Lautréamont y Dios 
ensayo de Jorge Arias

Posible retrato de Ducasse en una tarjeta de visita de 1867 firmada por Blanchard en Tarbes (tarjeta descubierta en 1977)

Léon Bloy se escandalizó con las blasfemias de “Les chants de Maldoror” y escribió “Le cabanon de Promethée” donde, sin embargo, se acerca a la verdad cuando escribe:


“Los seis libros de este largo poema de ironía diabólica e imprecaciones, están a menudo atravesados por destellos magníficos e invectivas inmundas o atroces, que el maníaco dispara contra Dios y contra los hombres a causa de Dios; pero, a pesar de todo, guardan la marca profunda de una antigua adoración fulminante.


Una lectura más atenta corrige a Bloy.

La mayor parte de las muchas veces que Lautréamont menciona a Dios, es como el “Creador” el “Ser Supremo” o el “Todopoderoso” y muestra una humildad creyente; cuando recrimina a Dios por su fealdad física, suena al “Libro de Job”. Habla del “Dios de misericordia” en la página 41 (citamos aquí y en adelante la edición de las “Oeuvres Complètes” de Isidore Ducasse”, Librairie Générale Francaise, 1968; la traducción nos pertenece). “Dios que lo has creado con magnificencia”, 41, “Si Dios nos deja vivir”, 71, “Dios que ha creado al hombre, que … haya juzgado capaz” el 80: “la fealdad que el ser Supremo ha puesto sobre mí”, 51; y las páginas 89, 96, 98, 99, 101, 126, 128, 134, 135, 136, 139, 140, 142, 147, 169, 177, 181 y 348.

Algunas reprochan al “Creador” el error de haber creado, quizás ebrio, a “este gusano”, el hombre: “soy el gran Todo pero por una parte, soy inferior a los hombres que he creado”, 211, una idea de los gnósticos. Una segunda escena de la ebriedad del Creador culmina cuando un hombre que pasa, no Lautréamont ni Maldoror, defeca “sobre su rostro augusto”,186.

Pero el momento más incómodo para los creyentes es este fragmento, que vale la pena transcribir:
 

"... Percibí un trono formado de oro y excrementos humanos, sobre el que tronaba, con un orgullo idiota, el cuerpo recubierto de una mortaja hecha con sábanas sucias de un hospital, ¡aquel que se intitula el Creador! Tenía en la mano el tronco podrido de un hombre muerto y lo llevaba alternativamente de los ojos a la nariz y de la nariz a la boca; una vez en la boca se adivina lo que hacía. Sus pies se hundían en un vasto charco de sangre en ebullición, en la superficie del cual se elevaban de pronto, como tenias a través del contenido de una bacinilla, dos o tres cabezas prudentes que se hundían en seguida con la rapidez de una flecha; un puntapié bien aplicado sobre el hueso de la nariz era la conocida recompensa de la desobediencia ocasionada por la necesidad de respirar en otro medio, porque al fin esos hombres no eran peces. Anfibios a lo más, nadaban entre dos aguas en ese liquido inmundo... hasta que no teniendo más nada en la mano, el Creador, con las dos primeras garras del pie toma a otro nadador por el cuello, como una tenaza, y lo levanta en el aire, fuera del fango rojizo, ¡salsa exquisita! Con éste hacia lo mismo que con el otro. le devoraba primero la cabeza, las piernas y los brazos, y en último lugar el tronco hasta que no quedaba nada y masticaba los huesos”, etc.121 y 122.
 

Esto es familiar. Es una segunda edición de la palangana de pus blenorrágico que hemos transcripto en nuestro ensayo “El pequeño Ducasse”, es algo entre literatura de agua de bidet, “Saturno devorando a sus hijos” de Goya y premonición de Hannibal Lecter; su forzada violencia es cómica… Compárese estos enchastres con una sola frase de Stendhal, más hiriente que todo “Les chants de Maldoror”: “No creo en Dios, pero si existe es un malvado”.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

 

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