Medida por medida
Jorge Arias

ariasjalf@yahoo.com

Hay varias lecciones en “Medida por medida”.   Lecciones, porque oímos la voz de un maestro, que enseña, luego de bajar de su tarima, con la soltura de quien demuestra un teorema de matemáticas. El   duque de Viena,   de quien apenas sabemos que se llama Vicencio y   que aparece   generalmente   bajo el disfraz de un   monje y alguna vez   vestido de mujer, juega con los personajes y con los espectadores. Es un prototipo de Próspero, el príncipe mago de ”La tempestad” y lo que   hace se aproxima a la magia,   aunque nos hace   ver que es   todo lógica   y razón. Es una comedia de enredos; pero como pocas veces   Shakespeare nos habla con un tono donde una serena amargura se entibia con un tierno desdén por las miserias humanas.

Cuando el duque prepara su desaparición en la primera escena, ya sabemos que algo se trae entre manos y que lo que habremos de ver será una ficción dentro de una ficción, una réplica, una imagen virtual de una trama que nace en su mente y culminará en ella. Un aire festivo, de juego, envuelve el argumento, que es atroz;   y el autor se   burla,   porque cuando   esperamos que el duque vuelva   por sus fueros y ponga fin a tanto dolor, se demora y se tarda, sin aparente   justificación. Casi tememos que rompa su cetro; pero a tiempo nos dice, con Montaigne, que hay un no sé qué de servil en el rigor y la coerción. Porque la conducta de Angelo, tanto la exterior como tirano   como la íntima, como tortuoso seductor de Isabella, podría justificarse, de mil maneras;   no lo perdonamos, porque es abyecto. Descubierto y condenado, es innoble: baja la cabeza e implora por   su muerte, que le será negada. “Los   reyes” escribió Tolstoi, que no amaba a   Shakespeare, “son los esclavos de la historia”.

Hay una segunda lección. Mariana, que ha debido casarse con Angelo, sustituye a Isabella, sombras mediante,   en el   pago del precio   por la vida de Claudio. La seducción fue imaginaria, y aún sin pecado, porque Mariana y Angelo se habían comprometido. Esta   sustitución   clandestina de amantes tiene una larga tradición, desde el Romancero    español (“Romance de Beltrán Francés”) a Bocaccio y, en la   Inglaterra isabelina, a “The   changeling” de Middleton; pero aquí Shakespeare bromea con la ambigüedad. A la hora del sexo, ¿es lo mismo Mariana que Isabella? Los tiranos reprimen, en el fondo, el   sexo, una fuerza que todo lo cambia; pero cuando se asoman a sus   abismos son presas de pavor y cierran los ojos. “¿ Qué haces, quién eres, Angelo?”,   gime el desdichado.

El duque filósofo no lleva nada a sus   extremos y   nos reserva una última lección. Es preciso vivir en paz y con felicidad, pero no   laboriosamente. Los acontecimientos exteriores, ese tumulto que   puebla la escena, no nos concierne, porque está más allá de nosotros. No debemos ignorarlo,   pero sí tratarlo como un juego o un espejo,   devolviendo sus envíos o sus imágenes con calma y simetría. Concluye en el acto V con una frase digna del Tao Te King: “Rapidez   exige rapidez, lentitud igual lentitud; lo semejante paga lo semejante. En todas las cosas, medida por medida”.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

Este comentario es inédito y fue escrito en el año 2006 a pedido del actor y director brasilero Gilberto Gawronski. En parte, y traducido al portugués, forma parte del programa de mano que acompañó la puesta en escena de la obra, que fue presentada en el festival internacional de teatro de Porto Alegre, 2009.

 

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