Stella Rovella, en una breve anotación del
programa concibió este estreno de “Juan Palmieri” (premio de Casa de las
Américas 1971, premio Molière) en el Uruguay como “…un homenaje para ti,
“Taco” querido…dirijo tu obra para los jóvenes nacidos después de 1985,
que por suerte no sufrieron el terror…”
Es verdad, y Rovella logra sus propósitos con una dirección despojada de
adornos; es verdad también que “Juan Palmieri” es claramente una obra
pro tupamara, concebida y hasta estrenada, aunque en Buenos Aires, en
medio de la conmoción que vivió el Uruguay entre 1969 y 1985, cuyas
“réplicas” en el sentido que esta palabra tiene ahora como repercusiones
de terremotos, siguen agitando el suelo bajo nuestros pies.
Como se ha defendido hasta por demás la dictadura de Pacheco Areco, hay
que escribir los hechos que demuestran que el gobierno dictatorial
comenzó en nuestro país en 1969.
Apoyándose en una reforma constitucional presidencialista (1967) el
presidente Pacheco Areco se lanzó a una verdadera orgía de
autoritarismo, con un apoyo cada vez más claro del ejército, en
beneficio de las clases dominantes, en particular la banca; no todos
recuerdan que el Dr. Jorge Peirano Facio, que hoy suena a escándalo por
los sucesos del Banco Montevideo revelados en el año 2002, fue ministro
en aquella época. . En poco más de un año, y por la vía de “Medidas
Prontas de Seguridad”, que sólo en el papel concordaron con el inciso
No. 17 del art. 168 de la Constitución, el presidente prohibió toda
propaganda oral o escrita en apoyo de huelgas de funcionarios públicos y
reuniones gremiales, clausuró locales sindicales, autorizó a los
Ministerios del Interior y de Defensa Nacional a a requisas (13 de junio
de 1968). Unos días después, el 24 de junio, por decreto 403/1968,
militarizó a los funcionarios del Banco Central y del Banco de la
República; el 1º. de julio militarizó los funcionarios de ANCAP, OSE,
UTE y Dirección de Telecomunicaciones. Restablecida la “calma”,
mayormente perturbada por la medidas del gobierno y la áspera represión
policial, el 15 de marzo de 1969, por decreto 287/1969, el presidente
disolvió el partido legal Partido Obrero Revolucionario (Trotzkista) y
clausuró la publicación “Frente Obrero”; el 17 de junio clausuró el
diario “Extra”. El 25 de junio vuelve a clausurar “Extra”; el 8 de julio
se clausuran el semanario “Democracia” y el diario “Acción”; el 11 de
julio, clausura “Izquierda” y el 17 de julio “Los Principios”.
El 26 de julio de 1969, por decreto 354/69, pasó todos los límites y
dispuso la militarización de los funcionarios de los bancos privados.
Había que creer de que unos estudiantes agitados y unos bancarios de
paro por la aplicación de un convenio sobre salarios eran un caso grave
e imprevisto de “conmoción interior”
Las medidas prontas de seguridad fueron levantadas por la Asamblea
General, pero fueron reimplantadas de inmediato por un Presidente que
despreció la Constitución. Cierta astenia dentro de los partidos
políticos impidió que se promoviera el necesario juicio político para
destituirlo; y este fracaso suscitó la idea de que se estaba llegando a
un límite en que podía y hasta debía ejercerse, aún por la fuerza de las
armas el “derecho de resistencia a la opresión” que la Constitución
uruguaya incluye en la enumeración genérica de su artículo 72.
Muchos se convencieron de la legitimidad de volver a la pasión por la
libertad que tanto admiró Hudson en uno de los últimos capítulos de “La
tierra purpúrea”, página que es el más hermoso canto del amor al Uruguay
que se haya escrito. Los tupamaros, que en 1967 estaban en plena derrota
por la acción de las fuerzas policiales, recibieron de manos de Pacheco
Areco la bandera de la libertad. “Nosotros” dice Eleuterio Fernández
Huidobro, “estábamos muy golpeados. Se ha dicho que la Policía era
ineficiente: mentira. Yo tengo que hacer justicia con mis enemigos…
nosotros como organización estábamos casi en la lona” (Citado por Lessa,
“Estado de Guerra”, pag. 201). Con razón dijo el mismo Fernández
Huidobro que “Pacheco es el hombre que más reclutó para la izquierda
uruguaya ¡por lejos! En forma abrumadora, y que además generó la mística
de la izquierda” (Id., pag.203).
“Juan Palmieri”, como la anterior puesta en escena de “Fuenteovejuna” de
Lope de Vega, en versión conjunta de Larreta y Dervy Vilas, es un
llamado a la insurrección. Como “Fuenteovejuna”, “Juan Palmieri” ”está
muy influida, en las apariencias, por el teatro y la ideas de Bertolt
Brecht: carteles explicativos con la consigna “Un pueblo unido jamás
será vencido”, diapositivas, efectos sonoros. Se creyó estar ante una
situación revolucionaria; que un nuevo mundo podría alumbrarse casi con
encender un fósforo.
Con el tiempo, llegada la dictadura militar, “El Galpón” fue puesto
fuera de la ley y sus integrantes debieron exiliarse en México y
Colombia. Larreta se radicó en España; la sala teatral de “El Galpón”
fue confiscada por la dictadura (decreto del 7 de Mayo de 1976).
“Juan Palmieri” llegó a estrenarse en Buenos Aires, con la dirección de
Walter Vidarte (a quien le valió el exilio) en el teatro IFT, en 1973,
con actuación de Cristina Banegas. Este, a más de cuarenta años de haber
sido escrita, es su estreno en el Uruguay.
Es un Antonio Larreta muy distinto del que regresó en 1985 con su puesta
en escena de “Los gigantes de la montaña” de Pirandello; y más que a las
sutilezas y el arte refinado de Brecht “Juan Palmieri” se debe al teatro
“agitprop” (de agitación y propaganda). Es posible que el espectador de
hoy la vea como un documental de época; y la atmósfera de temor que se
vivió está muy presente; quienes la vivimos no deja de conmovernos;
“Juan Palmieri” quiso ser antorcha e incendio. Pero la pasión no es
arte; el espíritu valiente y generoso de Taco Larreta, ay, no es arte.
“Juan Palmieri”, como obra dramática, es, a pesar de sus rebuscamientos
estilísticos, pesadamente didáctica y convencional: los diálogos se
arrastran sobre episodios de la vida cotidiana que no revelan sino lo
que ya sabemos y se nos vuelve a explicar. Los personajes son borrosos:
ni siquiera Juan Palmieri, que nunca aparece en la obra, llega a
nosotros, como seguramente se propuso Larreta, a través de los haces de
luz convergentes que debieron revelarlo en las palabras de su madre, su
padre, su novia, un amigo, un comisario.
Antonio Larreta cumplirá, en diciembre 2012, 90 años. En los últimos
años, vuelto sobre sí mismo, se aleja progresivamente de este mundo, de
sus muchos amigos, aún del teatro que fue tan importante en su vida.
Había escrito sus recuerdos, ensayó un par de novelas “El guante”,
“Ningún Max”. Es una parte viva de nuestra historia y de nuestra
literatura; y, con toda su reticencia y reserva sobre su vida íntima, la
pieza, a través de sus defectos, no nos dicen de arte, nos dicen de
fiebre y de pasión. Pero no podemos dejar de quererlo a Taco, aún a
través de sus debilidades; y recordar que Gandhi, el apóstol de la “no
violencia” prefería, y lo dejó escrito, la lucha armada a la inacción.
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