Colabore para que Letras - Uruguay continúe siendo independiente

Nikos  Kazantzakis: “España, dos  rostros”. Editorial Carlos Lohlé, Buenos Aires  1983.  

Faces, facies y fauces del fascismo
por Jorge Arias

El  libro contiene dos  partes. La  primera,  subtitulada  "España" da cuenta  de un viaje del  autor por varias  ciudades  españolas,  viaje que  por varias  referencias parece  situarse en los  primeros  años de  la década  del 30;  la  segunda,  titulada  "¡Viva  la muerte!" relata las  peripecias del  autor durante un segundo  viaje efectuado en las  postrimerías  de la  guerra  civil, que  finaliza  poco  antes de la toma de  Madrid  por los nacionalistas.

Las  referencias objetivas son  poco memorables. ¿Qué decir de un  hombre que en la Alhambra de Granada no  condesciende a  gozar  de su verdor, sus rosas y perfumes, sino que dice  encontrar "1) La  identidad  entre Arquitectura  y Música", ecuación que  ya  "...había  sospechado  en la Mezquita  de Córdoba y en el Alcázar  de Sevilla";  que  aún  va más  allá, hasta  la  comprensión de  que  ambas "...surgen  de una misma  fuente:  las Matemáticas" (página  136). No contento con esto, sin ánimo  aún  para disfrutar de la frescura  de una acequia  bajo el  sol, o  del  anfiteatro azul  y blanco de la  sierra  Nevada,  encuentra " 2) La... profunda  conexión  entre  Geometría  y Metafísica"?   Pero  ni  aquí logra  detenerse  Kazantzakis  y no  satisfecho con sus generalizaciones logra rasgar el velo  de Maia,  penetrar el misterio último: "... el misterio se desvela  súbitamente: todas estas maravillas no  consisten sino en dos líneas que se  persiguen mutuamente… La  línea  femenina  juega  y  se  esconde. La  otra, la línea  masculina  corre tras la  primera... ambas... se  entrelazan, se funden, se  completan  mutuamente en un  círculo,  reposan un momento, se encierran en polígonos, solazándose mientras se satisfacen una a la  otra...una de las líneas  escapa, comenzando  de nuevo  la eterna persecución, angustiada,  sensual..." (pag.  138). ¿Cómo  nadie se  dio  cuenta  antes?

Varios  son los "dos rostros" de  España, pero  ninguno  escapa al cliché. El libro  comienza  con esta  dicotomía: "España tiene dos caras. Una de ellas el  rostro ardiente y anguloso  del Caballero de la Triste Figura; la otra la testa práctica y  ponderada  de Sancho". Pero su  afán dialéctico no le  permite  a Kazantzakis contentarse con esta  imagen;  hay  en España, nos dice,  otras  contraposiciones que son  "...el  Cid  -dureza, bravura, violencia, la  expresión  masculina de la  vida- y por  otra Cristo crucificado: sufrimiento, paciencia, sacrificio, feminidad" (pag.32).  Y todavía, Don Quijote  y Don  Juan  son "...  dos  de las más  profundas y caracterizadas máscaras de Dios" (pag.132).

En vez  de intentar lo más difícil, la  reconstrucción de una  experiencia, quizás no tan "importante" como sus pobres  especulaciones metafísico - sexuales, Kazantzakis prefiere  recordar sus  ideas  y  sus  lecturas;  probablemente  registra lo que cree que debió sentir en tal o  cual  lugar  y no lo que  auténticamente sintió y  vivió.   Cuando  Stevenson nos relata  su viaje a  Francia, está felizmente más  interesado en la  estabilidad de su  canoa que en los monumentos,  y por  eso  su viaje es  real y emocionante, aunque  apenas  podamos adivinar  a Francia en él. Los “Paseos por Roma” de Stendhal  nos son inolvidables, porque el autor se  ha preocupado, más que de mostrarnos  erudición, registrar sus  placeres y  conversaciones, así  como las  anécdotas y chismes que le cuentan;  vemos a  Gauthier  tratando de  asustarnos, o de  hacernos reír, con la evocación de una  góndola donde navega un cadáver con  un estilete clavado en el  corazón,  y  le  agradecemos  a Giono  tanto su indiferencia por los museos  de Venecia, que describirá mejor  la  guía  Michelin, como su buen  informe  sobre sus  peluquerías.  Kazantzakis,  en cambio, no  se  siente  a la  altura  de  sí mismo si no menciona,   tratándose de Córdoba, a Averroes; si de Toledo,  al Greco; Santa  Teresa en Ávila; Cervantes  en Valladolid. Pero  no  dejó de tener un atisbo  de la  verdad, de  cómo todas  sus  alusiones  "cultas", mejor atendidas  por el diccionario  Espasa, son  algo muerto: "Lucharé  tratando de  recordar estrujando la reseca  corteza  de lógica que envuelve mi  alma" (páginas 7 y  8).

Pero el impulso "literario", no  creador, vence, y el libro  contiene  bastante poco  de  España o de  sus rostros, y mucho  de  Kazantzakis, seguramente mucho más  de lo que  él mismo  imaginó. Y no porque haya logrado lo que dice haberse  propuesto, en el  prólogo:  "...dejar llorar a mi propio corazón", sino porque revela  una constelación alarmante de ideas  y  prejuicios.

Habrá podido entreverse, en las transcripciones  efectuadas, una  concepción  persecutoria  y bélica de la  vida: la lucha entre  el principio masculino  y  el  femenino, con la  usual  asimilación entre virilidad  y  crueldad por un lado y   feminidad  y  dulzura por el otro. Kazantzakis  cree  que la guerra  es, al fin,  una  benéfica  sangría, una  especie de  providencial sanguijuela aplicada por algún médico cósmico para aliviar a una humanidad  pletórica. Espera como una  extraña  redención  la muerte en la guerra, la llegada de "...una nueva banda de moros,  despiadados,  cetrinos, dando muerte a los cuerpos  para  salvar las almas" (pag.74); ve una batalla aérea como "...uno  de los espectáculos más  hermosos  inventados por la satánica mente  humana" (pag.195). Juegan unos niños en el Escorial y no  se le  ocurre nada mejor que "Permita Dios... que muchos  de estos jóvenes se conviertan en fervientes  revolucionarios  y  otros en fanáticos  conservadores. Así será posible que ambos  campos se  organicen con fe, de modo que la batalla estalle con el máximo de  ferocidad" (pag.73).   Todo existe para llegar  a un  circo,  a  una riña  de  gallos,  a una carnicería.  Registra por  dos  veces, no sin  aprobación, esta temible  frase: "La  guerra  civil  es un  don de Dios"  (pags. 209  y 230). La guerra es buena y  además  es necesaria: "comer o ser comido" (pag.26). Los productos,  seguramente  femeninos, de la  paz  son menospreciados: "...  también  surgen grandes  obras  en tiempos de  paz. Pero ¿qué  clase  de paz? La  hija de la  guerra"  (pag. 31).

Este  culto  de la guerra  tiene un  origen, el culto de los  héroes, y una consecuencia,  el militarismo, la devoción  por el  ejército. Algo del  culto  de los  héroes  hay ya en las  incansables  referencias  a los  héroes  de la literatura, traídas  a propósito  de  cualquier paisaje o de cualquier ciudad, según ya vimos. Kazantzakis  confiesa  que  su ideal del espíritu  humano  es  "Un severo castillo, construido  con fines  militares,  con  paredes  de un grosor de dos metros, alféizares antaño  ocupados por guerreros  cubiertos de  armaduras... y  en el interior... todos los deliciosos juegos del  hombre, tanto  eróticos como intelectuales, sin que por  ello los muros  pierdan nada  de su  consistencia" (pag. 140). Es  que "hemos entrado  en una  época   militar,  y en consecuencia hoy, las  únicas  personas vitales son las que  trabajan, cooperando con ella, en el más peligroso de los frentes" (pag. 191).

Esta  apoteosis de la  guerra, del militarismo, tenía que  llegar a la necrofilia. Es  tan  persistente este culto de la sangre derramada, que Kazantzakis no  vacila en desfigurar hasta la  corrida de toros, invirtiendo  sus términos y transformando  una  exaltación del coraje humano en una carnicería ritual. Cree además que  el sentido  de la puya  del  picador  es  enfurecer  al toro, cuando su finalidad  es mucho más  pedestre  y profesional:  cansarlo por la forzada tensión de los músculos del cuello  y  desangrarlo  discretamente. Otros  ejemplos de  necrofilia, más  inquietantes: "El matrimonio sagrado y  el asesinato  sagrado son  idénticos...la sangre, la unión por medio de la sangre, la inmortalización del Amor  por medio  de la Muerte,  no  son sino  profundas  necesidades  humanas" (pag.149). "El  verdadero  significado de la mujer,  el vino, el sol o las flores... sólo puede  ser  percibido por alguien que  vaya hacia  la muerte" (pag.158); "... la misteriosa  y atávica  embriaguez  que suscita la sangre" (pag. 155); "Ah, ah,  contestó el soldado como  si tratara   de  resumir los grandes  placeres  de la  vida,  'Mujer  y sangre'"(pag. 163). Y para  terminar,  qué  ejemplo  mejor de  necrofilia que  el lamentable episodio de las páginas  193 a 200, cuando Kazantzakis  ve una  carta que  sobresale  de un  bolsillo  en las  ropas de un cadáver, carta  de una mujer  y  un hijo  a un  soldado en el frente, y se siente con derecho a  tomarla, a leerla y  aún, no contento con esa  violación de la  privacidad, a publicarla íntegra  en su  libro.

No extrañará, en este punto, la  aparición del racismo. "Los  españoles  son una raza predominantemente  africana" (sic) ".Durante  años  permanecen acuclillados e inmóviles, mirando, escuchando y  anhelando...las aventuras  bélicas  y  llenas  de peligros y las luchas intestinas  llegan como un regalo de alguna  divinidad sedienta de  sangre,  permitiéndoles  desahogarse. Hallan alivio  utilizan su energía  suplementaria y luego vuelven a su natural  quietud"  (pag. 232). Como se habrá  notado,  toda la explicación de la  guerra, en el caso de la guerra  civil  española, está  vaciada  de toda  referencia  al orden  económico o político. En otra  ocasión la explica (siempre  tiene  teorías  a mano) por la simple "colisión de las aterradoras  ideas modernas" (pag. 153). Otras  referencias, no menos  inquietantes,  a las razas  pueden verse en la página 35,  donde adhiere  a la teoría de  Spengler de las  "razas  deudoras", en la  44 con una  explicación racial del  éxito  de "Don Quijote", en la 14, cuando dice "Antiguas  razas viriles solían  hacer del  toro  el  centro  de  su sistema  de culto" y en la 198  cuando, al  ver a los  soldados marroquíes, tiene una apocalíptica  visión del  futuro próxima de  aquel  "peligro amarillo": "Un día  todas estas razas  vigorosas  caerán  sobre  nosotros".

Es inevitable, por tanto, situar a Kazantzakis  dentro  del post romanticismo, dentro del irracionalismo, del anti intelectualismo; en la línea  del "asalto  a la razón" que tuvo su manifestación en el  fascismo, con su exaltación de la  voluntad  y  la acción, del espíritu  combativo y de la  disciplina  militar, con el rechazo  de las motivaciones  éticas  y  de la  cultura, cuya sola mención hacía sacar un  revólver.  La visión del mundo  como una lucha donde sólo sobrevivirá el más  fuerte, la  perspectiva del  "darwinismo social", muy clara  en Kazantzakis,  es  la misma  que la del  fascismo. Compárense  las expresiones  de  Kazantzakis  con esto:

"Sólo la guerra  lleva  a su máxima  tensión  a  todas las  energías humanas e imprime el sello  de la  nobleza a los pueblos que tienen el coraje de  buscarla. El  fascismo es la educación para la lucha... la  guerra  es para el hombre  lo que la maternidad  para la mujer. No  creo en la  paz  perpetua,  no sólo no  creo  en ella  sino que la encuentro deprimente y una negación de  todas las  virtudes fundamentales del  hombre" (Mussolini,  citado por la Enciclopedia Británica,  "fascismo").

Todavía  puede  señalarse que, dentro de su concepción  heroica o masoquista del mundo  y  de la  historia, sus  alusiones  byronianas  a Misssolonghi. Kazantzakis, no  sin coherencia,  deviene  la  víctima de  sí mismo, y cree que un desgarramiento de las entrañas, una automutilación, el dolor en fin, son absolutamente  necesarios  para la realización personal. Casi  el  único  momento en que el autor  conmueve y comunica es cuando trasmite  su certeza de la necesidad  de inmolarse  para que  su alma sea  creadora  (incurriendo de  paso en un  error de información en materia de  zoología, acuciado como  está por  encontrar "destrucción creadora" por todas partes) . Comparando  a Colón y  a sí mismo con el gusano  de  seda,  dice:

"Miraba" (Colón)"fijamente al mar vacío, allá a lo lejos, hacia  occidente. Estaba  deshaciéndose,  deshaciéndose  como  el gusano de  seda  cuando, lleno  de esta,  comienza a devanar sus  propias entrañas para  tejer  su capullo.  Del mismo modo este Don Quijote de los mares  devanaba  de sus propias entrañas un nuevo ser, creándolo, carne de su carne, noche y día, silenciosa,  tenazmente" (pag. 129).

La  publicación  de este libro en  1985, en la Argentina,  por  una editorial que, creemos, es de  filiación católica, no deja de  sorprender. Las doctrinas de Kazantzakis sirven  de  justificación  al holocausto  argentino, al valor  terapéutico del  derramamiento de  sangre, a la exaltación del ejército, al culto  de la voluntad, a la  apoteosis de la  guerra, al desprecio de  toda  verdad objetiva. Muestran el rostro familiar pero  siempre  inquietante  del fascismo.

Jorge Arias
ariasjalf@yahoo.com
 

Este artículo fue publicado en el quincenario “Asamblea” en diciembre de 1984. 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Arias, Jorge

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio