
un personaje de
ficción. En
este punto las críticas
primeras de Brecht a Stanislawsky no son del todo
justas, porque Stanislavsky nunca propuso crear una ilusión
absoluta de realidad, entre
otras cosas porque ello es imposible. Más adelante, hacia
1930, Brecht
reconoció que el método de Stanislawsky
incluía la forma en que las
contradicciones psicológicas pudieran aparecer en la escena y que abría un
camino para mostrar la influencia del ambiente en la caracterización:
por sobre
todo, con la naturalidad
de la caracterización psicológica
y con el empleo de un método
racional para el
entrenamiento de los actores.
Pero Brecht entendía que el método de Stanislavsky
había llegado a su límite y que sus
técnicas habían servido para las escenificaciones ilusorias y
narcóticas de lo que llamaba el teatro "culinario". Para
comprender las ideas de
Brecht sobre la actuación es
más fácil recurrir a
ejemplos prácticos que a los enunciados teóricos; y un caso que ilumina
el punto es la admiración de Brecht
por Charles Chaplin. Sin duda la
admiración de Brecht, que dice de
Chaplin que "estaría más cerca
del teatro épico que de los
requerimientos del teatro dramático", está pensada para
Charlot, el personaje de los filmes mudos. Es posible que nos
hayamos acostumbrado a su
incongruente levita, a su paraguas y su bombín, a su
caminar galvánico y
su aire
fantasmal y
eléctrico, en suma
su lado
irreal; pero cuando lo
vemos por
primera vez el
espectador no sabe colocarse,
no entiende cómo debe
tomarlo y se produce la sensación de sorpresa e
inquietud. Brecht
acentúa, con su teoría de la actuación,
en realidad, uno de
los caracteres clásicos del
teatro; y afirmó, con bastante razón, que el estilo "dramático"
de interpretación había desfigurado al teatro clásico griego e
isabelino, que no se compadecía con la producción de
"empatía". Los griegos, en parte por razones de audición
pero también para producir el efecto que busca
Brecht, utilizaban las máscaras y los coturnos;
también los japoneses emplean máscaras muy sorprendentes, para un efecto similar;
si hemos de creer a los filmes, en las escuelas de danza de China se
fuerza a los pies de los aprendices
a no crecer y permanecer pequeños. En la
forma más inmediata de espectáculo
popular, el carnaval, el uso de disfraces y de máscaras tiene el
mismo sentido: somos
y no somos
los mismos;
sobre todo, esto
ocurre en el tiempo, en una
determinada época del año,
y sólo entonces. En el teatro griego
teníamos a hombres, pero
hablaban de una manera extraña,
con una voz distorsionada por la máscara; eran un poco más
altos que el común y caminaban
de un modo diferente al
normal. Sucede esto porque el
teatro no
es un arte apropiado para sutilezas psicológicas, sino para la
trasmisión de grandes
verdades; los trazos deben
ser gruesos y fuertemente empastados.
Consecuentemente, Brecht reconoció el valor de los clásicos, pero
trató de sacarlos del
museo y adaptó
y llevó a la
escena, según sus
nuevas ideas sobre escenificación y
actuación, a
"Antígona" de
Sófocles, "Eduardo II"
de Marlowe, "La duquesa
de Malfi" de Webster, el "Fausto"
de Goethe, "Hamlet"
y "Macbeth", estos dos últimos
para la radio, y
finalmente, una puesta en
escena que llegó
a estrenarse después de
su muerte, "Coriolano" de
Shakespeare. Con
referencia a Shakespeare, algunos
de sus intérpretes
de habla
inglesa sostienen que existe un abismo que no logra
colmarse entre la
técnica actoral
de Stanislawsky
y el teatro de Shakespeare. Sostienen
que con la aplicación
de esas técnicas el resultado es tedioso, repetitivo y pegajoso.
Han sido entrenados en crear cuidadas motivaciones
psicológicas y sub textos; pero
todo esto se incluye en un escritor
donde ni las motivaciones ni
los sub textos existen; y los
actores se
desconciertan con las largas tiradas,
que se apoyan en la imaginación más
que en la alusión, no
se sienten cómodos con los "apartes"
al público, dirigidos directamente
a la audiencia y
aún con los
giros radicales de la personalidad, que contradicen los supuestos
fundamentales de la
psicotécnica. 5°)
El legado del teatro épico de
Brecht. Es
suficiente dar una ojeada al panorama del teatro
mundial posterior
a Brecht para tener una idea muy clara
de la importancia e impacto
de su obra. Así Heiner
Müller, su
sucesor en la
dirección de Berliner
Ensemble, aprendió
bien sus lecciones, y por tanto comenzó por
decir ("Teatro",
1980) que "utilizar a Brecht
sin crítica
es traicionarlo".
Ni corto ni perezoso, Müller
innovó vigorosamente
en los mismos textos
de Brecht. Por
ejemplo, la
puesta en escena de Heiner Müller de
"La resistible
ascensión de Arturo Ui"
que pudimos ver por el Berliner
Ensemble en
un festival de teatro
de Buenos Aires, enfoca al texto de Brecht desde una
perspectiva actual;
vista desde hoy
la pieza, a través
del lente de Müller,
advertimos que Arturo Ui no sólo
era resistible,
sino que, en los hechos ha triunfado
y más de lo que la pieza sugiererla el fuego de artillería que percibimos
en "Madre Coraje" y
las hogueras
de las ciudades destruídas
no se han apagado, como nos lo muestra
la televisión todo los días. Es verdad
que Müller, como lo demuestran
"Máquina Hamlet" o
"La
misión", y sobre todo su
revisión de los trágicos griegos como "Medea
material", era
más proclive a la
tragedia que al estilo de comedia
bufonesca tan del gusto de Brecht;
punto este último
en el cual el continuador de Brecht ha sido Darío Fo, tan
extraordinario actor como
para reflorecer la
tradición de la "Commedia dell' Arte" con
un sesgo
épico y especialmente crítico.
En
Alemania siguieron las
huellas de
Brecht, además de
Müller, Dea
Loher, con "Medea
Manhattan", Tankred Dorst,
cuyas obras hemos
visto representadas en Porto Alegre, George
Tabori, con "Mein
Kampf farsa",
"Las variaciones Goldberg", "Caníbales" y "Jubileo";y
muy notablemente
Peter Weiss, con "Marat
- Sade", posiblemente
la mejor obra de teatro político que se escribió después de Brecht. Una
mención especial
merece Peter
Brook, con su
puesta en escena del
gran poema épico hindú
el Mahabaratha, del que vimos
un fragmento "La
muerte de Krishna" en Buenos Aires, que ha seguido
sin duda las ideas del teatro
épico. En "La muerte
de Krishna"
un relator, que
va y viene sobre
una alfombra color naranja a cuyo costado hay
una mujer que toca un instrumento
hindú de percusión, narra la
historia; no sabemos precisar exactamente
cómo, pero con pequeños toques de
iluminación, con variaciones
en la dicción que se relacionan con la
música y
con sutiles cambios de
ritmo, aparece un gran
cuadro de la antigua India, con todos sus
problemas religiosos
y sociales en primer
plano y una guerra donde muere 18 millones
de hombres. El
relator, que era en la ocasión
Maurice Bénichou, conforme
a los preceptos de
Brecht, no
trata en modo alguno de imitar
el mundo de la India,
ni de encarnar uno o más
personajes, sino rescatar el efecto
de misterio y de grandiosidad,
de un inextricable cruce de la historia
con la religión,
en forma
que invita a la discusión y al examen.
Creemos que
debe destacarse
también la versión
de "Los Atridas"
de Arianne Mnouchkine,
que no hemos visto, con su
"desfamiliarización" o "desalienación" creada con la
fusión de la mitología griega con un vestuario asiático;
pero las encarnación
más moderna
de las ideas de Brecht sobre
el teatro épico la
vimos en "Lo
que pasó
cuando Nora dejó a su marido", de
la escritora austríaca Elfride
Jelinek, autora
de la novela "El
pianista", llevada
al cine por Michael Haeneke,
escritora que fue
galardonada con el Premio Nobel de Literatura
de este
año. "Lo
que pasó
cuando Nora dejó a
su marido", que
en los hechos es una feroz crítica
del "teatro dramático" fue estrenada
en su versión española,
con puesta en escena de
Ruben Szuchmacher, en Buenos
Aires, en el año 2003, con
interpretación, entre otros, de Ingrid Pelicori, Horacio Peña y Alberto
Segado. Ilustrando
el contraste del "teatro dramático" con el "teatro épico",
Szuchmacher comienza la obra de Jelinek
representando, con luz de sala
y en tanto entran
los espectadores, que
creen llegar
tarde, las últimas
escenas de "Casa de muñecas"
de Ibsen, interpretada y puesta en
escena con la técnica
de actuación de Stanislavsky
y en un decorado convencional. Comienza
la obra, que
narra la degradación
forzosa de Nora al enfrentar sus ideas de autonomía
y autorrealización a la cruda realidad
social, punto en el
cual las demostraciones de
Jelinek tienen algo de los razonamientos casi
matemáticos de Marx en
"El Capital", donde
a la sumatoria de
diversos hechos
sociales negativos y circunstancias de
trabajo adversas sigue como en un
pizarrón de un aula la aparición del cadáver de un trabajador.
Nora se emplea en una fábrica
de tejidos, que recuerda en varios detalles a "Los
tejedores de
Silesia", el
poema de Heine que tanto gustaba a Marx; a Nora le suceden
varias peripecias a
través de
las que se va aproximando cada vez más
a la ambiciosa y
fracasada "Lulú" de Frank Wedekind, personaje
que la persigue
como un fantasma redivivo que quiere apoderarse de ella; al fin la
identificación es total. Las cenizas de las ideas de independencia
y autonomía de
Nora han sido barridas por
un leve viento proveniente de las
circunstancias sociales.
La obra culmina con la escena
desgarradora del reencuentro y reconciliación
de Nora y Helmer: sólo tienen en su haber ilusiones
destrozadas, y no
son sino dos
lamentables muñecos.
En
cuanto a las repercusiones de
la obra
de Brecht
en otros países y
continentes, no
cometeré la indelicadeza de
abundar sobre la influencia
de Brecht
en el Brasil, tema
que desarrollará en
este seminario la profesora Iná
Camargo Costa, un tema que ustedes
deben conocer mucho
mejor y sobre el que
hay escritos libros
enteros. A
continuación, sin demasiada seguridad
de tratar ejemplos de teatro
"épico", porque las obras de Brecht parecen deslizarse de una categoría
a otra,
orillando tanto el
"teatro épico"
como el teatro "didáctico"
o "pedagógico" o
de enseñanza, categoría
esta última a la que
pertenecen, probablemente, "La
medida tomada", "La cantata de Baden Baden",
"El que dice
sí y el que dice no" y "La
excepción y la regla", vamos
a ver cómo aparecen los principios
del "teatro épico"
en tres obras:
"Madre
Coraje", "El círculo de
tiza caucasiano"
y "Galileo
Galilei". IV Madre Coraje "Madre coraje" tuvo
su origen
en una polémica
con Lukács, que
veía en las obras
de Brecht
"signos de subjetivismo".
Luego de una
serie de notas polémicas
y ensayos
breves, Brecht
resolvió cortar por lo sano:
contestó las reservas de
Lukács con
"Madre Coraje".
Todos los personajes
masculinos, por el contrario, parecen la encarnación de un
defecto. El alférez,
el reclutador,
el sargento, el
cocinero, el capellán y aún
los hijos de "Madre
Coraje" son reprobables
y reprobados; y
aquí el punto del
tratamiento de la mujer en la obra y
en la vida
de Brecht
merece, creemos,
una breve
digresión. Los
críticos que
han analizado
y condenado
la conducta
de Brecht
con las mujeres, parecen no advertir
la idealización de
varias de sus figuras
femeninas, como Joana
Dark en
"Santa Juana de los
Mataderos", Grusha
en "El círculo de tiza
caucasiano", Kattrin,
la hija muda de "Madre
Coraje", "La madre", en la adaptación de la obra de
Gorki, Simone Machard en
"Las
visiones de Simone
Machard" y aún Sen Te en
"El alma buena de
Sechuan", que muestran
una absoluta falta
de egoísmo y, lo que es muy curioso
porque también es un rasgo
personal del mismo
Brecht, un muy escaso
o nulo interés y hasta
preocupación por ellas mismas. No
obstante esta circunstancia, que es más bien
un demérito artístico,
la crítica más reciente ha
reproducido, a propósito de Brecht, las
observaciones que
Simone de
Beauvoir hace
contra Marx en "El segundo
sexo". De
Beuavoir reprocha
a Marx
que presente al patriarcado
como un hecho de la naturaleza, imposible de cambiar, en vez de presentarlo
como lo que es, un hecho político. Esta crítica, sin duda, no alcanza a Engels,
que ve los orígenes de
la familia a través de las ideas de Bachofen sobre el matriarcado
primitivo; no podemos olvidar que, tal vez como consecuencia de sus
estudios, Engels definió acertadamente
a la mujer como el "proletariado doméstico".
En
esta línea, toda la vida
sentimental de Brecht,
a quien
sin duda le gustaban
las mujeres y les resultaba
atractivo a ellas, ha caído
bajo un fuerte escrutinio.
Tuvo un hijo en 1919, cuando tenía 21
años, con Paula
Banholzer, vivió
luego con Mariana Zoff, con
la que se casó y con quien
también tuvo una hija, tuvo
un amorío
con Helene Weigel, con la que
se uniría más
tarde, luego
con Carol Neher, que interpretaba
a Polly Peachum en "La
ópera de dos
centavos", Margarete
Steffin, Ruth Berlau, con quien
también tuvo un
hijo; todas ellas, en mayor o menor grado, fueron sus colaboradoras
o secretarias. Algunas
murieron jóvenes, otras intentaron suicidarse. John
Fuegi ha
escrutado las obras de Brecht y ha
resuelto que como a
Brecht le
costaba finiquitar sus obras,
lo que efectivamente confiesa reiteradamente en sus "Diarios"
en relación a "Tambores en la
noche", había
decidido escribir
siempre o casi siempre en colaboración
con mujeres escritoras,
que además, para mayor
comodidad, fueron sus amantes. La pieza
de convicción le
resulta Elisabeth
Hauptmann, que hablaba y escribía fluidamente
en inglés y en francés, que
conoció a Brecht en 1924 y que devino su colaboradora. Dice Fuegi, basado en evidencias circunstanciales, que Hauptmann
escribió un 80% de "La
ópera de dos
centavos" y que
Brecht nunca la habría podido escribir
por sí solo, ya que no sabía inglés, y la obra es, como
se sabe,
una adaptación de
"La
ópera del mendigo"
de John Gay (1728) cuyo texto
enviaron unos
amigos ingleses a Hauptmann y que ella
proyectó convertir
en teatro alemán.
Al parecer Brecht
no prestó atención
al proyecto
de su compañera; pero
cuando el empresario Aufricht
le rechazó una
obra que se
llamaría "Fleishhacker",
de la que en los
"Diarios" aparece
un esquema, Brecht recordó
el proyecto de
"La ópera del mendigo" de Hauptmann y
le ofreció al
empresario seis o siete escenas
para el día siguiente;
Brecht cumplió su
promesa y el
empresario quedó
estupefacto con la insolencia e
ingenio del
texto. Fuegi
no dice
que el
texto de las seis
o siete escenas fuera obra
de Hauptmann; por lo que hay que suponer que en uno de sus frecuentes y
furibundos accesos de actividad,
Brecht cumplió la tarea trabajando en la
noche, estimulado probablemente por alcohol
y tabaco. Lo
cierto es que hasta hoy
Hauptmann figura, por lo
menos en las ediciones en español,
entre los "colaboradores"
del texto, como sucede con "Santa
Juana de los Mataderos";
según Fuegi, también colaboró decisivamente
con "La madre", "El que dice sí y el que
dice no", "La
excepción y la
regla" y "La
medida tomada". Aún
agrega, basado
en declaraciones de
Burri, el coautor de "Santa Juana de los Mataderos", que todo lo que hacía Brecht era revisar el texto,
expandirlo y editarlo. Sin entrar al
análisis del punto, creemos
que la unidad de estilo que se percibe
a través
de varios años
de producción literaria, la
hipótesis de Fuegi no tiene
fundamento sólido.
Hannah Arendt
enuncia la opinión contraria con argumentos que
surgen de la personalidad de
Brecht.. Sugiere Arendt
que
Brecht
podía
hacer
todo por
sí
solo, y
que
su capacidad
de trabajo
quedó
demostrada por una
copiosa
producción, que
parece un
milagro
si pensamos que es el producto de un
hombre que vivió casi
permanentemente en
circunstancias
adversas. Sugiere Arendt
que, por
su extraña tendencia
al anonimato,
Brecht sugería
colaboradores
"...que
en ocasiones
eran mediocridades
anónimas, como si
alegara una
y otra
vez
'cualquiera
puede
hacer lo que
yo hago,
es cuestión de
estudio y no se necesitan dotes
especiales' ". En este sentido debe
recordarse que Brecht
escribió:
"No muestre
tu cara. ¡Oh,
no muestres tu cara!
Al contrario
borra todas tus huellas...Lo
que digas, no lo digas
dos veces.
si otro dice tu pensamiento,
niégalo....
Borra
todas tus huellas..." La
forma y
la técnica, así
como el fin y
el plan, eran
de él, quien
valorizaba y recreaba
materiales ajenos. Es conocido que Shakespeare tomó
varios de los argumentos de sus comedias de cuentos italianos
y de la
historia inglesa; y
las obras en colaboración habían existido desde el comienzo
de la historia. En el
teatro contemporáneo, a veces por humildad, a veces por
querer apoyar el desarrollo del
posible genio de alumnos y
colaboradores, a veces para
protegerse dentro de un "grupo", muchos artistas suelen
etiquetar sus obras como
"creación colectiva";
a menudo sabemos que ese plural
es muy singular. Por
lo demás, la idea del intelectual como
héroe singular y solitario, choca con la realidad de que todos o
casi todos los adelantos
en arte y
ciencia son plurales; y Harold Bloom,
con cierta exageración, ha insistido en el
carácter sucesivo de
la literatura, con su teoría
de que toda obra
literaria está fundada en
el intento de destrucción de otra obra anterior. Ahora
sabemos, aún, que
los descubrimientos de Watson y
Crick sobre el DNA no hubieran sido
posibles sin los estudios previos de una mujer, Rosalind Franklin;
más adelante surgieron otros
antecedentes. Las obras de arte plástico en "colaboración",
sin mencionar las verdaderas creaciones colectivas de Chartres o Notre
Dame, limitándonos a las pinturas de Rubens
o Tiépolo apoyados por su taller y
sus discípulos,
suelen ser obras donde el maestro no llegó a dar una pincelada;
pero que, sin embargo,
le pertenecen con
justicia. Marx
observa en "La ideología
alemana", que "..
no fue Mozart el que compuso en su mayor parte y terminó
completamente el "Requiem"
y que
Rafael no ha ejecutado por sí mismo más que una ínfima cantidad
de sus frescos". Marx
insinúa que ese atribuir las obras a individualidades un sentido propietarista pequeño burgués. Dice que con la
sociedad comunista "...finalizan
... las sujeciones del artista
a ... tal arte determinado
que lo convierte exclusivamente
en un pintor,
un escultor, etcétera. Tales nombres expresan
ya por sí solos la estrechez de
su desarrollo
profesional y su
dependencia de la
división de trabajo.
En una sociedad
comunista ya no habrá pintores sino, cuando mucho, hombres
que entre otras cosas
practiquen la pintura". Era
Brecht quien valorizaba
y redirigía
las historias
que le llegaban;
por el camino tomaba prestados textos e ideas de muchos
escritores, y
apegado en literatura
al contenido y
no a la
forma, no le
importaba quien
redactara el libreto
final, con tal que las ideas
básicas aparecieran
claras. Es evidente en
los textos de Brecht diversas
influencias, desde
Lao Tsé
hasta Rimbaud, del que
transcribe fragmentos en "En
la jungla de las ciudades", pasando
por los Evangelios, que Brecht parecía
saber casi de memoria y
cuyas sentencias
solía intercalar, sin
citar la fuente, a propósito
de cualquier
tema. Y
si algo faltaba para
demostrar hasta qué punto Brecht
idealizaba a la mujer,
posiblemente contra
sus propias
ideas, basta
reparar en lo que
para nosotros es
la mejor
escena de "Madre Coraje": el momento en que Kattrin, que es muda y a
quien debe suponerse hasta con algún
déficit mental, se
muestra más lúcida y más valiente que la mujer del campesino, que
permanece estática
viendo como un ejército que avanza ha
de destruir una ciudad
y aniquilar a sus habitantes.
Kattrin sube al techo de la casa del campesino y toca un tambor hasta que la ciudad
despierta y se
defiende; pero
esa hazaña le cuesta la vida. Lo mismo podemos decir de Grusha, en
"El
círculo de tiza
caucasiano" que sobrelleva
una vida de penurias y
peligros, en la que sacrifica hasta su amor por Simón,
para proteger la vida
de un niño que no es suyo. La obra es un vibrante homenaje a la voluntad de perduración del hombre. "Madre Coraje" va perdiendo uno a uno a sus hijos, e inclusive llega a negar a uno de ellos cuando ya está muerto; también va perdiendo de a poco lo que llamaríamos su "capital". La guerra es una gran protagonista, pero, siguiendo en esto la técnica narrativa de Stendhal cuando describe la batalla de Waterloo en "La cartuja de Parma", está siempre a lo lejos; su presencia se nos hace real cuando se nos muestran sus terribles efectos. Como sucede a menudo en las obras de Brecht, los personajes de "Madre Coraje" parecen hojas al viento: son desarraigados, exiliados, viajan continuamente, viven de manera precaria, arrebatan a la vida los goces que pueden. Al fin, vencida pero no derrotada, Madre Coraje, en un momento en que puede representar a toda nuestra doliente humanidad, sigue sola con su carreta: |
El
pobre siempre
ha de
perder. Come carroña,
se cubre
de harapos, El capitán le
roba la paga, Pero aún espera algún milagro: Hay que
seguirla y no
aflojar. .................................................. Sobre la muerte se
fundió la nieve
Y
todo aquel que
no está moribundo Parte a la guerra por la carretera. |
La guerra es toda la vida. Hay que seguir, hay que intentar algo, aún; sobre todo, hay que intentar lo imposible: |
"¡Oh
valeroso médico
que cura Al enfermo
ya desahuciado!" (Loa de la duda). |
En
esta conclusión
Brecht muestra, más
que la huella
de Marx, que
siempre llega a una nota grave
de esperanza, su
carácter elusivo y casi
asocial. V El
círculo de tiza caucasiano La
obra
fue escrita entre 1941 y
1944, en tanto
Brecht vivía en los
Estados Unidos, y de todas las obras del autor es la única, por lo que
recordamos, que tiene
un final casi totalmente feliz.
"El círculo de tiza caucasiano"
comienza con un prólogo contemporáneo, donde dos
grupos se
disputan un valle. Unos
lo han ocupado con
cabras, y produjeron un queso de excelente
calidad,
pero han
retirado sus rebaños ante el avance de las
tropas de Hitler; otros han cultivado la tierra, quieren hacer
obras de
irrigación
para
huertos
y viñedos
y, sobre
todo,
han
defendido el valle de las tropas de Hitler. Unos son los ocupantes
que llamaríamos primigenios; los otros son los que han luchado por y
contra el valle. Más
que una
parábola
elogiosa de la
Unión
Soviética, este prólogo da
sentido a la anécdota de la obra, dice las
ideas
del
marxismo
de que
lo social modela lo individual
y justifica
la presentación
actual de una
historia que es una parábola de la sustitución de la vida
pastoril por la agricultura y la
industria. Una
rebelión derroca al gobernador de Grusinia, que es asesinado.
Natella, su mujer,
ha huído con todos
sus vestidos y sus zapatos;
deja por el camino a
su hijo Michael, también abandonado por su nurse. Grusha, una sirvienta,
mantiene un hermosísmo diálogo
con Simón Chachaba, donde
con medias palabras se dicen su mutuo amor y se separan; luego de
alguna vacilación
Grusha huye de los
soldados que apoyan la rebelión con
el niño del gobernador. A
partir de
este momento la
historia de Grusha
y el niño se
entrelaza con la historia de la
rebelión, a través
de rápidos esquicios
donde se narra la
acción, se entresacan diálogos dispersos entre muy diversos
personajes, y se entonan canciones, aproximándonos, más
vívidamente que en
"Madre Coraje", el efecto de destrucción al
azar de la guerra y su
impacto sobre el orden
social. Siguen toda clase de
lances y aventuras;
en una de ellas
Grusha deja al niño
en la puerta de la
casa de una campesina
pero luego lo rescata,
a golpes, de un
sargento que lo ha descubierto;
en este punto decide quedarse con el
niño y ya no se detendrá ante nada ni ante nadie. Para
que Michael tenga un
techo Grusha condesciende en casarse
con un campesino al que cree moribundo, Yussup, en una cómica
ceremonia, que contrasta fuertemente
con lo trágico de la situación, ceremonia
presidida por un monje cuyo
único interés es comer y emborracharse. A los años Grusha se
reencuentra con Simón, quien cree que
Michael es hijo de
Grusha; lo
mismo trata de hacer creer Grusha a los soldados
que los descubren
y los llevan a la ex
esposa del gobernador Natella Abashvili.
Todos los actos de
todos los personajes,
simplificados y como pulidos
por la guerra,
están condicionados
y motivados por los hábitos e ideas de la clase
social a la que
pertenecen. En
este punto la
historia de Grusha, Michael
y Simon se entrelaza
con la historia de Azdak, que tendrá como
misión conectar a la perfección
la gran historia, la
historia de los
bruscos cambios revolucionarios
que suceden en el
país, con la
historia personal de
Grusha, Michael y Simón.
Azdak, que tiene algo
de Yussup, el campesino astuto con quien Grusha se casa y
algo del monje que preside la boda, es como uno
de esos
personajes de Dickens
y de tragedias isabelinas
como "Lástima que seas una
puta" de Ford o "La
reemplazante" de Middleton,
que ni son
exactamente lo que parecen ni lo dejan
adivinar.
Si su entrada parece
abrupta, bien que anunciada
un par de
veces, hay que notar
que sin su intervención no hubiera sido posible el
desenlace. Azdak toma parte
en un juicio imaginario donde representa tanto
al Gran Duque como a sus acusadores,
para mejor revelar los
intereses comunes de los príncipes,
aun cuando en los hechos se hayan hecho mutuamente la
guerra. El proceso culmina con otra contradicción cuando Azdak es
hecho verdaderamente juez, lo
que le permite trastocar todas las normas de procedimiento; casualmente le
toca juzgar si Michael debe pertenece a su madre biológica, que lo ha
abandonado y que ahora quiere
recuperarlo para
desbloquear las rentas de sus posesiones, o a la devota Grusha, que ha
dedicado su vida al niño.
Azdak, que ha comprendido todo desde el primer momento,
desconcierta a Grusha y a
los abogados haciéndoles creer que está
contra ella y a
favor de Natella. Sobreviene
la prueba decisiva del círculo
de tiza,
semejante al juicio de Salomón, que se
hace dos
veces; las
dos veces Azdak
coloca al
niño en un círculo de tiza e
invita a las dos contendientes que
tiren una de cada una
de las manos del niño para tenerlo
en exclusividad. Las
dos veces Grusha deje
ir al niño para no lastimarlo,
con lo que prueba que
es la verdadera madre,
la que lo ha cuidado y lo ama por él
mismo. Azdak entrega el niño
a Grusha y la divorcia en el acto de Yussup; Natella pierde sus posesiones. No todo termina bien, porque el orden feudal del
Gran Duque es restaurado y tanto Grusha como Simón deben dejar la ciudad.
Azdak, el portavoz de los nuevos tiempos,
desaparece y pasa
directamente a la leyenda. La obra cumple con el carácter histórico y fragmentario del teatro épico. Nuevamente, como en "Madre Coraje", hay un homenaje a la persistencia en vivir, contra todas las circunstancias, una afirmación de los poderes del hombre y una exhortación a luchar hasta el fin. Como se dice en el prólogo: |
"Pertenecerá
a aquellos que
con él son buenos, así el niño a la madre que lo haga
florecer; los carros a los buenos
conductores, y el valle a quienes lo riegan y extraen sus frutos". |
VI Galileo Galilei Es Galileo Galilei su obra más famosa; tiene algo de Hamlet, por las dudas de Galileo sobre su conducta, que llegan casi al monólogo de "Ser o no ser" y, en lo que tiene de enigmático, su Mona Lisa. Es por mucho su obra más representada y publicada: en Alemania llegó a los 2 millones 400.000 ejemplares hacia 1990. Las dudas de Galileo en más de un aspecto fueron las de Brecht, que reescribió y modificó varias veces el libreto. Con su característica dureza hacia sí mismo escribió ante la primera versión que Galileo era un retroceso, que era demasiado oportunista y que incurría en efectos de atmósfera y de "empatía", una de las características del "teatro dramático" o "culinario" que siempre había reprobado. El lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón en 1945 le hizo acentuar el aspecto de la responsabilidad de científicos e intelectuales; el discurso final, autocondenatorio, de Galileo, podía, así actualizado y con una actuación estrictamente épica, disolver la empatía que debía producir el científico perseguido por la Inquisición, en la adecuada "desalienación" y en el juicio crítico del espectador. En su versión definitiva de 1944, que fue puesta en escena con Charles Laugthon como protagonista y que duró seis representaciones, Galileo no tiene excusas para su traición, que es presentada como una traición al pueblo más que una traición a la profesión científica.
Este
problema es
posiblemente lo que nos
ha traído
hasta aquí.
Las realizaciones
del intelecto
pueden tener un extraordinario
poder; pero
esa gran
fuerza parece
carecer de un punto de
apoyo. Galileo Galilei muestra
a una ciencia, y en general a una cultura, que no logra poner el pie en la
historia. Lo mismo
podemos y debemos plantearnos todos los días. Antes de que lleguemos a
los tribunales de la Inquisición, que están a la vista. ¿Hemos cumplido
con nuestro deber mirando por nuestros
telescopios y
descubriendo, sólo para nuestra
alimentación personal, nuevos
campos y nuevas verdades? Estas
preguntas lacerantes debieron pasar por la mente de Brecht cuando enfrentó,
en 1947, a la temible Comisión de Actividades
Antinorteamericanas que propulsara
el senador Mc Carthy; y así como "Madre
Coraje" alcanza a Brecht, Brecht alcanza a Galileo:
pasó por encima del pacto que hicieron
todos los indagados, que
se habían
juramentado -en una especie de
juramento del Jeu
de Paume-
a no presentarse
ninguno a declarar, y
en todo caso a no contestar preguntas sobre su vinculación con el
Partido Comunista, negativa
que le
costó la cárcel
a más de uno. Pero
Brecht concurrió a declarar. Negó pertenecer
al Partido Comunista y dijo,
con fingida inocencia, que sus actividades habían sido siempre puramente
literarias. La Comisión agradeció su
testimonio y lo consideró muy
"cooperador". Aquí suenan, fatalmente, las palabras
de Galileo: "... si yo hubiera resistido, los
hombres dedicados a
las ciencias
naturales hubieran podido desarrollar algo así como el juramento
de Hipócrates para los médicos:
¡la promesa
de utilizar la Ciencia
únicamente en
beneficio de la Humanidad!...
entregué mi saber a los
poderosos para que lo usaran..."
Brecht había pronunciado algunas palabras premonitorias, que suenan retrospectivamente como un prólogo a "Galileo Galilei", cuando en el "Libro de lectura para los habitantes de las ciudades" escribió: |
"He
crecido hijo de gente acomodada. Mis
padres me pusieron un cuello
blanco, me educaron en la
costumbre de
ser servido... Así criaron
a un traidor,
lo educaron con sus
artes, y
ahora él los delata al enemigo". |
Y, para el momento crítico: |
"O
todos o ninguno. O todo o nada. Uno solo no puede
salvarse. O los
fusiles o las cadenas. O todos o ninguno". |
Es
todo un epílogo a "Galileo Galilei", escrito por la historia,
que también es
dramaturga y acepta las invitaciones
del "teatro épico"; pero hay
un segundo epílogo histórico, mucho
más reciente y no menos
conmovedor, que es la abjuración, en 1992, por la Iglesia Católica de su
condenación de Galileo. Más
aún, la Iglesia ha renegado de la condenación de Giordano Bruno,
con lo que por partida doble
pone a todo su
enorme poder en
tela de juicio.
Como suele ocurrir, ambos contendientes, los
inquisidores y Galileo,
han sido derrotados. La negación
de uno mismo conduce, como en el caso de
Galileo, a la muerte en vida,
a una supervivencia "zombie", para peor con sus "Discursos"
a la vista, que ha logrado
salvar pero que parecen extrañamente degradados
y esterilizados. Brecht podría
escribir aquí, con su
versación en los Evangelios, que
el que ama su
vida la perderá
y el que no ama su
vida la salvará; y es
imposible que no haya pensado
ante un tribunal que trataba
de parecerse a la
Inquisición, en su personaje, en el Galileo
de su obra. Más
adelante Brecht, quizás como consecuencia de no haber valorado
bien hasta qué punto las
palabras son las guardianas de las ideas, tuvo algunas otras
inconsecuencias, como su oda a Stalin y su pasividad ante los
levantamientos obreros en
Berlín, inconsecuencias que
no son mayores que las usuales en
los débiles hombres; y
él pretendía
ser un hombre común, modesto y
como intercambiable.
Había llegado a escribir en
sus "Diarios": "No
siento ninguna
necesidad de que
alguna idea mía
perdure. Quisiera, en
cambio, que todo
sea devorado,
transformado, consumido". Es
posible que, afecto
como era a las
novelas policiales, hubiera
querido dejar un enigma,
lo que nuevamente pone
al intelecto en
estado de alerta.
En
su poema
"Las
sandalias
de Empédocles" ya había
tratado el
tema del legado enigmático de un sabio y filósofo. Empédocles
va a suicidarse arrojándose
al Monte Etna; antes de
lanzarse al cráter se quita una sandalia
y, sonriendo, la tira hacia atrás. Como se ignoraban sus propósitos
y su cadáver no apareció, se creyó que era inmortal; la aparición de
la sandalia demostró su mortalidad. Pero sus enemigos propusieron otra
explicación: Empédocles había
creído realmente que era
divino, pero, o bien se le cayó la sandalia, un accidente que hasta a los
dioses puede suceder, o bien el Etna escupió la
sandalia, sea como venganza contra quien
pretendía competir con él -a los volcanes y a los
ríos la Antigüedad les asignaba
una personalidad,
sin duda más que humana- o
bien devolvió la sandalia por casualidad. Sea
como fuere, aquellas declaraciones
de Brecht son hoy
su sandalia de
Empédocles. Examinado en su conjunto el teatro de Brecht exhibe una cualidad que comparte sólo con algunos pocos grandes escritores. Como Dante, como Montaigne, como Marx, como Fernando Pessoa y aún como Thomas Bernhard, Brecht tenía una capacidad única de ser desagradable por pura decencia y honestidad, por un impulso irreprimible de decir verdades casi insoportables. El teatro debe ser antes que nada diversión, como lo escribió en su "Breviario de estética teatral"; pero también debe ser un tanto incómodo. Ningún arte puede cerrarse sobre sí mismo, en la contemplación hipnótica de la "obra maestra", sino suscitar una continuación, uno o varios epílogos. |
Jorge
Arias
ariasjalf@yahoo.com
Conferencia pronunciada el 15 de noviembre de 2004 en Porto Alegre, en el teatro de Oi nois aqui traveiz, en el "Terreiro da tribo".
Ver, además:
Bertolt Brecht en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
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