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Querríamos elogiar la actuación de Sebastián Barrios, a quien conocíamos, hasta el sábado pasado, 18 de julio, como autor y director. Barrios tiene presencia y elegancia, buena voz, dice con variedad de ritmos y volúmenes, sus gestos son precisos; su elección de esta pieza bloquea el elogio.
La vida literaria está llena de enigmas, pero la fama de “El túnel” (1948), una novela corta de unas 60 páginas del escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011) pone a prueba nuestra capacidad de conjetura. El programa de mano reproduce un dato de la no siempre confiable “Wikipedia” según el cual “El túnel” fue valorada por Thomas Mann y Albert Camus; sólo pudimos verificar la ambigua cita de Mann, quien
escribió en su diario que estaba “muy impresionado” por “El túnel”. “¡Muy interesante!” comentaba el director uruguayo. Atahualpa del Cioppo cuando una pieza no le gustaba. En cuanto a Camus, la similitud de “El túnel” con “L’ étranger” (1942) es tan llamativa como para suponer una relación de maestro a discípulo; bien sabemos que todo maestro recomienda las obras de sus discípulos, seguros propagandistas. Así las cartas de Víctor Hugo o Rubén Darío o Miguel de Unamuno a sus admiradores.
“El túnel” es literatura de literatura. Es impersonal y no deja traslucir ninguna experiencia del autor, pero sí sus varias lecturas. Cuando Sábato escribe “El túnel” el existencialismo estaba de moda. Nadie podía pretender un roce con el mundo intelectual si no mencionaba cada tanto a Heidegger (”El ser y el tiempo”) o a Sartre (“El ser y la nada”) o a sus supuestos precursores Kierkergaard y Dostoiewsky. Las palabras de orden eran el absurdo de la existencia, el suicidio, el acto gratuito; hasta un coqueteo con el crimen, como en “El malentendido” de Camus. Castel, el protagonista de “El túnel”, tiene algo de Raskolnikov, de la novela de Dostoiewsky, “Crimen y castigo”; los túneles de que habla el protagonista al final, vienen directamente de los misteriosos 365 apartamentos conectados del Paris de Jules Romains, en “Vorge contre Quinette”, tomo XVII de “Los hombres de buena voluntad” el único momento en que el autor, quizás cansado de sus “realidades” estadísticas, condescendió al vuelo de la imaginación.
Los personajes de “El túnel” son vacuos: se diría que el autor decreta que Castel es un pintor para dar un aire de respetabilidad a una vulgar crónica policial. En la adaptación de Barrios, Castel da unos brochazos rojos en una tela, como Julio Chavez haciendo de Mark Rothko, en “Red”, pieza de la que quizás “El túnel” sea una secuela o consecuencia. El estilo es pomposo y vulgar: Sábato derrocha adjetivos, con lo que naufraga en el primer escollo que debe sortear un escritor. Hacia el fin, Castel es poseído por: “el odio, el desprecio y la compasión”, todo a la vez. No le alcanza a Sábato que unos rostros sean “cínicos”, necesita también que sean “crueles”. “Día execrable”, “infinita soledad” (varias veces), “insalvable soledad”, “espera interminable”, “desbordante alegría”, son algunas de sus pobrezas.
La puesta en escena, a cargo de Laura Manta es compleja y refinada, con algunos cuadros de la escenógrafa Beatriz Martínez montados sobre paneles móviles. Toda una labor, pese a que los cuadros y el arte del protagonista apenas son mencionados como un pretexto para el encuentro de los amantes.
Volvamos al actor, Sebastián Barrios. No podemos imaginar que haya una buena actuación en una obra mala. La crítica suele decirlo, siempre lamentando el “texto”. Es un gesto bondadoso, quizás tímido. Las cualidades de actor de Barrios, que da para más, se adivinan: querríamos verlas.
EL TÚNEL, de Ernesto Sábato, adaptación y actuación de Sebastián Barrios. Escenografía y vestuario de Beatriz Martínez, luces de Lucía Pérez, música de Carlos da Silveira, dirección de Laura Manta. Estreno del 19 de julio, teatro del Anglo.
