"La gata sobre el tejado caliente", de Tennessee Williams, en la Sala Verdi | |
El discreto encanto de la lucha con los espectros
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En “La gata sobre el tejado caliente”, el arte de Williams es tan notorio que nos envuelve en una nube de verdad y de confianza en el autor. Su destreza deslumbra y, con su habitual delicadeza, nos impide ver los hilos que conducen la magia. Tenemos ante nosotros una réplica de la común vida humana; pero nos llega en una forma tan brillante, auténtica y, ay, tan bellamente perecedera como los fuegos artificiales de la fiesta que se celebra en la plantación. Como creemos que ningún espectador puede recordar claramente el argumento de “La gata en el tejado caliente”, comenzaremos por una sucinta descripción de lo que ocurre en esta pieza, a la que, para empezar a adentrarnos en el territorio del enigma, no sabemos si nombrar como drama o como comedia. Los tres actos suceden, sin ningún lapso intermedio, en el dormitorio de Margaret o Maggie (Natalia Chiarelli) y su esposo Brick (Fernando Dianesi) un alcohólico crónico. Ambos han llegado a la casa de Papá (Juan Worobiov) a festejar su cumpleaños. Papá, “Big Daddy” en el original, es un pater familiae de estilo entre Antigua Roma y el Deuteronomio, que de sus dos hijos tiene predilección por Brick y que ha tejido un sólido imperio de 11.000 hectáreas con su plantación de algodón en el delta del Mississippi, plantación que, en agraz, compró al sobreviviente de una pareja de homosexuales, Straw y Ochello. La ocasión es celebrar el 65° aniversario del patriarca, que ha estado enfermo; de paso, Papá puede celebrar el feliz resultado de un examen médico por el cual todos sus padecimientos se deben a un colon espástico; inmediatamente adivinamos que es un cáncer terminal y que se le oculta la verdad, que por ahora sólo conocen su hijo Gooper (Luis Martínez), que es abogado, su esposa Mae (Roxana Blanco) y la siempre avisada Maggie; amarga verdad que será revelada a Papá,, suponíamos, luego de apagar las velitas. Como se habla de internar a Brick en un sanatorio de curas antialcohólicas, la presencia de Gooper con todo su séquito de cinco hijos más uno en camino, no es sólo para asistir a un cumpleaños: tiene un segundo motivo muy práctico y hasta razonable. Muerto el padre, incapaz o inútil el hermano, la empresa familiar es de Gooper. Asisten a la fiesta o a las reuniones que suceden y que cada tanto se trasladan al dormitorio de Maggie y Brick, Mamá (o “Big Mama” por Claudia Rossi), obviamente, Gooper,.Mae y sus insoportables niños, un pastor y un médico. El primer acto muestra una muy extensa catilinaria de Maggie contra Brick, que está en el baño bajo la ducha y no puede oírla, recriminación que arranca a propósito del barullo que crean los niños de los fértiles Gooper y Mae, seres sin cuello según Maggie; diatriba que llevará al reproche de que ellos, Maggie y Brick, no tienen hijos por la inercia sexual del marido, pese a que ella es lo suficientemente atractiva como para que el mismo Papá y otros hombres la deseen sin confesarlo, también lanza barro sobre Mae, su padre Flynn y su conducta anterior al casamiento como reina del carnaval; la escena toda tiene una sombría reminiscencia de “Antes del desayuno” de O’Neill. Más adelante sabremos que Brick se ha roto una pierna la noche anterior tratando de saltar vallas, borracho, en una pista de atletismo y que su alcoholismo y su desinterés por Maggie datan de la muerte de un amigo íntimo, Skipper. Maggie saca el tema de la incierta relación de los dos amigos, para los espectadores claramente una relación homosexual; Brick se enoja, entra Mae. Para complicar las cosas, Maggie revela a Brick que ella ha tenido relaciones sexuales con Skipper, pero sólo soñando, ambos, que el encuentro carnal se consumaba con Brick. En el segundo acto entra y sale todo el mundo del dormitorio más populoso del teatro; pero lo más importante es la conversación entre Papá y Brick, tan ineficaz como todos sus intentos anteriores de comunicación. Brick, que se alcoholiza desde antes del primer acto, está esperando lo que llama un “click”: un momento revelador en que el alcohol deviene paz y armonía en su mente, espera que no contribuirá a su mejor contacto con el padre. Papá filosofa sobre su ascenso económico y social, su viaje a Europa y Marruecos, países que encuentra corruptos, su odio a la mentira y, más tarde, su convivencia con ella, su gusto por la mujer y su simultáneo desdén por Mamá en materia de sexo, luego que ella cumplió los 58 años; al fin Papá se alarma por el alcoholismo de Brick, le insinúa que bebe desde la muerte de Skipper y por ella; se nos revela que, por lo menos, Skipper, que ha tenido relaciones sexuales frustradas con Maggie sólo para probar su masculinidad, confesó a Brick por teléfono su genuina atracción sexual. Papá le dice a Brick que es tan débil que no soporta enfrentarse con la verdad; Brick, en el calor de la discusión, le retruca a Papá que está muriéndose. En el tercer acto las cartas están echadas. Gooper y Mae, luego de convencer a Mamá de la cercana muerte de Papá, intentan abiertamente tomar la plena gerencia de la plantación. Mamá se opone y asume ella el mando en el estilo paternal; agrega que Brick es el favorito de Papá y su necesario sucesor. En medio del aquelarre, Maggie anuncia, falsamente, que está embarazada de Brick. Alegría técnica de Mamá que corre a comunicar la buena nueva patriarcal a Papá, que ya necesita morfina para sus dolores. Maggie baja las luces, confisca el alcohol que devolverá a Brick sólo si yace con ella; sabemos que está en su período fértil. Maggie le declara su amor y Brick le dice que sería divertido que ello fuera verdad. Fin. No hay conclusión. Conversamos con varios espectadores. Más de uno le tuvo fe a la que llaman “la gata”: Maggie, pese al incómodo lugar donde la coloca el título. Maggie tiene paño, es decidida, goza de la simpatía de Williams y de la nuestra, pero no se ve que consiga lo que quiere. Pero si Maggie no consigue hacer verdad su mentira del embarazo, ¿qué sigue? Nuestra interpretación es diferente. Tenemos, en primer lugar, las dos versiones del tercer acto, ambas de Willliams. En la primera, que es la que vimos en la sala Verdi, el final es el que acabamos de escribir. A instancias del director del estreno, Elia Kazan, Williams modificó el tercer acto sobre un tono más optimista y con una frase final de más efecto, que exalta la fuerza de voluntad de Maggie y parece anunciar su triunfo; pero de todos modos, la indefinición, la incertidumbre, es lo que permanece. ¿El affaire” de Brick con Skipper es un accidente superable, quizás sólo una ocasión feliz en una vida, o bien Brick es definitivamente homosexual y, para su horror, lo sabe definitivamente? Parte de la solución del enigma está en una extraña y larga acotación de Williams en el segundo acto. “El pájaro que trato de cazar” escribe Williams “…con la red de esta pieza, no es la solución del problema psicológico de un hombre. ¡Trato de captar la verdadera calidad de experiencia de un grupo de personas tan nebulosa, titilante, evanescente, salvajemente cargadas! Entrelazamiento de seres humanos vivientes en el trueno de una crisis común. Algún misterio debe quedar en la revelación del carácter en un drama, del mismo modo que una gran cantidad de misterio finca en la revelación del carácter en la vida, aún para nosotros mismos. Esto no absuelve al dramaturgo de su deber de observar y probar, todo lo clara y profundamente que legítimamente pueda; pero debe apartarse de fáciles definiciones que harían de un drama sólo un drama, no una red para cazar la verdad de la experiencia humana”. No sería la única vez que Williams, intenta estas cacerías metafísicas. Toda “La noche de la iguana” por ejemplo, está hecha para la escena del balcón entre Shannon y Hannah Jelkes, donde nada sucede más allá de la recreación, en un plano distinto y también irreal, del inolvidable y misterioso poema, no menos inconclusivo, de Emily Dickinson “Morí por la belleza” y todo queda en análoga incertidumbre. “Y así como parientes que se encuentran en la noche/nos hablamos, de una habitación a la otra/ hasta que el musgo alcanzó nuestros labios/ y cubrió nuestros nombres”. Este efecto final llega con un rico cargamento de ideas y conflictos dramáticos que señala con claridad el director David Hammond en el programa. “Exploró” (Williams)… los vínculos aceptados entre padres e hijos, esposos y esposas, amantes y amigos, cuestionó las definiciones de su época de hombre y mujer y los roles de género aceptables en las relaciones….escribió sobre el coraje que se necesita para poner en riesgo la conexión con otros seres humanos, la responsabilidad y la compasión que exigen nuestros vínculos, el valor que requiere el esfuerzo continuo para sobrevivir…” Agregamos la tensión entre la vida individual y el anhelo de realización, por una parte con las presiones sociales que, por otra parte, tienden a modificar o controlar nuestra conducta, tradiciones ejemplificadas en la fiesta de cumpleaños, en el fondo vacía, con los niños imposibles que apuntan, sin saberlo, a un nuevo y no menos incierto futuro. El urticante tratamiento del tema de la represión de la homosexualidad no tiene hoy ni puede tener del todo el impacto que tuvo cuando su estreno de 1955 en Broadway, época en que la ciencia psicológica oficial consideraba a la homosexualidad como una enfermedad a curar y en que la ley la consideraba un delito. Williams, valientemente, pone en escena no sólo esa condición como algo “normal”, sino que detalla las heridas que provocan las inútiles agresiones (de Papá y de Maggie) que sufre Brick y aun las agresiones que se inflige a sí mismo, cediendo a los lugares comunes de la común opinión. Esta distancia con la época, sin embargo, no le hace perder fuerza al tema, sino al contrario, hace más fuerte el contraste entre las disposiciones innatas y las condiciones de vida adquiridas. De esas”…aglomeración(es) de espectros, alguno de los cuales siento dentro de mí…en nosotros no sólo corre la sangre de nuestro padre y de nuestra madre sino también una especie de idea destruida, una especie de ciencia muerta …somos espectros todos”, de las que habla Ibsen en “Espectros”. nos hemos liberado hoy, en parte; pero ¡cuán naturalmente se aceptaban en aquella época, y cuán patética resulta hoy la conducta de Skipper, que sólo se atreve a confesar su atracción sexual por Brick por teléfono! esa “gente linda que se da por vencida con tanta gracia” como dice Maggie en las últimas líneas de la versión estrenada en Broadway. Y hay todavía otro tema, no menos ibseniano, que es el valor de la verdad, con las tiradas de Papá contra la mendacidad, que sin embargo ha practicado y practica; y más todavía la administración de la verdad, qué hacemos con ella si su revelación sólo puede dañar, tal como se desarrolla magistralmente en “El pato salvaje”. La impecable y sobria puesta en escena de Hammond que, si no nos equivocamos, reproduce el proyecto inicial de la obra de Williams, cuyo tercer acto fue modificado por el autor pero no sustancialmente a indicación del director Elia Kazan para el estreno en Broadway de 1955, modificaciones que aluden a una mejor posibilidad de comprensión entre Brick y Maggie. El director, que volvió a nuestras tablas con esa obra maestra de puesta en escena que fue Hedda Gabler (con Leticia Scotini en el papel protagónico) en “El Telón Rojo”, demostró estar en un punto muy alto de su carrera. Muy atento a la actuación, tuvo a Natalia Chiarelli como Maggie en su mejor papel desde sus comienzos en el teatro. Lució todo lo atractiva, cálida y realista que es el inolvidable personaje. Fernando Dianesi como Brick, un hombre que vive puertas adentro, sumido, o en un pasmo suscitado por un tenaz recuerdo o en un semi sopor inducido por el alcohol, tuvo a su cargo con solvencia un papel muy difícil donde podía caer en la exageración. Brillante la actuación de Worobiov como Papá, sobre todo en la primera parte, con la prestancia casi insolente del patriarca; impecable, como siempre, Claudia Rossi como Mamá, también en un papel con ingratitudes y dificultades, siempre salvadas con elegancia y tranquila autoridad. Luis Martínez y Roxana Blanco, como Gopper y Mae, la pareja fértil, feliz y triunfadora, lograron hacerse detestar (y al fin casi respetar) por la platea, lo que habla de la exactitud de su gestión. “La gata sobre el tejado caliente” una nueva obra maestra que llega a escena, y su realización, también una obra maestra, es un honor para nuestra cultura. Debo agradecer a mis inteligentes amigos Ernesto Olesker y Mario Morgan gratas y fructíferas discusiones del tema. LA GATA SOBRE EL TEJADO CALIENTE, de Tennessse Williams, por la Comedia Nacional. Con Natalia Chiarelli, Fernando Dianesi, Roxana Blanco, Luis Martínez, Claudia Rossi, Oscar Serra, Juan Worobiov, Diego Arbelo, Pedro Llambías, Alejandro Sterenstein, Lara Bangueses, Benjamín Giménez Quiroga, Nicolás Hernández, Emilia Ferrando Ambientación y vestuario de Nelson Mancebo, escenografía de Osvaldo Reyno, ambientación sonora de Daniel Bolioli, iluminación de Eduardo Guerrero, dirección de David Hammond. Estreno del 11 de septiembre de 2015, Sala Verdi. |
Jorge Arias
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